Roberto
Bolaño gran escritor chileno, lamentablemente fallecido en 2003, vivió en Chile,
en Méjico y en España. Putas asesinas
es su primer relato, posteriormente publicado en el libro con el mismo nombre, Putas Asesinas, en 2001.
Es
un relato corto, electrizante, tanto por la historia que cuenta como por su
escritura, que lleva en volandas a la vez que arrastra al horror. Se trata de
una mujer que ve en la televisión a un joven que asiste a un partido de futbol
y aparece en la pantalla con su grupo de amigos. Ella se ve atraída por sus
ojos, si bien no da mucha cuenta de eso en el relato. Sin embargo, no está
“enamorada” de ellos, y tampoco le pasa nada especial con su mirada. Al final hay
algo que comentaremos, cuando dice: “… y
por fin llegas a la cámara central, y por fin me ves y gritas… sólo sé que por
fin nos hemos encontrado, y que tu eres el príncipe vehemente y yo soy la
princesa inclemente.”
Volviendo
al comienzo, ella lo ve en la TV y, en un paso al acto, es decir, sin
pensárselo, toma una decisión y sale con su moto a buscarlo, atravesando la
ciudad. Lo encuentra, lo seduce y lo lleva a su casa. Pareciera que se trata de
ligar con él, pero la cuestión va mucho más allá. De entrada, uno de los
aspectos interesantes del relato es que aparentemente se trata de un diálogo,
pero en realidad nos vamos dando cuenta de que es un monólogo. Bolaño inventa
una manera de escribir lo que diría Max, el joven, utilizando paréntesis, poniendo
sus supuestas palabras entre paréntesis, de tal forma que parece que hubiera un
diálogo cuando, en realidad, él no puede hablar. El supuesto diálogo es lo que
ella imagina que él diría o lo que puede imaginar y deducir el lector, a partir
de sus gestos. Pero Max está amordazado, no puede hablar.
Cuando
llegan a la casa tienen un encuentro sexual muy apasionado. Luego ella dice
cosas tremendas que serán las que orienten el relato. Le recrimina que él no la
ha escuchado cuando follaba y que es muy importante escuchar lo que dicen las
mujeres: “cuando estés con una mujer escucha
sus palabras y piensa en ellas, piensa en su significado, piensa en lo que
dicen y en lo que no dicen, intenta comprender qué es lo que quieren decir”
y luego viene la frase central del relato: “Las
mujeres son putas asesinas, Max, son monos ateridos de frío que contemplan el
horizonte desde un árbol enfermo, son princesas que te buscan en la oscuridad, llorando, indagando las palabras
que nunca podrán decir.” Y termina el párrafo: “nadie comprenderá jamás mis palabras de amor. Tu, Max, ¿recuerdas algo
de lo que te dije mientras me la metías?”
Desde
mi punto de vista, éste es el nudo del relato. Se trata de un nudo doble, a dos
niveles: hay algo universal, estructural, que comentaremos ampliamente: el
punto cúlmine en la dificultad para el encuentro entre los partenaires. Pero
Bolaño, con muy pocos datos, también nos permite atisbar el que llamo otro nivel,
una historia singular, la historia de la mujer sin nombre. Iré introduciéndola
con preguntas. ¿Qué ve ella en los ojos de Max? ¿Por qué llama Max a Max? ¿Hay
un pasado, una historia que le produjo dolor?
Bolaño,
con una metáfora soez, señala un punto de imposibilidad que atañe al hombre y a
la mujer, a la sexualidad y la muerte. Señala que las piezas no encajan. En el horizonte
del posible encuentro no hay encuentro. Max está fascinado con el cuerpo de
ella y su propia satisfacción sexual, pero ella dice algo que no es escuchado. Por
otro lado, ella había planteado: “… las
mujeres … son princesas que te buscan en la oscuridad, llorando, indagando las palabras
que nunca podrán decir”.
No
hay encuentro por ningún lado. Las mujeres, putas o princesas, ni son
escuchadas ni pueden llegar realmente a decir lo que tienen que decir. Tal vez
esto último, que dice una sola vez en el relato, sea lo más importante desde el
punto de vista estructural. Tal vez la rabia y el deseo de venganza de ella
tengan que ver con esta imposibilidad, con no poder aceptarla.
Pero
en relación al nudo doble, desde la perspectiva de los mínimos datos que nos
permitirían hacer una lectura más singular, más propia de ella, podemos
preguntarnos: ¿En su historia, Max, el verdadero Max, le hizo daño? (Este joven
dice que él no se llama Max) ¿hay algo del orden de una violencia, de una
violación? Ella le dice: “… posiblemente
tu no seas así, Max. Yo tampoco era así. Por supuesto no te voy a hablar de mi
dolor, un dolor que tu no has provocado, al contrario, tu has provocado un
orgasmo.”
Estamos
entre lo que no se puede escuchar y lo que no se puede decir. Podemos
preguntarnos: ¿acaso hay posibilidad de escucha? Bolaño señala el punto de lo
imposible, de la escucha imposible, del encuentro imposible: lo que quieren el
hombre y la mujer no coincide, no hay forma de que coincidan. Y ella no está
dispuesta a aceptar esta situación, quiere provocar el encuentro aunque sea en
el último límite. ¿Se quiere vengar en este Max de otro Max?
Estas
líneas me recordaron otro libro de Bolaño, 2666. En el capítulo “la parte de los crímenes” se ocupa de
los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, con una delicadeza y crudeza, a la
vez, pocas veces vista. Da pequeños detalles de los restos de las mujeres
asesinadas, la tela de sus faldas, el color de sus calcetines, etc.,
humanizándolas, y nos introduce, por otro lado, en el mundo del horror, de lo
que no se puede decir, del encuentro-desencuentro entre lo femenino, la
sexualidad y la muerte. Entre lo que ocurre y la capacidad de nombrarlo. Bolaño
sabe decir el horror sin decirlo, utilizando palabras que le permiten bordearlo,
dibujarlo, indicarlo.
En
este relato pone en juego un recurso similar. Aparentemente, hay goce sádico en
lugar de amor, sin embargo, ella, la que no tiene nombre, habla de amor. En
relación al nombre, él tiene nombre ficticio, Max, que le ha puesto ella, pero
ella no tiene nombre, se refiere a “las
mujeres, las putas, las princesas”. Él puede ser identificado por su
nombre, por su goce decidido. Ellas, no, ellas no tienen un rasgo que las
distinga más allá de este deseo de encontrar el amor que no se encuentra.
¿El
amor sería posible si él pudiera escuchar sus palabras, “si hubiera podido discernir en sus gemidos aquellas palabras, las
últimas que acaso lo hubieran salvado”, donde ella, con sus frases
ininteligibles, demandaba amor? Mantis religiosa
Graciela
Sobral