viernes, 19 de diciembre de 2008

La poesía de Mario Trejo. Un artículo de Liliana Heer

PREÁMBULO

En puntas de pie y a los portazos: una vida se juega en la obra, en los gestos del autor, en el cuerpo a cuerpo de pasión y desmentida.

Maestro esencial, agudo, sutil, irónico, la poesía de Mario Trejo es palabra plena: fuga de consignas para huir de la historieta. Trejo estilete, Trejo domador de figuras, Trejo irrita polos, Trejo hábil en pronunciar oráculos, Trejo hacedor de manifiestos. Con la t de thesaurus, la t de sin temor, la t de tropismo y aventura, la t de talento, tentación de escribir y combate verbal.

Apuesto al testimonio de su cabalgata, al vigor, esa fuerza rigurosa y expansiva que invade los territorios del orden, tajea máscaras. Invertir, desnudar, ejercer sobre la colección de falsas frases acuñadas y repetidas hasta la necedad la presión suficiente para que estalle a borbotones la razón que apunta a una verdad poética: Más vale cabeza de león que cola de ratón.

Apuesto a la experiencia en el sentido que Bataille nombra una lengua en duelo. Celebro su singular seducción, el sonido que gatilla hallazgos eróticos de vocación irreprimible:

Desnuda contra el mar, llevas tu mano


de guante negro hacia los sencillos


repliegues de tu carne, los anillos


elástico de tu sexo anglicano.


Hegel voyeur a orillas del Mar Rojo

La silueta bajo la figura o lo visual bajo lo visible, privilegio del detalle, paradigma del indicio que reconstruye la escena a través de una huella. Pincelada pictórica, aura intangible, fetiche in progress, doble color, doble nudo, doble consonante: la elle orienta el apetito del ojo, marca un ritmo que entumece.

La provocación es uno de sus buenos hábitos. Licuar adherencias, esgrimir el tono justo para enunciar en idioma olímpico, rabiosamente dotado de inmediatez, la cámara lúcida de una posición crítica. Quizá el principio más poderoso de su poesía sea el saber despertar: en la fragua, silencio y estruendo.

Pulso geográfico, inmodestia del verso al precipitar intensidad. No hay cronos, hay abundancia, derroche, sujeto en crisis, deseante: la mejor forma de esperar es ir al encuentro, al encuentro del futuro, al cruce de lenguajes, esa Babel de diáspora o exilio que multiplica -como se multiplican las arenas- las formas del decir. “Trejo y Gelman: Los dos proyectos poéticos coinciden, se parecen y divergen…”, puntúa Silvia N. Barei haciendo hincapié en el proceso verbal, la operación bifronte de mirada múltiple, hacia delante y hacia atrás, la memoria: brújula, carta de navegación.

Añado al equipaje de Trejo el dar su segunda mejor tajada a la muerte. Como quien ejecuta sin sordina, nuevamente una consonante percute: criatura de venas oscuras, en el reparto está presente el striptease manantial de la sed, con alma y vida: envejeciendo.

Pronto me vi

en medio de los primeros tumultos

adicto a la muerte

luto tenaz que nunca me abandona.

Orgasmo

Sumo a lo anterior la fascinación por la música, por ciertos músicos, ciertas lecturas, ciertos films, también la arrogancia, la soledad de los jugadores, la apuesta al todo por el todo, el amor por sus amigos, su erudición enajenada, el plurilinguismo y una capacidad de goce inigualable. Así durante veinte años, treinta años, cuarenta años, ochenta años, hago que Mario Trejo vuelva a nacer precoz, trastornando ciudades, sin calma, con regocijo y adicciones, irreverente como Mozart: “¡Que los que no me quieren me laman el culo!”

Miguel Brascó solía contar: “Mario Trejo es un personaje mítico y elusivo…comparte así el peculiarísimo destino de los genios ambiguos del extraño Buenos Aires: Xul Solar, Macedonio Fernández, Santiago Dabove”.

Como si el tiempo, los libros, los viajes, sus poemas formaran parte de una sintaxis posesa en patear al descuido la melancolía -de melancolia nigra et canina et de amore qui ereos dicitur. Lujuria, acto venéreo, soplo, plegaria: Solo a solas con el Solo, Plotino, eco del náufrago.

Una observación a consignar es el cambio de estética que Trejo generó, visualmente notorio hasta el contagio. No se trata del derrideano “efecto visera” desde el que heredamos la ley y una mirada inaccesible, ni del “efecto yelmo” potenciando el dramatismo, aquí la identidad del poeta está en el ruedo, se trata del ”efecto Trejo”, su zona de influencia, el pasaje a una estética vanguardista que llevó a los nerudeanos a convertirse en vallejeanos.

“Hay una breve síntesis del modo único, engendrador, de experimentar toda poesía: gota que oigo caer, veo caer, digo caer, y de la experiencia literaria que termina en el objeto poético y resurge cada vez que se lo interpreta -observa Tununa Mercado: Para que la ostra vuelva a abrirse y permita la esperanza de una perla es necesario, entonces, creer. La ostra se ha abierto muchas veces y ha brillado la perla en el interior de este ejecutante y en el poema. El uso de la palabra tiene labios libres”.

Al Poeta se lo distingue por la manera de no decir ciertas cosas, por la manera de decir otras, por su peculiar hábito de ceder al vacío central, por deslizarse en caída libre hacia un campo móvil, por habitar una discordia interminable. Así los desvíos, del volumen al punto, del color a la superficie, de la solución al misterio, la poesía de Trejo trasmuta el matrimonio cielo infierno, desgaja una lógica que comprime el verso clásico y la experimentación.

¿Su contraseña? Ser un pescador spinozeano. Estar tendido y alerta. Recordar que la obra no es un dato natural sino un cóctel de exigencia, hurto y donación.

Liliana Heer