Kenzaburo Oé, escritor japonés nacido en 1937, obtiene en 1994 el Premio Nobel de
Literatura.
La subjetividad y la
política conforman una amalgama en su escritura, siempre comprometida con su
país, Japón, con su época y con sus circunstancias familiares.
“Dinos cómo
sobrevivir a nuestra locura” es el primer relato de los tres que componen el
libro del mismo título, que el escritor publica en 1966. Leerlo no es
fácil. Independientemente de que los
avatares de la vida de cada lector
confluyan o difieran de los de
los personajes, es imposible no sentirse profundamente concernido.
Kenzaburo Oé hace resonar en el lector
preguntas fundamentales y le obliga a hacerlas propias: ¿qué he sido
para cada uno de mis padres?, ¿qué es cada uno de mis padres para
mí?, ¿qué soy para cada uno de mis hijos?, ¿qué es cada uno de mis hijos para
mí?, ¿qué es un hijo para un padre?, ¿qué es un padre para un hijo?
Escrito en tercera persona, sin embargo el autor nos sitúa
demasiado cerca del personaje principal ; a
distancia ínfima , casi dentro de
él.
Cronológicamente el
relato no empieza por el principio, pero lo hace por el comienzo de un cambio
de posición en la vida del protagonista, al que conocemos sólo bajo la
denominación de “el hombre gordo”. Un
violento encuentro contingente con unos gamberros en el Zoo, le da la
oportunidad de consentir a separarse de su hijo deficiente, comprobando que su
simbiosis con el niño no era una imposición del destino sino una elección
propia, tan propia como la propia locura.
“El hombre gordo” es
un profesor que “…depositaba en la llegada de su hijo al mundo la esperanza de
iniciar una nueva vida desembarazándose de la sombra de su difunto padre…” 1 y se
encuentra con que su hijo nace con un
grave defecto congénito. Esto lo
enfrenta a él y a su mujer a una elección a pura pérdida: para que viva es
necesario someterlo a una operación quirúrgica en la que el riesgo mayor es la
muerte, y el mejor resultado esperable
son graves secuelas; la otra opción es dejarle morir.
“…Llegó la fecha
límite para inscribir al recién nacido, y fue a la oficina del registro civil,
pero no se le había ocurrido pensar qué nombre le pondría a su hijo hasta que
la empleada se lo preguntó. Por esas fechas todavía estaba pendiente de la operación, es decir, aún no se había
decidido si el destino de su hijo sería la muerte o el retraso mental. A una
existencia así, ¿podía ponérsele algún
nombre…?” 2
Y le pone por nombre
“…mori, que podía relacionarse tanto con la muerte como con la vida
carente de inteligencia de un vegetal, pues significa “bosque” en japonés”… y
le otorga “…el sobrenombre de Eeyore, el asno misántropo que aparece en
Winnie- the- Poo” 3
¿Cómo un hombre gordo sin nombre- hijo a su vez de aquél que perdió su propio nombre
-puede dar un nombre a su hijo? ¿Cómo soportarse en un linaje sin nombre, cómo
sobrevivir a la locura de ese linaje? .
No es el nacimiento de un hijo monstruoso lo que impide al
“hombre gordo” la elección para éste de un nombre que lo humanice, es su falta
de amparo en un nombre paterno lo que lo obstaculiza.
¿Cómo sobrevivir a nuestra locura sin el amparo del nombre?
¿Se puede ser hijo, se puede ser padre, sin acogerse a la
paternidad del nombre?
El relato ubica las coordenadas adversas de la vida del “hombre gordo”:
·
Su padre fue un conspirador contra el emperador que traicionó a sus compañeros de conspiración y vivió largos años voluntariamente escondido
y encerrado en el trastero de su casa, cebando su gordura y repudiando a su
familia hasta su muerte. En la familia y
en su pueblo su nombre queda borrado bajo el apelativo de “aquél”.
·
Su madre vivía encerrada en su vergüenza y su
rencor, ocultando éstas tras la versión de una locura familiar hereditaria.
·
El odio mutuo marca la relación con su madre.
·
Tiene un hijo deficiente y autista.
Kenzaburo Oé no
justifica en las coordenadas de la vida del
“hombre gordo” la posición de éste, no justifica en ellas su locura, nos hace reparar en ellas, y
también en su extravío, que puede ser el nuestro.
Confrontado a lo más extraño en lo más íntimo, el nacimiento
de un hijo monstruoso facilita al “hombre gordo” una vía regia para sumergirse
en su propia locura. ¿Cómo adoptar a ese hijo como propio? El “hombre gordo” decide fusionarse, hacerse uno con su hijo,
llevándolo adherido a él, también hace a
éste uno con su propia locura, la locura
de sustentar un linaje en la identificación al rasgo mórbido de la gordura
familiar, al rasgo de la culpa paterna.
Cuando se publica “Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura”
habían pasado tres años desde que el
primogénito de su autor, Hikari, naciera con una grave malformación craneal.
El padre y la madre del niño apuestan por una
complicada operación quirúrgica, Hikari
sobrevive con muchas dificultades y secuelas (problemas graves de visión,
inquietud constante, autismo).
Hasta los cuatro o cinco años el niño no intenta comunicarse, sus padres piensan
que “no podía tener ningún sentido de la
familia-una piedra en la hierba”.4
Kenzaburo y su esposa Yukari, luchan para hacer de su propio dolor algo fecundo y para que la particular subjetividad de su hijo
encuentre algún cauce para manifestarse.
Cada uno lo hará a su manera, Kenzaburo
con su escritura, Yukari con la música, los dos con amor, exquisita atención,
dedicación y respeto.
Yukari escucha música clásica en compañía de Hikari, esto
apacigua la inquietud de su hijo y la que a ella le produce la del
niño.
Será el encuentro casual con la emisión de un programa
radiofónico en que se oye el canto de unos pájaros y la voz plana de una
locutora que dice a qué pájaro corresponde cada canto, lo que ejerza un potente
efecto tranquilizador en el niño, atraiga su atención y lo impulse a comunicarse.
En una entrevista de 2005 el escritor dirá:
“Hikari nació, hace
41 años, con un tumor de color rojo brillante, del tamaño de una segunda
cabeza, que hubo que extirparle en una operación a vida o muerte. Esa angustia
y la deficiencia mental que se le diagnosticó, marcan decisivamente mi obra
literaria”
“…Hubo un tiempo en que yo quería ser un novelista europeo,
dibujar el mundo como lo hacía el humanismo y todos los grandes autores del
Viejo Continente. El nacimiento de mi hijo interrumpió esos sentimientos. Tomé
la decisión de vivir con él, convertirlo en parte de la familia, integrarlo en
mi convivencia diaria, ser feliz con esa nueva realidad. Decidí que continuaría
retratando al mundo y a Japón, pero a través de la vida de mi hijo. Hikari es
una especie de lente a través de la cual se filtra la realidad. Sus expresiones
de niño, sus movimientos, sus rabietas, sus violencias, sus alegrías, cómo vive
en nosotros, son instrumentos con los que reflejo el mundo. La realidad externa
y la privada convergen. Tengo la sensación de que escogí la manera de escribir
correcta, y también, la manera de vivir correcta.”5
Con el tiempo y con la ayuda de una cantante y un profesor
de piano, especialmente sensibles a la
subjetividad de Hikari, éste aprende la escritura musical y comienza a
componer.
Hikari, cuyo nombre significa” luz” en japonés, y a quien
durante muchos años sus padres llamaron familiarmente “Pooh- chan” (por
Winnie-the Pooh), logrará hacer escuchar
su propia enunciación a través de la música, una enunciación que porta las
marcas que ha elegido aceptar de sus
padres: la escritura y la música. El sobrenombre familiar de Poo- chan es una
de las marcas que ha rechazado llevar.
Hikari se ha hecho un nombre propio, en la actualidad es un
reconocido compositor, escribe música clásica. A criterio de la crítica
especializada una de las particularidades de sus composiciones es transmitir
sosiego.
Escribiendo a través de su hijo, Kenzaburo Oé encuentra su
propia voz. A través de la escritura musical Hikari Oé encuentra la suya.
“La música de mi hijo es un modelo de mi literatura. Yo
quiero hacer lo mismo”6
Padre e hijo se han servido uno del otro para hacerse un
nombre, para hacer oír su propia voz: el
padre que escribe a través del
hijo autista adviene padre del compositor, el hijo autista del padre
escritor adviene finalmente el compositor que tiene un padre escritor. En el
nombre del hijo, en el nombre del padre. Modos singulares de sobrevivir a la
propia locura.
Nuestra locura de
origen es nacer hijos del lenguaje. Paradójicamente sólo en el lenguaje podemos
encontrar amparo.
Nos toca a cada uno,
la responsabilidad de inventar cómo sobrevivir a nuestra locura singular, sabiendo que nadie puede responder
en nuestro lugar. La maestría literaria
de Kenzaburo Oé nos convoca a ello en su magnífico relato.
Notas:
1. Kenzaburo Oé.”Dinos cómo sobrevivir a
nuestra locura”. Editorial Anagrama.
Colección
Compactos. Tercera Edición. Marzo 2012. Pág. 12.
2. Idem
1. Pág.12.
3. Idem
1. Pág. 13.
- Conversación con Kenzaburo Oé por Harry Kreisler.16/4/1999. Conversaciones con Historia. Instituto de Estudios Internacionales. Universidad de California. Berkeley.
5. Entrevista a Kenzaburo Oé por Xavi Ayén. Publicada en el periódico La Vanguardia.
14/11/2005.
6. Idem
4 .
Graciela Kasanetz..