sábado, 3 de enero de 2009

Apertura tercera reunión Liter-a-tulia a cargo de Alberto Estévez

Bienvenidos todos, los que suelen frecuentar esta cita y los que hoy nos acompañan por primera vez.

Hoy se celebra nuestra tercera reunión, quiero empezar diciendo que me ha parecido una novela muy bella, esto puede causar extrañeza dado su contenido manifiesto, justo lo contrario, el horror. Pero creo que este par, belleza – horror está presente continuamente en la obra; lo terrorífico y lo tierno, el fuego y el frío oscuro, la bondad y la maldad, o como gusta decir a nuestro pequeño protagonista, los buenos y los malos.

Bella novela digo, por la forma en la que McCarthy la ha escrito, el estilo, a mi modesto entender casi poético. Me refiero a la poesía en su función de belleza, lo estético, las palabras precisas, sus resonancias y evocaciones, pero es indudable que también en su otra dimensión, aquella en la que la palabra apunta al vacío, lo toca a uno, lo conmueve, y por tanto provoca angustia. En mi caso por ejemplo, la descripción del paisaje, ese frío inhumano que todo lo invade, también me invadía a mí dejándome los pies helados leyendo.

Un padre y su hijo pequeño, la unidad simbólica por excelencia, una célula simbólica primaria vagando por las tinieblas de una negrura como para que dolieran los oídos de escuchar. En ese sentido no es casual que no tengan nombres, que dispongamos de los datos mínimos, desconozcamos sus edades y su historia; me parece que el autor trata de preservar dicha dimensión simbólica ya que así es más fácil que podamos ser cualquiera de nosotros los protagonistas.

Y el primer diálogo, ese que abre la secuencia de diálogos cortos, escuetos, pero enormemente tiernos, es la muestra de lo que late en el interior de esa célula:

Hola papá - Aquí estoy - Ya lo sé. Se trata de la figura de el otro, pero ya incluido en la estructura, es absolutamente deliberada la introducción de la palabra papá. Remite a la estructura de parentesco, estructura simbólica primordial que regula los intercambios y sitúa a los sujetos en sus lugares, al padre en su lugar: Aquí estoy - Ya lo sé Ciertamente lo sabe, sabe que ahí está, donde tiene que estar.

Y desde la persona del padre, la asunción de esa posición. Posición, en el diccionario, viene expresada como: Modo de estar puesta una persona o cosa. Es al modo, pues, a lo que hace la cuestión de la posición, traducida en la novela por un velar sin descanso, dadas las condiciones en las que se desarrolla, por la continuidad de la vida de su hijo. No se trata sólo de alimentarlo y protegerlo del frío para guardar su vida, para el padre esta también depende de leerle cuentos, conservar sus juguetes y cargar con ellos, o cederle la última Coca Cola. Posición que también ayuda a configurar el chico mostrándole los límites de la misma, los límites del padre:

Miró al chico ¿Quieres esperar aquí? - No, siempre dices lo mismo - Lo siento - Ya lo sé. Pero siempre lo dices. O más adelante cuando lo remite a sus propias palabras: si no cumples una promesa pequeña tampoco cumplirás una grande. Tú me lo dijiste.
Así que es un padre en falta, estupendo, pero por eso mismo en falta. Y en su posición de padre dado lo que le ha tocado vivir, acreedor de un resultado: ¿Tienes alma maldito seas eternamente? ¡Oh Dios!

Me gustaría citar dos elementos que arriman esta obra del lado del psicoanálisis, ya que Liter-a-tulia convoca literatura y psicoanálisis con este formato de tertulia. El primero de ellos, las citas que el autor va dejando gotear a lo largo del relato, citas plenas de sentido para los que nos dedicamos a esta profesión. Entre ellas elegiría una que seguramente ha llamado la atención: olvidas lo que quieres recordar y recuerdas lo que quieres olvidar. Este es el dibujo exacto de aquello que Freud hace más de cien años formalizó: el inconsciente. Somos sujetos del inconsciente, estamos sujetos a él. En ese sentido la voluntad resulta insuficiente siempre en las cuestiones que atañen al ser humano porque desconocemos las determinaciones que nos rigen. Plantear el inconsciente como lo hace McCarthy no sólo es ponderarlo frente a otras concepciones del ser humano que no lo contemplan, creo que es una bomba, ahí está, sólo hay que leerlo para las psicologías de la conciencia que no aceptan la hipótesis freudiana.

Pero por si esto fuera poco, hay otro elemento, mucho más evidente si cabe que este primero, que coloca “La Carretera” como un texto de clara inspiración psicoanalítica. No sé si les ha llamado la atención; estoy hablando de los sueños. Otro elemento simbólico. La novela está plagada de ellos, desde la primera página se nos relata el sueño de la gruta en la que su hijo es quien lo guía a él, paradójico en relación al desarrollo de la novela en la que es el padre siempre quien conduce en el camino. Ni una explicación, ni una interpretación, los sueños están ahí, se producen. ¿Pero forman parte del sinsentido, o quizá este permanece oculto, inconsciente? No es casualidad, y en esto quizá no hayan reparado tantos de ustedes, que el último sueño que el padre tiene antes de morir de nuevo se sucede en una cueva en la que se alcanza el punto sin retorno, casi a la manera de una cadena onírica, página tras página, en la que el último eslabón, el último sueño, engancha con el primero.

Ahora bien, para poder soñar hay que estar vivo. No me refiero sólo a la vida orgánica, sino al hecho de que para su mujer, que ya no puede más, ellos no están vivos, son muertos andantes y por eso afirma: yo no sueño nada! Poco después se levanta y se marcha para quitarse la vida. Sin embargo para el personaje del padre son supervivientes, rechaza la muerte como amante; los supervivientes sí que sueñan, continuamente por lo visto, y llevan el fuego.

Para terminar, quizá por seguir en la dinámica de querer provocar, quisiera decir que la novela me pareció no sólo bella, también optimista. Ya lo pensé de la de Auster por mucho que repitiera “la vida es decepcionante”, aquí también lo pienso, hay un elemento que me lo hace ver así: el fuego. Claramente metafórico de otro elemento, como no, simbólico: el deseo. ¿Dónde está? ¿Es de verdad? Le pregunta el niño. El fuego está en tu interior, le dice, y será lo que te guíe y el responsable de que tengas buena suerte y continúes sin peligro.

Más allá de que eso se cumpla en la novela, creo que la dimensión del deseo que trata de rescatar el autor es la de “seguir adelante”. ¿No es esa una forma optimista y positiva de encarar la vida?

Alberto Estévez
12 de Diciembre de 2008

viernes, 2 de enero de 2009

Resumen de la tercera tertulia


En el ambiente extraordinariamente acogedor que nos ofreció el nuevo local, y bajo la atenta mirada de los iconos pictóricos de Platón, Spinoza, Heidegger, Schopenhauer, Nietzsche, Unamuno, etc., discurrió la tercera tertulia literaria que tuvo como protagonista central al libro de Cormac McCarthy, La Carretera. Se podría decir sin temor a equivocarnos, que aquéllos que asistieron a la tertulia y tuvieron el privilegio de leer una obra tan impactante como ésta, sin duda habrán sentido una honda conmoción en su ser, difícilmente se puede salir indiferente de una experiencia como ésta. Del mismo modo, podemos asegurar que el libro se enriqueció, más si cabe, tras los comentarios surgidos en el intensísimo debate que se suscitó alrededor de la paternidad, de la mujer, del amor, de la ética, de la religiosidad, e incluso, del juego.

Lo primero que se destacó fue, tanto la belleza como el carácter desasosegante y angustioso de la novela, y la contraposición entre ambas entidades. La belleza y el horror, lo terrorífico y lo tierno, el fuego y el frío, la bondad y la maldad serían entidades presentes en toda la extensión de La carretera

La cuestión estética, en cuanto a su belleza, se planteó por la vertiente del lenguaje empleado y del estilo casi poético presente en las palabras elegidas y las resonancias y evocaciones que sugiere, pero también se planteó desde otra dimensión de la poesía, la palabra que apunta al vacío que toca y conmueve al lector.

Por lo que respecta al desasosiego, uno de los motivos por los que se produciría vendría dado porque la novela nos remite a imágenes que el cine y la TV trasmiten desde que comenzó el cine de catástrofes y de invasiones terrestres por seres alienígenas. Se podría pensar que una ficción como la que describe la novela, parecía imposible que se convirtiera en realidad, pero en los últimos decenios, el conocimiento real de los riesgos del cambio climático, de la contaminación, del agotamiento de los recursos naturales propiciados por la vorágine del sistema capitalista, nos presentifica la posibilidad de que lo que este libro nos describe, la nada, ya no sea una fantasía irrealizable. Hay imágenes, en el cine, en TV, en documentales, sobre el ultimátum a la tierra, sobre la devastación de Hiroshima, que hace que cuando leemos este libro estén presentes, aunque no sea de forma consciente, esas imágenes en donde se nos ha dado a ver lo que podría ocurrir con la devastación de la tierra, no ya en un punto concreto sino como algo generalizado. No es difícil, por tanto, imaginarse la ceniza y la devastación de todo ese escenario, pues ya lo hemos visto en imágenes y en las nuevas formas audiovisuales.

Se abundó en ese desasosiego trayendo a colación dos párrafos del libro de Roland Barthes, El placer del texto, párrafos que hablan de la diferencia entre el texto de placer y texto de goce. El primero dice que si se juzga un texto según el placer, no se puede decir si ese texto es bueno o si otro es malo. Ese texto del placer proviene de la cultura, no rompe con ella y está ligado a una práctica confortable de la lectura, a un confort intelectual. Sin embargo, el texto de goce, que sería el caso que nos ocupa, pone en estado de pérdida, desacomoda, tal vez incluso produce aburrimiento, hace vacilar en el lector los fundamentos históricos y culturales, la consistencia de sus gustos, de sus valores, de sus recuerdos.

La buena traducción del libro, la gran riqueza y el manejo del lenguaje, fueron motivos que atrajeron la atención de los tertulianos. Por un lado, habría en el libro muchas palabras que difícilmente se usan en la lengua castellana. Esto tendría que ver, de alguna manera, con la belleza a la que ya se hizo referencia, y sería una peculiaridad que introduce el autor, no el traductor, el cual habría hecho el esfuerzo de no borrar tal riqueza del lenguaje.

Por otro lado, sería un texto maravillosamente parco en adjetivos, despojado de adjetivos. La importancia de la palabra como significante está del lado de los dos protagonistas que garantizan la continuidad del ser humano y del significante. Pero con el laconismo de los diálogos –también despojados de adjetivación— el autor logra transmitir, en la relación padre hijo, una sensibilidad y una ternura de dos seres en medio de la nada, y también logra transmitir ese carácter desasosegante, al que ya nos referimos, de un escenario despojado tanto de vida como de adjetivos.

Estaríamos ante un texto de clara concepción psicoanalítica. Los sueños están presentes desde la primera página hasta la última salpicando las páginas del libro, sueños sin explicación, simplemente están ahí. Una cadena onírica donde el último eslabón engancha con el que abre la lectura del libro. El último sueño, al igual que el primero, se sucede en una cueva donde se alcanza el punto sin retorno.

Por otra parte, citas como “Olvidas lo que quieres recordar y recuerdas lo que quieres olvidar”, tienen resonancias claras en el psicoanálisis, ésta en particular evocaría un dibujo exacto de lo que Freud conformó como el inconsciente. Situar el inconsciente como lo hace McCarthy sería ponderarlo frente a otras concepciones del ser humano.

En definitiva y sintetizando, estaríamos ante una literatura militante, estaríamos ante el libro de un visionario, un libro impactante, un libro que despierta y ante el que no podemos permanecer indiferentes. El autor manifestaría en su novela que la humanidad, en caso de seguir el camino que lleva, llegará en algún momento a este escenario, al de un enfrentamiento con ese real, sin esperanza, sin dios. Hacia eso caminaríamos si no empezamos a sentirnos sujetos responsables.

Sería entonces un libro que lleva a la política, esperanzador desde el punto de vista de la responsabilidad ética que tenemos cada uno de nosotros en relación a este mundo global. De lo que nos suceda a todos, algo tendremos que ver en ello

Lo simbólico y lo real

Dos instancias en desequilibrio. Se mostraría en el libro un espacio virtual creíble como escenario en el que se experimenta, por parte de los protagonistas, un exceso de lo Real. El desequilibrio entre estas dos instancias podría de relieve dos cuestiones, el inevitable desarrollo de una pulsión de muerte sin control, el desvarío de un goce psicótico, y también la radical maldad en la relación entre los seres humanos. Ello daría lugar un interrogante sobre el oscuro lugar del alma donde radica el mal, pues la catástrofe no es obra de la naturaleza, es la expresión de una intervención humana, de tal manera que el paisaje devastado revelaría la irresponsabilidad de los sujetos frente a su condición de tales.

Lo real como verdad indisociable de la subjetividad, puesta al descubierto por la precariedad de lo simbólico, sería lo que se puede extraer del siguiente párrafo:

Como si el mundo se encogiera en torno a un núcleo no procesado de entidades desglosables… El sagrado idioma desprovisto de sus referentes y por tanto de su realidad… A tiempo para desaparecer para siempre en un abrir y cerrar de ojos.”

Desde este punto de vista, se podría deducir la siguiente enseñanza: Sin el lenguaje no hay posibilidad para la existencia de un mundo, lo cual nos lleva a la otra frase del libro:

Cuando no tengas nada más inventa ceremonias e infúndeles vida

Sería, nada más y nada menos, la posibilidad de velar lo real destructivo, es decir, poner en juego el papel que le corresponde a la instancia simbólica.

La función paterna

Fue uno de los temas más controvertidos en toda la extensión de la tertulia. Pero antes de suscitarse la controversia, se resaltó el valor del padre como función simbólica. El padre y el hijo constituirían la unidad simbólica primaria. El autor de la novela, al no introducir nombres, ni edades, ni historia, trataría de provocar dicha dimensión simbólica con la intención de que los personajes pudiesen ser cada uno de nosotros. ¿Qué latiría en esa célula simbólica? Lo podríamos ver en la simplicidad del siguiente diálogo:

-Hola papá
-Aquí estoy
-Ya lo sé

El Otro incluido en la estructura del parentesco que regula los intercambios y sitúa a los sujetos en sus lugares. El padre está donde tiene que estar: “aquí estoy”. Y el hijo lo sabe: “Ya lo sé”. La función paterna ayuda a configurar la del chico pero, a la vez, es un padre que muestra, en algunos diálogos con el hijo, los límites de esa posición, es decir, un padre en falta.

Una anécdota del libro nos orientaría acerca de esta necesidad de recursos simbólicos que tiene el ser humano, la necesidad del Otro. El padre, cuando en el camino se encuentra dentro de lo que había sido la casa de su infancia, llama por teléfono a su propio padre. Esto no tiene más sentido que un llamado al padre. Ese padre que hace de padre todo el tiempo, a su vez necesita un padre al que apelar.

Respecto a las dos posiciones que se suscitaron en la tertulia con respecto a la función paterna, la primera entendía la novela como la historia de una paternidad, incluso una historia de amor entre el padre y el hijo. El padre que se ve obligado a llevar al hijo hasta el final, protegiéndolo a él y al fuego, es decir, a la semilla humana que permitiría la continuidad de la vida en el mundo. La obligación moral de trasladar esa semilla hacia un sitio pareciera lo más trágico del libro, ya que, como lo muestra, en realidad no hay un destino claro hacia el que dirigirse. Si bien se mira, el reflejo que esta circunstancia tiene en nuestras realidades es que ningún padre sabe hacia donde lleva a su hijo.

En esta línea, se planteó que estábamos ante una historia de amor, el padre herido manifiesta un gran amor y ternura hacia el hijo. Y un hijo creado en ese deseo paterno, de tanto amor, tendría una gran cantidad de posibilidades de sobrevivir a lo más adverso.

La otra postura mantenía que estábamos ante un padre que sólo ve la amenaza del Otro, un padre que no estaría trasmitiendo al hijo la posición ética que supone hacer ver que el otro también tiene derecho a vivir. Por el contrario, le transmite un miedo tal que, en su postulación paterna, hace que sigan solos en la carretera porque en cada ser ve un enemigo. Por todo ello, ese niño, aún sin prejuicios, porque no es producto de un mundo pasado, sin embargo se le está imbuyendo la absoluta amenaza del Otro. En este sentido, no hay una buena realización de la función paterna.

Hubo una respuesta dirigida a esta posición. Aunque es verdad que estamos ante un padre del exceso de la protección, el niño es un niño de la bondad, de la consideración del Otro. Hay una labor del padre muy rescatable, la función de evitar el peligro que acecha a los hijos, el padre es el que vigila, el que está atento. Sería preciso considerar que el mundo que describe el libro es para estar paranoico, a uno le pegan un tiro porque sí, se encuentran bebés cocinados. Un mundo espantoso. Y en un mundo semejante, ¿qué podría hacer un padre? Es evidente que el padre comete excesos pero es un padre muy quemado por la vida. Una nueva generación toma el relevo, es otra cosa, el hijo tendrá la posibilidad que no tiene el padre: confiar en el Otro.

A propósito de esta función paterna, y con respecto a la consideración de por qué no se vuelven locos todos en ese mundo, se introdujo como ilustración un apólogo que Lacan utiliza para explicar por qué unos sujetos son psicóticos y otros no. Es el apólogo de la carretera principal. ¿Cómo no deshumanizarse a pesar de las condiciones que se muestran en el libro? ¿Cómo no volverse loco ante espectáculos como los que muestra, cuerpos humanos colgados de las vigas, cadáveres en la carretera, el hambre que amenaza acabar con las vidas? ¿Cómo no volverse loco en el medio de tanto horror? ¿Por qué no todos estamos locos, se pregunta Lacan, si somos sujetos de la palabra? ¿Cómo no todos escuchamos voces y deliramos? Lacan encuentra el Nombre del Padre, una especie de función que permite que tengamos recursos para caminar por la vida. Inventa el apólogo de la carretera para hacer ver que frente a los hechos biológicos de la vida no tenemos un dispositivo instintivo, sino uno simbólico. Ser padre, procrear, el embarazo, la diferencia de los sexos, frente a estos hechos, si uno no está en la carretera principal del Nombre del Padre, no sabría cómo actuar. El psicótico no dispone de la carretera principal, transita caminos secundarios que no están señalizados. El Nombre del Padre permitiría orientar un camino, no se sabe hacia dónde, pero un camino con señales que orientan la vida.

Se observó que la relación entre padre e hijo está graduada. Al principio el niño no se separa del padre, más adelante el padre se va separando del hijo, lo mira desde lo lejos, por ejemplo, desde el barco, a partir de ahí el niño ha de ir tomando decisiones, y finalmente se queda solo en la irremediable separación del padre.

Otra gradación sería la que muestra al hijo preguntando si podía acompañar al padre. Éste le respondía que no, que tenía que quedarse quieto hasta que él regresase de sus expediciones en busca de comida o cualquier otro motivo. Luego el padre le pregunta al chico si quiere ir con él, le empieza a dar otro espacio, y en un tercer momento ya le llega a preguntar acerca de lo que deben de hacer, es decir, comparten los dos el futuro. Tiene que ir enseñándole a vivir, de tal manera que se observa una evolución. El padre va dejando aprender al hijo con el fin de que pueda tomar decisiones en el momento en que se quede solo.

La madre

No se encontró una clara justificación al papel de la madre en la novela. Pareciera que simplemente decide desaparecer y ya está. Sólo hay un pequeño párrafo para indicar que ella abandona la vida. Alguien sostenía que, como madre, no podía entender esa posición, notaba el vacío de la justificación. Y al respecto, habría algo sorprendente, la posición del padre y del chico ante esa muerte, se marchan sin mirar atrás. Pareciera que no quisieran saber.

Como derivación de esta posición de la madre, se dijo que en la novela hay muy poca presencia femenina. Es un hecho que llama la atención, sólo tres mujeres aparecen en espacios mínimos, la madre, una mujer embarazada, y la que en la escena final acoge al niño. Sorprende que la mujer no juegue un papel como cuidadora del fuego, función de la que ellos, hombres, se sitúan como representantes, cuando en realidad es la mujer la que garantiza la vida, la que transporta el germen de la vida. Extrañó mucho esa ausencia femenina frente a los hombres que se consideran cuidadores y guardianes del fuego.

Como conclusión a esta cuestión se preguntó: ¿Qué hacemos en un mundo donde la mujer ya no quiere vivir? Puede ser un hecho simbólico, el haber anulado su presencia en ese mundo yermo.

La Religiosidad

Surgió como una actitud espiritual en relación al tema de la paternidad, como la creencia en el padre que, despojado de todos los elementos simbólicos, garantiza la posibilidad de seguir en el mundo, como alguien que engarza unas generaciones con otras, aquello que está como eslabón entre lo que nos ha precedido y el futuro. Un padre que no puede guiarse por el pasado porque no existe, ni por el futuro, que no sabe a dónde va, sin embargo guía al hijo con la certeza de que hay semblantes que mantener. Una creencia en el padre más allá de todo, como garante del sentido de las cosas. En ese sentido se dijo que era un libro religioso.

Aunque también el tema de la religiosidad resultó un tema controvertido. Más que religioso pareciera un libro que apunta a la afirmación de la vida como una circunstancia inmediata. No sería ni un libro religioso ni un libro que apunte a la esperanza.

Se matizó el tema de la religiosidad recordando una de las frases de libro: “Donde a los hombres no les va bien a los dioses no les va mucho mejor”. Dios entonces se muestra como producto del hombre. En el libro se está en la búsqueda de un Otro más humano que divino. El mismo niño, una vez muerto el padre, cuando es acogido por la mujer, dice que prefiere hablar con el padre que con el dios que le proponen, divino. Lo cual equivaldría a pensar que cada uno tiene que buscar el sentido por su cuenta. Los aparatos trascendentes se difuminan para dejar su lugar a otros más intrascendentes, es decir, cada uno ha de construir su ficción para dar sentido a su vida, ficciones que hacen a unos buenos y a otros malos, ficciones que convierten a unos en portadores del fuego, esos pequeños artificios simbólicos que nos mantienen apegados al mundo.

El aspecto religioso fue también introducido con respecto a la escena final del libro. Se dijo que ese final era un final fácil, con Dios. Hubo contestación a esta posición. Desde su punto de vista, no parecía milagrosa esa situación. No sería casualidad que el niño saliese a la carretera y que los primeros que encuentre sean buenos. Efectivamente, ese final no es casual, eso ocurre porque el niño se abre a la posibilidad de ver quién es ese Otro, cosa que el padre no permite. El niño toma la decisión, decide quedarse.

En definitiva, habría una especie de espiritualidad laica que trasciende todo el libro y que tiene que ver con el vacío, con la búsqueda de un sentido no dado, y en consecuencia, con que no hay un lugar claro hacia dónde ir, pese a que en el principio del libro pareciera que existiese una meta, un Edén, llevar al hijo a algún lugar concreto.

Y en el aspecto más sacro, la presencia y ausencia de Dios fue uno de los motivos del debate. Se dijo que había invocaciones clásicas de la filosofía tales como, si dios existe por qué ha permitido que se produzca esta destrucción.

La dimensión ética

En libros como éste se vería una doble faceta de la condición humana. Por ejemplo, en el libro Sin destino, de Imre Kertesz, se muestra como en los campos de concentración, llevados por la degradación brutal, los sujetos se van deshumanizando, perdiendo los valores y la dignidad. Pero no todos. Algunos la siguen conservando, como el maestro moribundo que, a pesar de ello, da parte de su comida al otro. Igualmente, en La Carretera están estas dos dimensiones, el horror de la condición humana, los tipos que se van encontrando por la carretera, que han llegado a la más terrible deshumanización, pero también nos encontramos con ese punto sublime que tiene la condición humana, impresionante, que se refleja en el amor.

En este sentido, se destacó la posición ética del chico, su esfuerzo por no deshumanizarse frente al infierno que estaban viviendo él y el padre. Se podría decir, desde esta vertiente, que es el hijo quien está educando al padre. Cuando el padre ya fruto de las malas experiencias que ha tenido en la vida, prefiere mantener una posición pragmática, ir a lo práctico, como se ve en el momento en que deja a un anciano abandonado, el niño sin embargo, como pureza de la vida, se sitúa como contrapunto a la seguridad y con su generosidad corrige la postura del padre.

También se pensó que el niño era algo así como el portador del ideal de la civilización. Tiene más arraigado que el padre el tabú del asesinato. Es como si fuese un guardián del sentido. Se hace referencia a aquel sueño que tuvo, en el que se manifiesta la falta de sentido, lo Umheimlich, lo siniestro, cuando los muñequitos se mueven solos, el niño se siente aterrado ante esa falta de sentido.

Lo que estaría en juego, en definitiva, es la responsabilidad personal, social y política, en el mundo que nos toca vivir. Sería, según todos estos cánones éticos, un libro para recomendar a todo el mundo, y tendría algo de la esencia de los cuentos tradicionales.

Desde este punto de vista ético, habría una especie de mensaje que se podría deducir de la lectura del libro. No se trataría de llegar a un mundo mejor, sino ser mejores en el mundo que toca vivir. Por eso el niño pregunta todo el tiempo: “¿somos buenos?”

La ética que impone el objeto técnico

Se comparó el libro al juego. Se mata a la gente igual que se hace en el juego de la PlayStation, y al igual que en ella, no hay historicidad, y los sujetos no tienen alma. ¿Cuántos años necesitamos para convertirnos en sujetos sin alma? Estas nuevas maneras de gozar que nos proponen las PlayStation, ir destruyendo al adversario, es también, de alguna manera, la obscenidad que denuncia el libro. El cambio que se estaría generando es que la ética que empieza a nombrarse es la que marca y manda el juego. No habría más ética que las reglas del juego y hay que matar a todos los adversarios. Es una de las posibles posiciones que se pueden adoptar como lector del libro, la que se tiene ante la PlayStation, uno se ve disparando sobre los adversarios.

Miguel Ángel Alonso