Alberto Estévez: Buenas tardes a todos.
Hoy es una cita especial ya que nos vemos honrados con la presencia de la escritora cuya obra vamos a comentar, conocida de todos, ella es Rosa Montero, que ha tenido la gentileza de acudir a nuestra invitación para la última reunión de este año.
Antes de todo, me gustaría agradecer su presencia y espero, con la ayuda de todos, que podamos mostrarle la dinámica de este espacio tan plural que hemos ido construyendo, que aunque carece de instrucciones, no podemos decir que no conlleve un intento, si no por salvar el mundo, si por hacerlo un poco más agradable a todos aquellos que se animan cada mes a compartir con nosotros esta experiencia que nos brinda la literatura. Esperemos que resulte un rato agradable y que a nuestra invitada le queden ganas de repetir, sabemos de su amor por la literatura y esta es una condición favorable, a nosotros nos toca advertirle del carácter adictivo de este espacio, no vaya a ser que luego nos reproche que no la avisamos.
Instrucciones para salvar el mundo. Este es un título osado, ¿no? Al menos a mí me lo parece. Alguien podría verse tentado al leerlo de sustraerle el matiz irónico que lo acompaña, así que, de entrada, comenzamos manejando el equívoco, que reencontraremos en varias ocasiones en el transcurso del relato y con el que los personajes de la historia deben operar; sus reacciones ante esas situaciones gobernadas por el equívoco son aprovechadas por la escritora para establecer las diferencias entre los caracteres de unos y de otros.
Lo vemos a diario; la gente no reacciona de la misma manera ante un malentendido, y mientras para algunos no tiene más valor que eso, un equívoco, otros se enfadan y se sienten heridos o insultados. En ese sentido, leía hace poco en un diario una frase que me guardé, era de Robert Crumb, un historietista e ilustrador estadounidense, autor de cómics, considerado como uno de los fundadores del cómic underground, que hablaba de esto en concreto y decía: es imposible no ofender a aquellos que quieren ser ofendidos.
Y en esta división de unos y de otros es en lo que parece bañarse la novela de hoy, la marea que provoca esta división empuja la trama que viene encabezada con esa frase primera: La Humanidad se divide entre aquellos que disfrutan metiéndose en la cama por las noches y aquellos a quienes les desasosiega irse a dormir.
Más allá de las interpretaciones que cada uno seamos capaces de construir sobre una frase tan tentadora como esta, creo que es indudable la invitación a pensar en un tono de cierta dualidad, por un lado unos, por un lado otros, y me gustaría poder desarrollar un poco mi idea en relación a esto en el intento de participarles qué subyace para mí en esta obra, cuál es el mar de fondo que esta dualidad contiene, si tengo fortuna a la hora de transmitirles porque se trata de algo que nos toca muy íntimamente como sujetos.
La pregunta por la dualidad es muy vieja y tiene múltiples declinaciones; en relación al sujeto, que es lo que pretendo desarrollar, una de las formas de pensar la dualidad es hablar de determinismo o su reverso, la libertad. Es decir, sabemos que el sujeto está determinado por sus significantes, por su inconsciente, en él residen las claves de su historia infantil, la novela familiar,… ¿Eso significa que no hay margen de acción, que estamos ahí a nuestro pesar? ¿O más bien somos víctimas voluntarias? ¿Hasta dónde estamos determinados? Recordaréis que la obra de Roth con la que abrimos este curso nos permitió profundizar en esta cuestión a través de un debate muy participativo.
Aristóteles destacaba la importancia de la Tragedia como enseñanza ética. Además de ser una experiencia con un valor catártico que podría aliviar o purgar el alma, puntualizaba que esa enseñanza ética derivada se alcanzaba a través de una situación particular. Se producía una culminación y un desenlace de un conflicto subjetivo, del cual, más que una moraleja, se podrían extraer elementos para reflexionar, elementos situados entre la condición humana y el bien del sujeto.
La cuestión ética para el psicoanálisis se aleja del concepto del bien del sujeto y apunta siempre a su deseo; ¿cuál es la posición del sujeto respecto de su propio deseo? No podemos pues hablar de una ética universal, sino de la relación que cada uno establece con aquello que desea. Y ¿qué constata el psicoanálisis en cuanto a la relación del sujeto con su propio deseo? Que cuanto más ajenos permanezcamos a la verdad de nuestro deseo mayor será el pago que experimentemos en forma de sufrimiento.
Los dos personajes en los que se apoya el relato en gran medida pueden servirnos para retomar, respecto de lo que planteo en términos de ética del deseo, la cuestión de la dualidad que aspiro poder explicarles. Hablamos de Matías, el taxista, y Daniel, el médico. Comprobamos un primer aspecto que comparten, y hay muy poco espacio, 2 hojas exactamente en la edición que manejo, para narrarnos la edad de los personajes, lo que me hace pensar que es deliberado, partiendo de lo común conseguiremos deslindar hasta acentuar las diferencias: ambos tienen 45 años.
Con sus 45 años, Daniel prefiere vivir en la ignorancia respecto de cualquier señal de su subjetividad, no quiere saber nada de su deseo fundamentalmente porque no acepta el imposible del que este brota y paga su ignorancia con el sufrimiento del síntoma. Elige refugiarse antes que cualquier tipo de cuestionamiento sobre su vida, y en ese refugio verificamos un sujeto sin proyectos, que no asume riesgos, lo cual lo vuelve aburridísimo, casi como alguien que estuviera muerto en vida, que necesita el dolor o la excitación del miedo para sentirse vivo, aunque puede que no, y en realidad sus experiencias con el dolor y el miedo sean consecuencia de un nuevo acto cobarde, el que constituye no haberse atrevido a acostarse con la que él deseaba, y entonces deba hacerse castigar por querer abusar de una chica maltratada, aunque también pudiera ser por representar a un mal médico.
Hay una situación que llama mi atención en este episodio: Daniel trabaja en algo que no le causa el mínimo interés, mantiene una relación de pareja en la que sólo queda ponzoña, una relación social y sexual inexistente, tiene la vida patas arriba, y sin embargo, a la hora de acudir al prostíbulo se preocupa de las apariencias, que no lo vean llegar en su coche. Quizá se le haya transmitido la importancia de las apariencias desde niño. En cualquier caso, huyendo de esta vida, se hace una segunda vida, una Second Life, virtual, que duela menos, pero en la que curiosamente, el aburrimiento y la falta de ganas a la postre lo inundan todo, porque lo que hay detrás es un querer anestesiarse, embrutecerse, perder la conciencia, olvidarlo todo, dormir eternamente.
La cobardía moral del personaje tiene una etiqueta en el libro, la que profiere su ama sado-maso que me parece muy elocuente: el mísero vainilla, que siempre retrocede ante su propio deseo, y aunque la contingencia que constituye su secuestro parece conmover su posición, en realidad es cierto efecto de sugestión porque finalmente se impone su retirada, su no querer saber nada.
En realidad podríamos decir, para ser rigurosos, que ninguno queremos saber nada; es doloroso lidiar con una falta intrínseca, que no puede colmarse con objetos y que habita a todos los seres hablantes.
Hay una cita de Lacan en el Seminario VII, La Ética del Psicoanálisis, que dice así: “Creo que a lo largo de este período histórico, el deseo del hombre largamente sondeado, anestesiado, adormecido por los moralistas, domesticado por los educadores, traicionado por las academias, se refugió, se reprimió muy sencillamente en la pasión más sutil y también la más ciega, como nos lo muestra la historia de Edipo, la pasión del saber. Es ella quien está marcando un paso que aún no ha dicho su última palabra”
En esta modernidad que nos ha tocado vivir, que la novela recrea con cierto clima apocalíptico, en la que los dioses han muerto y las respuestas globales no existen, Rosa Montero nos propone unas “Instrucciones…, nada menos que,… para salvar el mundo”
Bueno, creo que Matías, el taxista, nos ayuda a entender esto, entender que estas instrucciones son más bien una invitación a descubrir las propias, las de cada uno, con las que podamos hacer nuestro mundo más vivible, que hay una manera de arreglárselas con lo incurable, que es mucho menos idiota que buscar un refugio en el Second Life.
Convencido como estaba que su sacrificio haría más verdadera su causa, en esa soledad absolutamente radical a la que se ve llevado hasta su extremo como héroe de la tragedia, Matías irá despojándose de las falsas coartadas con las que sostenía su vida para dirigirse hacia el horizonte de lo que le plantea su deseo. Frente a él, debe aceptar lo más doloroso, su drama y su herida, más profunda ésta que la que pueda causar la más brutal de las palizas, acepta, que no hay manera de recuperar lo perdido.
No es casual, seguro, que en este periplo surja la posibilidad de un nuevo amor, que acude en su auxilio, con el que inventar algo nuevo, consecuencia directa de su posición ética, que le impone asumir las consecuencias de sus actos, y lejos de retroceder como veíamos en el personaje del médico, comprobamos que Matías ha actuado conforme a ello. Es verdad que aparentemente es más fácil tratar la pena como enfado que como pena, porque la ira es un sentimiento que no conlleva enfrentar la división del sujeto, y por tanto no nos expone al dolor por la pérdida sufrida. En este sentido conviene matizar la cualidad de la pérdida que Rita supone, su papel salvador de un chico con un futuro absolutamente incierto, consigue acogerlo y sostenerlo, yo diría incluso contenerlo y salvarlo de sus demonios. Hago mención de esto porque no quiero dejar de comentar lo que personalmente ha sido lo más duro como lector, en una novela en la que hay bastantes momentos terribles. Me refiero en concreto a las pocas pinceladas, pero afortunadísimas a mi parecer, que la novela nos dibuja de la infancia del protagonista, en la que se trata de algo que mucha gente no encara, ya no en su infancia, sino a lo largo de toda su vida, pero que es básico, hablo de sobrevivir, y su singularidad dramática en este personaje, la posición del muerto que persigue resultar invisible o inaudible, fundirse con el papel de las paredes para no recibir más golpes de su madre, los físicos y los de la ilusión de una rehabilitación siempre frustrada. Verdaderamente aterrador.
Por todo esto, la pérdida de Rita conlleva un vacío de dimensiones desproporcionadas, y sin embargo no hay retroceso, pese a la zozobra que en buena parte del relato lo acompaña; su disposición lo abre al encuentro con otras contingencias, por eso no puede pasarle lo mismo a un personaje y a otro, porque sus posiciones éticas son distintas, y a diferencia del médico, Matías vuelve a encontrar la posibilidad del amor, pero además apuesta por él.
Seguro que percibieron que la frase final de la novela abrocha con la primera, reeditando esa dualidad que busqué mostrarles, solo que veníamos de una Humanidad dividida entre los que disfrutan y los desasosegados y tras el recorrido del relato acompañando a sus protagonistas, y como por ensalmo, la división de la Humanidad se nos transforma entre los que saben amar y los que no saben. Ciertamente el papel del amor resulta una clave singular en el devenir de muchos sujetos; sería muy atrevido adscribirse al grupo de los que saben amar ignorando lo que alguien cercano pudiera decir a ese respecto, pero de algo no hay duda: el amor es uno de los ingredientes principales por los que algunos podemos declararnos dichosos de vivir.
Miguel Ángel Alonso: Yo tomé la novela como una escritura de soledades. Porque Matías, Fatma, Daniel y Cerebro, los personajes de la novela, se agarran a las paredes de sus oscuros, personales e intransferibles abismos, cada uno de ellos en soledad con su acto esencial y vital. Seres tomados de la realidad, sin exageración, excesivos porque excesivo es el tiempo que los moldea, que los golpea y casi los desposee de una palabra verdadera, precisa para el duelo que a cada uno de ellos ha de llevar a cabo.
La novela es el testimonio de diversos trayectos que discurren desde la inexistencia de un espacio adecuado para que esos personajes puedan escribir sus soledades, hasta llegar a una complicidad en la que pueden compartirlas.
Elijo la primera frase de la página 118 para presentar el punto de partida, porque me parece ese lugar inapropiado del que parten los diferentes trayectos:
“No hay mudez más absoluta que la de los cuerpos desnudos que no son capaces de decirse nada”
Los cuerpos desnudos, sin palabras, obligados a no decir, y por ello enfermos, extraños, impropios, encarnarían el mayor dolor de una deshumanización propiciada por la más procaz y grosera pornografía que se expande irrefrenable como exceso propio de la era. En la época del goce sin límites, y del desinterés por una palabra casi desalojada, la soledad ya no se escribe desde su lugar tradicional, el silencio doloso de la palabra, sino que no cesa de no escribirse en ese lugar carente de simbolismo, la mudez absoluta de los cuerpos. Y la imposibilidad de un lugar para escribir no hace más que producir un fluir melancólico que se lleva las vidas.
Salvo la ironía, el humor y el amor –dignidades propuestas por la novela para hacer habitable la vida— las realidades que se constituyen como sustento para el relato producen vértigo. Instrucciones para salvar el mundo nos sumerge en múltiples excesos: la debilidad mental, las realidades virtuales sin afectos, la ciencia irresponsable, la represión de los estados, las pastillas para la soledad, los libros de autoayuda, los intereses económicos fraudulentos, los terceros mundos, los barrios marginales y los mercados de la droga, los niños guerrilleros, las guerras latentes, las hienas especuladoras de cuerpos, los anuncios de sexo infinito, las religiones alienantes, los terrorismos, las guerras santas, los consumidores de civilización, los calentamiento globales.
Realidades que, a medida que se van conformando, no hacen otra cosa que evocar escenarios de auténtica desolación.
Y sin embargo, la propuesta es “reírse de este disparate formidable”. Labor difícil, rescatar al humor y situarlo como tránsfuga del fluido de modernidad que acabo de enumerar, y que parece llevarnos hacia la evacuación inminente en las cloacas del abismo.
Parece significativo un hecho. Los que no aceptan la alienación al espejismo tecnológico de las realidades virtuales, los que no hacen otra cosa que vivir los afectos de su ineludible soledad, son los personajes que, paradójicamente, encuentran la posibilidad de construir una salida para la vida a través de una consonancia armónica humor/amor como paliativo para el dolor. En cambio Daniel, como paradigma del sujeto alienado al objeto técnico, al objeto sin afectos, es el desencantado de la vida que vuelve, sin esperanza, sin remedio, a una desidia de vivir.
¿Dónde podemos situar el humor compartiendo espacio con la tragedia, con la soledad de los personajes?: En el título y en el lenguaje.
Todo se inicia con la ironía que contiene el título: Instrucciones para salvar el mundo. Qué desnaturalizados vagamos por la vida los seres humanos, que necesitamos que alguien nos dé instrucciones. Esa es una vertiente de la tragedia que vivimos los seres humanos Pero son sinceridades las que ofrece Rosa Montero, porque propone como instrucciones, como paliativos para el sufrimiento, la sólida levedad de la ironía, del chiste, y del escurridizo amor, en contraposición a la pesadez de la verdad mentirosa, que en fragor de locura dicen encarnar los que escriben severos e imperativos manuales de autoayuda, instrucciones falsas que mienten sobre el sufrimiento humano, y es seguro que mienten, precisamente porque dicen tener las soluciones que nos liberan de él. Salvar el mundo con la verdad... ¡qué miedo!
Mejor sigamos con el humor. El humor siempre está en relación a la palabra. Por ejemplo, está en la lectura. Cada uno lee lo que puede, cada uno lee lo que le impone su posición en la vida. Qué importa que la escritura diga “Estévez dimisión”. Matías lee lo que le interesa y conviene: “Esta es tu misión”. Es el humor del lenguaje, los lapsus, esos benditos chistes de los que hemos de hacernos cómplices porque nos rescatan, porque no hacen más que indicarnos un camino liberador lleno de coincidencias y serialidades que te llevan de la mano hacia la vida.
El humor está en el juego continuo del lenguaje, en el mito que cada uno elabora y que te engancha a la vida, en el delirio de Fatma sobre la reencarnación de su hermano en una lagartija, o en la reencarnación en el hijo que va a tener. Como cualquier mito, como cualquier saber, funciona para ordenar una estancia en un mundo enigmático en el que la verdad, por mucho que mienta la ciencia, no se revela nunca.
El humor está en los sueños, donde los deseos se disfrazan para poder salvar la censura a la que los somete la seriedad de sus represores. El sueño sería ese carnaval de máscaras, ese humor que siempre se revela, como lo hace con Cerebro, para entregar el rostro verdadero, el de ese cadáver que es ella misma, pero que abre los ojos y le dice: “Todavía no estoy muerta”. Humor inteligente el de los sueños, solicitan de nosotros un cierto trabajo para descifrar lo inesperado, el filón donde se encuentra el deseo todavía vivo.
Y por jerarquía del tiempo, en último lugar, humor en el momento trascendente, un asesino al que podemos llamar muerte –porque de él no podemos decir una sola palabra, no lo conocemos, esa es nuestra irremediable soledad— nos dibuja una sonrisa en la última hora, en esa que mata.
Final feliz, a pesar de todo, en esta tragicomedia de soledades que son capaces de destituir la brusquedad alienante del mundo actual, y pueden compartir, finalmente, la palabra como juego imprescindible para la dignidad de sus vidas. Para los negociadores del dolor se queda el lenguaje serio y tosco que reprime la palabra en aras de la verdad mentirosa. Para los que escriben la soledad queda el humor del lenguaje, la palabra como dignidad que los distancia de esa propuesta de cuerpo desnudo, de mudez, de goce mortal y que les permite realizar el duelo necesario que se dispone a compartir el silencio ineludible de cada uno.
Quiero terminar este comentario diciendo que, en un mundo científico y tecnológico como el actual, el que muestra la novela, la falta de lugares apropiados para escribir la soledad produce terror. Líbrenos Dios de la completud que nos ofrecen sus doctores terrenales portadores de la verdad, tanto los investidos por él como sus imitadores pseudocientíficos, y permítanos aceptar nuestra soledad –el silencio de la palabra que no nos dio— para aprender a gestionarla tal como nos sugiere Instrucciones para salvar el mundo. Es nuestra libertad. Amén.
Rosa Montero: Estoy impresionada por varias cosas. En primer lugar, porque tengáis desde hace más de un año esta tertulia con tanta gente, me parece un hecho extraordinario. En segundo lugar, que seáis tantos un viernes de Navidad, con tanto tráfico, y con tanta llamada a la compra de regalos. De verdad, os agradezco a todos vuestra presencia.
Me gustaron mucho las dos lecturas que acabáis de hacer sobre el libro, ojalá los críticos fuesen así. He tomado un montón de notas, y se me han ocurrido muchas cosas sobre las que voy a improvisar un poco. Empezaré por ti, Miguel, porque creo que hay cosas básicas que es preciso comentar, por ejemplo, el humor.
El humor es muy importante, creo que es una vía de conocimiento especialmente profunda, porque elimina la estupidez de la autoimportancia. Cuando uno mira para su propio ombligo, en realidad no ve nada. Y porque, además, a medida que he ido envejeciendo, me parece un camino natural. En mi novela La loca de la casa, expreso esta idea con respecto a las novelistas. Es decir, a medida que una va madurando, sale de sí mismo a la hora de escribir. Decía Julio Ramón Ribeiro, gran escritor peruano ya muerto, que una novela madura exige la muerte del autor. Se refería, naturalmente, a una muerte simbólica, en el sentido de borrarse del yo consciente y dejarse atravesar por la novela. Hay que ir viéndose dentro del mundo y ser capaz de contemplar la experiencia propia y la de los otros como el investigador que analiza un coleóptero. Cuando ves a las hormigas pataleando en el hormiguero, una no puede por menos que sentir compasión y forjar una cierta sonrisa, quizá de un humor compasivo, al ver lo poquita cosa que son esas hormigas y cómo se esfuerzan. A medida que voy envejeciendo, esa es la sensación que he tenido sobre lo que es la vida humana. Es una comprensión humorística de este gran drama que es la vida. No es para reírse, pero sí para sonreír.
Hiciste una enumeración de realidades terribles. Es verdad. Esta novela se me ocurrió después del 11-S, quizá antes, pero el 11-S la precipitó. Ha habido un trauma muy grande en el mundo occidental que aún no se ha digerido. Lo que pasa es que los traumas los llevamos sin darnos cuenta de que los llevamos. Nos comportamos de determinada manera para tapar los agujeros, pero el trauma no se ha digerido. Este siglo XXI está marcado por una sensación de Apocalipsis muy grande. Vemos unos peligros tan inminentes y desproporcionados, que no podemos hacer nada. Está el mega terrorismo, evidentemente, medio mundo nos odia, está el calentamiento global, está la gripe A... No es que vayamos a acabar con el mundo, es que el mundo va a acabar con nosotros, con los humanos. Y no sabemos nada, unos dicen que nos vamos a freír, otros que a helar. Bueno, estos espasmos de terrores globales sólo se pueden entender desde ese ser traumatizado, desde esa sociedad traumatizada en la que vivimos. De repente corre el terror como el fuego. Es que, además, podemos salir a la calle y nos puede caer encima un satélite roto de los americanos. Es una noticia que nos han transmitido hace poco. ¿Qué se puede hacer frente a un mundo así?
Yo quería hacer una novela que fuese un catálogo de esa modernidad asfixiante, de esas cosas terribles. Efectivamente, como decías, hay una vocación de catálogo, una vocación de cuento de la modernidad, de fábula. Y quería que al final se dijese que, pese a todo, la vida sigue, que respiremos hondo, que no nos angustiemos. Planteo la novela desde un lugar muy modesto, pretendí que fuese como esa bolsa de plástico que te dan en urgencias cuando vas con un ataque de angustia, para respirar y no sufrir una hiperventilación.
Instrucciones para salvar el mundo, efectivamente, es un título irónico, porque salvar el mundo es un concepto muy grande, enorme, gigantesco. Y lo de las “instrucciones” es algo muy pequeño. Como bien dices, no se puede salvar el mundo. Cada vez que alguien viene diciendo que se puede salvar, hay que salir corriendo, pues según la historia demuestra una y otra vez, los salvadores del mundo son los mayores asesinos de la historia.
¿De qué habla el título con esa ironía? Obviamente, como tú bien has observado, habla de salvar el pequeño mundo. Para mí es un título veraz, en el sentido de que marca desde fuera el tono de la novela. La novela intenta hablar de cosas grandes y graves y profundas, pero lo va a hacer desde lo pequeño y desde un tamiz de humor. Tanta vocación tiene por lo pequeño, que ya lo podemos ver en la cita del principio. Como sabéis, normalmente los escritores ponemos citas, algunas suelen ser rimbombantes y maravillosas. Yo he puesto una cita de la abuela del escritor Amos Oz:
“Si ya no te quedan más lágrimas, no llores, ríe”
Que la cita literaria sea de una abuela, me parece maravilloso, y creo que contiene una gran sabiduría. Y hay que darse cuenta, además, que es la cita de una abuela de Amos Oz, una judía que vivió el holocausto, de manera que muchas lágrimas debieron de acabársele hasta el punto de ser capaz de expresar una cita como esta. Fue capaz de decir algo enorme siendo una abuela sin más. Vemos cómo desde lo pequeño se llega a lo más profundo de todo. Yo intenté partir desde ahí.
Hablaste de Fatma y de la lagartija. Que Fatma crea que la lagartija es su hermano, no es en absoluto delirante. Para ella es una realidad normal, porque viene de ese mundo. Cuando en la Edad Media se decía que se había visto al demonio en el bosque, no era un delirio, normalmente el demonio se encontraba con la gente en el bosque. Para ella eso forma parte de su normalidad. Además, para mí, eso simboliza el misterio de la vida. La vida es un secreto, es una magia, la vida es infinitamente más enorme de todo lo que podemos reducir con nuestra razón. Yo soy una gran partidaria de la razón, pero sé que al lado está el enorme misterio de la existencia. Y ese misterio es al que Fatma le da la magia y la fuerza de la vida. Es su forma de representarlo, y he de decir que a mí me encanta Fatma.
Y con respecto a lo que dice Alberto. Él habla de la dualidad. Sí, pero habrás visto que la frase primera de la novela dice:
“La Humanidad se divide entre aquellos que disfrutan metiéndose en la cama por las noches y aquellos a quienes les desasosiega irse a dormir”.
Y la frase última se divide entre otras dos cosas distintas:
“Y es que la Humanidad se divide entre aquellos que saben amar y aquellos que no saben”
Porque, evidentemente, para mí la humanidad se divide en cientos de miles de cosas. Todos, dentro de nosotros, somos multitud. Esto, además, creo que es una conciencia clara a principios del siglo XXI, incluso se hacen anuncios de TV con esta idea de que somos multitud. Hay una frase de un escritor francés, Henri Michaux, que dice:
“El yo es un movimiento en el gentío”.
Me parece de una belleza absoluta. El yo es un movimiento en el sentido de que nos habita, pero, además, el yo no es uno solo, se está moviendo y cambiando constantemente. En este sentido es más que una dualidad. Pero es verdad que hay una cosa especular, evidentemente, son uno contra otro, están enfrentados. Además, es un recurso muy literario.
El otro tema que has puesto sobre la mesa es muy interesante, el determinismo contra la libertad, o la herencia contra el ambiente. Yo viví primero una época en donde todo era ambiente, la época marxista; ahora está el biologismo furioso, y todo es herencia. Se me ocurre que la verdad debe estar en la mitad. Además, yo creo que el ser humano siempre es libre de decidir. Al final siempre hay una decisión que puede tomar. Evidentemente, somos producto del azar, no controlamos absolutamente nada nuestras vidas, pero sí controlamos nuestra respuesta ante lo que nos sucede. Y la manera de responder a lo que sucede es una decisión propia. Hay un abanico de elecciones, a veces muy pequeño, pero aún en el abanico más ínfimo hay una decisión. En ella uno se juega la vida y el derecho a vivir.
Esto nos lo demuestran los campos de exterminio nazis y la literatura que se hizo al respecto. Hay presos que, en esas circunstancias horribles, se comportaron como héroes y otros no. No voy a ser yo quien haga críticas respecto al comportamiento de algunos de estos prisioneros, pero hubo gente que pudo elegir y se comportó como verdadero héroe o heroína. Quiero decir que siempre hay una posibilidad de elección, y creo, realmente, en la libertad última del ser humano.
Otro tema que tocaste, Alberto, es el de Daniel y el deseo. La verdad es que Daniel me encanta. Cuando me preguntan en las entrevistas digo que me gustan todos, pero a Daniel le tengo un cariño especial. Y todos los periodistas se suelen horrorizar porque no les gusta Daniel. A mí me gusta porque me parece un personaje muy común en el mundo de hoy.
En las sociedades que están al límite, en las que se necesita buscar la comida para mañana, no hay depresiones, y la fuerza de la vida misma, la lucha por la vida te da la razón de vivir. Pero en nuestras sociedades, donde lo básico está cubierto, hay mucha gente que no le encuentra el sentido a la vida y no encuentra el camino de su deseo. Hay eso a lo que llamo la tentación del fracaso. Es la tentación de dejarse llevar, de no luchar, porque como tú decías, ninguno queremos saber nada, porque la pelea por la vida es dolorosa. Claro que sí, de ahí viene la tentación de no pelear por la vida, la tentación de arrugarse. Yo la he sentido, y soy de lo más vitalista, lo puedo asegurar. Esa especie de abismo interior creo que todos sabemos cuál es.
Y desde este punto de vista, Daniel me parece muy conmovedor, me parece una de las luchas o de las derrotas más básicas del ser humano. Daniel, el pobre, se odia a sí mismo porque sabe que no es capaz de vivir, y sabe que no puede achacarle eso a nadie. Verdaderamente me da mucha pena.
Y por último, uniendo lo que decíais los dos, Instrucciones para salvar el mundo trata de salvar la propia vida. ¿Cómo se salva ese mundo, o lo que es lo mismo, la propia vida? Lo que viene a decir la novela es que, dado como está el mundo de mal, ya que no hay ideologías, ya que los dioses han muerto, por lo menos seamos buenas personas. ¿Qué es ser buena persona? Es ser capaz de ver al otro, es ser capaz de sentir empatía, es ser capaz de amar al otro. Cuando al final se hace la división entre los que saben amar y los que no, no se refiere solamente a un amor sentimental, sino a los que son capaces de ponerse en el lugar del otro.
Matías se hace amigo de Cerebro y va a salvar a Fatma. Él tiene cosas terribles de las que ocuparse, además, en muchos sentidos, es una persona muy desarbolada y no dispone de mucha capacidad intelectual para analizar su vida. Tiene corazón, pero comete errores, llega a secuestrar a alguien. Pero tiene un valor esencial, es capaz de ponerse en el lugar del otro. Eso es lo que hace que la vida se pueda vivir, si no la vives con los demás la vida no es nada. No voy a decir que hay que vivir la vida para los demás, porque eso lo hacen los santos, y a lo mejor los desequilibrados. Eso de arruinar tu vida por los demás no me parece sano mentalmente. Pero vivirla con los demás es la esencia de la vida, eso es a lo único que se reduce esta novela.
Silvia Lagouarde: A mí también me sorprendió el título de la novela. Cuando empecé a leer, y hasta llegar al desenlace, tenía la total curiosidad por saber cuál iba a ser esa “instrucción” que me iba a ayudar a estar mejor en el mundo. Y cuando empecé a leer el libro, me sobrecogió la angustia. Me resultó desolador al principio, los personajes eran de una sordidez sorprendente, y creía que iba a ser un libro sin esperanza a pesar de lo que leía en el título. Esta sería la primera parte un poco anecdótica.
Luego el libro me sorprendió. Quiero llevar mi comentario por un territorio, quizá el más político del libro, y posiblemente el más polémico. Es el tema que planteas con el personaje Matías: la venganza.
La venganza como acto individual en el que sólo se desea realizar esa venganza en función de aquello que sufrió el personaje, que podía ser cada uno de nosotros. Por ejemplo, uno dice, como violaron a mi hija quiero que se haga la ley. Es algo que está de moda. Si a mí me sucedió tiene que existir una ley que funde mi venganza. Es la venganza como acto solitario, como acto fundado en el odio. Eso es lo que más me sorprendió de este libro, esa situación de Daniel con Matías, cuando lo convierte en un perro, en un objeto. Me hizo recordar Un borghese piccolo piccolo de Alberto Sordi, o El secreto de tus ojos de Campanella, que plantean lo mismo, es decir, ese hombre que se queda desprovisto de algo esencial de su vida –tiene que ver con los seres que más amamos— y resuelven este conflicto a través del odio y de la venganza, que no lleva a nada más que a que veamos a esta víctima peor que el verdugo.
Esta es la polémica que yo sugiero instaurar en el debate porque, cada vez que suceden estas cosas y uno toma la ley por su mano, efectivamente, el que se venga se convierte en una persona que me desmerece aún más que el verdugo. Esa es la cosa más siniestra que veo en este tipo de actitudes.
Por eso digo que es una novela que nos está diciendo algo desde lo político para mejorar el mundo. Es el tema del amor. Pero no de ese amor que tenía Matías por Rita, que de llenarlo tanto no existía nada más en el mundo. Matías se convierte en una persona que entiende lo que es amar, justamente cuando le falta aquello que llenaba tanto su vacío, que no le permitía siquiera cuidar a su madre.
Y también es una novela de redención. Al final hay una historia de redención, es una de las partes más agradables del libro. Matías resulta un hombre encantador porque se redime, primero curando a Cerebro, la alcohólica, que fue lo que no hizo jamás con su madre porque amaba demasiado a Rita. Este tipo de amor no está en el mundo. Creo que en el libro encontramos ese mensaje, que el amor tiene que ser generoso en un punto. Cuando el amor llena tanto y los dos forman uno, estamos ante un amor que no puede ver otra cosa. Hay una gran indiferencia hacia el dolor cuando uno es demasiado feliz con el otro.
Matías tuvo que atravesar una experiencia fundacional, porque en él hay un antes y un después, antes y después de la venganza. Tuvo que llegar hasta ese real para convertirse en un ser que aprendió a amar, que tuvo que llegar hasta lo más bajo de sí mismo, lo que hizo con Daniel, y después hacer surgir algo muy agradable, esas casualidades que se dan en la vida. Y es que Daniel y Matías van a ejecutar una obra de amor y salvar un destino. Los pequeños actos salvan una vida, salvan un destino. Pensemos por ejemplo en el destino del hijo de Fatma. ¿Qué destino hubiera tenido ese chico? Iba a ser un malhechor, un asesino, un delincuente, y sin embargo, a raíz de este compromiso que toman estos dos personajes, ese destino cambia.
Por eso digo que es un texto que nos está diciendo algo sobre lo que significa el compromiso con aquello que nos toca en lo real, un compromiso con el otro de manera directa. Este hombre da todo su dinero, lo cual implica que le cambió la vida y generó un hombre nuevo, el hijo de Fatma, que de ninguna manera le hubiera sucedido si no se diesen estas coincidencias, estos azares que generan una circulación del amor y del deseo. De verdad Rosa que me ha encantado tu libro.
Rosa Montero: Qué bonito Silvia, muchas gracias. Has dicho cosas muy interesantes con las que estoy de acuerdo en gran parte. Efectivamente, lo he comentado antes. Matías secuestra a este hombre, es tremendo. Yo creo que no le odia, está tan destrozado por el dolor, de tal manera que lo convierte en ira y necesita encontrar a alguien. Y se equivoca, porque no tendría que vengarse de él. Esa es la paradoja y la contradicción del ser humano. Yo quería poner a un ser real, y no a un “buenecito” que fuese de una sola dimensión. Creo que todos somos tremendamente complejos, contradictorios y paradójicos. Para mí la esencia del mundo es paradójica.
Otra prueba de esa paradoja es cuando a Matías le dan la paliza. El gángster le arranca los dientes, y en realidad está haciendo un bien, porque gracias a eso no lo mata. La paradoja es que una cosa tan espantosa como esa, en realidad sea un bien.
Y además, es muy buena la observación, Matías vivía encerrado con Rita. Yo he puesto esa historia pasada, y esa relación tan rara con Rita, porque tenía que buscar un personaje que se hundiera de una forma patológica. Pero nuevamente la paradoja, tenía una relación patológica con una mujer pero aunque fuese así, eso lo salvó de su infancia. Si no, hubiese sido el fin.
Marisa Estévez: Quiero decirte que a mí me ha encantado tu novela. Me ha supuesto una esperanza, con el claro mensaje de que podemos mejorar a pesar de todas las adversidades que acontecen en la vida. Hay que encontrar respuestas a ellas como tú comentabas, haciéndose una buena persona, esto va a redundar en el bien común.
Una vez que terminé de leer la novela, me acordé de un artículo tuyo que leí hace unos meses en el dominical de El País relativo a lo que te tocó emocionalmente un concierto de Leonard Cohen. Me pareció un magnífico artículo y me conmovió mucho. Entonces, me vas a permitir que por tu propia pluma extraiga un párrafo que tiene mucha relación con lo que estamos hablando:
“La vida va matando literal y metafóricamente todo lo que vas dejando atrás; mata tu infancia y luego a tus mayores; mata los recuerdos y los olvidos; mata lo que fuiste y lo que quisiste ser; mata de verdad, como un rayo furioso, a tu gente querida. Y también va abriendo nuevas puertas, creando nuevos caminos. Eso también es verdad, aunque a veces no baste. La cuestión es ver qué hace uno con todo eso. Con el dolor, con la pena, con la frustración. Con las basurillas de la vida. Hay que aprender a equilibrarse y defenderse contra el vértigo existencial”.
Me parece extraordinario, y tiene que ver con lo que pasa en esta historia. Me planteo qué es peor, el dolor de la felicidad perdida, o la amargura de lo no vivido.
Rosa Montero: Es lo que plantea el personaje de Daniel. Yo creo que, seguramente, el dolor de lo no vivido. Creo que hay dos maneras de equivocarse en el mundo. Una es escoger equivocarse por acción y otra escoger equivocarse por omisión. Siempre te vas a equivocar, pero equivocarse por omisión, con esa pasividad de no hacer nada, creo que es morirse en vida. Entonces, la amargura de lo no vivido creo que será lo peor.
Intervención: Me ha gustado mucho tu novela porque a parte de que los personajes son normales, personajes frustrados por un desamor como Matías, sufriendo una gran pena, otro por un trabajo que no le satisface, lo que le hace caer en la desidia. Son problemas normales que nos afectan a todos en algún momento. Hasta los perros no tienen pedigrí, son unos chuchos, además, feos. Y luego has metido muchos temas, como pinceladas que dejas caer, la clásica especuladora que quiere sacar provecho del calentamiento global, el problema del agua, etc., todos problemas que están ahí, muy reales. Me gusta como tratas a las prostitutas, lo haces con mucho respeto, y es raro eso. Parece que son como trapos. Los mismos que usan sus servicios hablan de ellas de forma despectiva. Y respecto a la lagartija, la he interpretado una esperanza de la vida de Fatma, algo a lo que se agarra para seguir viviendo, algo que todos necesitamos en nuestras vidas, agarrarnos a algo, pues es mucha la desgracia que hay en el mundo. Creo que tu libro hace reflexionar sobre los problemas tremendos que hay en el mundo, y también sobre la relación de pareja, sobre lo hartos que estamos al respecto, y centramos nuestra relación de pareja en la sexualidad cuando todo se pasa y, finalmente, lo que queda es lo que sembraste en común, tu cariño por el otro, ser generoso con él.
Rosa Montero: Respecto al tema de las prostitutas, he colaborado con la asociación de defensa que tienen. Y verdaderamente, es un tema muy mal tratado en la sociedad, y con mucho puritanismo y falsedad. Respecto a la lagartija, los lagartos me encantan porque son como dragones infantiles, y en relación a ellos se escribieron mitos de regeneración. Es un animal con una capacidad grande de adaptación y regeneración impresionante. Es una de las cosas que he ido descubriendo también a medida que iba envejeciendo, la tremenda capacidad del ser humano para sobrevivir y adaptarse a lo que sea, para levantarse del suelo, para volverse a poner de pie y crear una vida digna. Eso es maravilloso. Esa capacidad es el éxito de la especie y lo que nos ha convertido en un verdadero virus para el planeta.
Hablabas del dolor del mundo. Es algo que va unido con esto. Creo que es obvio que el mundo está lleno de un sufrimiento atroz. Y otra de las cosas que he ido descubriendo es que hay muchas tinieblas pero también hay mucha luz. Esta no es una constatación voluntarista, sino una constatación de la realidad. Pero como es lógico, el horror nos impacta mucho más y nos deja una impronta profundísima, hace que no veamos las otras cosas buenas que tiene la vida y las relaciones humanas. Hay más estrategias de supervivencia en los seres vivos basadas en la cooperación que en la depredación. Siempre decimos que la naturaleza es una cosa terrible, que el pez grande se come al chico, pero no es verdad, no es siempre así ni muchísimo menos.
Una historia que me encanta, con la cual cerré La hija del caníbal, es la historia de los pingüinos de la Antártida. El pingüino es un animal especialmente tonto, tiene un cerebro minúsculo, y cuando eclosionan sus huevos y salen los pingüinitos, salen muchos, y los padres tienen que ir a buscar pescados. Pero hay menos setenta grados. Entonces, los pingüinitos se quedan solos, y esos ciento de miles están rotando sobre sí mismos todo el rato, y cada pingüino sólo está unos segundos en el exterior. Si un pingüino con media neurona es capaz de hacer eso, qué no haremos los humanos. No vamos a ser menos que los pingüinos. Realmente, creo que hay que tener confianza en la luz, aunque haya cosas tan espantosas como las que le ocurren al hermano de Fatama
Joaquín Estévez: Me gustó mucho la novela. Destacaría un par de cosas. Puedes plasmar con un lenguaje sencillo algo fundamental, y es cómo los seres humanos hacemos montones de recorridos para tranquilizar nuestra angustia. Yo creo que en tu novela aparece varias veces este tema, incluso con lo que decía Silvia, la historia brutal de Matías con Daniel. Creo que Matías ha encontrado una explicación a todo su malestar, y la explicación es ese médico. Es muy atractivo que pueda salir esa explicación, que pueda enfrentar su propia angustia y el hecho de que quizá hay un real que está por encima, porque, a pesar de tu cariño por Daniel, éste es un pobre impotente, incapaz de decidir sobre la vida o la muerte de absolutamente nadie. Y yo creo que Matías llega un momento en que se entera de eso, y a partir de ahí pueden cambiar las cosas.
También me gustó mucho el final de la novela. Vemos como situaciones límites pueden cambiar a los seres humanos. Y yo creo que sí, que algo pueden cambiar, pero en cuanto a la esencia, como decía la película de Campanela, hay algo fundamental, y es que podemos cambiar de todo menos nuestras pasiones. Yo creo que las pasiones son complicadas de cambiar. En el caso de Daniel, que pasa por una situación muy complicada, al final vemos que no es más que un espejismo, que vuelve a su vida. Incluso Matías vuelve a su vida, ha cambiado de mujer, pero no de modelo de mujer.
Y por último, has hablado varias veces de “a medida que vas envejeciendo”. Me ha sonado regular. Porque yo tengo un modelo de envejecer, el mío propio, que a veces tiene que ver con el hecho de que, a medida que vamos siendo mayores, vamos tratando de acercarnos más a determinados tipos de cuadrículas, de conceptos, que son los que nos dan seguridad. Que uno pueda, a medida que va pasando el tiempo, no agarrarse a esos conceptos y estar dispuesto a aprender permanentemente, creo que es una maravilla.
Rosa Montero: Estoy muy de acuerdo con todo lo que has dicho menos en lo de envejecer, porque creo que hay que reivindicar la palabra vejez. No puedo decir “a medida que voy creciendo”. Hay que reivindicar la palabra envejecer, detesto los eufemismos. Y otra cosa es que intento envejecer lo mejor posible. No caigamos en la trampa de lo que nos dicen, que la vejez es algo no válido.
Gustavo Dessal: En primer lugar, agradecer tu presencia con nosotros, es un honor para este espacio tener a la autora de la novela. Y además, una cuestión personal. Aunque te acabo de conocer, tu nombre está asociado para mí a algún aspecto muy importante de mi historia en este país. Yo llegué en el año 1982 y el periódico El País fue para mí una referencia fundamental, en especial en los primeros años, cuando uno necesita lugares donde encontrar ciertas referencias. Tu nombre, tus comentarios, tus notas, forman parte de mis recuerdos importantes.
Ya que comenzaste invocando la cita de tu libro, supongo que debe de estar en Historia de amor y oscuridad de Amos Oz. Me parecía interesante porque debes de conocer muy bien que, en la tradición rabínica judía, hay una especie de lema o de refrán que dice: “salvar a un hombre es salvar a la humanidad”. Y efectivamente, hay muchos e innumerables testimonios de ello.
Cuando comentabas la abundante literatura sobre los campos de concentración, me venía a la memoria Sin destino, donde Imre Kertesz nombra un recuerdo auténtico. Había muy poca comida en un tren de trasporte de prisioneros, y él estaba desmayado. Habían puesto su trocito, la pequeña ración que le correspondía, sobre su pecho, y al despertar descubre que nadie lo había tocado. Todos estaban muriendo de hambre pero nadie lo había tocado.
Cosa curiosa esta dualidad que tú planteas muy bien. Hay un detalle que me resulta muy interesante en el libro, y es los cuatro personajes comparten un sueño, es decir, un sueño repetitivo, un sueño que insiste, el sueño que muestra a los protagonistas en su verdadera condición humana, porque se sienten culpables. Ninguno ha matado a nadie. Precisamente, el único que no sueña ese sueño es el que verdaderamente ha matado, Draco. Efectivamente, “salvar el mundo”, en definitiva, es una tarea imposible, tanto como es salvarlo de nosotros mismos, y salvarnos a nosotros de nosotros mismos. Porque claro, cuál es el gran problema que nos diferencia de los pingüinitos. Es que aquél mismo que es capaz en determinado momento de poder sacrificar su propia supervivencia y respetar el pan del otro, ese mismo, en determinadas circunstancias, empuja al pingüinito hacia afuera para estar más tiempo dentro del calor. Y me parece que ese es el drama de la condición humana, el mismo que es capaz de redimirse, como decía Silvia, con el gesto de darlo todo o casi todo para salvar a una persona, ese mismo, momentos antes no vaciló, llevado por una pasión, por la venganza, en hacer del otro, del prójimo, un deshecho, reducirlo a la condición de un objeto.
Me parece que lo interesante es no ceder a la tentación de que el bien es mayor que el mal, como tampoco, quizá, el mal sea mayor que el bien. Esta es la tensión que recorre la historia de la humanidad, es la tensión vigente hoy en día. Estamos asolados por innumerables terrores. Creo que antaño también, solo que eran distintos. Quizá la capacidad de destrucción real puede ser mayor actualmente, pero la humanidad no vivía en mejores condiciones antes que ahora. Creo que lo interesante del título es que no hay “instrucciones”, cada uno tiene que encontrar las suyas. Precisamente, porque no hay “instrucciones”, la ética es la elección, la posición que cada uno toma en relación a que no hay salvación, como tampoco hay mundo.
Esa, quizá sea la diferencia más importante con los que nos precedieron. Ya no existe una idea de mundo. Es decir, la noción de mundo está tan atomizada, tan fragmentada, que sólo nos queda, quizá no tanto la acción colectiva, sino lo que cada uno, en la realidad, puede hacer. Por eso me parece interesante que la verdadera oportunidad de salvar al mundo se nos presenta, no con África como abstracción, sino cuando tenemos un africano de verdad al lado, a ver si podemos hacer algo con eso.
Rosa Montero: Muy interesante, anoté un montón de cosas. Muchas gracias por vuestros comentarios y muchas gracias por el afecto que mostráis. A parte de eso, y respecto a las capacidades del ser humano, me parece que tenemos dentro de nosotros el extremo más atroz, el corazón más negro, y la capacidad de lo más elevado y lo sublime. Eso es evidente. De hecho, Matías hace eso, por un lado se supone que es muy bueno, pero por otro lado es tremendo lo que hace con el pobre Daniel.
Leí un libro, Jano, de Arthur Koestler –que era un gran escritor aunque ahora no esté nada de moda— donde sostenía que el ser humano es un animal enfermo, porque la evolución que iría desde el cerebro reptiliano al cerebro moderno no se hizo como tal evolución, sino que el cerebro reptiliano lo tenemos dentro de la cabeza y el moderno se creó por fuera sin que haya una verdadera coherencia orgánica entre los dos. Es decir, de alguna manera somos seres escindidos. La verdad es que como símbolo de lo que somos me pareció siempre muy bonito.
Qué preciosa la imagen que das del pedazo de comida que le pusieron y no lo cogieron. Es esa capacidad del ser humano para el bien. Y creo que cuando dices que en la lucha es igual el mal que el bien, yo te diría –quizá peco de voluntarismo y de optimismo— que hay una tendencia hacia el bien verdaderamente clara. Es lo que vemos en el imperativo moral kantiano. ¿Cómo es posible que, de repente, en una situación de guerra espantosa, un guerrero que ve a una anciana o a un niño en una situación dantesca, las más de las veces no les robe, salvo que se cree una orgía? Hay un hecho digno de tener en cuenta, a los soldados africanos, y en todas estas guerras verdaderamente espantosas, les drogan, porque en general nos repugna hacer la atrocidad total, nos repugna de forma innata. Yo tengo confianza, creo que somos más buenos que malos, lo que pasa es que estamos posiblemente enfermos.
Y en cuanto a que no hay mundo, me parece una idea interesantísima, y muy real. Yo creo que el siglo XX fue el de la demolición de la realidad. Todo nos va diciendo que lo que en el XIX se consideraba real y tangible, no lo era. Ya nada es fiable, ni el yo, ni nosotros mismos, ni lo que pensamos, ni lo que recordamos, ni nuestra memoria. Vivimos, más que nunca, como en un sueño. Lo decía Calderón, pero es que ahora tenemos una conciencia mucho más clara de que todo es más delirante, tenemos una relación con la realidad, delirante.
Y sobre que siempre se ha vivido fatal, yo creo que se ha vivido peor. Cuando venían los vikingos, te violaban y cortaban la cabeza, y venían dos veces a la semana. Obviamente, se vivía fatal. La diferencia es que eran terrores más a la medida del ser humano. Es decir, cuando venían los Vikingos te ibas, te escondías, sabías qué hacer, cogías una espada, te refugiabas en el castillo del señor feudal. Pero ahora, ante el satélite que te cae en la cabeza, qué haces. Nada. Es la diferencia. En realidad, en lo real vivimos mucho mejor, menos amenazados, pero en lo imaginario no sabemos qué hacer. Vuelve a ser nuevamente esa sensación de la realidad como algo delirante.
Intervención: Quería decirte que agradezco el encuentro con Paul Kammerer, no conocía su historia, me gusta y me apasiona lo que habla sobre la cuestión de la serialidad y la convergencia, y también lo que hablas de Feldman, que ante el atroz acontecimiento de las bombas de Hiroshima y Nagasaki lo agarra un ataque de paranoia y parece ser que en realidad lo matan.
Rosa Montero: Me gusta que saques la parte científica. Yo soy de letras, no sé dividir, es una desgracia, pero leo bastante sobre ciencia. Yo quería que esta novela tuviera un tono de fábula, de cuento. Me hace mucha gracia Cerebro, es como una bruja, como un hada, es el trasunto, dentro del cuento, de la bruja, del hada que está contando historias mágicas. Resulta que las historias mágicas que cuenta, en realidad son historias prodigiosas, pero todas son historias científicas verdaderas, todas menos una, la de Fieldman, que me la he inventado. Fieldman no existe. Los vasos comunicantes me los he inventado. No obstante, esa teoría es plausible, porque dentro de la biología, en los últimos cincuenta años, hay teorías parecidas. Todo lo demás es real. De todas maneras, son teorías, casi todas ellas, muy polémicas. La teoría de las coincidencias de Paul Kammerer no está admitida, para nada, por los científicos de hoy, pero poéticamente es preciosa, me parece hermosísima.
Intervención: Dices que el libro es como una fábula, a mí me ha resultado como una novela, muy realista. No me ha resultado un cuento. Los personajes son muy reales, con unos problemas que podemos tener todos.
Rosa Montero: Me gusta que me lo digas, porque lo que se busca es la verosimilitud. Presentar lo real, como entrevistadora es una prueba muy sencilla. Yo llevo más de treinta años haciendo entrevistas, transcribes luego la cinta, y si pusieras la conversación tal cual surgió, sería ilegible y no transmitiría la sensación que se tuvo en el momento de la conversación. Hay que manipularla para ser fiel. Con la novela pasa absolutamente lo mismo, lo real notarial, aquello de lo que un notario podría dar fe, lo metes en una novela, y no es creíble, ni tiene densidad ni profundidad, tienes que contar una mentira, un cuento que tenga una verosimilitud. Pero además de eso, en esta novela en concreto, he forzado el tono de cuento. Yo nunca he hecho hasta ahora una novela con un narrador que sea tan omnisciente. Me he sentido Dios con esta novela, muevo los personajes, cuento lo que les va a pasar dentro de cuarenta años, a mi gusto, etc. Lo cuento como un cuento, utilizo recursos que, narrativamente, son de cuento. Pero me encanta que me digas que la ves muy realista, porque los cuentos hay que creerlos también. Cuando lees la Metamorfosis de Kafka, te puede entrar una angustia tremenda, pero no piensas que nos convirtamos todos los días en escarabajos. Sabes que eso no es una verdad notarial, sino una verdad más profunda.
Teresa: Con la lectura del libro me he acordado de cuando me dicen qué cara traes, qué te pasa, estás enfadada con el mundo. Y digo, no, el mundo está como está, cada uno con su cosa. Y en tu libro el mundo está como está, al principio es triste, pero no lo es, es realista, y lo es tanto que los personajes podemos ser cualquiera. Pero para cambiar y poder ayudar al otro, a veces te tienes que equivocar. Es muy fácil ayudar a la prostituta con dinero, todo el mundo somos generosos en cierta medida, pero lo realmente difícil es lo que le ocurre a Matías, que al principio no sabía lo que hacer con Daniel, si atarle, si soltarle, se hace un lío tremendo, y sólo al final comprendió que no tenía por qué hacer eso con él. Y es el momento en que tiene la oportunidad de cambiar.
Rosa Montero: Son las cosas grandes que hacen los dos. Daniel también lo hace, por lo menos eso le he dado al personaje –pobre, es que lo he tratado muy mal en la novela— quizá lo mejor que hace Daniel en su vida es perdonar a Matías. Y ahí cambia una vida, porque si lo denuncia lo meten en la cárcel. Ahí está cambiando una vida para bien. Él también hace una redención, aunque no puede llevarla más allá, no puede sacar más por su naturaleza. Pero hay también algo positivo en él. Y Matías, pues claro, se enfrenta con su propia realidad, tiene que pasar por esos pasos de aceptación de su pena, de su responsabilidad, y de su pérdida.
Gerardo: Respecto al quantum de dolor y de sufrimiento, o de cierto beneficio relativamente placentero que acontece en la vida, recuerdo un pensador argentino que tenía una suerte de pequeña cátedra a la manera de los antiguos, Macedonio Fernández, que decía que en cuanto a la proporción de los dos extremos, la resultante era un coeficiente que siempre permanecía invariable. Ahora bien, en relación a la época, esto es así, pero yo tengo una manera de verlo, es la siguiente.
En otra época, uno podría ser como una figura de western. En la calle mayor las pasiones se podían jugar limpiamente frente a frente, legislándose uno, o indicando al amo, que era individualizable. Mientras que ahora, el amo no es individualizable, hoy es un amo abstracto. Hoy todo el mundo se levanta temprano, llega de trabajar y lo hace durante toda la jornada, come al mediodía, por la noche ve la TV, lee un libro, y la producción del ocio forma parte de la continuidad de la producción. En general no me parece una vida exultante. Seguramente hoy se vive mejor en muchos aspectos, pero en relación a la tensión de la vida, y a ponerse en juego con la existencia, no lo creo. En general, la otra existencia, que era más arcaica, era también más vital, quizá ponía la tensión de la vida en un lugar que cobraba una intensidad mayor que la actual. Y quiero recalcar, se podía individualizar al amo. Mientras que hoy, hay una especie de no todo, un espacio donde la gente no sabe, de pronto, de donde le llega la adversidad, llega anónimamente a su vida y le cambia su destino. Hay un amo anónimo.
Rosa Montero: Yo creo que, también hoy, hay maneras de ser aventureros sin irse a África, sino aquí mismo. Y estoy de acuerdo contigo, lo he dicho antes, si estás en una vida de subsistencia no puedes siquiera deprimirte, sin embargo, cuando estás en esta vida acolchada no le encuentras sentido a la vida. Conozco a multitud de compañeros de prensa que son corresponsales de guerra porque son incapaces de vivir la vida en la paz, necesitan estar en peligro para sentirse vivos, porque si no, aquí se mueren de asco.
Gustavo Dessal: Una pregunta por fuera de la referencia a esta novela. ¿Cómo experimentas la interacción entre los dos oficios, el de periodismo y la escritura? ¿La escritora alimenta a la periodista, la periodista alimenta a la escritora, ambas cosas, ninguna? ¿Cómo es esto en tu caso singular?
Rosa Montero: Ser periodista como “plumilla”, como le llamamos en el oficio, ser reportera de prensa escrita, es un género literario como cualquier otro. Piensa en Sangre Fría de Truman Capote, que es un reportaje de gran altura literaria. La gran mayoría de los escritores de la historia han sido también periodistas. Ya no hablo de Hemingway, Graham Greene, Mark Twain, etc. Es muy raro el escritor que cultiva un solo género, puede ser poeta y ensayista, por ejemplo, como Octavio Paz. Y lo curioso es que la gente no le preguntaba a Paz por la relación que existe entre el ensayo y la poesía. Y sin embargo, como periodista siempre te lo preguntan. Es muy curioso, y habría que analizar por qué.
Yo me considero una escritora que cultiva la ficción, el periodismo y el ensayo. Luego, sin duda, tienes el corazón más puesto en una parte que en otra, siempre tienes un género que te gusta más. Yo me considero narradora. Como la mayoría de los novelistas, empecé a escribir de niña. Recuerdo ahora una entrevista que le hicieron a la autora de Harry Potter, en ella decía que su primera novela la había escrito con seis años, y trataba de un conejito que hablaba. Mis primeros cuentos los escribí a los cinco años, todavía conservo alguno, y los personajes eran ratitas que hablaban. O sea, el ser humano se repite, curiosamente, roedores todos.
Escribir ficción es mi manera de vivir, ni siquiera es un oficio, algo exterior, sino que es esencial y estructural. Mientras que el periodismo es algo a lo que me dediqué cuando empecé a pensar en qué trabajar para ganar la vida, y porque era algo cercano a mi facilidad por la escritura. De alguna manera son géneros muy dispares, muy antitéticos, se puede decir que en periodismo escribo lo que sé, lo que investigo, lo que me cuentan, lo que documento, y en novelas escribo lo que no sé que sé. Son dos maneras distintas de acercarse a la realidad. Y no hay mucha más relación, salvo que eres la misma persona.
Y también, el periodismo te permite conocer muchos mundos, no solamente geográficos, que enriquecen mucho como narrador. Y hay dos cosas en las que puede influir el hecho de ser periodista. Una es en los diálogos. Todos los que somos periodistas y entrevistadores como yo, normalmente tenemos mucha facilidad para el diálogo. Horas y horas de hacer diálogos tiene una consecuencia, y es que casi todos los periodistas veteranos que hacemos novela tenemos facilidad para los diálogos, nos salen muy fluidos. Y la otra cosa, más importante que esto, es la modestia, el espíritu crítico con respecto a tu obra. Porque como periodista escribes de repente un reportaje, escribes quince páginas, y llegas a la redacción y te dicen que hay que dejarlo en doce porque hay publicidad que meter. Lo cortas, vuelves, y te dicen que hay que dejarlo en once. Llorando cortas esa página, vuelves, y te dicen que hay que dejarlo en nueve y medio. Dices que no puedes, que ya lo has destrozado y no puedes destrozarlo más. Y llega alguien y lo corta, y si es un buen editor, que suelen ser buenos, lo corta bien y mejora el texto. Esto enseña mucho. Te enseña a no enamorarte de tu propia escritura, que es una tentación que tiene mucho el escritor joven. Y un escritor no madura hasta que aprende a tirar, incluso partes buenas que tienes para una novela. A lo mejor dices que son dos páginas espléndidas, pero las tienes que tirar porque no van con el resto de la novela. No hay que enamorarse de lo que escribes, y eso te lo enseña el periodismo. Los que no pasaron por eso escriben novelas muy gordas.
Gerardo: Estaba pensando en lo que decías, que hay periodistas que hacen literatura. Ahora me viene a la memoria alguien, el que más fusionó la literatura y el periodismo. Me refiero a Kapuscinski. Todos sus libros, uno los puede leer desde la mirada de un periodista o también desde la mirada de la literatura. Hay muchos periodistas que han hecho muy buena literatura.
Rosa Montero: Justamente, esa es mi tesis. Kapuscinski y muchos más. Hay grandes escritores dentro del periodismo. Nosotros tenemos a Larra, era el representante de la literatura romántica hace ciento cincuenta años.
Silvia Lagouarde: Yo voy aprovechar para preguntarte algo que, quizá, tiene que ver con el texto. Cuando te saludé a tu llegada me dijiste que venías de Argentina. Estos personajes del texto tienen muy poco que perder. En Europa hay un exceso de lujo, de dinero, y hay una posición política ante lo social, ante lo que está pasando en el mundo, que quizá sea demasiado individualista. Quería hacerte una pregunta respecto a este libro tuyo. Si hubieras vivido en Argentina, ¿tendría las mismas características en relación a lo que circuló hoy en la tertulia, a la cuestión de ser buenos?
Me parece que en los países del tercer mundo, como son muchísimos más los que no tienen, circula mucho más la bondad, la generosidad, y las historias solidarias. Digo esto porque mi hermana te admira muchísimo, y fue la que me descubrió tus libros. Ella, ahora, vivió unas grandes inundaciones en Argentina de las que nadie se ha enterado aquí. Fue todo bastante trágico, han desaparecido pueblos enteros, y ahora se juntó al voluntariado. Me contó historias de solidaridad tan impresionantes, que creo que en Europa eso no existe. Aquí todo se relaciona con lo individual, allí con la suma de todos. Creo que es una diferencia. Esto tiene que ver con lo que planteaba al principio, con la venganza del uno por uno que no sirve para nada y que se funda en el odio. Es preferible buscar el derecho a través de la ley, puesto que no hay otra en el mundo, puesto que no hay otra solución cuando uno quiere ser justo. Entonces, respecto al tema de cómo ser buenos, la posición europea es tender cada vez más hacia el individualismo y no hacia la suma de todos.
Rosa Montero: Es una cuestión muy interesante y muy compleja. Lo primero, dale las gracias a tu hermana de mi parte. El tema es complejo. Efectivamente, en las sociedades donde hay muy poco, normalmente hay mucha más solidaridad. Y en esta misma sociedad, y respecto a la gente que trabaja en el voluntariado, la gente que va a cuidar enfermos, es fascinante y sorprendente el hecho de que la mayoría, un cuarenta por ciento son mujeres mayores de cuarenta y tantos años. Y mujeres con un ingreso bajísimo, mil euristas o por debajo. Mujeres más desprotegidas y con menos dinero y tiempo, y eran las que más tiempo dedicaban a ese voluntariado.
Lo que pasa es que ahí hay algo que forma parte de las estrategias de supervivencia del ser humano. Noruega, hasta 1905 era el más pobre de Europa, y en unas condiciones durísimas de vida. La gente basaba su vida en la solidaridad porque si no se morían. Ahí funciona, ya no algo voluntario, sino el principio de supervivencia de los pingüinos. Hay algo genético que predispone a no ser individualista, porque sabes que si lo eres, lo más probable es que no sobrevivas ni tú ni tus semejantes.
El individualismo tiene sus pros y sus contras. Desde luego sus contras, está claro. Sus pros también. Es verdad que la sociedad se ha vuelto más individualista, pero el individualismo histórico ha creado los derechos humanos, por ejemplo. La sociedad absolutamente promiscua de la Edad Media, era una sociedad donde el derecho del otro tampoco existía, y hasta el siglo XVIII, hasta la Revolución Francesa, uno venía al mundo y te podían torturar. Era algo que entraba dentro de la cabeza. Hay que llegar a esa conciencia de tus derechos, de tu individualismo, de que no has nacido para ser torturado, para que se llegue, además, a crear una construcción legal o de consenso para que eso sea prohibido.
O sea, hay una parte buena y otra mala, además, es en lo que estamos, no se puede volver. Evidentemente, no quiere decir que por tener este tipo de sociedades, no podamos hacer una opción mucho más empática y mucho más colaboradora, y de hecho se hace, están las ONGs, aunque tampoco es oro todo lo que reluce, pero lo que demuestra es la existencia de una pulsión en estas sociedades supercivilizadas. Es complejísimo el tema.
Alberto Estévez: Ha sido verdaderamente interesante, ha sido un placer que hayamos podido disfrutar de Rosa Montero. Esto también ha podido ser gracias a nuestra amiga y querida compañera María Lizcano...
Rosa Montero: Que es mi cuñada.
Alberto Estévez: ... efectivamente. Seguiríamos un rato más, pero Mariwan, nuestro anfitrión también tiene que ofrecer cenas navideñas. Muchísimas gracias a todos y en especial a Rosa Montero por permitirnos disfrutar con su presencia.
Liter-a-tulia
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