domingo, 5 de febrero de 2017

Tertulia 76. Putas asesinas, de Roberto Bolaño. Comentario de apertura a cargo de Graciela Sobral

Roberto Bolaño gran escritor chileno, lamentablemente fallecido en 2003, vivió en Chile, en Méjico y en España. Putas asesinas es su primer relato, posteriormente publicado en el libro con el mismo nombre, Putas Asesinas, en 2001.

Es un relato corto, electrizante, tanto por la historia que cuenta como por su escritura, que lleva en volandas a la vez que arrastra al horror. Se trata de una mujer que ve en la televisión a un joven que asiste a un partido de futbol y aparece en la pantalla con su grupo de amigos. Ella se ve atraída por sus ojos, si bien no da mucha cuenta de eso en el relato. Sin embargo, no está “enamorada” de ellos, y tampoco le pasa nada especial con su mirada. Al final hay algo que comentaremos, cuando dice: “… y por fin llegas a la cámara central, y por fin me ves y gritas… sólo sé que por fin nos hemos encontrado, y que tu eres el príncipe vehemente y yo soy la princesa inclemente.”

Volviendo al comienzo, ella lo ve en la TV y, en un paso al acto, es decir, sin pensárselo, toma una decisión y sale con su moto a buscarlo, atravesando la ciudad. Lo encuentra, lo seduce y lo lleva a su casa. Pareciera que se trata de ligar con él, pero la cuestión va mucho más allá. De entrada, uno de los aspectos interesantes del relato es que aparentemente se trata de un diálogo, pero en realidad nos vamos dando cuenta de que es un monólogo. Bolaño inventa una manera de escribir lo que diría Max, el joven, utilizando paréntesis, poniendo sus supuestas palabras entre paréntesis, de tal forma que parece que hubiera un diálogo cuando, en realidad, él no puede hablar. El supuesto diálogo es lo que ella imagina que él diría o lo que puede imaginar y deducir el lector, a partir de sus gestos. Pero Max está amordazado, no puede hablar.

Cuando llegan a la casa tienen un encuentro sexual muy apasionado. Luego ella dice cosas tremendas que serán las que orienten el relato. Le recrimina que él no la ha escuchado cuando follaba y que es muy importante escuchar lo que dicen las mujeres: “cuando estés con una mujer escucha sus palabras y piensa en ellas, piensa en su significado, piensa en lo que dicen y en lo que no dicen, intenta comprender qué es lo que quieren decir” y luego viene la frase central del relato: “Las mujeres son putas asesinas, Max, son monos ateridos de frío que contemplan el horizonte desde un árbol enfermo, son princesas que te buscan en la  oscuridad, llorando, indagando las palabras que nunca podrán decir.” Y termina el párrafo: “nadie comprenderá jamás mis palabras de amor. Tu, Max, ¿recuerdas algo de lo que te dije mientras me la metías?

Desde mi punto de vista, éste es el nudo del relato. Se trata de un nudo doble, a dos niveles: hay algo universal, estructural, que comentaremos ampliamente: el punto cúlmine en la dificultad para el encuentro entre los partenaires. Pero Bolaño, con muy pocos datos, también nos permite atisbar el que llamo otro nivel, una historia singular, la historia de la mujer sin nombre. Iré introduciéndola con preguntas. ¿Qué ve ella en los ojos de Max? ¿Por qué llama Max a Max? ¿Hay un pasado, una historia que le produjo dolor?

Bolaño, con una metáfora soez, señala un punto de imposibilidad que atañe al hombre y a la mujer, a la sexualidad y la muerte. Señala que las piezas no encajan. En el horizonte del posible encuentro no hay encuentro. Max está fascinado con el cuerpo de ella y su propia satisfacción sexual, pero ella dice algo que no es escuchado. Por otro lado, ella había planteado: “… las mujeres … son princesas que te buscan en la oscuridad, llorando, indagando las palabras que nunca podrán decir”.

No hay encuentro por ningún lado. Las mujeres, putas o princesas, ni son escuchadas ni pueden llegar realmente a decir lo que tienen que decir. Tal vez esto último, que dice una sola vez en el relato, sea lo más importante desde el punto de vista estructural. Tal vez la rabia y el deseo de venganza de ella tengan que ver con esta imposibilidad, con no poder aceptarla.

Pero en relación al nudo doble, desde la perspectiva de los mínimos datos que nos permitirían hacer una lectura más singular, más propia de ella, podemos preguntarnos: ¿En su historia, Max, el verdadero Max, le hizo daño? (Este joven dice que él no se llama Max) ¿hay algo del orden de una violencia, de una violación? Ella le dice: “… posiblemente tu no seas así, Max. Yo tampoco era así. Por supuesto no te voy a hablar de mi dolor, un dolor que tu no has provocado, al contrario, tu has provocado un orgasmo.”

Estamos entre lo que no se puede escuchar y lo que no se puede decir. Podemos preguntarnos: ¿acaso hay posibilidad de escucha? Bolaño señala el punto de lo imposible, de la escucha imposible, del encuentro imposible: lo que quieren el hombre y la mujer no coincide, no hay forma de que coincidan. Y ella no está dispuesta a aceptar esta situación, quiere provocar el encuentro aunque sea en el último límite. ¿Se quiere vengar en este Max de otro Max?

Estas líneas me recordaron otro libro de Bolaño, 2666. En el capítulo “la parte de los crímenes” se ocupa de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, con una delicadeza y crudeza, a la vez, pocas veces vista. Da pequeños detalles de los restos de las mujeres asesinadas, la tela de sus faldas, el color de sus calcetines, etc., humanizándolas, y nos introduce, por otro lado, en el mundo del horror, de lo que no se puede decir, del encuentro-desencuentro entre lo femenino, la sexualidad y la muerte. Entre lo que ocurre y la capacidad de nombrarlo. Bolaño sabe decir el horror sin decirlo, utilizando palabras que le permiten bordearlo, dibujarlo, indicarlo.

En este relato pone en juego un recurso similar. Aparentemente, hay goce sádico en lugar de amor, sin embargo, ella, la que no tiene nombre, habla de amor. En relación al nombre, él tiene nombre ficticio, Max, que le ha puesto ella, pero ella no tiene nombre, se refiere a “las mujeres, las putas, las princesas”. Él puede ser identificado por su nombre, por su goce decidido. Ellas, no, ellas no tienen un rasgo que las distinga más allá de este deseo de encontrar el amor que no se encuentra.

¿El amor sería posible si él pudiera escuchar sus palabras, “si hubiera podido discernir en sus gemidos aquellas palabras, las últimas que acaso lo hubieran salvado”, donde ella, con sus frases ininteligibles, demandaba amor? Mantis religiosa


Graciela Sobral

Tertulia 76. Putas asesinas, de Roberto Bolaño. Comentario de Miguel Alonso

Putas asesinas parece un buen ejemplo para mostrar cómo, en la desnudez patológica más absoluta, puede aparecer de forma diáfana, sin velo alguno, la estructura del sujeto. En este caso, la estructura de un sujeto femenino en relación al amor. El relato está atravesado por una respuesta a la pregunta: ¿qué espera una mujer de un hombre en la vertiente del amor? Y las respuestas se sitúan en la misma superficie de ese lenguaje categórico que usa nuestra protagonista sin nombre, circunstancia que podríamos tomar como una generalización del problema. En la línea del lenguaje, resulta apasionante dejarse guiar, dejarse atrapar, en primer lugar, por el mismo armazón del relato, transitando desde la desvalorización de lo imaginario a la trascendencia del ideal y de la palabra articulada al amor; no menos apasionantes aparecen las metáforas auténticamente geniales que nos ofrece Putas asesinas, como la del mar vacío, o la del túnel, o las frases, muchas de ellas también geniales y siempre contundentes de las cuales es imposible despegarse lo más mínimo a lo largo de la lectura. A cada paso nos ofrecen frutos totalmente maduros, sea de forma aislada, sea en concatenaciones perfectas. Por ejemplo, y como apertura, podemos traer a colación la siguiente composición: “Verte en TV fue como una invitación” / “Yo soy una princesa que espera”/ “Impaciente” / “Te he buscado” / “No a ti, sino al príncipe que también tú eres y lo que representa el príncipe” / “El príncipe es bienvenido, independientemente de cómo llegue”. Frases concluyentes para situarnos, no sólo en la estructura amorosa de la mujer, sino en una de sus particularidades, la erotomanía.   

Nuestra protagonista, insisto, sin nombre, desearía ser la princesa de un cuento de hadas, pues a quien primero elige es a un príncipe, pero con una característica fundamental, y es que las frases dejan ver a las claras que el príncipe es un modelo ideal previo que trasciende toda imagen, cualquier aspecto relacionado con el yo del partener amoroso. Al respecto, explícito resulta el texto cuando dice: “Te he buscado... No a ti, sino al príncipe que tú eres”. En otras palabras, el Otro que estaría destinado a colmarla en el amor es un lugar vacío, no existe realmente, es un producto de su fantasía, y el imaginario que viene a llenar ese vacío, en este caso Max, es un otro precario que, lógicamente, nunca da la talla del ideal. Y la locura pone este mecanismo estructural a la luz, señalando el deseo de la mujer fundado en el amor, mientras que el del hombre, como veremos, no pasa por el amor sino por el goce.  

El rechazo por el aspecto imaginario se acrecienta todavía más en el contraste que establece nuestra protagonista entre, por un lado, la descripción que realiza del grupo aislado, al parecer en una grada de un estadio, con los valores mediocres por los que ellos se movilizan, y por otro realzando el valor de la palabra en el amor. Palabra y amor son los escenarios inseparables en los que compromete su vida nuestra protagonista. Insisto, toda la primera parte del relato nos ofrece un desmontaje contundente de lo imaginario. ¿Qué otra cosa podríamos pensar cuando nos habla, por ejemplo, del movimiento de la vida, como si un ángel la follara? Un ángel es una buena metáfora para dar cuenta de ese Otro que no existe para una mujer en relación al amor, pero alrededor del que realiza un esfuerzo supremo para hacerlo existir, eso sí, comprobando a cada paso que ninguna imagen sostenida por un hombre, en este caso Max, puede alcanzar: “El encontrarte carece de importancia

Otra frase categórica que abunda en la creación del escenario amoroso a partir de ese Otro que no existe es la siguiente: “Siento la inquietud de la princesa que contempla el marco vacío donde debiera refulgir la sonrisa del príncipe”. En ella se condensa todo lo que estamos planteando. Ella es la mujer, sí, pero “princesa”. El Otro que no existe aparece en: “contempla el marco vacío”. Y allí, en ese vacío, debería advenir algo, vamos a decir, idealizado: “la sonrisa del príncipe”. Toda una estructura en tres pequeños pasos de la fantasía femenina.

Como dije al comienzo, es imposible separarse, ni un solo momento, de las frases del relato: “Siempre te soy fiel”. Se acopla perfectamente al carácter erotomaníaco de este tipo de elección amorosa. Pero hay que tener en cuenta que la fidelidad es a muerte, pero siempre al príncipe, no al que lo encarna. Ese, en realidad, puede ser sustituido en cualquier momento. Es fiel, podemos decir, a la estructura.

El príncipe, por tanto, es el Otro que no existe siempre. En este sentido, podríamos pensar la cuestión como una vertiente de la soledad inconmovible, estructural, de una mujer: “Un príncipe y una princesa, los novios que atraviesan los años”, “Príncipe de la máquina del tiempo”. Es claro que el espacio vacío trasciende a la contingencia del encuentro. Lo supera. Es una maquinaria que no se detiene ni con la presencia imaginaria que, eventualmente, viene a rellenar ese vacío. “Traerte aquí, a mi más pura soledad”. Es decir, convivir con la soledad de un espacio vacío, eternamente vacío, aunque, de forma contingente, ese vacío sea llenado por la imagen de un Max cualquiera.

Es a partir de dejar clara esa estructura, cuando se adentra en la contingencia del encuentro eventual, un encuentro siempre abocado al fracaso, entre un hombre y una mujer. De forma metafórica aparece un túnel y ellos partiendo de los extremos opuestos y de sus respectivas soledades. Es aquí donde sus palabras muestran también la estructura de la vida amorosa del hombre, bien diferente de la de la mujer. Ella hace una enumeración de los objetos que Max desea y de los que rechaza. Se trata de objetos fetiches y de la moral que sostiene su mundo. Como digo, está apuntando directamente a la estructura psíquica en la que se sostiene el hombre en contraposición a lo que ya vamos viendo de la mujer. Ahí es interesante la exclusión, lo que no le gusta, pero con una particularidad importante, y es que señala al goce, en el sentido de que el goce que no es propio queda excluido, lo cual nos llevaría a desviarnos hacia la misma problemática de la exclusión, de la segregación.

Frase genial: “Tú lo primero que me tocarás será el culo, pero eso también es parte de tu deseo de conocer mi rostro”. Señala perfectamente como el hombre, en la relación amorosa, no atiende a la totalidad del cuerpo, sino a partes del mismo. Tanto esta frase como la enumeración anterior de objetos y de moral y orden, nos informa acerca del carácter fetichista del objeto en el hombre. Si la mujer está ante un espacio vacío que trata de llenar en la erotomanía con la palabra de un príncipe, el hombre llena su falta con objetos que tienen el valor de fetiche en tanto ocultan la falta. Son dos modos diferentes de enfrentarse a la falta. O dicho de otro modo, la forma de escapar a la soledad estructural. Por eso es perfecta la metáfora del túnel, del agujero, de la falta a la que se enfrentan los dos, pero como vemos, partiendo de extremos opuestos y sólo con la posibilidad de ver la silueta del otro, pero jamás la esencia de su ser.

Y nos adentramos en el terreno de la palabra. En el encuentro, la mujer sólo contempla la posibilidad de la palabra como fin último: “Y entonces tú y yo podremos volver a hablar... pero hasta entonces deberemos revolcarnos”. La mujer sólo admite la vía de la palabra para que un hombre toque su ser. Como si para ella la sexualidad fuese un simple medio para conseguir del Otro esa palabra que la toque en lo más íntimo de sus entrañas. Pero nuestra protagonista señala, con toda claridad, que no encuentra respuestas. En este sentido, es magnífica la metáfora del mar vacío como imposibilidad, un mar vacío propiciado por el goce del hombre en el amor. Es el desierto después del goce. El hombre, desde el goce, solo puede dar noticias de derrota en la relación sexual con la mujer. El hombre como atleta del sexo, lo es de una maratón que no tiene noticias de victorias sino de derrotas. Él es el príncipe sordo. Podríamos pensar que ante el deseo de la mujer, un deseo absoluto e imperativo, el hombre retrocede pues su estructura de goce no da para encarnar una auténtica palabra.  

Miguel Alonso

Tertulia 76. Putas asesinas, de Roberto Bolaño. Comentario de María José Martínez

          La persona que cuenta esta historia parece que la viviera. En ella se habla de una mujer  que escoge a un hombre, juega con él en el peor sentido de la palabra, lo maltrata y finalmente lo asesina. El esquema es sencillo, estamos hablando de la maldad femenina, y el asunto parece bastante siniestro.
           En el cuento hay una especie de realismo temporal que parece ser una realidad fantasmagórica. Bolaño la plasma perfectamente a través de lo desconcertante de la situación donde todo se nos da hecho. A este cuento Bolaño lo titula Putas Asesinas.
          En él hay muchas voces narrativas, imaginaciones, ideas, tesis, etc., pero todo sale de ella, porque en el cuento el que falta es él. Él es el estereotipo del “hombre – macho” que ella escoge arbitrariamente. Lo vio en un partido de futbol de la Tele, lo seduce y luego lo folla.
            La pregunta que tal vez Bolaño deja en el aire es: ¿las mujeres son putas? Y ya generalizando, el protagonista del cuento se podría preguntar: ¿Qué guardan en su interior las mujeres para que se comporten así? 
           En la narración hay un cuento dentro del cuento. El tiempo físico de la acción y los tiempos verbales que ella construye poniéndose en su lugar, se mezclan en un túnel interminable donde a veces él la ve con una navaja.
           Bolaño, o es un artista, o está tan loco como aquella mujer. Por eso se borran constantemente los límites de las cosas. Ella parece una psicópata que actúa desde el rencor de algo que le ocurrió en el pasado y que está tan vivo y presente como la muerte que se avecina. Ella vio unos ojos vacíos al violarla, y ese vacío le provoca una especie de necesidad de culpar a alguien y hacérselo pagar, o más bien de encontrar la razón de todo “aquello” que ocurrió no se sabe cuándo. Ella tal vez no es una puta, pero se lo cree. Es su rencor quien le hace creérselo, es su neurosis asesina. Pero ella también es una princesa que busca cómo hablar y que también busca un príncipe que le hable.
          Ella le dice a él que cuando folle a una chica piense bien en lo que quiere decir, o sea, que folle con algún sentido, pero a él lo declara sordo. ¿Es esta profunda sordera el destino de la pareja humana?
         Bolaño nos asoma al abismo que separan estas dos cosas: o puta asesina o princesa, pero nosotros ya estamos dentro de la narración donde nos dice que ella lo eligió a él porque es algo personal, a pesar de que él nunca la violó. Así pues ella es “la princesa inclemente” a causa de que él es, precisamente, “el príncipe vehemente, el príncipe de la máquina del tiempo”.
           Ella le recuerda sus palabras de entonces que no están nada claras, pues le decía “viento”, o “calles subterráneas, o “tú eres la fotografía”, porque tal vez él es el prototipo del hombre tal como ella lo imagina, ajeno a todo, con una necesidad que circula por calles subterráneas y pasa como el viento hacia la necesidad que un cuerpo tiene de otro cuerpo, una persona a la que sus palabras le llegaban al centro de su testosterona donde ésta acaba actuando como un mar de semen. Y todo lo dice ella en su imaginación mientras él permanece atado oyendo como le dice que ella le dio ocasión de no seguirla, pero él prefirió estar con ella. Éste es un momento de responsabilidad, pero aleatorio y tomado en el cuento muy a la ligera, pero al fin, es un momento que contiene cierta responsabilidad aunque de su decisión  él no se esperara tanto desastre. ¿Podría suponer tanto peligro irse solo con una mujer a su casa o al revés? Seguramente no, pensará él que en efecto elige, se va con ella y está dispuesto a todo. Este “ligero detalle” podría dar otro enfoque a la historia porque presta cierta credibilidad en que ella algún día fue violentada por un macho sin demasiados miramientos.   
             Pero siguiendo por lo desconocido de la historia, ellos dos están viviendo un violento y justo absurdo donde Bolaño nos transporta de un lugar a otro de este laberinto imaginario bordeando la locura, sin que terminemos de darnos cuenta de a dónde nos quiere llevar,  hasta que al final ella afirma que “el azar es el mayor asesino de la Tierra”.
          Sinceramente creo que él, al aceptar irse con ella, rompe ese juego y que aquí ya no sólo habría azar, sino destino, ya que quien comete locuras bien pudiera caer en la trama negra de alguna de ellas. Pero siguiendo el cuento y  la tesis de Bolaño podríamos preguntarnos:
          ¿El azar puede estar al servicio de los psicópatas?
         Y no nos quedaría más remedio que decir que pudiera ser verdad.