Apertura de la tertulia a cargo de Alberto
Estévez: “Un profesor no solo tiene que saber de lo
suyo, sino abarcar una perspectiva lo más amplia posible de las cosas del mundo
para poder interrelacionarlas y con ello comprenderlas mejor”
Esta frase, que aparece en el libro
por boca de uno de sus personajes encierra parte del espíritu que alimenta esta
novela; efectivamente, sería muy deseable para los estudiantes que sus
profesores la tomaran como guía profesional, pero no hay duda que tiene la
misma vigencia si la aplicamos a un escritor, un escritor no solo tiene que
saber de lo suyo, pero claro, ¿cuál es la materia del escritor de novelas, qué
saber debe atesorar alguien que dedica su vida a escribir ficción literaria? Es
una pregunta complicada, probablemente podríamos ensayar distintos tipos de
respuestas, no sé si finalmente juntándolas todas conseguiríamos quedar
satisfechos. Por ahora conformémonos con una aproximación; lo que marca la
diferencia en el caso de un escritor, también vale para el profesor, incluso para
cada uno de nosotros, para cada sujeto, es que exista el deseo de saber, la
perspectiva dice el autor, cierto tipo de curiosidad que nos empuje día a día.
Tomando este hilo conductor
podemos introducirnos en el análisis de esta novela, atravesada de principio a
fin por la relación de los sujetos con el saber. Es una propuesta osada en
tanto que el libro es un libro de las más grandes temáticas que afectan al ser
humano, cualquiera de ellas da para un curso entero de nuestras tertulias. En
primer lugar, sin duda, el amor, es un libro sobre el amor; qué maravillosa es
la historia en el Edén, qué envidia, el autor nos pone los dientes largos con
esos dos amantes en el paraíso. Pero también es un libro sobre la paternidad,
en las dos reuniones anteriores hemos comprobado el desasosiego del hombre en
su relación con la paternidad. Por último, este libro también es un duelo, el
duelo de Daniel por su pérdida. En este sentido es una novela muy dura, porque
también trata de cómo puede arruinarse una relación, incluso de cómo arruinar
una vida.
Contagiado de cierta nostalgia,
mi época de estudiante en el colegio, ¿recuerdan aquello de extraer el factor
común? Pues bien, el factor común en mi lectura es la relación de sus
personajes con el saber, y con precisión matemática la novela ofrece dicha
relación con el saber anudando los destinos de cada uno. Desgraciadamente, la
pasión por la ignorancia, que como ya hemos dicho, siempre triunfa, complica en
extremo la existencia.
Buena parte de esta narración
encuentra su objeto en la naturaleza, una abundante descripción de parajes y
espacios, incluso el título nos habla de un río, y en sus páginas vemos el
tratamiento que recibe, es un río nuevo y a la vez es el de siempre. Si no
hemos escuchado lo que esta frase intenta hacer pasar, nos insisten ahora con
la metáfora del agua, somos agua; sudor, lágrimas, fluidos, sangre,… La
referencia insistente a la naturaleza lo es también a nuestra naturaleza, a
nuestra sustancia de seres vivos, y en términos de sustancia, si aquel río
durará lo que dure el planeta, nuestro río interior durará lo que dure nuestra
persona. Es el río de la pulsión, con algo nuevo, que la relanza
infatigablemente, pero también con su objeto, que es el objeto de siempre. Algo
nuevo, por tanto, pero también algo que permanece inalterable, incluso idéntico
dice José María Merino, y que nos acompañará a lo largo de toda nuestra vida,
algo que nos determina y que conforma nuestro carácter.
El carácter no es algo que uno
tenga a mano para poder manejar como se le antoje, todo lo contrario, el
carácter es eso que persiste, nos “caracteriza” y nos dota de un estilo; por
ejemplo, el carácter es responsable de la manera en la que amamos, está claro
que no todo el mundo ama igual ni apuesta en el juego del amor de la misma
forma, el carácter dispone las reglas determinando la relación con el objeto de
nuestro amor, y en el abanico de posibilidades es donde el carácter muestra su
cara más fea, porque también es lo que hace obstáculo, es el responsable de
complicar las relaciones, en definitiva, de complicarnos la vida.
Si pensamos ese afán de Daniel
por perpetuar el Edén creo que podemos resumir su forma de amar. Pese a que su
pareja le dice que “eso de la eternidad es una engañifa” él no puede dejar de
amar de una manera absolutamente narcisista que deja fuera al otro como
representante de su objeto amoroso, Tere solo existe en su valor de
representación, no como otro separado del Uno, como diferencia. Conscientes de
que todo amor se afana en hacer de dos uno, y que la alienación está presente
en mayor o menor medida siempre, digamos que en este caso no hay lugar para la
separación, no consiente que su objeto amoroso se aleje y lo prive de su
disfrute, “es que me rompo por dentro solo de suponerlo” nos dice, su objeto de
amor le pertenece y cualquier alejamiento es vivido como una desposesión.
Para ilustrar esto me parecen
ejemplares las páginas 174 y 175, pueden comprobar en ellas en primer lugar la
dimensión de la fascinación del protagonista con su objeto, una fascinación muy
fetichista, muy masculina por tanto, pero creo que la cita que nos da la
verdadera medida del estatuto del amor en este hombre es la que dice “ese
cuerpo dividido en dos que os conforma”. Aquí la alienación ya no sólo afecta a
las identidades, ¡también a los cuerpos! Resulta incluso algo siniestro.
Con el mapa que dispone su
carácter regresamos al relato para repensar la traición; ¿cuál es la verdadera
traición? ¿O es que acaso las condiciones amorosas que impone Daniel no suponen
ya la existencia de una traición? La traición es previa, no solo previa a
acostarse con otras mujeres, o previa al viaje de Tere a los Estados Unidos, es
previa incluso al inicio de cualquier relación, no depende de lo que ocurra, la
traición es el reverso de su forma de amar, y no metaboliza la separación sino
como abandono.
Parafraseando el relato de Kafka
que comentamos el pasado mes diremos que nuestro hombre está condenado,
condenado a la repetición, siempre hará responsable a su pareja de la
dificultad propia, incluso cuando intenta ser honesto atribuyendo sus celos a
un malentendido, pero qué malentendido, ¡si es su guión! Está justificándose y
a la vez condenando la puerta de salida de la ignorancia. No tendría por qué
constituir un destino desgraciado su forma de amar, no es tan extraña, el
verdadero drama está en su relación con el saber, ya conocemos la funesta
ecuación, cuanto menos se quiere saber, más se tropieza con la misma piedra, y
él va tramitando con infidelidades lo que no puede encajar; el viaje de Tere, la
paternidad, etc. Su grave neurosis me parece deliciosamente tratada, y otorgo
mucha valentía al autor eligiendo un protagonista que por momentos resulta un
sujeto despreciable, no obstante ha sido de lo que más me gustó del libro.
Es terrible la neurosis, como
fichas de dominó unas van tumbando a otras y finalmente nos vemos en un
escenario en el que no entendemos cómo hemos llegado ahí. Somos ingenuos si no
apreciamos que puede haber heridas abiertas aunque una pareja se reconcilie, y
aunque el libro diga muy acertadamente que el deseo de tener un hijo concierne
fundamentalmente a la mujer, ¿no advertimos en ella la intención de tratar de
ahorrarle un sufrimiento a él ocultándole su deseo de quedar preñada? Esto
tiene unas consecuencias fatales, porque el hijo, previo a venir al mundo en las condiciones en las que
lo hace, Daniel queda fuera del deseo de hijo y como consecuencia recibe la
situación como el capricho de ella, será muy difícil que pueda amar a este hijo
porque no es de él, es de ella, él simplemente fue una máquina fecundadora, eso
sí, con sentimientos, los suficientes para sentir de nuevo la traición y la
deslealtad de ella que reeditan aquella separación primera.
El hijo no se inscribe
adecuadamente, se convierte en un “paquete de carne”, en un “pobre bobo” al que
no puede querer, y que además le muestra lo vulnerable y endeble de nuestra
condición, como le apunta ese personaje exquisito, Gisela, que me parece es la
única oportunidad de Daniel para salir de sus circuitos de repetición, haciendo
un poco de su psicoanalista. Al extremo de que hasta el mismo Silvio tiene que
gritárselo, ¡soy un chicodáun, papá, acéptalo! Daniel permanece sordo, no
entiende qué se juega para el chico en la abducción extraterrestre, como
tampoco entendió la obsesión anterior que Silvio tuvo, la de que todos los
seres humanos somos iguales y estamos hechos de lo mismo; evidentemente no
vamos a esperar que salga de su ignorancia para interrogarse por esa pregunta
tan elocuente que el niño le hace: “¿Se puede ganar una carrera uno solo?”
Ahora bien, es verdad que el
fatal accidente de Tere y su posterior desaparición lo aproximan al chico,
aunque no sea sino en calidad de legado o patrimonio que ella le ha dejado, eso
ya es algo mejor que ser una aberración. ¿Podemos inscribir el suceso de
perderse en el bosque en la relación padre hijo? ¿No habrá algo en ese acto que
pretende sacudir al padre para que despierte de una buena vez?
Cabría pensar que Silvio se
pierde por la indolencia de su padre, incluso podemos pensarlo fruto de la
condición del muchacho, proclive a la desorientación, pero les propongo que lo
inscribamos como un acto que el chico dirige a su padre, un nuevo intento de
sacar al padre de la ignorancia que lo acompaña toda la novela, y tiene éxito
porque produce efectos, se vuelven con la urna para casa. Perderse en aquel
agujero es el resultado de querer practicar una separación prematura de Silvio
respecto de las exequias de su madre, Daniel entiende algo al fin, y sabiamente
decide aplazar dicha separación para más adelante.
Creo que este final abre un claro
en una novela muy terrible y dramática, porque nos permite aventurar un
pronóstico no demasiado malo para esa relación padre hijo, una luz, como tantas veces en el caso de un sujeto,
para esta ocasión en el caso de Daniel, que nace de una paradoja, y que puede
formularse así: a través del torpe Silvio se puede dar un sentido al extraño
garabato que hasta ese momento marcó el rumbo de su vida.
Enhorabuena.
Intervención de Miguel Ángel Alonso: Quiero añadirme al
agradecimiento de mi compañero Alberto Estévez hacia Don José María Merino por
su segunda presencia en Liter-a-tulia.
Todavía, en alguna ocasión, recogemos los ecos de aquélla magnífica
comparecencia hace ahora cuatro años. En ella nos regaló su extraordinaria
elocuencia y brillantes perlas de su gran saber literario. Es un privilegio
poder renovar aquellas sensaciones, y también el momento adecuado para
expresarle el gran afecto que sentimos por su persona.
En términos generales, El río del Edén, la última novela de Don
José María Merino, es un viaje catártico a través de la memoria de Daniel,
viaje en el que precipita su conciencia y su miseria moral tratando de lograr
un equilibrio en la relación con su hijo Silvio, y la redención de una culpa
acumulada por la posición que sostuvo en relación a Tere, su mujer.
Quiero introducirme en el
dramatismo de este viaje a través de una de las temáticas parciales de la
novela, una cuestión que me cautiva, que me atrapa, ya no sólo en la
literatura, sino en la vida misma. Se trata de la relación entre realidad y
ficción, relación que unos ven contrapuesta, y otros la vemos en el terreno de
la afinidad y semejanza estructural.
Hay en la novela diferentes usos
del lenguaje. Silvio, hijo de Tere y Daniel, se sostiene en el interior de un
lenguaje fantástico; la voz del narrador, en segunda persona, como voz de la
conciencia, se escribe en un lenguaje connotativo, lleno de sugerencias e
ironías; Daniel trata de sostenerse en un lenguaje denotativo, realista y
objetivo; finalmente, Tere, aunque fluctúa de uno a otro uso, procura encontrar
también los espacios de objetividad que aparquen momentáneamente los afectos
que amenacen con contaminar sus anhelos profesionales.
Lo que acabamos comprobando es
que las relaciones fundadas en un lenguaje realista y objetivo –habría que plantearse
si no es una contradicción en sus términos la construcción “lenguajes
realistas”— se borran, se disuelven, se quiebran con facilidad ante la más
mínima conspiración de lo irracional –por ejemplo, una fotografía que
desencadena los celos— lo irracional siempre al acecho detrás de cada palabra,
de cada gesto, de cada circunstancia.
Esto nos viene a indicar que las
realidades supuestamente objetivas, esas que pretenden escribirse con líneas
rectas, acaban convirtiéndose en garabatos en la hoja de papel. La vida se
escribe con renglones delicados, frágiles y quebradizos, como esos que dibuja
Tere en el comienzo de cada capítulo. Sus renglones tienen una particularidad,
todos acaban en algún tipo de configuración reconocible, cuadrados, caras, círculos,
y todos con un carácter ornamental. Así es la vida, se trata de depurar una
ficción, las letras que se escriben sobre esas líneas, sobre esos renglones,
para llegar a un escenario en que la vida se hace habitable para los seres
humanos. Es decir, nuestras realidades no son tan reales como quisiéramos,
nuestras vidas son, o bien ornamento delimitado y configurado, o bien simple
garabato.
Y es que a todos los pueblos, a todos los
sujetos, a todos los danieles y a todas las teres, no nos sustenta tanto la
tierra como los renglones y las palabras, es decir, construcciones simbólicas,
expresiones, mitos, leyendas, utopías, fantasías, ficciones no muy diferentes a
las que construye Silvio. Esas frágiles y quebradizas combinaciones de vocales
y consonantes son las que soportan nuestros pasos, son las que conforman las
múltiples realidades que en el mundo son.
Mientras leía la novela El río del Edén, encontré en la prensa una noticia en la que el
articulista planteaba esa concepción de que los seres humanos somos una plaga
asentada en la tierra, ¿alguien duda de que uno puede vivir toda su vida en el
interior de esa ficción plantando arbolitos para redimirse de la culpa por
pertenecer a la especie? ¿Alguien duda que uno puede sostener toda su vida en
la búsqueda del tesoro de Don Julián del que nos habla la leyenda de la que
somos informados en la novela? ¿No vive la ciencia escribiendo sobre renglones
en línea recta que sostienen la ficción del encuentro con otro tesoro, la
verdad absoluta –esperemos que esa ficción no termine en un garabato cósmico?
La novela de Don José María Merino, El río del Edén, me parece una puesta en
valor de las narrativas simbólicas, de esas historias, de esas ficciones, de
esas construcciones imposibles de obviar por nada ni nadie que se denomine
humano, ni siquiera por la misma ciencia. Resulta patético observar a Daniel,
representante de los obstinados valedores de una única verdad, la objetiva,
Daniel, como profesional de lo patológico, fecundador de la debilidad mental, cuando
trata de borrar esas historias, esas fantasías, esas ficciones fundacionales
imprescindibles para la vida de su hijo:
“Vamos
Silvio, ese es un espacio de ficción, el espacio verdadero está aquí”. P. 13
Al respecto, vemos como esa voz en segunda persona del narrador, seguramente áfona e imperativa
para Daniel por ser la voz de la conciencia, le lanza, en forma de admonición, la ironía más sarcástica en relación a su forma de afrontar la relación con el hijo:
“A ti
te hacía gracia”.
Desde este punto de vista, podemos considerar
El río del Edén como un alegato a favor
de la realidad como ficción, y un alegato en contra de un mundo que trata a los
seres humanos como cosas, como objetos, como reales sin más, como si fuesen
simples cuerpos, simples seres biológicos.
“No
sólo hay que estimularlo en lo físico, sino mentalmente, y creo que para eso
todo lo imaginario es fundamental, digan lo que digan”. Afirmaba Tere”. P.12
La puntuación “digan lo que digan” nos da la pauta. ¿Quién dice? La respuesta es
sencilla, los que no consideran al ser humano un ser de palabra.
Y dado que la novela lo es también de amor,
al poco de comenzar la lectura me surgía otra pregunta: ¿Qué es entender? En el
contexto que estamos trabajando, la respuesta que se precipitaba me decía que
entender era una forma de manifestar que uno se siente amado. Porque creer en
el poder del cuento, en el poder de ese “imaginario
fundamental”, creer en la palabra sin más, asumir la ficción como lo hacen
Silvio y Tere, es, sin duda, estar en el único lugar propicio para ese afecto.
Por el contrario, no creer en la palabra, no creer en la ficción, como le
ocurre a Daniel, es no comprender nada, es no comprender la vida y, por supuesto, en esa no creencia radica su
imposibilidad para el amor.
Sintetizando todo lo anterior, es fácil darse
cuenta de que en esta novela hay un profundo llamado a la ética. Vemos como
algo ordinario y contingente, el nacimiento de un hijo, se
convierte en algo extraordinario, en una obra, en un sujeto, por mor de un
pensamiento enraizado en una posición ética consistente, la de Tere, madre de
Silvio, empeñada en introducir al hijo en un mundo simbólico que le ayude a dar
sentido y consistencia a su vida. Además, Tere muestra una perfecta
articulación entre los acontecimientos de su vida y la responsabilidad ante la
que esos acontecimientos la sitúan. Vida y pensamiento están perfectamente
sincronizados para producir una obra, el sujeto Silvio.
En oposición vemos a su padre, Daniel,
incapaz de incluir ese suceso ordinario dentro de un pensamiento. En su debilidad
mental rechaza a su hijo miserablemente porque rompe su vanidad narcisista,
porque no entiende el mundo simbólico, el mundo de la ficción, porque cree
firmemente en una única realidad, cuando, si bien lo miramos, su mundo no es
más que un garabato, una mala ficción. El pensamiento de este hombre, podemos
decir, está por fuera de los acontecimientos que signan su vida, o lo que es lo
mismo, por fuera de su responsabilidad:
“Y tu
fracaso estuvo en no comprender que dentro de tu felicidad estaba incluido
Silvio”
La novela, por tanto, es el viaje hacia la
asunción de su responsabilidad, hacia el entendimiento de que en la felicidad y
en el amor había una curiosa paradoja. Y es que la felicidad y el amor no
aceptan, de ninguna manera, el narcisismo, pero sí pueden incluir el
sufrimiento. En realidad, Daniel no hizo otra cosa que asumir el espíritu de
Tere, es decir, feminizarse, romper su narcisismo y hacerse vulnerable como
todo ser humano y, así, comprender a su hijo, aprender a amarlo. En realidad, Daniel
poco o nada podía enseñarle a Silvio, todo lo contrario, Silvio y Tere fueron
toda una enseñanza para el padre.
Los autores, y quienes practican aquí la
escritura lo saben, tenemos un problema, y es que raramente nos enfrentamos a
la voz lectora. Porque, incluso, cuando lo hacemos a través de la crítica, esta
crítica ocupa poco espacio, o toca teclas que nada tienen que ver con lo que
planteamos. Pero en esta tertulia, tanto la vez anterior como ahora, así como
en alguna ocasión que estuve interviniendo y escuchando opiniones, me enfrento
con una voz lectora. Y les aseguro que me conmueve, pues escucho una voz
lectora muy cercana. Para empezar, os agradezco estas lecturas que acabo de
escuchar, me interesa mucho esta manera de ver aspectos del libro, algunos
pretendidos, y otros que son resultado de la lógica secreta que organiza la
ficción.
Porque no olviden que una novela, una
narración, una ficción, nace de muchas cosas. Hay un proyecto, una zona lúcida,
otra racional, pero también hay una zona secreta, de sombra, que va
estableciendo sus propias lógicas y que nosotros no controlamos. Muchas veces
el lector, el buen lector, tal vez no hace la verdadera interpretación, pero sí
encuentra líneas que tienen que ver con lo que el autor intuyó.
Respecto a lo que se planteaba sobre la
ficción, ahora me está preocupando mucho el asunto que apareció en la prensa
sobre la posibilidad de reproducir un Neanderthal. A mí, que me encantan las
distopías, me gustaría vivir una, y estoy empezando a sospechar que ya la estoy
viviendo. No sólo por la situación económico-social que estamos atravesando,
sino por esas noticias que, de pronto, aparecen sobre el Neanderthal.
Imaginemos que consiguen dar vida a un desdichado Neanderthal. ¿Qué va hacer en
el mundo? Es la mayor canallada que se puede hacer con un ser vivo. ¿Cuál es el
problema? Los Neanderthal, que tenían tanto de lo que somos nosotros, ¿tenían
como patrimonio la ficción? Porque nuestra grandeza y servidumbre es,
efectivamente, la ficción. El pensamiento simbólico nos ha permitido lo mejor y
lo peor que tenemos, construir el mundo y, tal vez, destruirlo. Eso es lo que
nos ha permitido el pensamiento simbólico. Y, efectivamente, tal vez Daniel no
está tan comunicado con el pensamiento simbólico como lo están Tere o el propio
Silvio.
Respecto a la lógica secreta, en la novela
había un aspecto claro para mí, la historia del Edén. Pensé en crear el Edén y
recrear el amor de Adán y Eva. Todos podemos ser adanes y evas en el Edén. Pero
luego hay que ver lo que pasa. Porque la lógica secreta de la novela fue
estableciendo sus propias líneas, sus propias derivaciones. Apareció Silvio, y
les aseguro que yo no me lo esperaba. Luego pensé que a este chico le pasaba
algo, comencé a darle vueltas, y llegué a la conclusión de que era un chico
Down.
Con esta primera intervención quiero decir
que me encanta estar aquí con ustedes, les agradezco realmente la invitación.
Además, me encanta desvelar cosas que yo mismo descubro en ese libro que
escribí. Quisiera felicitar a María José Martínez Sánchez por ese artículo que
publicó en el blog Liter-a-tulia. Cuando
veo artículos tan brillantes me digo, qué pena que no sean ustedes críticos
literarios. Ahora estoy dispuesto a charlar con ustedes sobre lo que quieran.
Intervención de Gustavo Dessal: La novela de José María
me tocó profundamente por una cuestión personal. En la historia de mi vida, no
de una manera directa, pero sí a través de personas muy allegadas a mí, viví de
cerca una tragedia que guarda algunos elementos en común con esta historia que
hoy comentamos. Recuerdas José María, que hace muy poco tiempo tuvimos la
satisfacción de compartir una mesa donde presentamos un libro de Matei
Călinescu, el autor rumano
ya fallecido, libro que es una especie de diario, de observaciones
autobiográficas sobre sus impresiones relativas a su hijo autista. En esa
ocasión comentaste que tu última novela trataba sobre una situación que tenía
este punto de semejanza.
Traigo a colación esto, no
solamente para señalar la casualidad, sino por lo emocionante que resultó la
intervención de la esposa de Călinescu. Ella estaba entre la audiencia y pudimos preguntarle
sus impresiones acerca de lo que su marido había escrito sobre su hijo. El
libro que comentamos es muy conmovedor, y me imagino que estarás de acuerdo en
que el comentario de esta mujer nos produjo una gran emoción. Fue notable la
sencillez, las palabras tan simples y, al mismo tiempo, tan justas, con las que
pudo explicar no solo lo que para su marido había significado esa fatalidad,
sino la diferencia con la que ella lo había afrontado. Y creo haber reencontrado
en tu novela, José María –yde una forma mucho más desarrollada y entrelazada en
el devenir de los personajes Daniel y Tere— el eco de lo que aquella mujer nos
enseñó. Tú has sabido captar y trasmitir en la obra la diferencia entre estas
posiciones.
Pero antes de entrar en esto (me parece que
Alberto lo ha señalado en su comentario), yo también me sumo a la observación
de que estamos ante un libro que toca tantos temas, que cualquiera de ellos
podría dar para hablar largamente. Así como Alberto encontró el hilo conductor
en la relación de cada uno de los personajes con el saber, cosa con la que
estoy de acuerdo –efectivamente, es una manera muy acertada de seguir el curso
de esta historia— a mí me impactó mucho la cuestión del río. Lo he pensado, más
que como una referencia a la naturaleza, como la gran metáfora del libro. El
río es el tiempo.
Aunque sabemos muy poco de Heráclito, no por
nada éste pensó el tiempo a partir del río y la imposibilidad de que el ser
pueda permanecer igual a sí mismo, a diferencia de Parménides, que se obstinó
en que el ser es lo inmutable, lo eterno, lo que no cambia. Creo que El río del
Edén es una novela que se aproxima más a la vertiente de Heráclito. Aunque
Daniel, el padre, quiere volver a recorrer el mismo camino, él ya no es el
mismo, nada es igual.
También es una novela sobre el destino. El
destino, como a mí me gusta pensar –y creo que encuentro en el libro un eco de
esta forma de pensar— el destino no es simplemente aquello que está escrito en
las paredes de quienes nos precedieron, sino que es el entrecruzamiento de una
cantidad increíble de fenómenos causales, de líneas entrecortadas y
laberínticas, como cada uno de esos dibujos que encabezan los capítulos y que –sospecho—
deben de ser tuyos. Luego nos lo contarás. Llamamos destino a las formas
simplificadas de nombrar ese montón de elementos que incluyo en lo que está
determinado y, también, lo contingente, la fatalidad, como sucede en este caso,
en esta historia.
Hace muy pocos días se ha descubierto algo que
está todavía en discusión. Un señor francés tiene un cuadro que, se
dice, forma parte de un cuadro de Courbet, pintor del siglo XIX, cuadro que se
llama El origen del mundo. En él se ve a una mujer con las piernas
abiertas, un retrato en primer plano de la vulva. Falta la cara, no está
pintada. Ahora se discute que el cuadrito en el que está retratado un rostro,
podría ser un trozo del famoso cuadro de Courbet. El propio autor, o alguien,
habría recortado la cara para que no se reconociera a la modelo. Casualmente,
porque a veces las cosas confluyen de esta manera tan extraordinaria, resulta
que el último propietario particular de este cuadro fue, nada menos que un tal
Jacques Lacan, quien lo compró al último dueño, y por alguna razón que
desconozco lo escondió en el doble fondo de un marco que mostraba otra pintura.
A la muerte de Lacan, la familia dio al estado francés este cuadro en pago por
los derechos sucesorios. Ahora está en el museo de Orsay.
Hay una artista plástica que se llama Orlan.
Personalmente no me gusta, pero hizo una cosa interesante, un cuadro donde, por
supuesto en resonancia con el de Courbet, se ve un genital masculino inmenso.
Ella lo tituló El origen de la guerra. Tenemos allí un contrapunto entre
El origen del mundo y El origen de la guerra. Debo decir que
cuando me enteré de la existencia de este cuadro de Orlan, me he reconciliado
un poco con la artista, aunque más no sea por esto. Me pareció una buena idea.
El río es el tiempo. Y muchas veces, los que nos dedicamos a la práctica del análisis estamos acostumbrados a escuchar que muchas personas, al comienzo, argumentan que el análisis no va a servirles de nada, puesto lo que sucedió ya pasó, y el pasado no se puede rectificar. No es verdad. Justamente, no hay cosa más cambiable que el pasado. Primero, porque uno recuerda lo que quiere del pasado; segundo, porque el pasado, efectivamente, se puede rectificar de muchas maneras. Por ejemplo, Hanna Arendt tiene una reflexión acerca de cómo el perdón puede llegar a cambiar el pasado. Y ahí es donde este hombre, Daniel, tropieza: no puede perdonar. Por eso queda atrapado en esa desdicha. Pero sobre lo que me quiero centrar es en lo siguiente. Me parece muy bella la manera en que José María nos trasmite uno de los puntos donde la historia alcanza lo que para mí es una condición ineludible de la literatura. Una historia particular tiene, en algún momento, que alcanzar cierto acceso a lo universal. Me parece que este punto es, efectivamente, la actitud distinta del padre y de la madre respecto de la fatalidad que irrumpió en sus vidas.
Los tertulianos que nos acompañan saben que
tengo poca tendencia a utilizar los términos del psicoanálisis, pero creo que
en este caso todo el mundo puede entender que la muerte de un hijo, o el
nacimiento de un hijo con un problema de estas características, es una de las
figuras más dramáticas de la castración, tanto para un hombre como para una
mujer. Ahí es donde se ve la diferencia que existe entre esta posición
característica del varón, la debilidad mental, el lugar masculino por
excelencia –los hombres tenemos una gran tendencia a la debilidad mental— y por
otro lado la posición de la mujer, con una cierta inclinación hacia la locura.
No crean que con esto Lacan pretende empatar las cosas. Los que conocemos su
obra sabemos que para él la debilidad mental es, en el contexto en el que la
utiliza, una cierta ironía, mientras que la locura es siempre, en boca de
Lacan, un elogio. Por lo tanto, aquí la posición masculina y la femenina no
empatan.
Solamente del lado de la mujer se puede
esperar esta compasión, por llamarlo de alguna manera, que no es una compasión
desinteresada. Por supuesto, el personaje Tere no se vuelca sobre su hijo por
una simple abnegación. Se vuelca porque el hijo cumple, en la economía psíquica,
una función determinada en la cual no entraré. Pero se necesita una disposición
que ella tiene y que él no posee, que ella tiene por ser ella, por ser Tere, y
también porque, en ese punto, ella se manifiesta verdaderamente como una mujer,
y por eso mismo es capaz de acoger lo que se sale de la norma.
A las mujeres les encanta saltarse las
normas, y los hombres siempre pretendemos legislar sobre eso y considerar a las
mujeres locas porque se saltan la norma. Más difícil es darse cuenta de que esa
tendencia que en la estructura femenina las lleva a saltarse la norma, es
también lo que les permite aceptar lo que está fuera de la norma, cosa que a
nosotros los hombres nos cuesta muchísimo más.
Intervención de D. José María Merino: Lo que voy a contarles es un
poco anecdótico. Yo me pregunté, ¿por qué hay una crisis en esta relación?
Así como los cuentos y los poemas son una
iluminación –los ves o no los ves— en la novela hay algo que desazona, una
serie de elementos que intrigan, y quien entra en la novela lo hace como quien
entra en la selva, con un machete abriendo senderos y estableciendo
comunicaciones y relaciones. Les dije antes que yo no sabía que Silvio iba a
existir, ni sabía que se iba a llamar Silvio. Es igual que en las viejas tribus,
en las viejas comunidades en las que una mujer ponía el nombre. Se le llevaba
al niño o a la niña y se le preguntaba cómo se iba llamar. Y ella decía, se va
a llamar luz de la madrugada. Es decir, Iluminada.
Igualmente, los nombres de los personajes también
surgen de pronto, y uno se pregunta por qué se llama Silvio. Tampoco sabía que iba
a ser un niño Down. Pero luego me di cuenta de que esa crisis entre Tere y
Daniel tenía que agudizarse con el hecho de que ese niño tuviese unas
características inaceptables para el padre.
Antes que nada tengo que decir que Daniel es
un hombre que no me cae mal. A mí, ningún personaje me cae bien ni mal, a todos
les tengo el mismo afecto o el mismo desafecto, no tengo buenos y malos.
Pero de pronto recordé que cuando yo era un
muchacho, los niños Down, los “subnormales”, los “bobos”, estaban ocultos en el
último rincón de la casa, no andaban por la calle, no existían. En el mundo
campesino, en el mundo rural, el inocente, como les llamaban, sí pertenecían
más a la comunidad, andaban por la calle. A veces se los veía al lado de un
hombre circunspecto, era un inocente al que su hermana o madre tenían muy
cuidado.
Pero en el mundo capitalino y burgués, el
inocente era una especie de mancha familiar y estaba oculto. Yo mismo, en ese
tiempo en el que era un muchacho, me relacionaba con un amigo que tenía un
hermano con problemas, y lo tenían encerrado en una especie de chamizo de la
casa y nunca asomaba. Lo veías por el fondo de la casa, pero estaba apartado de
la vida cotidiana.
Por lo tanto, la incorporación de los Down a
la vida cotidiana es algo muy moderno. Fue entonces que pensé en meter a un
inocente en la novela. Como digo, en cierto modo es algo de la modernidad.
Otro tema interesante que también surgió, y
está reflejado en la novela, es el de la lesión medular. Es un tema que me
fascina, además de estar a la orden del día. Actualmente, con los accidentes de
tráfico, esa lesión es muy actual. Antes no era tan normal. La gente que
trabajaba manualmente podía tener un accidente, pero la lesión medular no
estaba en lo cotidiano. Hoy en día sí, y me pareció un tema interesante.
Es decir, pensé en incorporar a la novela,
que trata de la realidad, elementos dramáticos que pertenecen a lo cotidiano. Conocí
a algún amigo con niños Down, conocí a niños Down, pero cuando descubrí que mi
chico, Silvio, era Down, me puse a profundizar en la cuestión.
Al respecto, pienso en la literatura y en la cantidad
de cosas que aprendes cuando eres escritor, lo que aprendí sobre América, lo
que aprendí sobre el siglo XVI, etc. Es esa curiosidad de la que hablaba
Alberto en su intervención, una curiosidad que te lleva a profundizar en las
cuestiones que se presentan. Es así como me dije, vamos a ver qué pasa con los
Down. Entonces me dirigí a la fundación Down, conocí a los chicos, tuve
reuniones fascinantes con ellos, trabajé
con adolescentes y preadolescentes, y tengo que decir que, además de
documentarme, conocí a gente interesantísima. Con la lesión medular también me
documenté.
La literatura es un mundo increíble y un poco
mágico. Por ejemplo, buscaba un río –recuerdo que visitamos varios— y al final
nos encantó el Alto Tajo y aquellas aguas tan misteriosas. Estuvimos allí unos
días, me parecía una experiencia interesantísima. La laguna de Taravilla es la
laguna de Don Julián, personaje al cual tengo mucha simpatía porque, como digo
en el libro, traiciona a Don Rodrigo porque éste, a su vez, ha seducido a
Folrinda, la hija de Don Julián.
Estamos en la laguna de los tesoros de Don
Julián. Ahí hay otra historia secreta. El río Tajo pasa por Toledo, donde está
el Hospital de parapléjicos y tetrapléjicos. Esto parece mágico, pensé, era un
regalo que me estaba haciendo la literatura. Jamás imaginé que Tere iba a
volver allí al final, el mismo río y su entorno de nacimiento, claro que en
otras condiciones.
Tengo una gran simpatía por el agua y la teoría
de que somos agua, que el agua que nos rodea, que el agua que bebemos está
hecha de la vida, de lo que ha sido la vida, porque todo vuelve en ese ciclo
infinito mientras dure el planeta y sea el planeta azul. Todos los que han
pasado antes por aquí, en cierto modo están en el agua, sus lágrimas, sus
sudores, sus fluidos.
Respecto a lo que planteaba Gustavo Dessal, me
gustó esa idea del río que siempre fluye y nunca se detiene. Ahí está el
tiempo, efectivamente, y ese misterioso camino que lleva el agua hasta
convertirse en río.
En relación con los mandalas, ellos tienen
que ver con ciertos momentos en los que inadvertidamente uno se pone a dibujar
mientras está escuchando hablar a alguien. Eso no quiere decir que no esté atendiendo
a lo que pasa. Estos mandalas se convirtieron en la presencia de Tere en el
libro. Tere ha muerto pero está ahí, en los mandalas. Creo que los habéis interpretado
muy bien. Lo que pretendía decir es que ninguna línea es como la idea platónica
de felicidad que tiene Daniel. Tiene una idea estúpida de la felicidad y la
eternidad. Tere, en cambio, es una mujer
muy práctica, porque quiere a Daniel pero no renuncia a lo que pueda hacer en
la vida. ¿Por qué esa idea de que vamos a quedarnos aquí para siempre? Y Daniel
es un platónico, por eso es desdichado y causa la desdicha, porque tiene una
idea estúpida de la felicidad.
Estar bien, tener salud, como decían nuestros
mayores, tener trabajo, sobre todo en los tiempos que corren... ¿Qué creen
ustedes que es la felicidad? Si encima tienes un momento maravilloso de amor,
es el séptimo cielo. A lo mejor eres feliz, como decía Camus, y no lo sabes. En
una de sus novelas planteaba esta cuestión. Porque tenemos una idea platónica
de la felicidad y de la eternidad impuesta por los caminos eclesiásticos. Una
idea equivocada, porque el bienestar tiene que ver con lo efímero, estamos aquí
y somos efímeros. Ese es nuestro destino. Acomodarse a él es lo que nos puede
permitir ser felices, quitándole a la palabra toda la mayúscula del mundo.
Daniel no puede ser feliz porque tiene una
idea platónica de la felicidad y de la eternidad. No me cae mal Daniel, aunque
sé que despierta mucha animadversión. Pero es estúpido y un traidor, un desleal
nato. Echa la culpa a Tere por su deslealtad, y él lo es casi desde el primer
momento. Mientras que ella está trabajando puntualmente, es una hormiguita.
Efectivamente, tengo esa idea del río como metáfora del tiempo.
Hay una historia en el libro, la segunda vez
que Tere y Daniel vuelven al río del Edén. Hay un bosque, un monte, y ambos se
pierden en el monte. Eso nos pasó a mi mujer y a mí. Reflejo en esa escena algo
que nos sucedió a nosotros. Entramos en un monte maravilloso donde, muy al
fondo, a lo lejos, más al sur de lo que es el nacimiento del Tajo, veíamos
farallones. Había un camino de tierra, dejamos el coche, y seguimos por ese
camino. Estuvimos andando, era un lugar idílico, y nos perdimos totalmente,
hasta el punto de que pensábamos cómo salir de allí. Es una experiencia
personal que quise reflejar en la novela. Dimos muchas vueltas, y al final
vimos un brillo. Felizmente la tecnología nos salvó, la luz brillaba en el
coche y eso nos permitió orientarnos para salir de allí.
Volviendo a la idea del tiempo. Stephen Hawking dice que el tiempo es una flecha irreversible. Pero los seres humanos
viajamos en el tiempo a través de la memoria, en contra de todas las leyes de
la física. Como dijo muy bien Gustavo, viajamos en el tiempo, pero pagamos un
precio, seguramente no recordamos las cosas como fueron. Lo que pagamos por ese
viaje es que las cosas no fueron así, pero hemos viajado en el tiempo.
En cierto modo, una novela es tiempo, un
viaje en el tempo. Cuando volvemos a leer un clásico y abrimos el libro, otra
vez el tiempo de ese libro está ahí, fluyendo vivo, y lo volvemos a
reconstruir. Cosa que físicamente es imposible y no seamos capaces de
racionalizarla. Para mí el tiempo, que cambia todas las cosas, es un personaje
fundamental en la novela.
Intervención de Beatriz: Quería decirle algo a José
María. Me ha causado un infinito placer escucharte y me ha sorprendido la
calidad de tu reflexión. Aclaro que todavía no he leído el libro, hablo de la
calidad de la reflexión como autor. Me parece extraordinaria.
Sobre la cuestión del saber. Planteas que no
sabías esa parte secreta, lo cual muestra la división del sujeto, pues no es el
yo el que escribe, se podría decir que te dejas escribir por el libro, más que
escribir el libro.
En la segunda intervención hablaste de que fuiste
a conocer a los chicos Down, también dijiste que fuiste a conocer el paisaje. Me
da la impresión de que te dejas tomar y capturar por las circunstancias, por la
vida, y es por eso que, evidentemente, tus personajes y tu libro están vivos.
Y tomando lo que decía Gustavo Dessal, que
hay cierto acceso a lo universal, pensaba en Joyce, un autor que muestra el
proceso de la creatividad más allá del saber del yo, y cómo esto permite la
identificación del lector con la obra.
Intervención de Nieves: Me ha gustado la escritura de
la novela, la forma como está contada la historia. Un viaje sobre el que
siempre está planeando Tere. El paisaje permitiéndole a Daniel evocar la
historia de amor desde que se conocieron. Viaje también en el que se van
mezclando pasado y presente. Me gustó mucho esa estructura en la que, al mismo
tiempo, Silvio piensa en su madre, comunicándose con ella con esas frases tan
singulares. Y para completar la estructura, encontramos todo un diálogo entre
padre e hijo. Tres niveles de comunicación diferentes y muy bien resueltos. Se mezclan
sin un encabezamiento, eso me parece un logro importante literariamente.
A mitad del libro intuyo que tiene que pasar
algo, alguna desgracia, probablemente al niño. Y aquí, sobre la lógica secreta
de la literatura y la creatividad, quisiera plantearte algo. No sé si ya estaba
previsto de antemano cuál iba a ser el final de la novela. Te lo planteo porque
creo que el final depende del tipo de accidente que vaya a suceder, porque
puede ser de muchos tipos. El niño podría haber tenido un accidente muy grave,
o podría tenerlo el padre. ¿Es o no es difícil decidir el final? También quiero
resaltar que me parece muy equilibrado el tono de la novela, mantiene el tono
de un lenguaje preciso.
Intervención de D. José María Merino: La novela tenía un problema. En
ella he traicionado uno de mis principios fundamentales, utilizar la segunda
persona. He ido a muchos talleres y siempre he advertido esto a los asistentes
al taller, cuidado como utilizáis la segunda persona, pues tiende a detener el
relato. A veces la usé en algún libro alternándola con la tercera o la primera,
pero ojo con ella. Y resulta que esta novela está toda en segunda persona, lo
cual demuestra que uno tiene teorías, pero luego, a la hora de la verdad, se
las puede saltar perfectamente.
El primer capítulo lo empecé en tercera
persona, y no me acababa de convencer. Luego pasé a la primera persona y era
demasiado Daniel. Pensé finalmente en la segunda. La segunda persona es una
primera persona, pero en ese tú hay, al mismo tiempo, una distancia. Por lo
tanto, esa primera persona está vista desde fuera, y pensé que eso iba a
funcionar. Tenía en cuenta que a quien leyese la novela le podía costar entrar
en ello, pero si conseguía que entrase en un breve espacio, esa era la voz que
le iba a la novela. Y, efectivamente, creo que funcionó.
Luego hay cosas que prevés y otras que no. Conozco
escritores que hacen un guión maravilloso y lo cumplen hasta al final. Yo jamás
he sido capaz de eso. Es más, la primera novela que escribí es la novela de un
hombre que, cuando tiene un cáncer irreversible y va a morir, decide escribir
la novela que no escribió en toda su vida. Escribe la novela de un
extraterrestre perdido en el planeta tierra, mucho antes que E.T., treinta años antes que E.T. Sólo después de haber escrito la
novela descubrí que el personaje que escribe la novela y el protagonista de la
misma son el mismo. Fue una revelación. Este tipo está contándose a sí mismo.
Muchas veces tú no puedes prever, pero a mí
me gusta eso. Recuerdo una novela que escribí en la que había un personaje
femenino que era un poco rollo, pero luego se hace con la obra a partir de un
momento determinado. Algunos colegas míos, comentando esto, piensan que es una historieta,
pero les aseguro que a mí me pasa. Y como digo, me gusta a la hora de escribir.
Yo tengo la teoría de que lo mejor de
escribir es mientras uno está escribiendo. Eso es lo bueno. Si el libro
terminase y se desvaneciese, volvería a escribir otro libro. Lo que pasa es que
hay momentos. El libro sale, aparece, encuentra una lectura tan generosa y
grata como la de ustedes, y yo me siento encantado de la vida. Pero esa lucha
con el texto, ese darle vueltas y ver por dónde va, es lo más fascinante.
Efectivamente, pensé que iban a ser veinticuatro
horas el tiempo que iba a durar este caminar hacia la laguna para echar en ella
las cenizas. Y a lo largo de esas horas se iban a rememorar veinticuatro años.
Mi labor era intentar articular eso de la manera más natural. Porque creo que
la naturalidad en literatura es importante. De esa manera traté de encajar esos
dos tiempos.
Luego, efectivamente, tuve miedo y pena. Conocí
una parapléjica encantadora en el Hospital de Toledo. Me fascinó. Yo pensaba
que era fácil que un parapléjico se suicidase. Pero en realidad eso es muy
raro. Le planteaba al doctor si era porque no podían suicidarse. Y me dijo que
no, que además la gente viene a verlos, tienen mucha compañía. Efectivamente,
era admirable. Ahora tiene problemas ese hospital, cuando es una referencia en
Europa. No sé que va a pasar.
En el caso de la novela, Tere tiene una
relación curiosa con el medio y con Silvio. Está muy volcada en él. No es algo
calculado, pero el proceso es difícil de explicar. Conforme vas avanzando en la
novela, ella va estableciendo determinadas lógicas. Hay algunas que no te llevan
a buen sitio, otras sí. Se puede decir que es la novela quien establece sus
lógicas. Tú la ayudas, estás a su servicio, pero has creado un dispositivo y
ese dispositivo también está buscando sus vueltas, sus formas
Esto no sucede en el cuento. El
cuento, normalmente, lo ves. Cuando daba talleres decía a los alumnos que si no
veían el cuento no se metiesen a escribirlo. En cambio, una novela sí, puedes
intuir la novela y meterte en ella. Con el cuento puede ser que se cambie el
punto de vista, que se cambie la voz, puede ser que el cuento no termine como
uno había pensado, pero tienes que tener una idea cerrada de lo que es el
cuento. La novela está más abierta.
Entonces, yo no había calculado las cosas que
suceden en la novela. Sabía que iba a suceder algo gordo en algún momento y,
finalmente, lo encontré. Pero no es algo que conozca de antemano, aunque
conozca buena parte de la novela.
Otro tema es que en todas mis novelas el
paisaje siempre ha tenido mucha importancia. A mí me fascina la naturaleza. Una
de mis preguntas es ¿somos naturaleza o no lo somos?, ¿qué somos los seres
humanos? Estamos hecho de los mismos componentes que la madera, que los peces,
que los gatos, pero ¿somos naturaleza?
Por eso me interesa tanto la presencia de ese
mundo natural y de ese río. Lo que sucede es que la naturaleza sigue impasible,
indiferente, no se mueve, no pestañea. Nosotros, en cambio, somos unos
agresores, podemos acabar con el planeta, aunque creo que no, que predominará
el sentido común, pero somos terribles.
O sea, hay cosas que puedes prever, pero,
felizmente, no las preveo todas. Tengo colegas a los que admiro porque hacen un
borrador y lo cumplen hasta el final. Yo no soy capaz de eso. Hago varios
borradores y luego todo va cambiando, o bien al llegar a un capítulo hay una
derivación que yo no esperaba y eso me encanta. Esas sorpresas son estupendas.
Intervención de Ana: Un comentario breve al hilo de
lo que decía usted hace un momento, que Daniel despertaba animadversiones. Es mi
reflexión, una segunda reflexión surgida después de leer la novela, una novela
que me había conmovido profundamente. Luego me di cuenta que, más que conmoverme,
me había incomodado profundamente. Y quien incomoda mucho es Daniel. Daniel
incomoda y desasosiega.
De la literatura de José María Merino leí
cuento fantástico, cuento de ficción científica, como llama él a esos cuentos
de mundos futuros en los que el desasosiego viene por ese elemento
extraordinario que rompe las reglas de la realidad, las cuestiona, nos hace
pregunta: ¿de qué estamos seguros? Exagera, en un mundo futuro, rasgos ya
preocupantes del mundo actual.
En esta novela, el desasosiego es más
profundo por ser más próximo. Nos aproxima a Daniel y Tere que viven en un
mundo completamente normal y común como el nuestro, que tienen una realidad
nada extraordinaria, son personas que estudian, que trabajan, son uno más de
nosotros. El desasosiego y la incomodidad empiezan con las traiciones de
Daniel.
Cuando acabé de leer la novela procuré
abandonar una actitud que creo natural y legítima, de autocomplacencia con
nosotros mismos, lo cual nos lleva a decir que en una situación como esa nunca
haría lo que hizo Daniel, ni hubiera traicionado a Tere. Pero Daniel es un
hombre igual que nosotros, es un hombre de nuestro tiempo, de nuestro mundo, de
nuestra sociedad. Y pensé ¿Por qué no? Hasta que no se está en esa situación no
se puede decir yo puedo tirar la primera piedra.
Pero para mí, el verdadero elemento incómodo,
y en eso me imagino que José María nos podrá contar cómo lo ha trabajado, y deduzco
que lo ha trabajado mucho, es el momento en que Daniel revela un sentimiento
que, creo, la inmensa mayoría de los seres humanos ocultarán. No digo como al
tonto del pueblo, sino como al monstruo del pueblo, que es el hombre que
reconoce que ha rechazado a su hijo. El hombre que reconoce que ha rechazado al
hijo, un hijo que lo necesita porque es más débil que cualquier otro hijo.
A lo mejor, a veces, a un ser humano le
resulta más fácil reconocer que ha matado a otro, porque en eso puede
inventarse justificaciones más o menos creíbles. Pero para reconocer que
rechaza a un hijo no tiene justificación posible. Tampoco la ensaya. Ese me ha
parecido el elemento que hace que Daniel sea un personaje incómodo, en el
sentido que nos mueve a reflexiones tremendamente profundas.
Intervención de D. José María Merino: Realmente, es una obviedad
decir que los seres humanos somos capaces de lo mejor y lo peor. La ventaja de
ver las cosas desde la edad, es que la edad enseña a ir conociendo cada vez más
el corazón humano. Me encanta escribir, pero no me regocijo mucho escribiendo
determinados personajes, porque me pongo en su lugar y tengo que vivir esa
posición.
Pensé muchas veces en esos niños de Córdoba
que desaparecieron. Yo pensaba, ¿los habrá matado de verdad el padre? Pensaba
que no podía ser, pero puede ser perfectamente. Los seres humanos somos capaces
de lo mejor y lo peor. Así es la condición humana.
Además, los seres humanos no heredamos la
moral, heredamos la tecnología. Por ejemplo, los romanos inventaron los grifos,
y nosotros seguimos con ellos. Pero tenemos el móvil, que es Dios. Acabará haciéndonos
volar, haciéndonos viajar en el tiempo. Dentro de poco ya no necesitaremos
microondas porque con el móvil, apretando una de sus teclas, calentaremos la
carne. Pero moralmente, cada generación tiene que reconstruirse moralmente. En
ese campo no heredamos nada. Las religiones establecen unas pautas, pero
moralmente podemos meter en hornos crematorios a seis millones de personas en
pleno siglo XX.
Yo no tengo ninguna confianza moral en el ser
humano, porque el ser humano tiene que formarse cada generación. Por eso creo
tanto en el sistema educativo, y todo lo que vaya en contra de él es terrible.
Tendríamos que tener una magnífica educación, formar a la gente, y a pesar de
todo, puede salir la gente por cualquier sitio. Los psicoanalistas lo saben muy
bien.
Y cuando los conocí, empecé a profundizar en
los niños Down, conocí como eran, tuve trato con ellos, me he hecho amigo de la
Fundación Down, y estoy en un jurado de cómics y poemas. Y pienso que esos
niños son absolutamente normales. Habrá algunos más listos otros menos, pero así
es en todos los lugares.
Efectivamente, Daniel me incomoda, pero me
pongo también en su caso. Me incomoda, sobre todo en su actitud. Pero yo tenía
que ser leal con el personaje, no puedo manipularlo. Funciona así y es así. No
puedo hacer que sea mejor, o que Tere no sea tan obsesiva con su trabajo. Pero
es que Tere es así. Incluso Gisela es una Doña Juana. Yo conocí a alguna de
ellas, y Gisela es como es, y es leal con sus principios.
Uno establece unas pautas y no puedes cambiarlas.
La realidad no necesita ser verosímil, en la realidad pasa cualquier cosa,
absurda, funesta, un terremoto, después el tsunami. Esa es la realidad. La
literatura tiene que ser verosímil, tenemos que creerla, incluso en una novela
fantástica tenemos que suspender la credulidad para aceptar que un sujeto
duerme por el día, se levanta por las noches y viene a chuparnos la sangre.
Tenemos que aceptarlo. Es la ley de verosimilitud, es la ley que rige la
literatura, sea lo que sea, cuento realista o fantástico.
Yo, que siempre he trabajado con lo
metaliterario o lo fantástico, descubrí que estaba trabajando en el terreno
estricto del realismo. Dije que iba a ser fiel a un planteamiento realista,
entre otras cosas, para hacer algo que no había hecho antes. Porque lo bueno de
la literatura es que en cada libro te planteas un reto distinto, y trabajas una
parcela que nunca has cultivado. Pero en eso hemos de tener en cuenta la ley de
verosimilitud y la lealtad con el personaje. El personaje tiene que se así,
tiene que desarrollarse de manera que cumpla su destino, como debe ser, de una
manera objetiva. Puede haber sorpresas, de hecho Daniel también va cambiando,
en cierto modo hay un camino de redención.
Intervención de Inma: Me parece muy importante que
el personaje cumpla una función a la que no se puede traicionar bajo ningún
concepto. Ni siquiera, en un momento dado, se le puede cambiar el nombre. El
personaje tiene que cumplir esas pautas para las que se ha creado. Y puede ocurrir
que un personaje sea perverso o muy bueno, pero no tiene por qué ser
políticamente correcto. Todo lo contario, tiene que cumplir su función en la
narración. Es importante esto porque llega un punto en que el personaje tiene
una entidad. Es como si verdaderamente existiera, y no se le puede cambiar.
También es cierto que Daniel se va redimiendo. De hecho, cuando habla de sí,
tiene una dualidad personal. Hay un Daniel bondadoso y otro un tanto malvado, y
va haciendo reflexiones reconociéndose unas veces en un lado y otras veces en
otro. Pero creo que en su trayecto se va redimiendo.
Intervención de D. José María Merino: El tema del doble me fascina.
Creo en el doble, creo en la sombra. Me parece que lo hablamos la otra vez que
estuve en Liter-a-tulia. Una cosa que
me parece pavorosa es que ya no nos fijamos en la sombra. La sombra fue,
seguramente, uno de los elementos que primero nos perturbó cuando empezamos a
ser Homo sapiens. A los románticos
les volvió locos, y hay cuentos magníficos sobre ella.
Y en relación al doble, yo creo que todo ser
humano, al menos es dos. Pienso ahora en la diversidad sexual. Ésta proviene
del intento, por parte de nuestra batería genética, de diversificar los genes.
Es así de simple. Si no nos desarrollamos de una manera directa, si conseguimos
duplicar el modo para poder crear un nuevo ser, entonces diversificamos el
conjunto genético y tenemos más posibilidades de sobrevivir. Cuando me he
enterado de ello me quedé sorprendido. Parece mentira que la necesidad de
diversificar el conjunto genético haya originado el amor, la pasión, los
maravillosos sonetos de Petrarca, etc. Pero así es.
En este sentido creo que, ciertamente, una
novela tiene que seguir esa lógica, tiene que seguir el camino de respetar a los
personajes.
Yo he sido muy lector desde muchacho, he
conocido gente muy interesante, pero la gente más interesante la he conocido en
las novelas. La literatura es la historia del corazón, entra en lo profundo del
corazón y nos dice cómo somos los seres humanos. Freud, al que admiro
extraordinariamente, monta todo el psicoanálisis sobre la literatura, porque ella
ha sido el gran psicoanálisis desde que existe el ser humano. La literatura ha
entrado dentro del corazón humano. Entonces, cuando trabajas un personaje,
tratas de profundizar lo más posible.
Cuando alguna gente joven desprecia el siglo
XIX, me sorprende. Hace poco, una escritora de cuyo nombre no quiero acordarme,
en Santiago de Compostela me dijo que los mayores todavía andan diciendo que si
Dostoievsky, que si éste o el otro. Ella decía que era escritora y no había leído
ni a Thomas Mann, ni a Dostoievski, ni a Tolstoi. Yo pensaba, usted dice que es
escritora porque emborrona papeles, pero no puede ser escritora sin conocer a
los grandes maestros. Ellos enseñan lo que es el corazón humano, y los
escritores trabajamos con el corazón humano, con los comportamientos profundos.
Cuando trabajas un personaje, si éste es atrabiliario, tienes que haber
organizado el esquema para que el lector acepte ese personaje atrabiliario.
Pero hay unas reglas secretas y profundas que hay que respectar, tienes que ser
leal a tu personaje, dejar que él actúe y se comporte de una manera verosímil.
Es fundamental.
Intervención de Antonio: A propósito de esa evolución
que sigue Daniel, apuntar que el final es una redención de este hombre. Cuando
dice que el hecho de encontrar a su hijo vivo después de haberlo perdido, le
proporciona tanta alegría, tanta satisfacción, que le permite pensar que “su
inocencia le ayudará a reconstruir su vida tras tanta pena y fracaso”, eso es
un homenaje claro al hijo, y recobrar algo del Edén perdido.
Quiero decirte también que escribes muy bien,
tan bien que diría que he leído más el libro por su buenísima literatura, que por
la historia. Me ha atrapado esa manera que tienes de entrelazar las palabras
para contar la manera de ser y de sentir de esos personajes.
Por cierto, durante todo el libro mantienes
esa segunda persona que tiene una fuerza tremenda. Es verdad que en el comienzo
me sorprendió. Pero además, consigues que en todo el rato haya una distancia
del narrador respecto a lo que está contando. Es una sensación que me ha
gustado.
Intervención de D. José María Merino: Precisamente yo, que siempre
he tenido tanto miedo a la segunda persona –aunque luego la he usado mucho en
fragmentos de novela— creo que en este caso me ayudó mucho.
Y en el final, efectivamente, tenemos la
posibilidad de optar. Es el aspecto providencial del autor, eres Dios y decides
lo que hacer con el personaje, si lo salvas o lo condenas. Pero claro, yo le
cogí cariño a Silvio, qué quieren ustedes que haga. Otra cosa es Daniel, a
quien comprendo, pero es un imbécil y un badulaque. Aunque, al respecto,
algunos amigos míos dicen que Daniel tiene toda la razón. Y es que Tere tiene
su miga, se va a Estados Unidos sin decirle nada, se queda preñada sin
consultar, etc.
En relación con el síndrome Down, he tiendo
casos de amigos que sabiendo que en caso de tener un niño, éste podría ser Down,
no se han hecho el análisis. Y han tenido un niño Down. Está en la vida, yo no
he inventado nada. Efectivamente, al final dices, a mí me ha caído muy bien
Silvio, tengo que salvarlo, y de paso redimo a Daniel. Pero es una derivación
que podía no haber sucedido, podría ir perfectamente por otro lado la novela.
En ese caso sí soy Dios y digo que no, resuelvo su vida por ahora, ya veremos
en el futuro de Daniel.
Intervención de una tertuliana: Voy a ser un poco discordante
con la cuestión del final de la novela. Me ha sorprendido. No sé si desde la
óptica de una madre que no entendía que ese señor se quedase en el coche
tranquilamente cuando le dicen que hasta el día siguiente la Guardia Civil no
iba a venir. Yo no doy crédito. Tendrían que estar todos buscando a Silvio. Y
el hecho de que no lo hiciesen me hizo sentir una gran desazón. Todo el tono de
la novela me pareció real y verosímil, pero ese final, como digo, me
sorprendió. Yo querría encontrar a Silvio como fuese. Deduje que, quizá, ese
tiempo era necesario para entender parte de la historia que no conocíamos, la
relación de Daniel con Carla. Pero claro, la situación me pareció algo
inverosímil, la espera durante toda la noche en el coche sin que nadie se
moviese para buscar a Silvio.
Intervención de D. José María Merino: Esa objeción me la hicieron
más lectores. Pero yo le aseguro que si alguien va a la laguna de Taravilla y
se hace de noche, no puede salir del coche. Aquello es un lugar abrupto que
impide moverse, lleno de piedras y de rocas. No hay posibilidad de moverse a
ningún sitio. Ese final es realismo puro. Conocimos el lugar, anduvimos por él,
dimos muchas vueltas, y puedo asegurar que es un lugar muy complicado. Entonces,
¿qué otra cosa podrían hacer que quedarse en el coche?
Es decir, en ese final he respondido a la
lógica del lugar. Y creo que lo más “prudente” que hace Daniel es quedarse allí,
no irse al pueblo, y en cuanto amanece salir a buscar a Silvio, como hace. Si
uno baja por el terreno encuentra el río, si lo sube hay montes, y Daniel no
tendría donde buscar. Es un lugar sorprendente, como todos los lugares
montañosos.
Recuerdo que una vez escribí un libro con
Juan Pedro Aparicio sobre el nacimiento del Río Esla. Nunca pudimos saber donde
nacía, porque tenía muchas fuentes. Pero descubrimos algo que tiene mucha
gracia. Ya saben toda la teoría de las Janas, las Xianas, las Ondinas, esos
seres mágicos que viven en el agua. Lo entendimos perfectamente cuando, metidos
en la tienda de campaña, de pronto escuchamos mujeres hablando y cantando.
Quedamos sorprendidos. Era el agua del río que, a esas alturas, canta. Y uno
escucha las Xianas. Es decir, ya sabemos de donde viene toda esa mitología sobre
las Janas, esas mujeres que cantan, que murmuran. Estábamos en el fin del mundo
y de pronto decíamos, pero si hay mujeres aquí.
Volviendo a la cuestión del final de la
novela, si Silvio desaparece, no hay forma de buscarlo, porque Daniel está en
un lugar sin senderos. Por lo tanto, ese final pensaba que pertenecía a la
lógica del relato. No puede dedicarse a buscar el hijo si se está en ese
escenario porque es un escenario totalmente abrupto e infranqueable. Y repito,
no es usted la primera que me hace esa observación sobre el final de la novela.
Intervención de Miguel Alonso: Quería hacer un pequeño apunte
sobre la cuestión de la confianza. Se dijo que Daniel no podía perdonar, que no
podía ser feliz. Y no puede realizarse en ese sentido porque siempre exige el
esclarecimiento de los hechos, la verdad de todo aquello que no está
directamente a la luz. Pensemos en la fotografía que le envía Tere desde su
residencia en Estados Unidos. ¿Por qué un simple acontecimiento es capaz de
borrar, de despedazar toda una trayectoria de unión entre los dos
protagonistas? ¿Por qué no aceptar que, en relación al deseo del otro, necesariamente,
siempre hay algo que ha de quedar oculto y en el silencio?
Al respecto, anoté una frase de Heidegger
sobre la cuestión de la confianza:
“Pues esta consiste en la disposición a cualquier cosa que pueda ocurrir
y que nunca podrá tirar abajo lo antaño destinado de nuestra unión. Un amor que ha crecido obrando durante
decenios de vida en común, no puede despedazarse. Cuando uno lo sabe todo y
puede imaginarlo todo y conducirlo hacia lo que ha fijado de antemano, entonces
no hay lugar posible para la confianza. Confiar es la fuerza de decir sí a lo
encubierto y a aquello que dejamos en su ocultamiento como no dicho.
No aceptar ese silencio, eso que necesariamente ha de quedar encubierto y, por el contrario, prtender sostenerse en su impecable entereza, implica, no solo no poder perdonar ni ser feliz, implica además pagar un precio muy elevado: la imposibilidad de amar.
Cierra la tertulia Alberto Estévez: Lo primero agradecer a todos
los tertulianos su presencia, en particular a las personas que intervinieron,
porque, además, siempre que está el autor hay un cierto retraimiento. Ya
pudimos comprobar que Don José María es un hombre muy cercano, muy afable, y
todas son facilidades con él. Por lo tanto, le agradecemos su presencia, es ya
un amigo de Liter-a-tulia, lo cual casi nos sitúa en el compromiso, por las dos
partes, de comentar su próxima novela en una tercera comparecencia suya en Liter-a-tulia.
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