jueves, 26 de agosto de 2010

Meditaciones Literarias VI; Poesía y Verdad

Que la verdad tiene estructura, organización, de ficción, es un conocido axioma lacaniano. El paradigma es su escrito sobre “La carta robada” de Poe. Pero ¿qué quiere decir la verdad?, o incluso: ¿de qué ficción se trata?

La verdad necesita de la ficción, puede decirse; tal como para Nietzsche “la vida necesita de la Historia”; o tal como para Lévi-Strauss el parentesco necesita del mito elemental; o tal como para Freud el mito del neurótico necesita de la novela familiar, etc.

Lo único seguro con la verdad es que no es una evidencia, y no se confunde con el saber, del cual es reverso, o con el conocimiento, o la ciencia, siempre sospechosos de convencionalismo, mentira, vanidad, lujo del pensamiento, hinchazón, sutura del sujeto…

El axioma remite a Sócrates y Platón, no menos que a Poesía y Verdad de Goethe, pasando por innumerables referencias, como aquella de que “la verdad es siempre nueva” de Max Jacob, o como “el pasado es siempre oracular” de Nietzsche.

Lo único seguro con la verdad es que necesita del desvelamiento, es decir, que lleva tiempo y paciencia. Los amoríos con la verdad son igualmente sospechosos; no es seguro que el hombre la pretenda…

Regresando al escrito de Lacan sobre “La carta robada de Poe”, la verdad “quema”, es alterante y ajetreada. Tarda en asentarse; es por eso que el psicoanálisis no se ejerce de pie, dice Lacan con sentido del humor.

La división entre saber y verdad tiene su modelo en la escisión subjetiva: la verdad depende del hecho de que el sujeto no es idéntico a sí mismo, de que está en exclusión interna de su verdad (no es el amo de su propia morada, e incluso “ha tirado la llave”).

Una verdad que, bien acotada, y sin eliminar en ningún caso la responsabilidad subjetiva, acabará por ser transindividual. De ahí que el psicoanálisis adquiera con Lacan el estatuto de “ciencia conjetural” del sujeto. Del sujeto no quiere decir del hombre: “No hay ciencia del hombre”, dice Lacan. Del hombre solo hay historias, relatos, novelas… Al hombre le conviene la ficción, el hombre es el estilo, etc. El hombre no es una hipótesis deducible como el sujeto de la ciencia, el hombre padece la Historia, y padece de la verdad.

Lo propio de la verdad es no ser percibida conscientemente. No es la exactitud; esto es, lo propio de la verdad es esconderse, andar despistada. La verdad puede llegar a decir la verdad para mejor ocultarse, tanto más oscura cuanto más evidente, etc.

La verdad no es visible; no está dada; no es invariable; está sujeta a temporalidad; es dialéctica (hasta cierto punto); es intersubjetiva, no es solipsista; poco le falta para estar loca, y es amiga de la poesía (lo cual no quiere decir que todos los locos sean poetas o que digan la verdad).

En otros sentidos, la verdad es indiscreta, peligrosa y conlleva riesgos personales. Atrae al policía y al ladrón. También al censor, al estafador y al malversador, al detective y al psicoanalista, no menos que al poeta. Pone en marcha las "malas lenguas", excita las fantasías de los murmuradores y "malpensados"... No conviene al amo ni al poder, a los que siempre ofende o traiciona. Es clandestina, y va desviada de su curso. Siempre llega por retraso o con sorpresa. La verdad no se dice, sino que se muestra, donde menos se la espera: en un lapsus, una carcajada, un sueño... Se viste con los ropajes del síntoma, el secreto, o el error... Pero si va desviada de su curso, dice Lacan, es porque tiene un trayecto que le es propio.

La verdad insiste, la verdad se repite, pero el héroe de nuestra historia, de cualquier historia, no la posee; es la verdad (la carta robada) la que lo posee a él.

Aun desenmascarada es pronto para concluir la historia de nuestras relaciones con la verdad. Porque ¿qué hacer con la verdad? ¿Protegerla de las miradas? ¿Dejarla al descubierto? La verdad es que la verdad no sabe lo que hace ni lo que quiere…

Más incluso: aun vista la verdad, nuestro frágil héroe puede todavía desconocer lo visto, “desconocer la situación real en que él es visto no viendo”, dice Lacan, es decir, hacerse el muerto. ¿Por qué? Porque lo propio del héroe es extraviarse “en el momento mismo en que es presa de la verdad”.

La verdad no puede mirarse de frente; podría volvernos ciegos. Edipo y el primer poeta lo eran. No descarta hacerse valer algún día. Da testimonio de los poderes del pasado, aunque no podamos con ella. Scripta manet.

Ana Crespo