miércoles, 25 de mayo de 2011

La mujer de otro: apertura de la 26ª reunión de LITER-a-TULIA (Linda boquita y verdes mis ojos) Salinger

Es curioso, debo confesarles que en este final de curso hay algo que insiste. Elaborando este comentario para ustedes, tomé conciencia, debo decirlo así, ya que hasta ese momento no había reparado en ello, las motivaciones inconscientes gobernaron la situación, de que hay algo que se repite en la temática de los dos relatos elegidos para cerrar este curso que decidimos dedicar al cuento. ¿Cómo podría formularlo?

Tanto en el relato que elegimos para la reunión de hoy, como en el de Borges que vamos a plantearles para nuestra última cita del mes que viene, trataremos de la zozobra del varón. ¿Y qué es lo que en el varón tiene el privilegio como agente desencadenante de dicha zozobra? Todos ustedes lo saben, ya lo hemos indicado en reuniones anteriores; la principal zozobra del varón es la mujer.

Sin lugar a dudas, la mujer goza de ese privilegio, pero no piensen que al decir privilegio se trata de algo a lo que la mujer debe llegar o tiene que alcanzar, piénsenlo más bien como un lugar, o como una posición, que en ningún caso es la posición de todas las mujeres. Se trata de un lugar que responde a una lógica que pone a prueba la capacidad del varón para transitar por unos dominios que no le son habituales, de los que su propia lógica viril lo resguarda, y a los que no quiere verse enfrentado sabedor de los tropiezos que le provoca, aunque debamos hacer la salvedad que contradice al dicho popular y afirmar que no: ¡todos los hombres no son iguales!

Que todos los hombres no son iguales es algo que también sabe Salinger. Él, que llegó a convertirse casi en un anacoreta, vaya usted a saber si en parte como consecuencia de todo esto, de andar huyendo de la mujer dejando por el camino varios matrimonios rotos, no obstante, su pluma dibuja dos hombres aparentemente bien distintos en este relato que tiene la originalidad de constituirse esencialmente en el contenido de una llamada telefónica. Verdaderamente como hombre de los detalles, este cuento es finalmente mucho más que una llamada de teléfono, porque hay otra escena previa a la invasión que esta llamada produce: una pareja en la cama, una pareja formada por un hombre y una mujer. Así que no todos salen corriendo, afortunadamente hay algunos hombres, quizá un poco locos o probablemente inconscientes, que se meten en la cama con ellas.

Se dan cuenta que trato de huir de las generalizaciones, en parte es el espíritu de este espacio; una reunión tras otra observamos cómo lo múltiple emerge en forma de comentarios, lo múltiple presente incluso en los comentarios con los que encabezamos la reunión: Miguel y yo jamás hemos preparado el inicio de ninguna de estas reuniones de manera conjunta, y sin embargo siempre hablamos de cosas distintas, incluso en algunas ocasiones nuestras interpretaciones han sido casi opuestas, pero esta es la filosofía de esta tertulia, lejos del ansia por cerrar acuerdos, buscamos dar lugar al “cada uno”, ofrecerles la palabra a ustedes para que todos podamos apreciar el efecto que la diversidad de pensamientos ejerce sobre el relato, y esto es muy enriquecedor, porque no hay una sola manera de leer a Salinger, a Chéjov o a Melville, no existe una única manera de leer la ficción literaria, hay la de cada uno, desde la ficción propia, que es la que dispone la interpretación que después haremos del texto correspondiente.

Huir de las generalizaciones es también una manera de descompletar la posibilidad de la interpretación Una, la única interpretación, para proponer la interpretación por aproximación, un estilo de interpretación que por sí misma no satura todas las resonancias que un texto puede ofrecernos. Por lo tanto, dar lugar a la “otra” interpretación nos aleja de la generalización y produce cierto efecto de ambigüedad más afín a nuestra naturaleza de sujetos, lo cual no impide que, según los casos, siempre y en toda ocasión este desafío de lo Uno resulte sencillo de soportar, pero esto es lo que constituye una tertulia. Una tertulia dominada por la presencia de las mujeres, con las que algunos pocos, seguramente un poco inconscientes, estamos dispuestos a conversar.

Pero si hablamos de ambigüedad, Salinger es el escritor adecuado, y este relato en concreto abunda en lo ambiguo, es adonde apunta, juega con ello, y es ahí donde el autor parece divertirse, porque efectivamente este tipo de cuento es el que pone a prueba la ficción de cada uno, no tenemos más remedio que ponerla en juego porque la historia que nos cuentan tiene ese objetivo, sacar a relucir algo propio, nuestros propios recursos para interpretar el texto. Digo esto porque este relato promueve la ambigüedad, lo tomo por una cuestión que seguramente se le ha planteado a muchos de ustedes, algunos habrán podido contestarla, otros quizá no lo tengan tan claro. ¿La mujer que está en la cama con el hombre de pelo cano es la mujer del Otro? No voy a contestarles directamente con monosílabos, permítanme seguir el carácter del relato y otorgarme cierta dosis de ambigüedad.

En primer lugar, y más acá de esta respuesta, no todo el relato se consume en interrogarnos acerca de esto; Salinger también quiere darnos algo más a ver a través de ese formato tan peculiar de la llamada telefónica, peculiar no porque no hayamos leído conversaciones telefónicas en la ficción literaria, es bastante habitual, sino porque esta conversación ocupa el relato de cabo a rabo, casi no hay lugar para nada más que la conversación de estos dos hombres que parecen ser socios además de mantener algún tipo de relación de amistad. Este escenario nos permite observar las diferencias entre uno y otro, y para el caso, es Arthur, el hombre que efectúa la llamada, el que se retrata más decididamente, quizá involuntariamente, quizá como consecuencia de la angustia, o porque su carácter lo dicta de esta manera; en cualquier caso, el lector consigue una imagen bien visible a través del trance que este hombre está atravesando, da sus características como personaje.

Para ello, contamos con multitud de detalles. Ya sabíamos por la lectura de “El Guardián entre el Centeno” que Salinger es un enamorado de las pequeñas cosas, de esas que parecen no tener importancia, que son dichas como al pasar pero que encierran en su singularidad la esencia de un pensamiento. En aquella obra, los que han tenido la oportunidad de leerla recordarán que deliberadamente el autor esconde o sitúa en un segundo plano la muerte del hermano del protagonista, que es un hecho crucial para pensar el trance de nuestro joven Holden Caulfield. Lo esconde y lo muestra, está ahí por si queremos tomarlo, y con nuestro relato de hoy se trata del mismo ejercicio.

Podríamos decir que esos detalles son bien visibles si de lo que se trata es de analizar la relación que Arthur establece con la mujer, o al menos con esa mujer, su mujer Joanie, y ello es cierto: Salinger sabe que en la elección de la pareja por parte de un hombre y en las características de la relación que se mantiene con ella, dicho hombre deja a la vista, con Arthur de manera clara, los significantes que comandan su discurso y que nos llevan a la pregunta de qué es lo que une a Arthur con Joanie, pero sobre todo, lo que queda bien visible es la manera en que la lógica que comanda el pensamiento del macho, su lógica viril, fracasa a la hora de abordar lo ilimitado intrínseco a lo femenino.

Quiero decirles que todas fracasan, porque aunque no todos los hombres son iguales, la lógica que gobierna al macho tiene esa deriva característica que preside lo Uno y que no comulga de lo otro, que no encaja bien la diferencia que propone lo femenino, y eso lo vemos de forma clara en el texto de hoy, porque Salinger nos pinta la zozobra de un macho que trata de gestionar esta diferencia a través de la posesión, la mujer como posesión del hombre, y la contrapartida que ello tiene, la amenaza de perderla aparece en cada esquina. Joanie es un objeto entre los bienes que Arthur atesora, objeto que podrá perder en brazos de cualquier ascensorista, prácticamente en brazos de cualquiera, todos tienen algún atractivo según deduce de lo que ella piensa. Leo la posesión hasta en el título: …verdes mis ojos, que son en realidad los de ella.

Pero para dibujar la posición de Arthur no es suficiente con plantear todo esto; el hombre que yace con la mujer en la cama decide darle un giro al diálogo e introduce un corte seco en la conversación que mantienen ambos; empieza a preguntarle por el trabajo. Aunque es un corte que tiene sus consecuencias, también es cierto que se plantea como oportunidad para mostrarnos cómo es Arthur en otro ámbito, para dibujarnos la posición de este sujeto; cómo se comporta alguien que padece una crisis de angustia porque su mujer se retrasa a la hora de regresar a casa. Arthur es alguien que no se pregunta nada, todas sus preguntas van dirigidas al otro. Aquí reviste especial interés la interpretación que deja caer el texto, está en boca del hombre de pelo entrecano pero en realidad es Salinger el que nos dice “ …animales somos todos”, y que Arthur de manera tan vehemente niega; él será un engañado, un estúpido, viene a decirnos que está dispuesto a seguir a su fantasma hasta donde este lo quiera llevar, pero no un animal. En todo caso un débil, y esta versión ya ven ustedes que no está tan mal, porque le permite dar un giro a su propio discurso y empezar a enumerar los motivos que lo unen a Joanie, los recuerdos del enamoramiento, toda una serie de cosas que llevan implícito lo que engancha a este hombre con esta mujer, un cierto reconocimiento de que algo le une a ella, y esto no desaparecerá marchándose al ejército ni cortándose aquella parte del propio cuerpo.

Es una verdad que conviene saber ésta, la de que las parejas se anudan por determinaciones inconscientes, no se trata de decisiones voluntarias ni conscientes, y el significante “débil” puede tomarse desde ahí, es cierto que todos somos débiles en ese sentido, en el de que algo se escapa a nuestros planes y se dispone por su cuenta, aunque en realidad sea por nuestra propia cuenta, conviene pensarlo así porque el otro camino puede desembocar en ese qué hago yo con éste o con ésta, o qué hago trabajando de tal cosa o tal otra, buscando finalmente en el lugar equivocado todas nuestras respuestas. El hombre que está en la cama no puede creer el cambio que transmite su interlocutor en la segunda llamada, no creo que desdecirse sea el verbo adecuado para describirlo, y se lleva la mano a la cabeza dándose cuenta de que todos sus comentarios no han valido de nada, han pasado parte de la noche hablando en vano, en realidad toda angustia desaparece cuando ella vuelve.

Hablando de respuestas, he llegado hasta aquí sin responder la pregunta que nos plantea el cuento acerca de si esta historia es la de un adulterio o no. No está claro, desde luego, ya vemos que es mucho más que eso, pero invito a inclinarse, a tomar partido. Por mi parte, no me queda más remedio que seguir siendo un poco ambiguo: el relato no me sugirió eso, podría darles detalles pero principalmente fue una sensación, mi propia ficción no encontró la temática de una adúltera engañando a su marido, más bien como les conté, la de la zozobra de un hombre con las características de un chiquillo que recurre a otra figura masculina que sí parece contar con el bagaje suficiente para manejarse en el mundo de los adultos.

Pero si les digo que la mujer que está en la cama no es la mujer de Otro también les estoy mintiendo, porque para el hombre, la condición amorosa es que la mujer en cuestión sea la mujer de otro hombre, es su condición para ser reconocida. Quizá cuando Dios le dio a Adán a la mujer sentó sin quererlo este precedente. Lo de la costilla es otro cantar, pero eso ya otro día se lo cuento.

Alberto Estévez

martes, 24 de mayo de 2011

El enunciado y la enunciación en Linda Boquita y verdes mis ojos, de Salinger. Por Miguel Ángel Alonso


Quiero felicitar, en primer lugar, a Alberto Estévez por el magnífico y lúcido artículo que escribió sobre el relato de Salinger, una interpretación verdaderamente sugerente y enriquecedora a la que añado, como complemento, esta otra, más centrada en la disputa por un poder que se esconde detrás de los enunciados de los protagonistas.

Al finalizar la lectura de Linda boquita y verdes mis ojos, de inmediato, otro cuento vino a mi mente, La carta robada, de E. A. Poe. También en el cuento de Salinger encontramos, en los protagonistas, cambios de registros afectivos y de lugares causados por la intervención de un lenguaje del que, al menos uno de los protagonistas, Lee, aun creyéndose dueño del mismo, no parece poder dominarlo. De tal manera, vemos que se ponen en juego dos niveles del mismo, el del enunciado y el de la enunciación. Además, nos encontramos con otra particularidad, el abrochamiento retroactivo de la significación del relato, que no podemos sustanciar más que desde la escena final y, todavía, sin una seguridad total.

Bien podríamos quedarnos en el nivel del enunciado. Este plano del lenguaje nos informaría de una situación bastante común, un hombre, el del pelo cano, acostado con una mujer; otro hombre, Arthur, que lo llama para contarle las desventuras con su propia mujer, a la que supone de juerga, pero que finalmente aparece y el suspense se diluye, etc., etc. Ni siquiera tendríamos por qué pensar en cuestiones como el adulterio, el engaño, la falta de moralidad, pues nada nos informa de ello directamente, salvo algunas frases concretas de Arthur en relación a su mujer, pero que podríamos atribuir, perfectamente, a una persona atormentada por los celos. Sería otro cuento.

Pero un lector atento, rápidamente queda advertido de que Salinger es un auténtico maestro de los detalles en el uso y en la escucha que hace del habla cotidiana. Y nos damos cuenta de que tras el enunciado, tras las palabras de los protagonistas –sobre todo de las del hombre de pelo cano— habla un sujeto, un deseo: es el plano de la enunciación. Estaríamos, con esta hipótesis, ante un relato más propio para la escucha que para el encuentro con significados codificados en el enunciado. Los deseos están aquí y allí, o bien circulando de un lado a otro, o bien paralizados en virtud del poder que uno u otro protagonista ostenta en función de su posición en el discurso.

Hablo de poder porque, al igual que ocurría en La carta robada de Poe, aquí también parece haber un enfrentamiento entre dos protagonistas, Lee y Arthur, por la conquista de un lugar. El primero trata de sostenerse en una posición cínica, desvergonzada y mentirosa; y Arthur, por su parte, trata de desnudar al otro para situarlo frente a su cinismo. De esa manera, la enunciación que circula por debajo del discurso de Lee viene a romper el discurso lineal del enunciado y a resignificarlo. Es así como, donde creíamos que el hombre de pelo cano estaba resguardado de los avatares de la vida, es asaltado por el lenguaje para desubicarlo y arrebatarle el poder que creía poseer sobre el otro, Arthur.

La enunciación delata a Lee. Todo lo que leemos en la primera parte de la llamada telefónica es un discurso que nos está remitiendo, continuamente, a otro plano, en los sobreentendidos, en los sobresaltos, en los baches, en los cortes, en los puntos suspensivos, en las detenciones del discurso lineal. Nada nos autoriza a sacar conclusiones precipitadas de estos elementos en el momento en que nos asaltan, pero hay que admitir que tienen sonidos extraños. Por ejemplo, que sepamos, en la época de Salinger no existía el mecanismo que nos informa sobre el número que hace la llamada. Pero está presente continuamente un saber anticipado. Es lícito preguntarse, ¿por qué tanto ritual ante una llamada? Palabras tales como “por alguna razón preferiría que no contestara...” “¿A ti qué te parece?” no pueden ser inocentes, sino que están ahí para, al menos, atraer nuestra atención. Y claro, además de su sonido, hay que pensar que estamos ante las primeras frases del relato, lo cual no puede sernos indiferente.

Salinger juega también, en momentos puntuales, con los gestos, las miradas a la chica, las miradas de la chica al hombre de pelo cano. También el gesto de situar la mano en la cabeza cuando siente la amenaza de que Arthur venga a su casa, y la defensa, ya con palabras, que Lee lleva a cabo:

“-Lo que tú quieres es estar justo ahí cuando ella llegue a casa.
-Sí. No sé. Te lo digo de verdad, no sé.
-Bueno, pero yo sí. Sinceramente, yo sí”

Claramente sabe lo que le conviene. A lo que la mujer asiente elogiándolo:

“Estuviste maravilloso. Realmente maravilloso –dijo la chica observándolo—. ¡Dios mío! Me siento fatal.”

¿Por qué habría de estar maravilloso? ¿Ante qué? ¿Por qué habría de sentirse fatal? Sólo pueden ocurrir dos cosas. Una, que ella no sea la mujer en cuestión, y ambos sepan que la mujer de Arthur esté con otro –no tendría tanta potencia el cuento— o bien que los dos estén implicados en la trama.

Todo se resignifica en el absurdo final. Si la mujer llega efectivamente a casa, el cuento, como sostengo, parece perder fuerza y sustancia. La potencia se la da pensar que la mujer no llega a casa y Arthur lo sabe todo, bien porque lo dedujo de la conversación con el hombre de pelo cano, o bien porque lo sabía ya cuando realizó la primera llamada.

“-Joanie acaba de llegar.
- ¿Qué?... Y con la mano izquierda se protegió los ojos, aunque la luz estaba a sus espaldas”
- De todas formas, le voy a hablar de todo esto esta noche. O tal vez mañana...”

Pienso que mañana será más adecuado. Por la noche la oreja que pudiera escuchar está en otro lado. Pensemos que Arthur no sabía nada pero sospechaba y quería asegurarse. Es como si los ojos de Arthur viesen bien, y su oreja, ella sí, hubiese estado verdaderamente atenta a la escucha, mientras el hombre del pelo cano no se enteraba de nada, ni supiese de lo que verdaderamente estaba hablando. En lo que hablaba, en realidad, le estaba revelando que la mujer con la que se acostaba era la suya. Podemos pensar que la escucha de Arthur apuntaba al ser de Lee, es decir, a ese lugar donde creía sostener el poder sobre él.

¿Qué sentido puede tener, si no, la perplejidad, la detención de la palabra de Lee, el acto de llevarse las manos a los ojos para no ver? El poder cambió de lugar. Lee quedó desnudo ante su cinismo, algo verdaderamente insoportable. Difícilmente el ser humano soporta semejante desnudez. Arthur lo hizo hablar para arrebatarle el poder.

Y otra hipótesis es que, quizá, todo lo sabía Arthur de antemano. También aquí habría dos hipótesis. En la primera, el cinismo circula por todos. Arthur, no siente gran cosa por su mujer y sólo le interesa hacerle saber a los otros que está al tanto de lo que ocurre. O bien puede ocurrir que lo que dice en el final sea sincero y está tremendamente enamorado de su mujer. En ese caso no podríamos pensar más que en un gran gesto de humildad. Es otra de las posibilidades.

Por lo tanto, en el final, la jugada maestra que realiza Arthur informando sobre la llegada de su esposa, viene a resignificar todo el cuento permitiendo establecer diferentes y variadas hipótesis. Ninguna puede quedar definitivamente cerrada. Las posiciones de cada uno se trastocan según la hipótesis que mantengamos y el poder cambia siempre de lugar en favor de Arthur. El sometido, el débil, toma una posición de saber y de poder, mientras que el que ostentaba todo el poder queda devaluado por su desnudez.


Miguel Ángel Alonso