miércoles, 16 de enero de 2013

Reunión Febrero LITER-a-TULIA

En nuestra próxima reunión comentaremos la novela recientemente publicada 
"El río del Edén"

LITER-a-TULIA tiene el honor y el placer de anunciar que contaremos 
con la presencia de Don José María Merino
autor de la obra, que conversará con nosotros sobre su novela, 
respondiendo a las inquietudes que su lectura nos haya despertado.


La cita será el segundo viernes del mes próximo, 
día 8 de Febrero a las 18 horas
en Este o Este
Manuela Malasaña 9

-Metro Bilbao-


LITER-a-TULIA

martes, 15 de enero de 2013

La condena de Kafka. Comentario de introducción a la tertulia realizado por nuestro invitado Miguel Roig*

Estoy desbordado. Pensaba que ésta iba a ser una reunión pequeña, como suelen ser las tertulias literarias, de media docena de personas, y veo que tengo que hacer un giro de 180 grados para verlos a todos. Gracias por invitarme a participar, a integrar parte de este núcleo y, sobre todo, para una ocasión como Kafka, lo cual me parece muy especial. Pertenezco a una organización que se llama Hotel Kafka, de gestión cultural, y trabajo en Diario Kafka, la sección cultural de eldiario.es, con lo cual mi vida tiene algo de kafkiana. 

Me van a permitir una digresión. Cuando estuve leyendo el cuento, me vino a la cabeza otro cuento del escritor Julio Cortázar, La salud de los enfermos. Me imagino que muchos de ustedes lo tendrán en mente, si no es así, yo les recuerdo en cuatro frases el argumento. Gira en torno a un núcleo familiar en el cual el eje es una mujer, la madre, con ella aparecen sus hermanos y los hijos. En un momento determinado, muere su hijo Alejando en un accidente, hijo que vivía en el extranjero. El grupo familiar, temiendo por la salud de su madre, decide ocultárselo. Comienzan a escribirle cartas, cartas falsas, escritas por los integrantes de la familia cartas reenviadas por un amigo que vive en Brasil. Son cartas donde el hijo, supuestamente Alejandro, le va contando a su madre lo que va siendo de su vida. Este engaño va convirtiéndose cada vez en una bola más grande, y se le pregunta al hijo por qué razones no vuelve a casa a reunirse con el grupo. Esto lleva a que se inventen falsos desencuentros y tensiones diplomáticas entre Argentina y Brasil, razones por las que no puede viajar y volver. A todo esto, muere una tía, una hermana de la madre, a la que también siguen manteniendo viva a través de evasivas. Hasta que llega el punto final de esta mujer, la madre, ya en el umbral de la muerte, donde, aparentemente, agradece a la familia todo el trabajo, el aporte, el esfuerzo, dando a entender que, de algún modo, es consciente de todo el montaje, y fallece. A los pocos días llega la última carta. Uno de los hermanos de Alejandro la abre y dice, alguien tendría que escribir una carta a Alejandro, contándole que mamá está bien. 


¿Por qué me acordé de esto? Porque estuve pensando largo rato y no le encontraba el hilo a este cruce inconsciente. Llegué a la conclusión de que recurrimos a lo kafkiano como una imagen que utilizamos cotidianamente para explicarnos lo que no tiene sentido. Kafka es el relator del sinsentido. Barthes decía que Kafka escribe por alusión, su técnica es alusiva porque no puede enunciar, porque el sentido del mundo no tiene posibilidad de ser enunciado. Se hace sólo por alusión. Entonces, Kafka escribe sobre el sinsentido. 

El cuento de Cortázar es un cuento de la sinrazón y el absurdo también. Pero Kafka ordena el absurdo de manera perfecta. Si tenemos que buscar al lector del cuento de Kafka, lo vamos encontrar en esa mamá, la señora mamá que va recibiendo cartas, alrededor de la cual se va construyendo todo un sinsentido, y que tiene que leer todo eso. Al final del cuento, aparentemente, se da cuenta de lo que ha pasado, ha sabido leerlo. Nosotros, como lectores, somos esa mamá. Y Kafka escribe desde el lugar de esa mujer, contándonos la vida como la cuenta en el cuento La condena

George se levanta una mañana tranquilamente mirando por la ventana. Probablemente está contemplando Praga y el río Moldava, y lo que ve enfrente será Malá, el barrio alto, porque lo describe con las casa bonitas. Él vivía del otro lado, en la Ciudad Vieja. Acaba de terminar una carta, es un día perfecto, y empieza todo lo extraño. La culpa de sentirse bien, de mirar el río, la culpa en relación a su amigo, al que le va mal, que no tiene éxito, y la culpa con esa chica que le llega a decir que no se tenía que haber comprometido con ella si no era capaz de traer al amigo, y la culpa sigue con el papá, pasa de la claridad, de la luz de la ventana, a la zona oscura, ominosa donde está el padre, y donde aparece, de alguna manera, la madre ausente. Bendemann dice una frase fantástica:  
Mi padre sigue siendo un gigante 
Y lo dice Kafka. Él puede levantarlo con sus brazos y trasladarlo, pero no es consciente de eso, siente culpa hacia ese padre. 
No me quiero poner psicoanalista porque estoy en territorio Comanche, así que perdonadme las incursiones en vuestro territorio, enseguida vuelvo a mi trinchera. Me resulta muy curioso cuando coge el reloj y juega con el tiempo. Está jugando con el pasaje, que también tiene que ver con el sinsentido, con el tránsito, con el nacer para morir, con el absurdo total que es imposible relatar y construir. El cuento avanza hasta que la culpa se resuelve prácticamente en un suicidio, que es la orden paternal, que el personaje realiza en un ejercicio de redención. Esta sería toda la vuelta.  
Pero lo que hay en todo el cuento, como lo hay en casi toda la narrativa de Kafka, es una inmovilidad absoluta. Aquí traigo a cuenta la observación de Bloom, que es muy pertinente. Dice que no hay culpa religiosa en Kafka, lo que hay es una culpa dubitativa, que viene de Shakesperare, de Hamlet, de la postergación permanente de la acción a través de la duda. Es decir, lo que hay en Kafka es inmovilidad. Ésta es frente al fenómeno de la vida, frente a este absurdo que no hay manera de explicar.  
Kafka dice, refiriéndose a este cuento, que lo escribe en siete horas, entre las 23 h. de la noche y las 6 h. de la mañana, y que no lo entiende, que es extraño, pero que le resulta totalmente pertinente, que cree que ahí hay cosas. Lo que está mirando Kafka es la vida, esa vida extraña en la que, sin embargo, encontramos cosas. Y dice que escribe este cuento en un domingo desgraciadísimo. Usa esta figura. Y cuando uno busca en el Diario por qué es un domingo desgraciado, cuenta que es porque vino el cuñado a la casa. Utiliza esta imagen. Es lo que lo llevó a escribir este cuento. 
No recuerdo quien era, pero comparto absolutamente la visión que dijo que el problema con Kafka, frente a otros autores, por ejemplo Cortázar, es que te obliga a releer. No se entiende cuando se le lee. Hay que volver a leer. Estás todo el día mirando tu vida y hay que volver a mirarla porque no se entiende. Ese espanto es el que escribe Kafka, es el que está en La condena. Hay que volver a bañarse nuevamente en el río, como hacía Heráclito. Éste decía que no era el mismo, pero yo no estoy tan seguro. Como decía Silvio Rodríguez, no es lo mismo pero es igual. 

Pregunta realizada por Iona Zlotescu a Miguel Roig: Kafka dice en una carta a Max Brod que para él el relato más conseguido sería La condena. Quiero hacerte la siguiente pregunta: ¿Cómo se puede entender esta afirmación de Kafka? En una carta a otro amigo, Wolff, pide que se haga un volumen con La condena, La metamorfosis y El fogonero bajo el título Los hijos (Die Söhne). Me gustaría que Miguel Roig nos hiciese una aclaración sobre estas cuestiones.  
Miguel Roig: Yo, en realidad, soy kafkiano por mi vida, no por lectura. No sé si es el relato más logrado de Kafka. Lo que podríamos es jugar a imaginarnos por qué, que es la única herramienta que tenemos. A mí me parece que el relato empieza como el relato ideal que nos hacemos todos, una especie de relato aristotélico de nuestra propia vida, con un plantel iniciático, con un umbral, con un desarrollo agradable, y con un desenlace lo más leve posible. Y se convierte en pesadilla antes de llegar al desarrollo. Es lo que pasa con los relatos de Kafka. En La metamorfosis, Gregorio se acuesta y al despertar ya es cucaracha. Pero en La condena está ese planteo idílico del comienzo para luego irrumpir el sinsentido. Tenemos muchos elementos, uno que me llama la atención es un tema de Kafka, cuando le llama comediante al padre. En América tenemos ese gran teatro de Oklahoma, que recluta actores que, lo único que tienen que hacer es de sí mismos. Para Kafka, un comediante es eso. Yo creo que al personaje le dice comediante, y le está diciendo papá. Uno de los atributos que tiene este cuento, es que, de alguna manera, es una especie de Aleph de Kafka. Creo que desde la condena se puede ver todo Kafka, pero no sé si es el mejor. Se puede ver todo el universo Kafkiano con todos sus matices. Y con respecto a ese tríptico, me parece que sí, que no es un mal tríptico del siglo XX, que tiene una vigencia radical en el instante en que digo esto.  
Miguel Roig
* Miguel Roig (Rosario, Argentina), invitado por Liter-a-tulia a la conversación sobre el relato de Kafka, La condena, es director creativo del espacio cultural Hotel Kafka, del cual es socio fundador y editor de Diario Kafka, la sección cultural de eldiario.es. Es autor de los ensayos Belén Esteban y la fábrica de porcelana, Las dudas de Hamlet y La mujer de Edipo.



Una lógica del absurdo; sobre el relato de Franz Kafka "La Condena", comentario de Alberto Estévez

La primera vez que me topé con este cuento y finalicé su lectura tuve una sensación que quizá pueda compartir con algunos de ustedes; a veces experimento la impresión de no poder dar cuenta de lo que he leído sin un pequeño lapso de tiempo para digerirlo, o pienso que no he comprendido con exactitud lo que el cuento pretende transmitir, pero nada de esto es óbice para ser consciente de que acabo de leer algo extraordinario. 



El psicoanálisis muestra la diferencia entre lo manifiesto y lo inconsciente, y es una diferenciación útil porque permite pensar este tipo de sensaciones; a la satisfacción consciente que la lectura del relato dejó hay que sumarle las resonancias amortiguadas por la barrera que interpone esa misma conciencia que no permite que se experimenten como sensaciones plenamente conscientes. 

Kafka, y en concreto este cuento, son proclives a que ocurra esto, porque si de lo que hablamos es de nuestra conciencia moral, también en ella podemos diferenciar dos registros; sus manifestaciones son totalmente accesibles para nosotros, muchas de las veces, y podemos recitarlas al dictado que dicha voz de la conciencia ejerce, pero sus raíces se hunden muy profundamente en nuestro inconsciente y no resulta sencillo, ni siquiera en un psicoanálisis, adentrarse por el intrincado camino por el que dichas raíces nos conducen. 

La facilidad con la que los cuentos se adaptan a nuestro formato de tertulia se debe a que representan una unidad de lectura, unidad que no comparte de la misma manera la novela, pero se da la coincidencia que en este cuento además se suma un recorte temporal muy conciso, un tiempo muy corto: ¿pensaron el tiempo que transcurre en la narración? Sorprendemos al protagonista acodado en su escritorio, acaba de terminar una carta y reflexiona abstraído con la mirada perdida por la ventana, se dirige a la habitación de su padre, intercambian unas cuantas frases e inmediatamente el padre sentencia provocando el desenlace. ¿Cuánto tiempo es eso, 30 minutos, menos? Es algo del instante lo que está en juego. ¿Pero un instante, no siendo una contingencia, algo del orden de un accidente, puede producir por sí mismo unas consecuencias tan devastadoras? Me parece que esto es lo que consigue dejarnos perplejos en el relato, nos falta tiempo para comprender lo que ocurre y nos precipitan hacia la conclusión en un salto al vacío acompañando a Georg, nuestro protagonista. 

Hablar de unidad de lectura y de salto al vacío respecto de un mismo relato parece contradictorio, lo es en alguna medida, pero detengámonos oportunamente en ello. 

Imaginen que vamos a hacer un ejercicio, se trata de emular el supuesto absurdo de la literatura kafkiana tratando de escribir algo con una línea argumental que inesperadamente sufre una ruptura absoluta e inexplicable. Salvo excepciones que nos acompañan hoy, lo que conseguiremos en la mayor parte de los casos será un verdadero absurdo, un relato que pierde su hilo y provoca el rechazo en el lector, cuando no una lectura inacabada. 

El cuento “La Condena” no pierde su hilo nunca, lo pretendidamente absurdo en la literatura kafkiana en realidad es un falso absurdo, es algo perfectamente lógico, argumentado en los entresijos de la condición humana, pese a que el efecto sea una sacudida y algo irrumpa, algo se imponga aparentemente sin motivo, o como en nuestro relato, un instante de una fuerza inusitada, instante en el que vemos aparecer palabras, algunas muy duras, pero no se trata de lo dicho sino más bien de lo que dichas palabras convocan e inevitablemente hacen presente, algo que en realidad ya estaba. Pensado así nos vemos llevados a transitar la senda que conduce del absurdo kafkiano a la lógica kafkiana, no es útil desarrollarlo aquí, sí considerarlo, porque permite atravesar algunos velos que encubren lo fecundo del cuento. 

Pero considerarlo hace al Kafka pensador, al Kafka filósofo, o al sujeto Kafka y su posición ante la vida y su manera de entenderla. Eso, por sí solo, que es muchísimo, sin embargo no hace un escritor, porque para ser escritor, además de tener una particular relación con la escritura, hay que contar con ciertas habilidades que le son propias al acto que supone escribir, no me refiero ahora solo a la excelencia de una prosa. Si recuerdan nuestra primera reunión del curso, se acordarán de la esmeradísima estructura del relato de Claudel, El Informe de Brodeck, un verdadero trabajo de artesanía, pero es solo un ejemplo de las habilidades del escritor, que en ningún caso son las mismas como no puede serlo el deseo que las inspira, pero que permiten, otro ejemplo, pintar un cuadro de nuestro mundo actual a través de la obra de un artista y sus mapas, o configurar los límites de la locura de un personaje a través del viaje por las piscinas de las residencias de sus vecinos. 

¿Dónde encontramos al escritor Kafka, más allá del pensador? Para que la historia de este relato no resulte un ofuscamiento hay que ser no solo muy sutil, además muy habilidoso, y al igual que comprobamos en otras ocasiones, recuerdo ahora la reunión dedicada a Salinger, o a Nabokov, también el “Desvelo” de Gustavo Dessal, hay que abstenerse de comprender y tratar de leer muy pegado al texto, porque éste va entregando las claves aunque estén dichas como al pasar, solapadas, o encubiertas dije antes; a veces son pequeños apuntes, exquisitos, para los que no hace falta ir muy lejos en este relato, al contrario, les leo un fragmento de la primera frase con la que comienza el texto: “… una de esas casas bajas y mal construidas que se elevaban a lo largo del río…”. Esto es el oficio en un escritor, lo vimos también en la vetusta casa de la Emily de Faulkner, no podemos permitirnos despreciar un dato como la casa en la que el personaje vive, una casa mal construida. 

El oficio de escritor es algo que Kafka maneja en toda su amplitud proveyendo su escritura de innumerables recursos. Otro ejemplo, la narración en tercera persona; a saber, el narrador llamado omnisciente resulta una voz narrativa que favorece la objetividad, pero Kafka la traiciona, la traiciona deliberadamente para provocar en el lector la conmoción que supone ese final del relato, que de otra manera podría convertirse en la crónica de una muerte anunciada, y eso no es lo que pretende aquí. ¿De qué manera entonces traiciona la objetividad? Permitiendo que la narración se contagie de la propia historia, como si la voz del narrador hubiera vivido la historia desde dentro y fuera parte del mundo relatado, como si pasara de narrar en tercera persona a hacerlo en primera persona con la carga subjetiva que conlleva, aunque formalmente no lo haga y todo el cuento esté contado con esa voz narrativa exterior. Teniendo en cuenta este dato abordamos un suceso central del cuento en otras condiciones, me refiero a la muerte de la madre. 

Pienso que es un suceso central porque marca un antes y un después en nuestro protagonista. Ahí no hay truco, los hechos testimonian de una mayor dedicación de Georg al negocio familiar, en ese sentido ha dado un paso al frente mientras que su padre parece haberlo dado atrás permitiendo al hijo dirigir la empresa, y con gran éxito por cierto. Este hecho, que ya de por sí es un efecto considerable en la vida de cualquiera, se acompaña de un segundo y no menos importante resultado: su compromiso con la señorita Frieda Brandenfeld. Tampoco hay truco aquí, o se tiene un compromiso o no se tiene, sin embargo sí debemos mostrarnos más cautos a la hora de las consideraciones, es ahí donde el narrador en tercera persona amaga su fusión con la persona de Georg y ve el mundo por sus ojos, ahí es donde sí hay truco y es fácil que resultemos engañados cuando nos pretenden convencer que todos estos cambios en la realidad de Georg se acompañan de un padre que se habría vuelto menos tiránico. 

¿La carta que acaba de escribir Georg para su amigo es realmente a él a quién se la escribe? No pongo en duda, como sagazmente hace el padre, la existencia de la persona de su amigo emigrante, limito mi planteamiento a quién es el verdadero destinatario de esta carta, ¿es el amigo o es el padre? Que vaya a consultarle a éste la oportunidad de su envío ya es harto significativo, pero además el cuento marca claramente el primer punto de inquietud de Georg antes, al finalizar la misiva, inquietud que comprobaremos no tiene tanto que ver con el amigo, una intervención de su prometida liquida la cuestión, más bien se trata del padre. Dice el texto: “¿Qué se podría escribir a una persona así, que evidentemente había errado el camino, y a quién se podía compadecer, pero no ayudar? Este comentario puede recibirlo indistintamente su amigo o su padre, y el texto es generoso en este tipo de tribulaciones en Georg, “no querer importunarlo” o “mantener nuestra relación como siempre” son solo algunos ejemplos. 

La muerte de la madre de Georg desvela la errancia en la que se encuentra sumido ese padre, que se aferra desesperadamente a la cadena del reloj de su hijo, pero que no significa en ningún caso que sea menos tiránico, probablemente dicha tiranía se haya multiplicado. Está ese detalle elocuente en que el autor hace decir al padre “Desde la muerte de nuestra querida madre…” a lo que Georg hubiera podido contestar: ¿pero cómo que nuestra? ¿Es que acaso somos hermanos? ¿Qué versión de la ley es esa que el padre encarna? 

Para amar a una dama, un hombre debe hacer cesar en buena medida su amor al padre, cuando la fe en el padre es absoluta no hay lugar para ninguna mujer. Como para que luego se nos acuse a los hombres de falta de sacrificios por amor. 

En el cuento “La Condena” se trata de aquellas palabras que nos guían y de las que no comprendemos nada, de cuál es el peso de estas palabras en nuestra vida. No dejemos que el relato confunda la palabra sentencia con la palabra condena; la declaración que la primera resuelve no es exactamente lo mismo que la obligación que la segunda supone, obligación pretérita para Georg, que, víctima de una ley perversa, paradójicamente estaba condenado mucho antes de que el juez pronunciara su veredicto. 


Alberto Estévez

Comentario a La condena de Franz Kafka. Por Gustavo Dessal

El mundo de Kafka es un mundo descompuesto, regido por leyes inapreciables para la mirada corriente. Un mundo donde la perplejidad se adueña tanto del lector como de los personajes, obligados a asumir el absurdo y la extrañeza como parte de una inquietante normalidad que se impone gradualmente hasta volverse inevitable. Pero no se trata de un mundo mágico o alegórico, un escenario de fantasía en el que tendrían lugar acciones imaginarias. No es tampoco un territorio sembrado de simbolismos, ni siquiera de metáforas. El insecto en el que se ha convertido Gregor Samsa, protagonista de La metamorfosis, no es una metáfora o un símbolo. Es el nombre del ser de Gregorio Samsa, que una mañana descubre lo que es, lo que ha sido siempre. Por ese motivo el mundo de Kafka es el mundo real, el de todos nosotros, pero que él puede ver, mientras que nosotros no lo percibimos, o mejor dicho, lo percibimos cuando ya es demasiado tarde.
            ¿Qué ha visto la espantada criatura que Munch pintó en su obra “El grito”? No lo sabemos, no podemos verlo. La criatura nos mira, y ve algo espantoso. Para cuando nosotros lo sepamos, ya no se podrá hacer nada.
            Es muy difícil separar la obra de Kafka de su vida. Los Diarios y la célebre Carta al padre son indispensables para alcanzar un mínimo de comprensión, y empleo aquí esta palabra con mucha cautela, porque creo que la obra de Kafka solo puede leerse si uno admite renunciar a su comprensión. Por supuesto, todos sus cuentos y sus novelas poseen una trama argumental, en muchos casos aparentemente ordenada. Pero al mismo tiempo el carácter inacabado de sus textos, las extrañas torsiones de las tramas, marcadas por suspensiones súbitas del sentido, nos impiden saber lo que Kafka nos dice, aunque igualmente logre conmovernos más allá de lo que somos capaces de comprender.
            Su Castillo puede interpretarse de muchas formas distintas, al igual que su Proceso. Ninguna interpretación es mejor que otra, ni más válida, y probablemente ninguna coincida con lo que K. trató de decirnos. Pero aún así ha logrado transmitirnos el sentimiento de haber entrevisto algo terrible, algo que se cierne sobre nuestras vidas. Por eso sus personajes son frágiles, están amenazados, respiran con dificultad, porque viven en una atmósfera donde parece reinar el sentido y la lógica, pero ellos intuyen que eso es solo una apariencia engañosa. Son seres que sufren la desgracia de ser más sensibles que las personas corrientes.
            Insisto en que la obra de Kafka, a pesar de estar atravesada por su singular visión del padre imaginario, atroz y diabólico, identificado a lo más esencialmente brutal y cruel de la ley, un padre que reúne los rasgos terribles del Dios del Antiguo Testamento, a pesar de eso, nos habla de algo que nos concierne a todos. Su vivencia, marcada por el terror a la figura paterna, fue el instrumento que le permitió asomarse a lo que se nos oculta, o no estamos dispuestos a admitir. Kafka no es un visionario porque describa el futuro. Lo es porque puede ver el presente.
            Es muy difícil afirmar con entera sinceridad que comprendemos el argumento de La Condena. Personalmente no acabo de entenderlo. Trato de asir el sentido comenzando por el final. ¿Por qué Georg Bendeman acepta la condena del padre? Es la misma pregunta que nos hacemos cuando acabamos de leer El proceso. ¿Por qué finalmente el protagonista admite su ejecución y se entrega? Tal vez sea un error formularse esa pregunta, porque preguntar supone el intento de alcanzar una explicación. ¿Y si no la hubiese? Unas palabras dichas por un padre, bajo la forma de sentencia, empujan al hijo al vacío. ¿Cuál ha sido la causa? ¿La condena paterna o la culpabilidad del hijo? ¿Qué significa “Queridos padres, pese a todo, nunca os he dejado de amar”. Ese “pese a todo”, ¿se refiere a lo que los padres le han hecho, o lo que Georg le ha hecho a sus padres? Yo no consigo encontrar nada en el relato que me permita resolver estos interrogantes. Más aún, la trama está elaborada de tal manera que no es posible distinguir si la realidad está del lado del hijo o del padre. En un principio el padre afirma que el amigo del hijo es inexistente, que ha sido inventado. Luego, para nuestro asombro, el argumento se invierte. El amigo no solo existe, sino que el padre es su legítimo representante comercial. El diálogo se desbarata hasta que el hijo se ve conducido a asumir (y simultáneamente el lector) dos cosas. En primer lugar, que la inexistencia está de su lado, y en segundo lugar, que en tanto no puede oponerse a esta declaración de inexistencia, no hay más remedio que desaparecer.
            Kafka es extraordinariamente hábil para mostrar el contraste entre el padre gigantesco al que Georg mira con su mirada infantil, y el padre desamparado al que puede cargar en brazos hasta la cama. Presentado en las primeras páginas como un ser desvalido y casi sin fuerzas, el padre “se destapa”, dejando ver una ferocidad de la que el hijo no se puede defender.
            “Conozco perfectamente bien a tu amigo. Podría haber sido para mí un hijo preferido”, exclama el padre. ¿Quién es ese amigo que se ha marchado a Rusia, que por momentos existe y por momentos no, que a ratos ha triunfado y a rato se nos sugiere como al borde de la muerte? El diálogo lo va indicando como una suerte de doble de Georg Bendeman, un espejo mortífero que primero refleja la superioridad de quien se mira en él, y al final devuelve la imagen del fracaso vital, de la ausencia absoluta de todo rescate. La defensa de Georg es tan débil, que se limita a dos pensamientos:
1)   El padre tiene bolsillos hasta en la camisa.
2)   El padre se va a caer de la cama y se va a romper los huesos.
            Georg es incapaz de argumentar su defensa. Se aferra a esos dos pensamientos ridículos, pero sus manos resbalan. ¿Qué es lo que más nos impresiona? Que la culpabilidad no requiera una explicación fundamentada. Que la necesidad de castigo pueda imponerse en ausencia de cualquier motivo reconocible. Que exista en la ley un fondo de inhumanidad esencial y pavorosa.
            Es siempre tentador ver en muchos rincones de la obra de Kafka el preámbulo de la tragedia que sobrevendría pocos años después, el enigma de la asunción sacrificial colectiva. Sin duda, es una interpretación que puede recorrerse. Hay, en el fondo de la vida y la obra de Kafka, una profunda religiosidad, la que resulta de su convicción de que Dios nos ha dado la espalda, nos ha abandonado a nuestra suerte, sin que podamos aspirar a ninguna salvación. Pero al mismo tiempo en esa resignación no hay un verdadero resentimiento, sino el signo de que se ha comprendido la esencia absoluta y fatal de la ley. Por ello, “queridos padres, pese a todo, nunca os he dejado de amar” 

                                                                                               Gustavo Dessal

La condena de Kafka y la cara obscena de la ley. Comentario de Miguel Alonso

Franz Kafka es, junto con Sigmund Freud, uno de los pensadores por excelencia de la ley y de su reverso más obsceno. Hay una clara homología entre las formulaciones literarias de Kafka y las temáticas conceptuales de Sigmund Freud. Los dos van más allá de la razón en sus indagaciones, situando la angustia del ser ante su imposibilidad por colmar la exigencia de una ley irracional, sin sentido y perversa, una ley que no es saciada, jamás, por ningún ideal. Una ley, por tanto, ante la cual el sujeto siempre estará en deuda.  

Para comenzar a  hablar de La condena, quiero evocar uno de los títulos más célebres de Kafka, Ante la ley, considerando, además, que es posible relacionar diferentes lugares de su obra en relación al padre. De hecho, según recojo del libro de Georges Bataille, La literatura y el mal, Kafka quería titular toda su obra con un único título, Tentativas de evasión de la esfera paterna. Pues bien, si tratamos de articular Ante la ley y La condena, se podría pensar que George Bendemann no hizo caso de las recomendaciones de ese guardián situado en las puertas de la Ley. Franquear esa puerta de la Ley es responsabilidad exclusiva de quien lo solicita, aun a sabiendas de la advertencia hecha por el guardián, de que en diferentes niveles de la misma hay otros guardianes verdaderamente problemáticos. George Bendemann decidió llevar a cabo esa responsabilidad y realizó la entrada en la Ley.  


Menuda sorpresa se debió de llevar el pobre George. Efectivamente, se encontró con un guardián ambiguo, casi monstruoso, de dos caras: el Padre. Podemos pensar que fue recibido de frente por ese padre destinado reconocerlo, a cumplir la función simbólica de integrarlo en el deseo, a escribirle una ley amable que lo acogiese. Por lo que cuenta el relato, Bendemann está dentro de las relaciones sociales, quiere casarse, tiene deseos, etc., es decir, está dentro de la Ley. Pero ese padre que lo recibe de frente, de pronto gira ciento ochenta grados y le muestra una cara feroz, huraña, omnipotente, que exige de forma imperativa, que culpabiliza obstinadamente, que insulta, que le hace estar en deuda con él, que se alimenta insaciablemente de la renuncia hasta hacer a Bendemann indigno de su vida, obligándole a renunciar a ella. 
   
Y lo angustioso en Kafka es que en su obra nunca hay lugar para una segunda escena, no hay lugar para una nueva relación con la ley. Tanto en El proceso, como en El castillo, en Carta al padre o en La condena, en todas estas obras parece que el protagonista tiene cerrada la puerta para otra relación con la ley. 
Quiero desarrollar ahora, a modo de especulación, una especie de apólogo sobre el protagonista del relato. Si Georg Bendemann acudiese a un análisis antes de su trágico pasaje al acto, pudiera ser que, una vez transcurrido un número suficiente de sesiones, el analista le preguntase: ¿Por qué odias a tu padre? Muy probablemente, Bendemann contestaría con evasivas que podemos tomar del mismo relato: Yo por qué voy a odiar a mi padre, a él le debo la vida, “Mi padre sigue siendo un gigante”, “Mil amigos no sustituyen a mi padre”, es “indispensable para mí”, incluso “me hago reproches por haber descuidado a mi padre”, además, “forma parte de mis obligaciones cuidar a mi padre”, ya lo tengo decidido, “me lo llevaré a mi futuro hogar” cuando me case, etc., etc. En ese momento el psicoanalista corta la sesión para no diluir, entre palabras vacías y llenas de moralidad, el posible efecto que la pregunta pudiese causar. 
Pero una pregunta tan directa y potente no puede ser desoída en su totalidad, de tal manera que, traspasando toda resistencia, algún sonido, por débil que sea, pueda llegar al mismo ser de Bendemann. Éste marcharía de la sesión sintiendo una extraña ebullición en la mente, pues algún tipo de exigencia pide una oportunidad de ser elaborada. Nuestro amigo George, muy bien podría acudir a la siguiente sesión para dirigirse al analista con estas palabras: la pregunta que me formuló, “¿Por qué odias a tu padre?”, estuvo dándome vueltas en la cabeza, y tengo que reconocer que en algún momento fugaz pensé que mi padre era un “comediante”, y alguna vez “me mordí la lengua hasta doblarme de dolor” ante sus actitudes, incluso un día que él estaba de pie en la cama, al menos en un breve momento apareció “como una centella”, el deseo de “que se cayese y se estrellase”.  
Aunque estas no son más que especulaciones construidas sobre frases tomadas del mismo relato, se puede decir que una pregunta como ésa estaría destinada a producir una ruptura en el devenir de un discurso que tuvo las trágicas consecuencias que conocemos. Posibilitar una palabra nueva a George Bendemann sería, al menos, intentar una demora, ganar tiempo ante la inminencia del trágico pasaje al acto. ¿Estaría justificada esa nueva palabra? Sí, si de lo que se trata es de encontrar esa nueva relación con la ley, lo cual parece el leit motiv de las preocupaciones personales de Kafka.   
  
¿Qué quise ilustrar con el apólogo que acabo de narrar y con la relación entre La condena y Ante la ley 
Una paradoja, no tanto en los personajes kafkianos –como dije, afectados siempre por la radicalidad de la Ley, y en consecuencia, aplastados por ella e imposibilitados para ejercer su deseo— sino una paradoja en el propio Kafka. Él es capaz de ejercer su deseo, la escritura, sin propiciar, sin iluminar una nueva relación con la ley, ejercer su deseo desde un gran sufrimiento. Kafka muestra aquí una gran fortaleza, casi a la altura de la del Padre feroz.    
Al respecto, me parece discutible la tesis de Bataille cuando en la página 144 del ensayo antes citado, en la edición Nortesur, dice lo siguiente:  
Kafka... no sólo quería ser reconocido por la autoridad que era menos susceptible de reconocerle –el padre— sino que además nunca tuvo intención de derrocar esa autoridad, ni siquiera realmente de enfrentarse a ella. No quiso oponerse a ese padre que le retiraba la posibilidad de vivir, no quiso a su vez ser adulto y padre. A su modo emprendió una lucha a muerte para entrar en la sociedad paterna con toda la plenitud de sus derechos... 
Es difícil aceptar que “no quiso oponerse a ese padre”, pues el deseo mismo es ya una oposición. Y sobre todo, el sufrimiento indica una tensión producida por fuerzas que entran en conflicto. Aunque quizá haya que aceptar que Kafka no quiso derrocar la autoridad del Padre, no puede decirse que no dejó de oponerse, pues la oposición no es imaginaria entre uno y otro, sino entre deseos. Por eso la oposición se muestra en el sufrimiento por sostener un deseo que, hay que decir, siempre es enigmático, y del cual, en Kafka, sólo conocemos su metáfora: la escritura.  
Vuelvo a la pregunta: ¿por qué Kafka no pudo vivir su deseo más que en el mayor de los sufrimientos? Porque sitúa la dialéctica entre él y el Padre en un lugar inadecuado. Cualquier intento de dialéctica con esa Ley, desde la conciencia, está destinado al fracaso. No hay dialéctica con esa Ley, porque su movimiento es, siempre, circular, se satisface únicamente con la culpa y la renuncia del sujeto. La conciencia y la razón, al contrario de lo que se cree, no disponen de las herramientas para tratar con la Ley superyoica. Y no sólo eso. La conciencia, como bien lo muestra Kafka en Carta al padre –y la conciencia de cualquier ser humano— es el lugar donde goza la cara obscena y perversa de la Ley, la conciencia es la mesa a la que se sienta el Padre feroz, es la mesa en la que el hijo se ofrece como pábulo en la satisfacción más plena de su masoquismo moral sostenido por la culpa, la deuda y la renuncia.  
El problema no es si Kafka, o George Bendemann, se oponen conscientemente, e imaginariamente al Padre. Plantear este tipo de oposición es creer que esa Ley es exterior al sujeto, que la Ley es el padre real. El problema no está en el exterior, sino en Kafka mismo, en el propio Bendemann, en el interior de todos los seres humanos. La culpa y la deuda ante la Ley son algo consustancial a la misma estructura del sujeto. Cuando uno hace la entrada en ella, además de la parte noble que nos acoge para situarnos en las relaciones sociales, hemos de soportar su otra cara, la cara superyoica que nos hace culpables y deudores, pero sin concretar la culpa o la deuda en ningún objeto exterior, son culpas y deudas abstractas y estructurales.  
El padre de George Bendemann, o el de Kafka, no son, sino, encarnaciones colonizadas por esa otra cara feroz de la Ley. Es decir, no se trata de franquear a un Padre que está en el exterior, sino de franquear una Ley que está dentro, en nuestro interior. Escribir palabras fuera de la hora de la comida mortal, más allá de la razón y la conciencia, es, al menos, una posibilidad que se abre para el franqueamiento de ese nivel de la Ley en el que encontramos al guardián ineludible y feroz, para escribir una ley, la propia, donde el deseo tenga cabida en un padecimiento más diluido, y para, finalmente, retirar esa espada de Damocles que convierte nuestra existencia en indigna, la existencia de Kafka, la de George Bendemann, y nuestra propia existencia.   
Miguel Ángel Alonso

La condena de Kafka, o el coraje de vivir la vida. Comentario de Graciela Kasanetz

He leído muchas veces este cuento. La primera vez que lo hice, y frente al desenlace, me preguntaba ¿esto qué es? Pero como siempre, esta tertulia me resulta enormemente rica, y permite ampliar el pensamiento. Voy a estar de acuerdo con muchas de las cosas que se dijeron. Creo que en la trama, al igual que ocurre en La metamorfosis, encontramos la precipitación del cumplimiento de una condena. Si allí la teníamos en la primera frase, aquí la tenemos en la última. En La metamorfosis la condena era por no haber vivido su vida. Por haber faltado el coraje para vivirla, se transforma en un insecto. Creo que en La condena, a mi entender, se trata de lo mismo, de la falta de coraje, de la cobardía para vivir la vida. Esto lo pensaba al hilo de lo que ya se comentó, que no es una culpa religiosa, sino una culpa Shakespereana, producto de postergar aquello que tiene que ver con el deseo. Para mí, después de haber escuchado a los tertulianos, es indiferente si existía o no existía el amigo, si existía o no el padre, si existía o no la mujer. Eso es de lo que se vale magistralmente Kafka para engancharnos y poder llegar a decir lo que casi es indecible. Excepto en los escritores de esta talla –y pensaba en la tertulia del mes pasado sobre una obra de Kenzaburo Oe— la cuestión es cómo dicen lo indecible. Creo que la condena, para Kafka, es la vida misma cuando no se tiene el coraje de vivirla. En esta falta de coraje entra, por supuesto, el miedo al matrimonio, el miedo a la mujer.  


Plantea casi siempre Kafka que sólo es posible ser hijo de un padre terrible. Voy a parafrasear a Jacques Lacan. Dice que la mujer no existe. Con mucho atrevimiento voy a decir que el padre tampoco existe, y que la madre tampoco existe. Cuando digo que el padre y la madre no existen, no lo digo en el mismo sentido que dice Lacan que la mujer no existe. Es decir, que no es posible hacer una categoría de la mujer. Si digo que el padre no existe es porque el padre de cada uno es un fantasma de cada uno, es algo que uno ha creado; la madre de cada uno también, independientemente de que tengan algún rasgo, por supuesto, que uno ha construido y ha tomado de esos padres. Pero el sujeto que es padre de una persona, el sujeto que es madre de una persona, es distinto para cada uno de sus hermanos, con lo cual, el padre y la madre no existen más que como fantasmas y por su función como tales. Lacan dice, del padre se puede pasar a condición de servirse de él. El tema es que este hijo, George, no se puede servir del padre para vivir su vida. Si éste era el hijo que el padre había querido tener, creo que reformularía la cuestión. Éste es el hijo que el hijo cree que el padre quiso tener.  


Tanto La condena como La metamorfosis representan el pasaje inmediato al cumplimiento de una merecida condena, una condena por no haber tenido el coraje de vivir la vida.  


Graciela Kasanetz

La lógica onírica en La Condena de Franz Kafka. Comentario de Luis Teszkiewicz

Una de las cuestiones llamativas del relato es que empieza como un relato realista, con una historia mínima, la del amigo, de pronto sufre un vuelco total y entra en otra lógica. Pero no es un absoluto sinsentido. Es una lógica más bien onírica, donde las cosas suceden de una forma que no responde a la de la vigilia. Encontramos el enfrentamiento de Kafka con el padre, uno no puede dejar de pensar en Carta al padre cuando lee La condena. También sabemos de la importante oposición del padre al compromiso matrimonial de Kafka. Todos estos elementos, de pronto, entran en una lógica totalmente onírica en la cual, finalmente, un mandato, una orden del padre, se ejecuta como un paso al acto sin ninguna mediación.  


La condena es un cuento que no se puede explicar. Cuando hablo de lógica onírica también lo hago porque el amigo, de pronto, puede no existir, y el padre puede decir que, no sólo existe el amigo, sino que, además es su representante. Kafka escribe el relato en el límite de los acontecimientos, como en el límite escribió siempre, de hecho, no pudo terminar ninguna de sus novelas. Por eso encontramos esos saltos de lógica que nos proyectan hacia una lógica onírica, hacia otra escena que no es la realidad. Por eso nunca vamos a poder explicar sus textos por la escena de la realidad.

Luis Teszkiewicz

Lo inverosímil en La condena de Kafka

Todas las intervenciones de la tertulia van girando en torno al tema del padre, la culpa, etc., pero, a la vez, da la impresión de que son comentarios que tratan de escaparse del relato. Lo digo porque La condena me pareció inverosímil. La primera parte, como bien se apuntó, parece realista, la segunda, a partir de que se dirige al cuarto del padre, parece onírica. Sin embargo, el amigo, ¿qué importancia tiene? Hay algo bizarro en la forma en que George encara esta relación. Lo mismo, cuando encara el diálogo con la mujer hablando del matrimonio, es un diálogo que no tiene ningún sentido. ¿Por qué esta mujer se pone furiosa porque no va a venir el amigo a la boda?: “Si tienes semejantes amigos no deberías comprometerte conmigo”. Es un diálogo totalmente inverosímil, como lo es la importancia increíble que tiene el amigo. Esta segunda parte del relato pareciera un despropósito, como si todo se deshilachara, como si todo fuese una invención de George, el padre da órdenes, contraórdenes, el amigo existe, el amigo parece no existir, la supuesta mujer acomodada es tomada como una furcia, la mujer también parece que pudiera no existir, y todo se diluye hasta que aparece un Kafka elevado a su máxima potencia. No leí nunca un relato de Kafka tan inverosímil como éste, un relato en el que pudiera encontrar tan poco sentido. Kafka ha creado relatos donde uno puede leer un argumento, en cambio éste me dejó perpleja. Y al final, lo único que puede haber de real, en el peor sentido de la palabra, es esta relación con el padre, que lo condena y lo envía a la muerte.  

Una tertuliana que no dijo el nombre

La apariencia, la realidad y lo onírico en La Condena de Kafka

Me parece interesante lo que distingue Luis Teszkiewicz como realidad y momento onírico, pero creo que se puede uniformar todo. Claro que el relato es inverosímil, pero es tan inverosímil como lo es la vida. La vida es absolutamente inverosímil. Cuando leemos cualquier noticia, no es extraño que ésta, de pronto, supere cualquier ficción que podamos leer. En verdad, que las cosas sean verosímiles es algo que nosotros tratamos de inventar para, más o menos, poder funcionar cotidianamente, dar cierta cotidianeidad a la vida: esta es mi casa, esta es mi familia, estos mis amigos, etc. Todo eso se puede descomponer de la manera más increíble y se puede transformar. Por lo tanto, creo que Kafka es un escritor realista todo el tiempo, y lo que simplemente puede ver es que la lógica frente a la cual tratamos de cerrar los ojos, él no puede dejar de percibirla. No puede dejar de percibir que detrás de la apariencia hay un mundo que podemos llamar onírico, pero que es el mundo real. Por lo tanto, el planteamiento sería al revés, el mundo onírico es el de todos los días. Pero en la realidad tratamos de manejarnos en el sueño de que entendemos el mundo. Y verdaderamente, lo que Kafka nos muestra es lo que se puede llegar a ver cuando uno, aunque sea por un segundo, se despierta.

Gustavo Dessal

La condena, de Kafka. Una obra de arte.

Parece claro que Kafka nos sitúa más allá de la razón en sus indagaciones. Y creo que entre todos acabamos de dar sentido en esta tertulia a una de las teorías sobre el arte que tiene Jacques Lacan: El arte como una organización alrededor del vacío. Una organización alrededor de lo indecible, de lo que no tiene contexto, de lo que no tiene historia, de lo que no tiene significación, y entre todos, con nuestras palabras, acabamos de rodear el vacío. Estamos ante una auténtica obra de arte, porque una obra de tal calibre, lo que hace es eso, evocar la imposibilidad, situarnos ante ella, pero no mostrarla de una manera directa, sino velada. Podríamos decir que este relato, más que mirarlo nosotros, nos mira él a nosotros, nos aguijonea, nos detiene, nos deja perplejos, porque estamos ante una obra en la que lo imposible, lo que no tiene ningún contexto, está absolutamente presente.  


 Miguel Alonso.

lunes, 14 de enero de 2013

El caráter estructural de la culpa en Kafka. Comentario de Luis Seguí

Lo que Kafka expresa en toda su literatura, tanto en las novelas como en los cuentos, tiene que ver con el presente, no con el futuro. No nos está anunciando el futuro, sino el presente. Es más, está hablando de su presente. Y no se puede entender la literatura de Kafka –no en el sentido de la comprensión, de la imposibilidad de encontrarle un sentido— no se puede entender por qué Kafka escribe cómo escribe y escribe lo que escribe, sin conocer los detalles fundamentales de su vida. Para empezar, era un germano-parlante en Praga, un checo que habla alemán; en segundo lugar, la relación con su padre, presente en todos los cuentos y en todas sus obras; en tercer lugar, la culpa.  


Kafka es muy consciente del carácter estructural de la culpa, aunque no lo dice con estos términos. Al comienzo de El Proceso, cuando la policía viene a detener a Joseph K., él protesta, pregunta por qué se le detiene y declara su inocencia, que no es culpable de nada. Uno de los policías le contesta displicentemente, a nosotros no nos interesa la culpabilidad, los tribunales se sienten atraídos por la culpa. Justamente, en esa explicación está contenido el carácter estructural de la culpa. No estamos buscando una cosa concreta, “usted ha matado”, “usted ha robado”, etc., no importa, hay una culpa que usted, por el hecho de ser un sujeto hablante, lleva consigo.  


Ese carácter de culpa estructural está presente a lo largo de todo El proceso. En la conversación con el sacerdote queda claramente expresada la imposibilidad de redimir  la culpa. Es decir, esta no se redime ni por la vía religiosa, ni por la vía gnóstica o atea. Por ningún lado, no hay salida. Por eso, finalmente, Joseph K., se deja ejecutar sin saber por qué se lo acusa.  


Se ha mencionado a lo largo de la tertulia el cuento A las puertas de la ley. Hay que decir que, en muchos de los cuentos, la presencia de la ley es tan evidente que no podemos olvidar, además, que Kafka estudió derecho, que se licenció como abogado por la decisión de su padre. Él no quería estudiar jurisprudencia, fue el padre quien le condujo por ese camino, y sabemos que trabajó en una compañía de seguros. La pregunta es: ¿de verdad fue obligado por el padre, o es que su conciencia en relación con la ley, su pregunta, su interrogación en relación con ella le condujo a estudiar el aspecto formal y simbólico de la ley, la plasmación jurídica de la ley, que no es la ley estructural?  

Evidentemente, lo suyo era la literatura, y la cuestión de la ley y la culpa, presente en todos sus relatos. Había mencionado el relato A las puestas de la ley. Lo que significa este cuento de Kafka es que es imposible acceder a la ley. Lo que le ocurre al campesino que está esperando toda su vida, hasta el final, es que no puede acceder. Por lo tanto, el relato es una metáfora sobre la imposibilidad de los sujetos para acceder a la ley.  

Otro cuento que recomiendo vivamente es La colonia penitenciaria, un cuento que Gustavo Dessal utilizó en varias ocasiones para ejemplificar lo que significa la repetición. La colonia penitenciaria es un territorio ignoto, desconocido, no se dice donde está. Un viajero lo visita, y un oficial orgulloso le muestra cómo se ejecutan las condenas. En La colonia penitenciaria no hay más que una condena, es la condena a muerte. El sujeto es acostado sobre una camilla, sobre una tabla, y baja un mecanismo que tiene miles de agujas que van escribiendo sobre el cuerpo del sujeto la sentencia, una y otra vez, hasta que el sujeto muere desangrado. Es un cuento que tiene una enorme cantidad de lecturas posibles, una de ellas es ésta, la metáfora de la imposibilidad de salvarse de la condena, de la condena a muerte.  

Y desde luego, en la vida personal de Kafka encontramos, como ya se dijo, la imposibilidad de asumir responsabilidades familiares en relación con el matrimonio. Hay un libro, Cartas a Milena, donde encontamos la correspondencia que mantuvo con su novia Milena Jesenská, con la que no pudo contraer matrimonio. 

Kafka no pudo liberarse jamás del peso del padre, de ese padre que aparece en todos los cuentos, con distintas formas, representado de manera diferente, pero siempre presente. Y la muerte prematura de Kafka por tuberculosis fue, quizá, una renuncia a continuar en el mundo. Es verdad que murió de la muerte mal llamada natural, pero da la impresión de que en su prematuro fallecimiento había algo más que una circunstancia desafortunada desde el punto de vista médico.  

Debemos a Max Brod la fortuna de conocer la obra de Kafka, pues no cumplió el deseo o la petición que le hizo el escritor, de que quemase todos sus escritos.  

Luis Seguí  

Sara Veiras reseña, y sobre todo reflexiona, sobre nuestra pasada reunión dedicada a "La Condena", de Franz Kafka





en Liter-a-tulia tiramos las chancletas. 



Tirar las chancletas: 

Sacarse las chancletas, ponerse los tacones, 

e irse de rumba. 





Cuando los allegados -personas ajenas a este conocimiento- me preguntan por el psicoanálisis acostumbro decir que trata sobre los agujeros del cuerpo, y compruebo, para mi sorpresa, que mi respuesta impacta y que da mucho juego, porque, sin gran esfuerzo, los preguntones reconocen que comen o fuman o hablan demasiado, o que escuchan mal, o que envidian y sufren por los ojos, o que padecen estreñimiento. 

Podría continuar hablando de otros agujeros, esos que provocan los lapsus, los sueños, o los síntomas, pero me he vuelto perezosa. ¡Qué trabajos pasé con estos asuntos en otros tiempos! 

Quizás por eso disfruto tanto de Liter-a-tulia, aquí los agujeros cuanto más agujereados más interesan. 

Perplejidad, sinsentido, inmovilidad; lo que se puede llegar a ver cuando, aunque sea por un segundo, se despierta... He aquí parte del despliegue que se realiza hoy Viernes 11 de Enero del 2013 en el café Este o Este en torno al texto “La condena” de Franz Kafka. 

¿Realismo, sueño, desdoblamiento del personaje? Mentiras y más mentiras son denunciadas por algunas contertulias que parecen necesitar rebelarse contra ese mundo que llamamos kafkiano en honor a un autor que consiguió bordear el vacío. 

Se habló también de lo ineludible: el padre, las cartas al padre, la ley, la culpa, el castigo, temas neurálgicos en la obra de Kafka. 

Locura, odio y condena a no vivir la propia vida en toda su plenitud –dentro de un matrimonio feliz y con descendencia-, ocuparon parte de un debate digno de la genialidad del autor convocado. 

También circuló un separador de páginas maravilloso con una cita de William Faulkner: 

“Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para preguntárselo. Es completamente amoral en el sentido de que será capaz de robar, tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a todo el mundo con tal de realizar la obra.” 

Alguien agregó, o yo creí escuchar: “Yo soy capaz de matar por mi obra...” 

En cuanto a mí no dejé de pensar en el amor, en la potencia del amor que se requiere para sustentar la obra de un creador de la envergadura de Franz Kafka. 

¿Necesitó Kafka mendigar, pedir prestado o despojar a otros? Intuyo que sí, es una bella metáfora. 

En cuanto a los demonios, es obvio que el padre fantaseado por Kafka, el único accesible para él, indica que en esto se equivoca Faulkner: Es el propio artista quien elige a su demonio y no al revés. 

¿Se podría escribir como Kafka sin entregarse -como una condena-, al demonio de esta elección problemática que es vivir al borde de un río que terminará ahogándote? 

Creo que esta posición creativa tiene algo de ese enigmático “Dar lo que no se tiene a quien no lo es” que plantea Lacan al referirse al amor. 

Repito, no dejé de pensar en el amor durante esta inspiradora tertulia. Asunto complicado y que tiene bastante menos de bonito de lo que cabría esperar del matrimonio, pues -y pensándolo desde la perspectiva que señala Lacan- el amor es un asunto kafkiano. Es decir impregnado de sinsentido, perplejidad, absurdo, y de todos esos in-significables que acompañan a los raros matrimonios. 

Hablé de esto, más bien balbuceé algo en presencia de un amigo, y él propuso el significante locura. A partir de esta sugerencia pienso en el enamoramiento, que según Freud “es un estado de locura transitoria”; y se me ocurre decir que el estado de creación, el momento en el cual la vida se entrega a la obra, es un estado de enamoramiento. Además agrego -es mi hipótesis- que el creador vive en un estado de enamoramiento permanente. 

En mi imaginación el escritor Franz Kafka es un hombre enamorado. Cuando leo y releo “La metamorfosis”, uno de mis textos preferidos, no dejo de pensar en ello porque provoca en mí un estado recíproco. Juro que estoy enamorada de esa mano, de esa obra, de ese despropósito, y que lo disfruto. 

Sigue resonando en mí la frase de Faulkner, ese párrafo que habla de la falta de tiempo del artista -demasiado ocupado-. 

Me pregunto por el tiempo para ser feliz -en el sentido convencional-. ¿Le deja al artista su vocación un tiempo libre para emplearlo así. Es más, quiere hacerlo, es decir, ocuparlo en recibir la visita de un cuñado? 

Incluso voy más allá: ¿Después de haber bebido en las aguas del Nilo -el regocijo de crear-, pueden interesarle las aguas de otro río? 

Un artista hace lo que sea por su obra: inventarse un padre, una culpa, una condena, el horror de despertar en el cuerpo de un insecto... Pero, ¿qué hace de ese invento un Don para otros? 

Así como el inconsciente se conoce por sus manifestaciones, el amor se conoce por sus efectos. Por eso no he dejado de pensar en el amor durante esta tertulia. En la potencia del amor que sustenta la obra de nuestro inestimable Franz Kafka.

Sara Veiras