sábado, 28 de agosto de 2021

El caso Mike, la nueva novela de Gustavo Dessal. Presentación BOLM (Biblioteca de Orientación Lacaniana). Comentario de Miguel Ángel Alonso

El caso Mike, la nueva novela de Gustavo Dessal, es una oportunidad para renovar el goce intelectual que siempre producen sus textos, sean literarios, de ensayo, o artículos, porque en todos ellos encontramos un pensamiento lúcido y trascendente relativo al sujeto, al lenguaje, a lo social, a lo político. Trascendente porque, además, es un pensamiento que acoge un plano de lo humano todavía no alcanzado por la ideología totalizadora con la que el mundo tecnológico pretende colonizar al sujeto y todas las categorías que lo configuran, lenguaje, verdad, ficción, etc. Una ideología que va a estar presente como telón de fondo en la trama de la novela.        

Quiero detenerme, antes que nada, en una simetría que observo en la serie del Dr. Palmer compuesta por El caso Anne y El caso Mike. Si en la primera entrega, El caso Anne, la mirada del psicoanalista, con todo su bagaje de pensamiento, con todo su posicionamiento ético, se dirigía hacia el pasado, hacia la Historia con mayúscula, y más concretamente hacia el terror nazi que determinó trágicamente la existencia de los protagonistas de la novela, en El caso Mike la mirada del Dr. Palmer cambia de dirección, poniendo su foco en el futuro, en el Destino de lo humano, también con mayúscula, secuestrado por el mundo global, capitalista, científico y técnico. Es decir, desde el drama de los protagonistas, desamparados y arrojados al mundo, desde el clamor de sus lenguajes rotos y agujereados, como puntos centrales, el psicoanalista dirige un llamado al pasado y otro al futuro para restituirle a esos sujetos y a sus lenguajes, la dignidad, la palabra, el saber y la verdad que le fueron arrebatados por el pasado, y que le está siendo arrebatada ahora en nombre de un espejismo, o de una superstición, que conocemos con el nombre de progreso.

Porque con El caso Mike estamos ante un Destino problemático que provoca una enorme inquietud y una gran perturbación, pues su devenir, encaminado fundamentalmente por la tecnología, se mueve en paralelo con una de las categorías clínicas fundamentales: la paranoia. La realidad del sujeto, la realidad social, la política, y toda la incertidumbre existencial de lo humano, son arrastradas hasta una experiencia límite, hasta lo que parece un punto de no retorno, donde el Dr. Palmer, como psicoanalista, examina las posibilidades de pervivencia de un mundo en el que la locura, en el sentido peyorativo del término, no sólo capitanea el destino de los sujetos y de la sociedad, sino que, además, se instala como cultura. Como se dice en un momento de la trama: “La enfermedad mental se está volviendo un estado crónico de la civilización[1]. En este sentido peyorativo, la paranoia de los sujetos viene a ser la caricatura, o la alegoría, de una sociedad enferma.  

La reflexión que va formulando el Dr. Palmer respecto de la paranoia y la locura es monumental desde este aspecto peyorativo que acabo de señalar, pero también desde su vertiente clínica, donde este trastorno del sujeto alcanza toda su dignidad. Me parece una lección para quienes van a dedicarse a la clínica, detenerse en esas viñetas que van salpicando la novela, pues cada una de ellas constituye una clase en miniatura de práctica analítica y sobre la posición del analista ante el deseo del paciente. Pero es interesante también para quienes no somos psicoanalistas, pues podremos reconocer ahí un tratamiento diferencial del lenguaje y del sujeto, respecto al que proponen los que se arrogan la potestad sobre las conductas humanas. Frente a esa posición, vemos al Dr. Palmer, tanto en su función de psicoanalista como en la de narrador, no en una posición omnisciente, sino en una posición de no saber. Sólo desde los testimonios de los pacientes ponen en juego todo el movimiento del lenguaje.  

Pasando a otro plano del comentario, asimilo la novela, metafóricamente, al recorrido de una figura topológica que se acostumbra a tomar en el campo del psicoanálisis, y a la que se hace referencia en un momento de la trama: la Banda de Moebius. La novela sería, en sí mismo, una Banda de Moebius sacudida por unas tensiones que amenazan con romperla. Porque tengo la sensación de que lectores y protagonistas estamos metidos en el paroxismo de una desorientación absoluta en la que pasamos de una dirección a otra, en el campo de los conceptos tradicionales, en el campo de las identidades, sin solución de continuidad y de forma vertiginosa. No sabes si los protagonistas ejercen su función como psicoanalistas, como jueces, o si trastocan esas funciones en las del detective de novela policial; nunca estamos seguros de si lo que leemos es delirio o realidad; no sabes si los funcionarios lo son de la razón o de la locura; no sabes si lo que nos mueve es la verdad o la mentira; y para rematar este ir y venir, no sabemos si sabemos o no sabemos. Es como si los límites entre los lenguajes, los personajes, los conceptos, no existieran, de manera que pasas de unos lugares a otros imperceptiblemente. Casi todo el movimiento de la novela se realiza como el intento de reconstruir una historia, de atrapar un sentido, pero esa historia y ese sentido están en fuga permanente. La paradoja es que, por otro lado, ninguna historia y ningún sentido puede escapar al control de la tecnología. Es decir, fuga y control circulando por la misma banda de Moebius, y si en un sentido la historia y el sentido del sujeto parece en fuga, en el otro aparecen bajo el control más absoluto.  

Cuando hablo de la Banda de Moebius y de la dificultad en distinguir si el psicoanalista estaba en su función o se confundía con la del detective, hay que decir que, con esta cuestión, Gustavo Dessal está poniendo en escena una de las relaciones paradigmáticas que podemos establecer entre psicoanálisis y literatura, es decir, la relación entre la función del psicoanalista y la del detective en la ficción detectivesca, ambos como lectores que descifran enigmas para producir el encuentro con la verdad . Esa relación era indagada por Ricardo Piglia en la conferencia que dictó en la IPA en Buenos Aires en 1977 y que seguro que muchos conocéis. Si allí decía Piglia, entre otras cosas, que “hoy vemos la sociedad bajo la forma del crimen”, no me parece que Gustavo ande muy lejos de esa visión respecto a la sociedad actual, con matizaciones, seguro, pero presiento que su pensamiento está próximo a esa concepción. Pero el crimen, con el tiempo, se fue sofisticando, y si en aquél tiempo Piglia ironizaba, y el crimen no era robar un banco sino fundarlo, ahora la ironía parece estar fuera de lugar, pues la cosa se pone seria, ya que de lo que se trata es de matar al sujeto y todas las categorías que lo configuran, el lenguaje, la verdad, la ficción. Es decir, Gustavo nos estaría convocando al centro de un drama donde la tensión entre ese sujeto y la ideología totalizadora del conocimiento tecnológico queriendo apropiarse de ese sujeto, es tal, que se puede producir la ruptura de la Banda de Moebius, de tal manera que, en caso de que esa tensión se resuelva en favor de lo tecnológico, lo humano y la civilización ya no serían reconocibles en su estatuto actual. El Dr. Palmer, como psicoanalista, se ve empujado a realizar una traslación, pues no puede evadirse de investigar, como si fuese un detective, el funcionamiento de un sistema social que parece diseñado para perpetrar ese asesinato y esa ruptura.

 Al comienzo tracé la simetría en la serie del Dr. Palmer. Lo que trataba era, además de introducir la cuestión del Destino, quería mostrar a los protagonistas de la novela encerrados y atrapados entre dos períodos históricos, porque este cercamiento me parecía que ilustraba algo de la literatura de Gustavo. Y es algo coherente con lo que nos enseña la literatura desde Cervantes hasta Kafka: la reducción progresiva del espacio del que dispone el sujeto para su aventura vital, una aventura que con Cervantes era hacia un mundo abierto, y que con Kafka esa aventura acaba siendo cercada por la historia y las instituciones, como bien comenta Kundera en El arte de la novela.

Qué decir, al respecto, sobre el Caso Mike. Veo al protagonista en la referencia a Kafka, en el sentido de que estaríamos asistiendo a una nueva metamorfosis de lo humano. Si Gregorio Samsa, en su metamorfosis, puede ser tomado como la alegoría de un sujeto cautivo, sin posibilidad de llevar a cabo ninguna aventura humana, por la presión angustiosa a que lo someten las instituciones, aquí la metamorfosis da un paso más, pues la tecnología acaba convirtiendo a Mike en un nanosujeto, en un microbio en fuga atrapado por un saber totalizador. Mike es la simple caricatura, incluso la alegoría de un cuerpo que ya no puede alojar ningún secreto, y que en su desnudez huye inútilmente de ese saber omnipotente. La aventura está casi finiquitada. Dice en la página 78: “El sistema está pensado para que usted no pueda escapar”. Es inevitable evocar en esta frase al Sr. K de El Proceso, o al K. de El castillo.

Y respecto al Dr. Palmer V Gustavo Dessal, veo a los psicoanalistas de sus características como Quijotes en esta época tecnológica. Porque están en su despacho leyendo-escuchando una historia por entregas, la de un sujeto, y lanzándose al mundo, a la aventura, para vivirla él mismo y dar lugar a una realidad alternativa a la que ofrece el mundo tecnológico. Se trata, sin duda, de una aventura ética en la que el Dr. Palmer cabalga entre el delirio del paranoico y una realidad loca tratando de preservar el estatuto del sujeto y del lenguaje. Claro que, también podría considerársele desde una perspectiva bovariana, como seguramente lo vería Piglia, leyendo desde el romanticismo esas historias por entregas y procurando que tengan una proyección en la vida. Me inclino por la versión ética más que por la romántica, pero puede haber quien considere que ya es una actitud romántica la del psicoanalista, en los tiempos que corren, saliendo a defender el espacio y la palabra del sujeto. En cualquier caso, si se trata de una posición romántica, al menos estamos convencidos de que esa posición de incauto es la posición más digna, y la que corresponde al pensamiento ético en que el Dr. Palmer se sustenta. 

Dos apuntes para finalizar. Quería decir que, si bien Gustavo no escribe poesía, al menos que yo sepa, no podemos olvidar que la dimensión poética está presente en la serie del Dr. Palmer. En El caso Anne, lo poético tenía un lugar preeminente, si por poético entendemos, no la forma exterior de un texto, sino el tono con el que la escritura se impregna de lo que, remedando a Joyce, podríamos nombrar como ineluctable modalidad de la ausencia, ese no saber que habita el centro mismo de lo humano. Ese tono de la escritura todavía se conserva en El caso Mike, pero el espacio para escribirlo aparece más recortado que nunca por la tiranía que ejerce ese saber absoluto y omnipotente del que venimos hablando. Contra esa tiranía nada a contracorriente el Dr. Palmer, tratando de preservar ese inefable que nos sostiene, todavía, como humanos.    

 Por último, en la novela vamos a encontrar un manejo extraordinario de lo simbólico. Por supuesto, las escenas tienen un sentido literal, pero muchas ofrecen, además, un sesgo simbólico que va a enriquecer notablemente la lectura. Por ejemplo, suele decirse que los comienzos en literatura son fundamentales. Pues bien, todo el primer párrafo tiene una potencia simbólica fabulosa. Veinte renglones de una pericia literaria magistral concentrando gran parte de los elementos que van a estar jugando todo el tiempo en la novela.  

Sólo queda felicitar a Gustavo por esta nueva novela que, como las anteriores, constituye un sólido pilar literario para los incautos que todavía creemos en el sujeto, en el lenguaje, en lo poético, en la verdad y en la ficción.  

Miguel Ángel Alonso



[1] Gustavo Dessal. 2020: 117. El caso Mike. Interzona. Buenos Aires