La infidelidad femenina en la literatura es el título que Gabriel Hernández García, psicoanalista que desarrolla su práctica en Murcia y miembro de la AePCL (Asociación española de psicoanálisis del campo lacaniano), ha elegido para esta obra que hoy comentamos.
Dice el prólogo de este libro que éste es el resultado de la articulación de dos grandes pasiones que habitan en su autor; la pasión por la literatura y la pasión por el psicoanálisis. Son pasiones éstas que mantienen cierto vínculo histórico, no por nada están presentes ya en el propio creador de la doctrina psicoanalítica, Sigmund Freud, reconocido lector y reputado escritor hasta el final de sus días.
Es decir, que en esta encrucijada de pasiones es donde se gesta el libro, y para ello elige un tema que no es cualquiera, dado que mayoritariamente, la literatura dedicada al género amoroso esparce su argumento sobre el motivo de la infidelidad, con lo cual amor e infidelidad parecen encontrar una relación que la literatura plantea y el psicoanálisis debe interrogar. En este punto el autor ya nos previene que la infidelidad no debiera ser considerada únicamente como factor desencadenante, sino como condición de la que el amor extrae su verdad.
Nos está previniendo, decía, desde el marco que el psicoanálisis le brinda como herramienta para tamizar estas cuestiones, la misma herramienta que lo habilita a distinguir, y esto es sumamente preciso, infidelidad y adulterio, porque éste queda un poco más acá que aquella, y puede ser regulado a diferencia de la infidelidad que queda exenta.
Jacques Alain Miller en su seminario “Lógicas de la vida amorosa”, impartido en Buenos Aires en 1989 nos habla del primer “flechazo” de la historia humana, Adán y Eva. Cito: “Ellos no sabían lo que era un flechazo. En realidad, tenemos datos para decir que hubo flechazo del lado de Adán; no sabemos si lo hubo del lado de Eva; quizás ella tuvo su flechazo más bien con la serpiente.”
En clave de humor, encontramos esta simpática referencia del tema al cual la obra trata de introducirnos. Y partiendo del ideal amoroso clásico del dos que hacen “uno”, la literatura nos entrega el tres conformando cierta figura triangular, y la lectura psicoanalítica que el autor realiza conseguirá alumbrar un cuarto término en juego. Para ello el autor es diestro en el manejo del aparato teórico que el psicoanalista Jacques Lacan desarrolló a lo largo de su vida; Gabriel Hernández se introduce por la trama literaria de estas 5 mujeres ilustres de la historia de la literatura, y la teoría de los discursos acude en su auxilio para entender la infidelidad femenina y analizar sus pormenores.
Masculino y femenino son posiciones que no dependen de la anatomía, sino de la respuesta al enigma que el sexo supone, y dicha respuesta decide la posición sexual. Es en este sentido que nunca podríamos considerar la infidelidad como Una para ambos sexos, en la medida que la lógica que rige ambos lugares es distinta. Mientras para el varón es el universal quien preside y nos permite hablar del conjunto de los hombres, no es así en el caso de la mujer. Para ella la lógica que impera es la del no-todo, no podemos por tanto hablar del conjunto de las mujeres, el heteros femenino atenta contra el universal de la lógica del varón, y esta obra toma el no-todo que lo femenino supone para dejarnos un saldo bien fecundo.
El autor sabe que cada mujer es una excepción y hace su elección para esta obra, una elección afortunadísima; son 5 mujeres, 5 excepciones, y con valentía se planta ante ellas con intención de entender la forma de amar de cada una, y en ese movimiento nos proporciona el placer que supone una lectura nueva, con un sentido insospechado, de personajes que son clásicos de la literatura.
Esta elección es además un recorrido evolutivo por la temática del amor que nos permitirá comprobar cómo este concepto se ha ido transformando al ritmo de los cambios que la sociedad de la época ha ido padeciendo; tres mujeres quedan enclavadas en novelas escritas en el siglo XIX, y las dos últimas nos acercan a un amor más contemporáneo, en el que los valores amorosos han ido transformándose hasta producir cierta decadencia del mismo.
Cada una de las protagonistas que el autor de esta obra eligió para escrutar el tema de la infidelidad nos va dejando su contribución en forma de un nuevo saber, en ocasiones presentido, al menos en parte, pero que con la ágil explicación que se nos brinda en la obra, se consigue acercarnos a lo que no éramos capaces de expresar. Emma Rouault, más conocida como Madame Bovary, nos va a permitir entender la falta de reciprocidad de toda relación en el hecho de que siempre responde alguien que no es aquel a quien uno se dirige. No-toda la mujer era la Esposa
La novela de Clarín, La Regenta, uno de los mayores exponentes de la literatura española, nos pondrá ante esa hermosa dama, Ana Ozores, y la relación con su confesor. Podremos comprobar el aparente baile de lugares que sufren los personajes, y sin embargo darnos cuenta de que, en la estructura amorosa, dichos lugares, ya están todos ocupados. Ana se ve llevada a defender su propio goce y en ese movimiento, quiebra sus propias defensas: desafiando el argumento de que la virtud se nutra de la tentación, deduce que es la tentación la que se nutre de la virtud, hasta llegar a la amenaza: suplantar el imperativo de virtud por el imperativo de goce, que la lleva al imposible, se resuelve en un querer huir de sí misma.
Particularmente útil resulta la división en tiempos del relato amoroso; el antes, el durante y el después de la infidelidad reciben su nombre en la obra, y curiosamente vemos alojarse a La Regenta en el instante previo, a Mme. Bovary justo en el tiempo de la infidelidad, y la mujer que cierra el ciclo de damas del XIX, Ana Karenina, en el tiempo final, que el autor llamará el tiempo de la exposición de la verdad. La peculiaridad de su caso reside en el hecho de que la confesión de infidelidad no conlleva la ruptura del triángulo, entre otras cosas porque reconoce a su marido un derecho sobre su propia vida, pero no sobre su goce.
En las dos obras que el libro deja para el final encontramos una característica compartida en la figura del amante; se trata de un nuevo tipo, un amante que quiere ser marido. Además, si bien el verdadero marido no ha perdido nada de su escalafón social, sí lo ha hecho el amante, que en el siglo XX ha dejado de tener la vitola de ocioso conquistador para convertirse en asalariado, en ocasiones del propio marido, vive de su trabajo, y nos plantea un amor en cierta devaluación, en palabras del autor, un amor proletarizado.
Lo comprobamos en la obra que sigue, El amante de Lady Chatterley, amante guardabosques. ¿Qué sentido tiene la infidelidad en una historia como esta, en la que el propio marido es el que pide a su esposa que mantenga relaciones con otro hombre? El problema aparece cuando el no-todo femenino que ella representa contraría la lógica del Uno masculino, y de resultas, algo escapa.
Pienso que no es casual que Gabriel Hernández haya dejado para el final la obra literaria de Anaïs Nin; se trata de los Diarios. Seguramente su disposición responde a la ordenación cronológica que orienta todo el texto, pero es un dato muy apreciable que los Diarios comenzasen a escribirse bajo la forma de cartas a su padre, para que regresase al hogar familiar, y aunque el padre nunca lo hiciera, ella no podrá dejar de escribirlos hasta su propia muerte.
Nos dice Lacan que la defensa histérica contra el goce consiste en proteger al padre ideal. Es decir, la temática del padre es algo que llama a cierta universalidad dentro de la estructura histérica; su vida amorosa, y por tanto, la infidelidad femenina como elemento integrante de la misma, van a verse contaminadas por lo que se desprende de la sobresaliente observación que
Freud hizo a Fliess: “La grandeza del padre orienta la exigencia histérica”
Será esta la manera en la que podamos entender la infidelidad en el caso de Anaïs Nin; una infidelidad que funciona como forma de preservar el amor. Y podremos a su vez mirar de reojo, retroactivamente, a las otras cuatro mujeres que la han precedido en este mismo texto, y ahora, a la luz de esta clave que viene definida por la importancia que la figura del padre supone en lo femenino, clave que permite nada menos que sostener la dimensión del amor para cada una de ellas, volver a pensar la verdad que la histérica se empeña en decir: “Y esta verdad es que el amo está castrado”(1)
Alberto Estévez
(1):Jacques Lacan, Seminario XVII, El reverso del Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1992, pág. 101.
Dice el prólogo de este libro que éste es el resultado de la articulación de dos grandes pasiones que habitan en su autor; la pasión por la literatura y la pasión por el psicoanálisis. Son pasiones éstas que mantienen cierto vínculo histórico, no por nada están presentes ya en el propio creador de la doctrina psicoanalítica, Sigmund Freud, reconocido lector y reputado escritor hasta el final de sus días.
Es decir, que en esta encrucijada de pasiones es donde se gesta el libro, y para ello elige un tema que no es cualquiera, dado que mayoritariamente, la literatura dedicada al género amoroso esparce su argumento sobre el motivo de la infidelidad, con lo cual amor e infidelidad parecen encontrar una relación que la literatura plantea y el psicoanálisis debe interrogar. En este punto el autor ya nos previene que la infidelidad no debiera ser considerada únicamente como factor desencadenante, sino como condición de la que el amor extrae su verdad.
Nos está previniendo, decía, desde el marco que el psicoanálisis le brinda como herramienta para tamizar estas cuestiones, la misma herramienta que lo habilita a distinguir, y esto es sumamente preciso, infidelidad y adulterio, porque éste queda un poco más acá que aquella, y puede ser regulado a diferencia de la infidelidad que queda exenta.
Jacques Alain Miller en su seminario “Lógicas de la vida amorosa”, impartido en Buenos Aires en 1989 nos habla del primer “flechazo” de la historia humana, Adán y Eva. Cito: “Ellos no sabían lo que era un flechazo. En realidad, tenemos datos para decir que hubo flechazo del lado de Adán; no sabemos si lo hubo del lado de Eva; quizás ella tuvo su flechazo más bien con la serpiente.”
En clave de humor, encontramos esta simpática referencia del tema al cual la obra trata de introducirnos. Y partiendo del ideal amoroso clásico del dos que hacen “uno”, la literatura nos entrega el tres conformando cierta figura triangular, y la lectura psicoanalítica que el autor realiza conseguirá alumbrar un cuarto término en juego. Para ello el autor es diestro en el manejo del aparato teórico que el psicoanalista Jacques Lacan desarrolló a lo largo de su vida; Gabriel Hernández se introduce por la trama literaria de estas 5 mujeres ilustres de la historia de la literatura, y la teoría de los discursos acude en su auxilio para entender la infidelidad femenina y analizar sus pormenores.
Masculino y femenino son posiciones que no dependen de la anatomía, sino de la respuesta al enigma que el sexo supone, y dicha respuesta decide la posición sexual. Es en este sentido que nunca podríamos considerar la infidelidad como Una para ambos sexos, en la medida que la lógica que rige ambos lugares es distinta. Mientras para el varón es el universal quien preside y nos permite hablar del conjunto de los hombres, no es así en el caso de la mujer. Para ella la lógica que impera es la del no-todo, no podemos por tanto hablar del conjunto de las mujeres, el heteros femenino atenta contra el universal de la lógica del varón, y esta obra toma el no-todo que lo femenino supone para dejarnos un saldo bien fecundo.
El autor sabe que cada mujer es una excepción y hace su elección para esta obra, una elección afortunadísima; son 5 mujeres, 5 excepciones, y con valentía se planta ante ellas con intención de entender la forma de amar de cada una, y en ese movimiento nos proporciona el placer que supone una lectura nueva, con un sentido insospechado, de personajes que son clásicos de la literatura.
Esta elección es además un recorrido evolutivo por la temática del amor que nos permitirá comprobar cómo este concepto se ha ido transformando al ritmo de los cambios que la sociedad de la época ha ido padeciendo; tres mujeres quedan enclavadas en novelas escritas en el siglo XIX, y las dos últimas nos acercan a un amor más contemporáneo, en el que los valores amorosos han ido transformándose hasta producir cierta decadencia del mismo.
Cada una de las protagonistas que el autor de esta obra eligió para escrutar el tema de la infidelidad nos va dejando su contribución en forma de un nuevo saber, en ocasiones presentido, al menos en parte, pero que con la ágil explicación que se nos brinda en la obra, se consigue acercarnos a lo que no éramos capaces de expresar. Emma Rouault, más conocida como Madame Bovary, nos va a permitir entender la falta de reciprocidad de toda relación en el hecho de que siempre responde alguien que no es aquel a quien uno se dirige. No-toda la mujer era la Esposa
La novela de Clarín, La Regenta, uno de los mayores exponentes de la literatura española, nos pondrá ante esa hermosa dama, Ana Ozores, y la relación con su confesor. Podremos comprobar el aparente baile de lugares que sufren los personajes, y sin embargo darnos cuenta de que, en la estructura amorosa, dichos lugares, ya están todos ocupados. Ana se ve llevada a defender su propio goce y en ese movimiento, quiebra sus propias defensas: desafiando el argumento de que la virtud se nutra de la tentación, deduce que es la tentación la que se nutre de la virtud, hasta llegar a la amenaza: suplantar el imperativo de virtud por el imperativo de goce, que la lleva al imposible, se resuelve en un querer huir de sí misma.
Particularmente útil resulta la división en tiempos del relato amoroso; el antes, el durante y el después de la infidelidad reciben su nombre en la obra, y curiosamente vemos alojarse a La Regenta en el instante previo, a Mme. Bovary justo en el tiempo de la infidelidad, y la mujer que cierra el ciclo de damas del XIX, Ana Karenina, en el tiempo final, que el autor llamará el tiempo de la exposición de la verdad. La peculiaridad de su caso reside en el hecho de que la confesión de infidelidad no conlleva la ruptura del triángulo, entre otras cosas porque reconoce a su marido un derecho sobre su propia vida, pero no sobre su goce.
En las dos obras que el libro deja para el final encontramos una característica compartida en la figura del amante; se trata de un nuevo tipo, un amante que quiere ser marido. Además, si bien el verdadero marido no ha perdido nada de su escalafón social, sí lo ha hecho el amante, que en el siglo XX ha dejado de tener la vitola de ocioso conquistador para convertirse en asalariado, en ocasiones del propio marido, vive de su trabajo, y nos plantea un amor en cierta devaluación, en palabras del autor, un amor proletarizado.
Lo comprobamos en la obra que sigue, El amante de Lady Chatterley, amante guardabosques. ¿Qué sentido tiene la infidelidad en una historia como esta, en la que el propio marido es el que pide a su esposa que mantenga relaciones con otro hombre? El problema aparece cuando el no-todo femenino que ella representa contraría la lógica del Uno masculino, y de resultas, algo escapa.
Pienso que no es casual que Gabriel Hernández haya dejado para el final la obra literaria de Anaïs Nin; se trata de los Diarios. Seguramente su disposición responde a la ordenación cronológica que orienta todo el texto, pero es un dato muy apreciable que los Diarios comenzasen a escribirse bajo la forma de cartas a su padre, para que regresase al hogar familiar, y aunque el padre nunca lo hiciera, ella no podrá dejar de escribirlos hasta su propia muerte.
Nos dice Lacan que la defensa histérica contra el goce consiste en proteger al padre ideal. Es decir, la temática del padre es algo que llama a cierta universalidad dentro de la estructura histérica; su vida amorosa, y por tanto, la infidelidad femenina como elemento integrante de la misma, van a verse contaminadas por lo que se desprende de la sobresaliente observación que
Freud hizo a Fliess: “La grandeza del padre orienta la exigencia histérica”
Será esta la manera en la que podamos entender la infidelidad en el caso de Anaïs Nin; una infidelidad que funciona como forma de preservar el amor. Y podremos a su vez mirar de reojo, retroactivamente, a las otras cuatro mujeres que la han precedido en este mismo texto, y ahora, a la luz de esta clave que viene definida por la importancia que la figura del padre supone en lo femenino, clave que permite nada menos que sostener la dimensión del amor para cada una de ellas, volver a pensar la verdad que la histérica se empeña en decir: “Y esta verdad es que el amo está castrado”(1)
Alberto Estévez
(1):Jacques Lacan, Seminario XVII, El reverso del Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1992, pág. 101.
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