sábado, 14 de febrero de 2009

Comentario al libro Las puertas de lo posible de José María Merino. Por María José Martínez Sánchez

Tenemos ante nosotros, reunidos en un libro, los relatos destinados a ponernos delante de los ojos lo que José Mª Merino piensa que puede ser la vida en la Tierra, concretamente en nuestro país, dentro de unos 400, 500 ó 600 años.
Creo que son demasiados años para el futuro que nos retrata, pues es un futuro casi atisbado hoy, algo muy cercano para lo que él piensa será “pasado mañana”. Lo hace a partir de la información que le suministró un cronomóvil o máquina del tiempo a la que, se supone, le serían facilitados datos de un próximo futuro para que la máquina siguiera completando el dibujo.
Es curioso el primer relato, con ese guiño al psicoanálisis, donde nos describe esas fabulosas y económicas máquinas, robots–diván, estupenda denominación de origen, se me ocurre, unos trastos que, sin remedio, necesitan de cuidadores humanos para mantenerlos útiles, reponer pilas y cosas así.
En ese futuro se pretende que dichos aparatos sean la solución a todos los problemas psicológicos. Y lo harán ordenando la cabeza de los pacientes y recolocando las ideas, cada una en su lugar, según la importancia.
Pero, ¿cuáles son esas ideas y como han de colocarse?
Y Merino nos dice, en uno de los capítulos más graciosos, que las máquinas pretendían restablecer la devoción y la piedad, animar a la gente a usar más la tarjeta de crédito, liberarse de chutes excesivos tomando el famoso Soma de Huxley, en su apartamento de 20 metros cuadrados, y procurar que todos los ciudadanos sean partidarios del deporte. Todo ello ha de conseguirse en una dosis y proporciones adecuadas, base obligada para la buena convivencia en ese nuevo modelo de sociedad en la que todavía —nos aclara—, existirían coches conviviendo con aeronaves, marcianos al estilo tradicional, traiciones muy humanas, sabotajes, ricos y pobres, y por si acaso, mutualidades de funcionarios, policía, multas, pólizas de seguros y muchas cosas mas.
Dentro de las mejoras habidas cabe también un Estado Leonés y un puerto Maragato.
Y añade a las cosas antes citadas, que los ciudadanos habrán de tener amores racionales, sin excesos, ni tan siquiera literarios, como en los libros de poemas y novelas antiguos, para conseguir una vida que, siendo “menos humana”, sea más llevadera. Los libros ya no existirán, pero sí la Real Academia Española. No han de juzgarse mal algunas incoherencias.
El que una sociedad “menos humana” sea más llevadera, es una idea que me parece muy interesante, y podemos sacar de aquí alguna consecuencia.
La palabra “humano” está llena de confusión. Efectivamente. Al pensar en lo humano tendemos a pensar en algo bueno, y decimos, por ejemplo, al contemplar ciertas hambres injustificadas o ciertas masacres, “hay que tener algo de humanidad”.
Pero “todo lo que acontece aquí es humano”, —dice un aforismo casi incontestable.
Y podríamos seguir pensando, a partir de la consecuencia que Merino nos ofrece que tal vez no todo lo humano sea necesario. De hecho vemos a diario que no lo es. Por eso siempre se intenta anular, cambiar, o mejorar algo. Y eso de mejorar lo humano a partir de otro discurrir humano encierra gran dificultad, pero aún así es lo único que se puede hacer.
Hasta aquí las reflexiones necesarias para seguir interesándonos por una lectura.
Y según nos explica el profesor Souto, los cambios en la sociedad española se conocen a través de los datos aportados por el cronomóvil llamado Cthulu, extraño nombre tomado de un ser primigenio protagonista de los relatos terroríficos ideados por el autor del terror cósmico.
El libro está escrito desde un cierto humorismo general que supongo en la más oculta intención del autor, pero también está oculto al lector. A mi confieso que me desconcertó, y creo que no se aprecia bien. Dicho humor no da unidad al libro ni se manifiesta en todos sus capítulos, que son muy diferentes, salvo en el primero, en el glosario y en algún que otro momento aislado.
Merino, académico, nos ofrece ese glosario quizá para hacernos sonreír con algún comentario jocoso, tal vez, también, para llamar la atención sobre los cambios innecesarios que hoy contemplamos en algunas palabras. Y sobre las palabras también nos dice el ocurrente profesor Souto, que en ese futuro se conservan algunas de las actuales, sabiendo de su anacronismo, para hacernos más fácil la explicación de los hechos. Así, pues, encontramos palabras como bareto, birra, supercapullo, etc.
Sigue el autor repasando, en un recorrido anecdótico, los cambios apreciados en la sociedad a través de los personajes que encarnan a los trabajadores de los nuevos oficios y cargos políticos. Éstos están para mantener y vigilar el nuevo orden en este nuevo sistema donde constantemente lo humano vuelve por sus fueros con una antigua y persistente añoranza hacia la Naturaleza.
Nos cuenta como el Sistema de Salud busca el ahorro por encima de todo.
Nos cuenta también como los banqueros hacen sacrificios para seguir manteniendo el sagrado orden liberal ante oscuros totalitarismos igualitarios.
Nos habla de los trasplantes usados de la peor manera para castigar el adulterio, y de la ingeniería genética destinada a obtener especies animales idóneas. Nos dice también cosas sobre las casas inteligentes, que más bien son casas raras, de playas simuladas, y de una ciudad en ruinas que nos recuerda enormemente al fotograma más característico del Planeta de los Simios.
Pero ya podemos hacer un descanso en la enumeración de las anécdotas que el autor nos ofrece, y preguntarnos algo que pudiera ser objeto de reflexión:
¿Hay algún objetivo oculto, pero bien trazado, que guíe la evolución de las sociedades organizadas, o a los cambios futuros se llega por la inercia de los hechos?
Y si en cierta manera fuera así, ¿cuáles fueron los factores determinantes para que, a partir de nuestros días, se iniciase un deslizamiento paulatino hacia ese futuro ya intuido y que a través de este libro contemplamos?
Tal vez la respuesta esté en una frase que pueda combinar ambas opciones: Hay una inercia en los hechos que favorece el desarrollo de un plan bien trazado.
Y ese plan, ¿de qué índole es? ¿Quiénes lo diseñan?
Tal vez los hechos que conducirán a ese “pasado mañana” puedan decirnos algo.
Un hecho es el egoísmo de ciertos poderes económicos que ya hace años diseñaron para nosotros una sociedad inhumana, con el sistema médico y psicológico más barato sin pensar en las repercusiones. Un sistema que prescinde de dar trabajo directamente a las personas para no tener que pagar su Seguridad Social, que obliga a todos a trabajar demasiadas horas, para ser rentables, con el consiguiente deterioro familiar, que aparca a los ancianos en frías residencias y a los niños en guarderías. Todo ha de rodar como un engranaje perfectamente suavizado por ese Soma que ya nos está llegando en forma de mil comprimidos de colores que se dirigen, cada uno, al lugar cerebral dónde más se necesita.
Porque la gran empresa económica de nuestros días ha de funcionar.
Yo no sé si José Mª Merino quiso decirnos esto en su libro. Más bien creo que no. Al revés de Julio Verne que se centra en un solo descubrimiento científico anticipado, él describe los cambios habidos en múltiples aspectos sociales, y creo que su realidad creada, a partir de una escasa fantasía, no tiene una intención determinada.
Y así nos cuenta de la lucha entre el Norte y el Sur, de los negocios, de los fraudes, de los odios, de la prostitución en los edenes con entrada posterior, con “maquinenas” llamadas “izas” al estilo Cela, y también del persistente deseo de anular al hombre como tal, al hombre impredecible, al hombre que piensa, por ser un peligro al ser original, por sacar, en fin, los pies del plato. Y para controlar todo esto se usan estudiosos, persuasores, vigilantes y se lleva puesto un casco especial pare recibir instrucciones. Se trata de controlar a los que añoran al ser humano natural, pues esos son los traidores a ese sistema en el que también cabe borrar, en esos robots casi humanos, la memoria amorosa de la dependencia.
Todo huele a dictadura. En el libro se dice que todo esto es necesario para que el hombre natural no llegue, con su torpeza, a destruir a la propia especie humana. ¿Sofisma? No lo sé, pero en todo caso éste no es el camino. No en vano los Derechos Humanos se declararon para el Hombre tal como es.
Lo que Merino denuncia con más claridad al final de su libro, es “el uso de la Ciencia al servicio de la depredación de los despojos de la Tierra”, en un momento en que se traen minerales energéticos de Marte y, aunque dicho muy de pasada, hay contacto con extraterrestres y ya se vive en la Luna.
Cuando yo pienso en el futuro más próximo que ya está ahí, como paso al siguiente escalón, creo que hay dos formas distintas de imaginarlo, y también, por tanto, dos formas diferentes de diseñarlo.
El futuro que nos presenta Merino está claramente diseñado por hombres. En ellos está menos arraigado el cuidado biológico de la prole, con todas sus consecuencias, de tal forma que, al estar en sus manos los cambios sociales, es fácil que se pierdan muchos de esos valores “humanos” y obtengamos, a cambio de una cierta “seguridad”, un sistema diferente, sí, pero que sin duda puede volverse contra nosotros mismos.
Y todo dentro de una inercia a la que casi nadie se sabe oponer, y en una sociedad en la que no aparece ningún niño. Y esto es una incógnita que el libro no afronta ni resuelve.
En los últimos capítulos van apareciendo más hombres naturales, los que en otros episodios figuraban escondidos. Uno de ellos se enamora perdidamente de un robot, tan perfecto, que deja eclipsada a su mujer, a la que vuelve tras su llamada, y vuelve a dejar, para compartir con el perfecto robot, Elo, su vida hasta el final de sus días, olvidando totalmente su condición de máquina.
Decir que es muy difícil para un hombre imaginar el futuro fuera de sí mismo y de su vital experiencia humana.
La consideración final que sobre el Hombre nos hace Merino, por boca de ese enamorado, es muy oportuna:
... y pensé que al fin y al cabo yo también era una especie de máquina, y que mi pretendida superioridad sobre los robots, mis sentimientos humanos, eran producto de reacciones químicas y descargas eléctricas.
Para pensárselo dos veces. ¿Qué nos diría hoy Quevedo?
¿Robot al fin, pero robot enamorado? No lo sé.
Química, circuitos, tornillos y... ¿algo más? Misterio por aclarar.
Lo humano, precisamente.


Mª José Martínez Sánchez.

Comentario del libro Las puertas de lo posible de José María Meriono. Por María José Martínez Sánchez

Tenemos ante nosotros, reunidos en un libro, los relatos destinados a ponernos delante de los ojos lo que José Mª Merino piensa que puede ser la vida en la Tierra, concretamente en nuestro país, dentro de unos 400, 500 ó 600 años.
Creo que son demasiados años para el futuro que nos retrata, pues es un futuro casi atisbado hoy, algo muy cercano para lo que él piensa será “pasado mañana”. Lo hace a partir de la información que le suministró un cronomóvil o máquina del tiempo a la que, se supone, le serían facilitados datos de un próximo futuro para que la máquina siguiera completando el dibujo.
Es curioso el primer relato, con ese guiño al psicoanálisis, donde nos describe esas fabulosas y económicas máquinas, robots–diván, estupenda denominación de origen, se me ocurre, unos trastos que, sin remedio, necesitan de cuidadores humanos para mantenerlos útiles, reponer pilas y cosas así.
En ese futuro se pretende que dichos aparatos sean la solución a todos los problemas psicológicos. Y lo harán ordenando la cabeza de los pacientes y recolocando las ideas, cada una en su lugar, según la importancia.
Pero, ¿cuáles son esas ideas y como han de colocarse?
Y Merino nos dice, en uno de los capítulos más graciosos, que las máquinas pretendían restablecer la devoción y la piedad, animar a la gente a usar más la tarjeta de crédito, liberarse de chutes excesivos tomando el famoso Soma de Huxley, en su apartamento de 20 metros cuadrados, y procurar que todos los ciudadanos sean partidarios del deporte. Todo ello ha de conseguirse en una dosis y proporciones adecuadas, base obligada para la buena convivencia en ese nuevo modelo de sociedad en la que todavía —nos aclara—, existirían coches conviviendo con aeronaves, marcianos al estilo tradicional, traiciones muy humanas, sabotajes, ricos y pobres, y por si acaso, mutualidades de funcionarios, policía, multas, pólizas de seguros y muchas cosas mas.
Dentro de las mejoras habidas cabe también un Estado Leonés y un puerto Maragato.
Y añade a las cosas antes citadas, que los ciudadanos habrán de tener amores racionales, sin excesos, ni tan siquiera literarios, como en los libros de poemas y novelas antiguos, para conseguir una vida que, siendo “menos humana”, sea más llevadera. Los libros ya no existirán, pero sí la Real Academia Española. No han de juzgarse mal algunas incoherencias.
El que una sociedad “menos humana” sea más llevadera, es una idea que me parece muy interesante, y podemos sacar de aquí alguna consecuencia.
La palabra “humano” está llena de confusión. Efectivamente. Al pensar en lo humano tendemos a pensar en algo bueno, y decimos, por ejemplo, al contemplar ciertas hambres injustificadas o ciertas masacres, “hay que tener algo de humanidad”.
Pero “todo lo que acontece aquí es humano”, —dice un aforismo casi incontestable.
Y podríamos seguir pensando, a partir de la consecuencia que Merino nos ofrece que tal vez no todo lo humano sea necesario. De hecho vemos a diario que no lo es. Por eso siempre se intenta anular, cambiar, o mejorar algo. Y eso de mejorar lo humano a partir de otro discurrir humano encierra gran dificultad, pero aún así es lo único que se puede hacer.
Hasta aquí las reflexiones necesarias para seguir interesándonos por una lectura.
Y según nos explica el profesor Souto, los cambios en la sociedad española se conocen a través de los datos aportados por el cronomóvil llamado Cthulu, extraño nombre tomado de un ser primigenio protagonista de los relatos terroríficos ideados por el autor del terror cósmico.
El libro está escrito desde un cierto humorismo general que supongo en la más oculta intención del autor, pero también está oculto al lector. A mi confieso que me desconcertó, y creo que no se aprecia bien. Dicho humor no da unidad al libro ni se manifiesta en todos sus capítulos, que son muy diferentes, salvo en el primero, en el glosario y en algún que otro momento aislado.
Merino, académico, nos ofrece ese glosario quizá para hacernos sonreír con algún comentario jocoso, tal vez, también, para llamar la atención sobre los cambios innecesarios que hoy contemplamos en algunas palabras. Y sobre las palabras también nos dice el ocurrente profesor Souto, que en ese futuro se conservan algunas de las actuales, sabiendo de su anacronismo, para hacernos más fácil la explicación de los hechos. Así, pues, encontramos palabras como bareto, birra, supercapullo, etc.
Sigue el autor repasando, en un recorrido anecdótico, los cambios apreciados en la sociedad a través de los personajes que encarnan a los trabajadores de los nuevos oficios y cargos políticos. Éstos están para mantener y vigilar el nuevo orden en este nuevo sistema donde constantemente lo humano vuelve por sus fueros con una antigua y persistente añoranza hacia la Naturaleza.
Nos cuenta como el Sistema de Salud busca el ahorro por encima de todo.
Nos cuenta también como los banqueros hacen sacrificios para seguir manteniendo el sagrado orden liberal ante oscuros totalitarismos igualitarios.
Nos habla de los trasplantes usados de la peor manera para castigar el adulterio, y de la ingeniería genética destinada a obtener especies animales idóneas. Nos dice también cosas sobre las casas inteligentes, que más bien son casas raras, de playas simuladas, y de una ciudad en ruinas que nos recuerda enormemente al fotograma más característico del Planeta de los Simios.
Pero ya podemos hacer un descanso en la enumeración de las anécdotas que el autor nos ofrece, y preguntarnos algo que pudiera ser objeto de reflexión:
¿Hay algún objetivo oculto, pero bien trazado, que guíe la evolución de las sociedades organizadas, o a los cambios futuros se llega por la inercia de los hechos?
Y si en cierta manera fuera así, ¿cuáles fueron los factores determinantes para que, a partir de nuestros días, se iniciase un deslizamiento paulatino hacia ese futuro ya intuido y que a través de este libro contemplamos?
Tal vez la respuesta esté en una frase que pueda combinar ambas opciones: Hay una inercia en los hechos que favorece el desarrollo de un plan bien trazado.
Y ese plan, ¿de qué índole es? ¿Quiénes lo diseñan?
Tal vez los hechos que conducirán a ese “pasado mañana” puedan decirnos algo.
Un hecho es el egoísmo de ciertos poderes económicos que ya hace años diseñaron para nosotros una sociedad inhumana, con el sistema médico y psicológico más barato sin pensar en las repercusiones. Un sistema que prescinde de dar trabajo directamente a las personas para no tener que pagar su Seguridad Social, que obliga a todos a trabajar demasiadas horas, para ser rentables, con el consiguiente deterioro familiar, que aparca a los ancianos en frías residencias y a los niños en guarderías. Todo ha de rodar como un engranaje perfectamente suavizado por ese Soma que ya nos está llegando en forma de mil comprimidos de colores que se dirigen, cada uno, al lugar cerebral dónde más se necesita.
Porque la gran empresa económica de nuestros días ha de funcionar.
Yo no sé si José Mª Merino quiso decirnos esto en su libro. Más bien creo que no. Al revés de Julio Verne que se centra en un solo descubrimiento científico anticipado, él describe los cambios habidos en múltiples aspectos sociales, y creo que su realidad creada, a partir de una escasa fantasía, no tiene una intención determinada.
Y así nos cuenta de la lucha entre el Norte y el Sur, de los negocios, de los fraudes, de los odios, de la prostitución en los edenes con entrada posterior, con “maquinenas” llamadas “izas” al estilo Cela, y también del persistente deseo de anular al hombre como tal, al hombre impredecible, al hombre que piensa, por ser un peligro al ser original, por sacar, en fin, los pies del plato. Y para controlar todo esto se usan estudiosos, persuasores, vigilantes y se lleva puesto un casco especial pare recibir instrucciones. Se trata de controlar a los que añoran al ser humano natural, pues esos son los traidores a ese sistema en el que también cabe borrar, en esos robots casi humanos, la memoria amorosa de la dependencia.
Todo huele a dictadura. En el libro se dice que todo esto es necesario para que el hombre natural no llegue, con su torpeza, a destruir a la propia especie humana. ¿Sofisma? No lo sé, pero en todo caso éste no es el camino. No en vano los Derechos Humanos se declararon para el Hombre tal como es.
Lo que Merino denuncia con más claridad al final de su libro, es “el uso de la Ciencia al servicio de la depredación de los despojos de la Tierra”, en un momento en que se traen minerales energéticos de Marte y, aunque dicho muy de pasada, hay contacto con extraterrestres y ya se vive en la Luna.
Cuando yo pienso en el futuro más próximo que ya está ahí, como paso al siguiente escalón, creo que hay dos formas distintas de imaginarlo, y también, por tanto, dos formas diferentes de diseñarlo.
El futuro que nos presenta Merino está claramente diseñado por hombres. En ellos está menos arraigado el cuidado biológico de la prole, con todas sus consecuencias, de tal forma que, al estar en sus manos los cambios sociales, es fácil que se pierdan muchos de esos valores “humanos” y obtengamos, a cambio de una cierta “seguridad”, un sistema diferente, sí, pero que sin duda puede volverse contra nosotros mismos.
Y todo dentro de una inercia a la que casi nadie se sabe oponer, y en una sociedad en la que no aparece ningún niño. Y esto es una incógnita que el libro no afronta ni resuelve.
En los últimos capítulos van apareciendo más hombres naturales, los que en otros episodios figuraban escondidos. Uno de ellos se enamora perdidamente de un robot, tan perfecto, que deja eclipsada a su mujer, a la que vuelve tras su llamada, y vuelve a dejar, para compartir con el perfecto robot, Elo, su vida hasta el final de sus días, olvidando totalmente su condición de máquina.
Decir que es muy difícil para un hombre imaginar el futuro fuera de sí mismo y de su vital experiencia humana.
La consideración final que sobre el Hombre nos hace Merino, por boca de ese enamorado, es muy oportuna:
... y pensé que al fin y al cabo yo también era una especie de máquina, y que mi pretendida superioridad sobre los robots, mis sentimientos humanos, eran producto de reacciones químicas y descargas eléctricas.
Para pensárselo dos veces. ¿Qué nos diría hoy Quevedo?
¿Robot al fin, pero robot enamorado? No lo sé.
Química, circuitos, tornillos y... ¿algo más? Misterio por aclarar.
Lo humano, precisamente.


Mª José Martínez Sánchez.

Comentario del libro Las puertas de lo posible de José María Merino. Por Miguel Ángel Alonso


Cuando dos cuerpos se unen para amar, se quema más despacio la soledad de la tierra” (23)

Entre la zona oscura y la zona clara, apenas hay un límite tenue” (174)

Hay palabras que cuando se asocian, parecen hacerlo por mor de una afortunada armonía que se realiza entre ellas. En la asociación de otras, en cambio, lo que asoma es la palpitación de un cierto antagonismo. Esto último es lo que percibo en el título Las puertas de lo posible. Produce un efecto extraño la convivencia entre puertas y posible. Lo posible, en principio, parece contrario a la sugerencia de resistencia, grande o pequeña, que sin duda porta la palabra puerta. Sería menos problemático para el oído, por ejemplo, un título como Las puertas de lo imposible. Sólo al franquear el umbral del título, uno encuentra un sentido que cree apropiado para esta unión paradójica.

Para el ser humano la categoría de lo imposible, de la falta, del vacío, de la carencia de palabras, es algo propio. En ese sentido, habría puertas que, quizá, nunca deberíamos de franquear, o aun, como ocurre en estos cuentos, derribar. Traspasar el umbral de la imposibilidad es convocar, ineluctablemente, al mal radical y destructor, es convertir las puertas que esconden lo imposible en pura ceniza.

Cuando uno entra en la lectura del libro, se da cuenta de inmediato que el deseo perverso de la tecnología, en su afán de ir siempre más allá de cualquier límite, no se detiene ante nada, ante ninguna barrera, ante ninguna puerta. La tecnología seduce con un discurso destinado a hacer creer que todo es posible, así reza su tan conocido y devastador lema: “imposible is noting”. De esa manera nos encontramos con la trasformación de lo imposible en posible. ¿Cuál es el precio que hay que pagar por dejarnos seducir por su discurso? Nada más y nada menos que la devaluación de lo propiamente humano, incluso su perdición, su destrucción. Porque un mundo como el que despliega el libro, de sujetos de palabra precaria, casi extinguida, de mínimos sentimientos, de carencias afectivas absolutas, hasta el punto de que el mismo amor no tiene apenas lugar en la determinación de los lazos sociales, efectivamente, no es un mundo al que podamos seguir llamando humano.

El título me sugiere, entonces, la idea de un umbral que nunca deberíamos de traspasar. Una vez derribada la puerta –sin que se hayan dilucidado las consecuencias que ello conlleva— nos conduce a un futuro nefasto. Ya estamos viendo ahora al ser humano, ese que aún resguarda mínimamente el pasado, la tradición, los afectos, los sentimientos, la pasión, la poesía, la novela, la escritura, el amor, etc., marcado por signos inquietantes de desasosiego.

Como dice el párrafo de Filippo Tommasso Marinetti que abre a la lectura del libro: “El tiempo y el Espacio murieron ayer. Nosotros vivimos en el absoluto, porque hemos creado ya la eterna velocidad omnipresente”. Una de las esencias que puede recogerse de esta frase es la idea de que el ser, ya en el presente, y más en el futuro histórico que le espera, el que Merino nos enseña en los cuentos, no dispone, y menos dispondrá, de tiempo para su realización. Ese tiempo ya le fue robado por la inevitable velocidad en la que obligatoriamente ha de mantenerse el mundo tecnológico ávido de una satisfacción continua.

¿Se podría concebir todavía alguna esperanza respecto al pobre destino que nos impone la vertiente perversa del saber científico y tecnológico? En todos los cuentos, el anhelo de un pulcro orden y absoluta seguridad se rompe por algún resquicio que, siempre, consigue abrir el viejo y tradicional deseo sustentado aquí por la rebeldía de personajes secundarios de las historias. Serían los que encarnarían una mínima esperanza de que el significante “humano” no cayese en el olvido.

Pero también encuentro una vertiente amable del título. Es el homenaje que se rinde a la literatura, heredera y depositaria de la tradición, conservadora de la hermosura y del dolor de lo humano a lo largo de los tiempos (104). Ella, más capaz que la propia tecnología, es el lugar apropiado para hacer El viaje inexplicable (127) por la palabra, por el sueño, por la aventura (137), por el futuro, es la verdadera y única puerta susceptible de ser atravesada para hacer posible lo imposible, viajar más allá de los confines a los que la propia tecnología pudiera llegar, viajes como los del Profesor Souto a través de La Mancha de El Quijote, o su estancia en el hospital de La Montaña Mágica, o conocedor de Raskolnikov en Crimen y castigo. Sólo la literatura está capacitada para ir más allá de las puertas que esconden lo imposible, sin que ese ir más allá suponga la destrucción de lo humano. Porque la literatura es “saber hacer” con esa imposibilidad a la que siempre alude a través de las múltiples vicisitudes emocionales que escribe. La tecnología, en cambio, en su infinita pasión por la ignorancia, cree que ir más allá supone ir al encuentro con una esencia, no se da cuenta de que más allá, no hay nada que encontrar.

El ejemplo del profesor Souto es lo sugerente, viajar por los mundos más allá de las lejanías, por la ficción que preserva al ser en la palabra, en ese lugar que sabe que la verdad para nosotros no está más allá de ella, sino en sus intersticios. Si la literatura y la palabra desapareciesen del mundo, la humanidad sólo podría mostrar una espeluznante desnudez.

Respecto a la credibilidad de los relatos, y al igual que ocurría con el libro sobre el que debatimos en la tercera tertulia, La carretera de Cormac McCarthy, en Las puertas de lo posible no se siente extraña la anacronía en el tiempo, quizá porque el espacio virtual que narra es demasiado creíble en vista de los acontecimientos que conocemos de la vida actual, y de los signos que se inscriben en las ya poco elocuentes, por silenciadas, subjetividades. Todo lo que ocurre en ese espacio, cinco siglos después, ya está en germen actualmente.

Uno de los aspectos más relevantes que encontramos a través de diferentes relatos, hace referencia a la devaluación que se produce en el ámbito del lenguaje. Una frase lo sugiere con claridad en el prólogo. Frase que, una vez leído el libro, adquiere todo su valor:

“Merino… ha tenido que emplear el repertorio verbal que utilizamos en nuestra época mucho más prolijo que el que corresponderá a los tiempos relatados” (Profesor Souto. Prólogo, pág. 12)

El progreso que la tecnología se arroga, lleva aparejada, como decía en la introducción, la pérdida del lenguaje, de la palabra, esa extraña e indeseable, para la ciencia, impureza que nos habita. Y la enseñanza que deja la lectura del libro es que la precariedad de lo humano es proporcional a la precariedad de las formas expresivas. No hay humanidad sin lenguaje.

¿Por qué muchos de los protagonistas de los cuentos no comprenden lo que está pasando en aquellos que aún guardan, o muestran, esencias de lo humano? Porque ya no disponen de la palabra que refiera a ellas, o de literatura que les pueda informar acerca de las pasiones que un día formaban parte de lo humano. Todo constituye para los que se sostienen en tal precariedad, una enorme sorpresa.

En cuanto a la época histórica que narra el libro, ella quizá es la antesala del máximo esplendor, de la apoteosis máxima del sistema de capitalismo salvaje: su destrucción total, el triunfo definitivo de la pulsión de muerte en que sostiene su acción. Todo parece indicarlo, el destrozo del medio natural, los problemas energéticos, la búsqueda de otros planetas para continuar en ellos la vida ya que en Tierra no va a ser posible, los efectos del cambio climático, la extinción de la vida animal, la genética como instrumento para crear especies vegetales destruidas.

Para demostrar la alianza entre el sistema y la pulsión de muerte, Las puertas de lo posible nos ilumina una escena en la que se pone de manifiesto el imperativo de satisfacción que le es propio a aquél. Lo más perverso de todo es el negocio que se hace de la propia destrucción, como podemos ver en el cuento La historieta de su vida. Ahí, la destrucción de las ciudades es todo un negocio para las empresas, pues será necesario construir otras, lo cual aportará infinitos beneficios. De lo único que se trata para este sistema es del imperativo ineludible de satisfacer su pulsión, su avaricia, obtener beneficios para seguir creciendo económicamente.

“Si no hubiese un desastre ecológico global habría que inventarlo” (154) “Los problemas del ecosistema planetario son motores del progreso”

Y un problema muy grave se refiere a la infinita confianza que se tiene en la tecnología para superar los desastres que ella misma causa (105). Mientras tanto el deterioro aumenta a pasos agigantados (153).

La servidumbre de las instituciones a los fines del sistema es otra de las facetas que podemos atisbar en el libro. Por ejemplo, en el terreno de la política, la mentira sirve como sustento de su acción. Para perdurar, continuamente pone en juego su imaginación porque precisa proveer de ilusiones, de objetos (93) que calmen los efectos que se puedan derivar de las carencias irremediables, de las angustias y mutilaciones que el mismo sistema provoca. Lo vemos en el cuento Terranoé, un planeta inventado para, en el fondo, poder mantener la avaricia del sistema con la falsa promesa de un destino mejor. (106).

También resulta curiosa la organización de los divanes, de los Efe Ese Can. Es homóloga a la organización rizomática, no jerárquica, de las organizaciones de nuestro mundo. Más que una estructura jerarquizada, es una estructura que conecta a los diversos elementos, lo cual implica que la avería en un lugar del sistema, implica la contaminación a todo el sistema de manera que el equilibrio del sistema se rompe. ¿No es algo parecido lo que ocurre en la actual crisis del sistema capitalista que estamos sufriendo?

Por el lado del sujeto situado en el sistema, encontramos la tradición perdida, es decir, la existencia de sujetos sin pasado, y su alienación al objeto técnico con sus ficciones virtuales en detrimento de la letra.

No puedo dejar de referirme al primero de los cuentos, Ese Efe Can, por las sugerencias psicoanalíticas y humanas que proporciona. Este cuento nos enseña los resquicios a través de los cuales es posible encontrar la libertad cuando la singularidad de cada sujeto está silenciada, eso tan propio de ciertas praxis que se sostienen en terapias en serie y normativizadoras.

¿Cómo se sutura, en este cuento, la subjetividad? Silenciando el deseo, obligando al sujeto a instalarse en la norma, en la vertiente más trivial del ocio, del consumo, y del juego (16). Lo trivial es la fórmula utilizada para producir el olvido del ser. Y en la terapéutica, para ir acorde con la velocidad de los tiempos, se procura acortar el tiempo, porque no se trata del tiempo del ser, sino del tiempo que requiere la sociedad tecnológica que no entiende de demoras. El sujeto ha de callar y se alienará sin más a un discurso preestablecido por los agentes sociales. Es la eliminación del Otro simbólico y su sustitución por una norma que tienen su origen en la perversión, la norma del Otro que dice saber lo que le conviene al sujeto y lo graba en los Ese Efe Can para escribirlo en los cuerpos de los pacientes.

Pero ilustrativo resulta que sea, precisamente allí donde se produce un desarreglo, una brecha, una ruptura, donde a la vez surja el advenimiento de lo humano. La avería del ordenador supone la posibilidad de apertura a un lugar más allá de la norma, y de que aparezcan antiguas palabras casi olvidadas y afloren los afectos que a ellas corresponden, en este caso el amor. Por donde se rompe el discurso normativizador introducido en el Ese Efe Can, se deja oír el deseo, la categoría más humana de todas las que podamos evocar. Ahí surge la decisión, la posibilidad de libertad, la singularidad rebelde respecto a la norma, la palabra propia conservada en lugares recónditos que se despiertan para evocar nuevamente el sentido, el afecto al que en otro tiempo esa palabra estuvo ligada.

Es por tanto una buena manera de enseñarnos como la verdad y la libertad subjetiva no advienen a través de la razón, de la norma, del bien pensar sugerido por las instituciones, sino que se las reconoce allí donde se produce la sorpresa de una ruptura, de una grieta que repentinamente se abre, de un lapsus que nos conmociona, de un sueño que disfraza o censura nuestra verdad tras el velo del sinsentido. Esa es una de las enseñanzas de este cuento, en cualquier exceso del lenguaje se manifiesta el ser.

Lo podemos ver en el ejemplo que nos ofrecen los extraordinarios poemas del final del cuento, esas letras que, de algún modo, pueden considerarse un exceso del lenguaje, escribiéndose por fuera de las normas gramaticales, léxicas, ortográficas, e incluso del sentido, etc., pero todos podemos reconocer que es ahí donde uno encuentra, más que en ningún otro lugar, la máxima expresión de las pasiones y del enigma de lo humano.

Uno de los grandes protagonistas de estos cuentos es el amor, hay que reconocer uno de los momentos sublimes, un canto al amor como posibilidad de sostenimiento de lo humano. Una frase bellísima condensa todo lo que puede decirse al respecto:

“Cuando dos cuerpos se unen para amar, se quema más despacio la soledad de la tierra” (23)

Conclusión
La ficción de Las puertas de lo posible está hablando de nosotros, no hay apenas distancia entre nuestro tiempo y el que nos narra el libro. D. José María Merino muestra ser un escritor atento a lo cotidiano, lúcido observador de la realidad, de los avatares por lo que esta discurre, y de sus excesos. Es, por tanto, un libro muy apropiado para leer en los tiempos que corren porque nos procura un entendimiento de dicha realidad.

Cuestiona la vertiente perversa del anhelo científico-tecnológico, que trata de borrar al ser, a la incertidumbre de la palabra que lo sostiene, a su finitud, a su imposibilidad, a sus limitaciones. Ese anhelo ignorante viene impuesto por el imperativo de un goce que siempre quiere traspasar los límites que su condición humana, convirtiéndose así en el mal radical, pura pulsión de muerte. El único afán que rige a este tipo de sociedad es el afán de crecimiento económico, para ello todo sirve, el engaño, la destrucción. Un sistema acéfalo al servicio de la Pulsión de muerte.

En definitiva, este cuento nos revela un saber. El exceso de la norma elimina al sujeto, a su deseo, y entroniza al robot, humano o mecánico. La ruptura, en cambio, es el resquicio por el que es posible atisbar el eco de nuestro deseo. Estas ficciones, entonces, destapan nuestro mundo, dibujan la puerta que esconde otro más inquietante al que aluden, y nos sitúa en el dilema de cerrarla o de franquear el umbral hacia una posible destrucción.

Miguel Ángel Alonso

martes, 10 de febrero de 2009

D. José María Merino nos visita en la quinta reunión de Liter-a-tulia.

Liter-a-tulia
5ª reunión

El viernes 13 de Febrero de 2009 celebraremos la quinta reunión de Liter-a-tulia. Para esta ocasión, tendremos el honor y el privilegio de contar con la presencia del autor de la obra Las puertas de lo posible, D. José María Merino, al que podremos preguntar directamente acerca de las cuestiones que la lectura nos suscite.
Como de costumbre, la tertulia tendrá lugar a las seis de la tarde en el Restaurante Este o Este, C/Manuela Malasaña 9, Metro Bilbao. Madrid.
Nuevamente os recordamos la dirección del blog, en el que insertamos todos los comentarios que van surgiendo acerca de las diferentes tertulias, así como diversos artículos, comentarios de textos, etc.
http://www.liter-a-tulia.blogspot.com/
Y también, queremos felicitaros y daros las gracias por la acogida que estáis dispensando a este espacio, incluso en época de vacaciones, lo que muestra que el deseo y la literatura están todavía muy vivos.
Fecha: 13-Febrero-2009.Hora: 18 h.Lugar: Restaurante Este o Este
Dirección: Calle Manuela Malasaña nº 9. Metro BilbaoLibro: Las puertas de lo posible. (D. José María Merino)
Para cualquier consulta dirigirse a Miguel Ángel Alonso o a Alberto Estévez:
E-mail: miguelangelalonso56@telefonica.net
E-mail: estalberto@gmail.com