Beatriz García:
La biblioteca de Orientación Lacaniana de Madrid
tiene el honor de presentar el libro de relatos de Gustavo Dessal, Demasiado Rojo. Para mí, en particular, es un privilegio coordinar este
encuentro con amigos y colegas que conocen en profundidad la trayectoria
literaria de Gustavo, otros quizá no tanto. Espero que aquellos que se acerquen
por primera vez a la obra de este autor sientan que, lo que hablemos aquí esta
noche, les despierte el deseo de disfrutar de este libro, al menos tanto como
lo he disfrutado yo.
Gustavo es un verdadero escritor que, además, tiene la particularidad
de ser psicoanalista. ¿Están las dos cosas relacionadas? Si y no. Le he oído
muchas veces evocar las palabras de Freud acerca de cómo el poeta lleva la
delantera al psicoanálisis en el saber sobre la verdad de lo humano. Gustavo no
parte de sus conocimientos de psicoanálisis para escribir, lo que sí podemos
decir es que él es analista por la misma razón que es un buen escritor, porque
se atreve a asomarse a la condición trágica de la existencia, aquello que
generalmente no queremos saber, que nos angustia y que, sin embargo, tanto más
lo desconocemos, tanto más gobierna nuestras vida. Esa es nuestra tragedia. De
eso habla Gustavo en esos cuentos, por eso creo que son gran literatura y eso
es lo que la buena literatura comparte con el psicoanálisis, ofrecer un
consuelo lúcido al drama de la existencia humana.
Pero no vayan a creer ustedes por eso que Gustavo Dessal es un
hombre tristón, depresivo. Tiene sus momentos, como todo el mundo, pero lo
cierto es que quienes lo conocemos sabemos que es un hombre que puede hacerte
llegar a llorar de risa, que soporta la vida con una gran prestancia, y que le
encanta divertirse y divertir a otros. También le gusta que lo quieran, por eso
escribe. Es indudable que lo logra con creces.
Tengo que decir que este libro de relatos me encanta. He tenido
que ahogar gritos de asombro, de espanto, de risa, de carcajada, todo al mismo
tiempo. Son trece cuentos marcados por la misma sensación de vértigo que, sin
embargo, afrontan el abismo desde registros muy distintos. El primero que da
título al libro, Demasiado
Rojo, es un cuento tango, con algo de realismo
mágico, con un ritmo endiablado como el de una milonga, que acaba como acaban
las milongas. Hay otro que es algo Kafkiano, o más bien felliniano, Adelina, la niña insaciable y devoradora, que tiene un apetito que
desborda todo lo imaginable. En otro de los cuentos, la nostalgia invade todo
el relato, Nos
hemos quedado solos, que nos introduce en un
desasosiego que recuerda a Borges, cuando un hombre desaparece tragado por un
agujero que le permite ver la felicidad del pasado, “donde estábamos todos y casi
parecíamos de verdad”, es la frase del final. También
la crueldad escondida detrás de la inocencia de la nínfula en Dime que me quieres. El inquietante Desvelo, con el duelo
cotidiano entre la madre y el hijo que desgrana morosamente la verdad del odio
más profundo. Hay cuentos del estilo de Poe. Hay incluso una fantasía futurista
en el último relato, con los supervivientes de una catástrofe planetaria
embarcados en un viaje de destino incierto. Tenemos un cuento de tono
intimista, que es uno de mis favoritos, Los nombres del padre, que me parece que tiene algo que ver con uno de los presentes en
esta mesa. Quizá nos hablen de ello en un momento. En resumen, en este libro de
relatos, Gustavo Dessal toca todos los palos.
No voy a seguir, para eso están los invitados de esta noche, hay
mucho que hablar de estos cuentos, del ritmo narrativo, del lenguaje exquisito
que, siendo muy clásico, le sirve al autor para tratar muy profundamente algo
de la subjetividad contemporánea.
A continuación le doy la palabra a los invitados. Me acompañan
Jorge Alemana y Javier Garmendia, ambos, como Gustavo, son psicoanalistas,
miembros de la Sede de Madrid de la Esuela Lacaniana de Psicoanálisis y
miembros de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Pero hoy están aquí en
calidad de lectores y aficionados a la lectura. Les paso la palabra.
Javier Garmendia: Cuando Gustavo me llamó para la presentación de su libro, tuve
un momento de duda sobre si admitir esta invitación o no. Y no era por
cuestiones de agenda, sino porque me suponía cierta dificultad hablar de un
libro de cuentos. No estoy acostumbrado a ello. He presentado libros de ensayo,
pero libros de cuentos no he presentado muchos. Además, añadiría algo. Para mí
es un poco difícil hablar de los cuentos, relatos, ficciones y fantasías de
alguien a quien conozco. Esto le añade una extrañeza a la lectura. Porque,
inevitablemente, uno no puede dejar de pensar en Gustavo mientras está leyendo
sus cuentos. Esto no ocurre cuando se lee el libro de otro autor. De hecho,
cuando empezaron a poner en las solapas de los libros las fotografías de los
autores, fotografías que antes no salían, era algo que me incomodaba. Yo
prefería no ponerle rostro al autor, que éste fuese solamente un nombre, el
rostro me distorsionaba la cuestión. Pero como no podía borrar las fotografías,
me tuve que ir acostumbrando a poner cara a los autores. En este caso, no
solamente era ponerle cara, sino que, además, Gustavo es conocido y amigo, por
lo cual es más difícil sustraerse.
Por otro lado, es un libro de ficción. Cuando uno presenta un
ensayo, puede discutir las ideas, ponerlas en juego, estar de acuerdo o en
desacuerdo, cosa que con la ficción es un poco más complicado. Uno no puede
estar de acuerdo o no con una ficción, participa o no de ella, llega o no
llega, pero es otro mecanismo el que se pone en juego.
He de decir que, leyendo el primer cuento, obviamente, tenía a
Gustavo en la cabeza. Y pensaba, ¿cómo se le ocurren estas cosas a Gustavo? Era
inevitable. La suerte de seguir leyendo es que, poco a poco, va desapareciendo
el auto, y se puede leer el libro de otra manera. Es decir, al concluir el
primer relato Gustavo se iba desdibujando y uno empezaba a leer los textos, que
era lo más importante.
Luego, tampoco hay tanta diferencia entre un libro de ficción y
otro de no ficción, que es como se catalogan normalmente en los periódicos. Por
ahí pensaba que Demasiado
Rojo no tiene más ficción que la Fenomenología del
espíritu. ¿Por qué no se pueden leer tranquilamente
ambos en el mismo registro? Al fin y al cabo, lo que nos interesa son siempre
las ficciones que tocan, que acceden o se acercan a lo real. En este sentido,
me parece que la obra de Gustavo tiene esa orientación a lo real, participa de
esa orientación, y eso es algo fundamental para la literatura.
Por otro lado, es curioso, porque la ficción, si bien es la
fantasía de un autor, lo es hasta cierto punto. Recordaba una conversación que
mantuvieron Piglia y Saer en La
pesquisa. Es fantástico leer esta conversación,
porque hablan de los personajes de Saer como si realmente existieran. Mantienen
una conversación en la que no cabe ninguna duda de que esas personas existen. A
mí me pasa lo mismo cuando leo un relato, o cuando leo una novela. Si pienso
que es una ficción, que es simplemente la fantasía de un autor, me resulta muy
difícil leerla, no llego a participar ni interesarme realmente en la lectura.
Empiezo a leer y, según voy avanzando en la lectura, se me torna absolutamente
real. Esos personajes, que un día estuvieron en la cabeza de Gustavo, para mí
son personajes reales y empiezan a formar parte ya de mi propia realidad. Ahí
es cuando la literatura empieza realmente a atravesar a uno.
Es como la anécdota que se cuenta de Balzac. Estaba escribiendo
una novela y un amigo le interrumpe, llama a la puerta, y Balzac muy preocupado
y nervioso sale a recibirlo y dice, estoy en un momento terrible. Estaba el
hombre muy azorado porque, en la obra que escribía, había muerto la condesa.
Había decidido que tenía que terminar sus días en ese momento.
Esto es lo que me parece importante en la literatura, esa
orientación a lo real, el intento de acercarse a lo real, y la manera en que se
pone en juego la subjetividad del propio autor. En el momento de la creación,
ya sea de un cuento, ya de una novela, hay algo de esa subjetividad del autor
que se pone en juego, mostrándonos toda una gama de cuestiones que, tengo la
impresión, se clausuran inmediatamente cuando se escribe la última palabra de
un relato. Es decir, una subjetividad que se pone en juego en la construcción
misma del relato, o de la novela, y que se cierra inmediatamente al poner la
última palabra del relato.
¿Por qué se cierra? Se clausura la subjetividad del autor porque
lo que se empieza a poner en juego es la subjetividad del lector. Una vez que
el texto está entregado, es el propio lector el que empieza a pelear con ese
mismo texto. Al lector se le abren, entonces, esas cuestiones subjetivas que,
obviamente, no tienen por qué ser las mismas que llevaron al autor a construir
ese texto. En este sentido, creo que la literatura de Gustavo tiene esa
orientación a lo real sin tocar cosas de lo real. En este sentido, estoy de
acuerdo con Beatriz, los relatos de Gustavo forman parte de una gran literatura
que, por suerte, continúa. Tenemos muchos ejemplos de libros que participan de
esta orientación a lo real.
Por otro lado, es una literatura sin la cual uno no puede vivir.
Yo al menos no podría vivir. Para mí, la literatura es una cura de la
claustrofobia. Si tuviese que vivir en esta ciudad, en mi casa, en la consulta,
en mi trabajo, dándole vueltas a la cabeza, creo que me volvería loco
rápidamente. Para mí es inconcebible vivir sin esos otros mundos que aparecen
en el texto literario. Es una manera de estar en el mundo sin lo cual, repito,
no podría vivir. Sin otras cosas tal vez sí, pero sin la literatura no, me
faltaría el aire para respirar.
En este sentido, cada vez que uno entra en un libro, tiene una
experiencia absolutamente enriquecedora, y más cuando en este caso es un libro
de cuentos. Aunque sabemos que Gustavo también ha escrito novelas. Yo creo que
el cuento es más lacaniano que la novela. La novela es más freudiana. Si
recordamos esos análisis de seis meses que hacía Freud durante cinco o seis
días por semana, donde el paciente iba desgranando su historia, eso es mucho
más parecido a una novela que a un cuento, que a veces tiene una duración muy
breve. Los cuentos de Gustavo son breves, exceptuando el último, que es más
largo. En ellos encontramos escansiones, y una precipitación rápida de las
cosas. Creo entonces que el cuento es más lacaniano que la novela.
A mí me tranquiliza más leer novelas que cuentos. El cuento me
produce ansiedad. Me puedo meter entre pecho y espalda una novela de
ochocientas páginas sin problema, no me produce intranquilidad, la voy leyendo,
van pasando cosas, y cuando no puedo
seguir leyendo pongo el marcador para, después, continuar leyendo. Eso no me
intranquiliza sobremanera. Sin embargo, he de reconocer que el cuento sí. Lo
estoy leyendo y miro si le quedan tres páginas o le quedan dos, porque quiero
ver lo que va a pasar. Es insoportable. Llega un punto en que lo leo rápido
para ver lo que va a pasar, para ver como concluye. Tiene un comienzo y un
final que se precipita en pocas páginas, lo cual me genera una especie de
ansiedad, de querer ver rápidamente cómo termina.
En estos cuentos de Gustavo, no sé si estará de acuerdo, hay un
hecho que me parece muy curioso. En ellos aparecen muy pocos personajes,
podríamos decir que hay cuentos de dos personajes. En general, estos cuentos
tienen pocos personajes, sin embargo, tienen mucho mundo, lo cual me parece
curioso. ¿Por qué digo mucho mundo? Gustavo nos hace transitar en los cuentos
por los cinco continentes, hay cuentos en África, en Europa, en América, en
Latinoamérica y, por alusiones, hasta en Australia. Recorre prácticamente toda
la geografía, una mujer puede estar en París y en Londres, el marido está en África,
o el cuento se desarrolla en Vietnam, otros en Norteamérica. Es decir, hay
mucho mundo en los cuentos con muy pocos personajes. Este es un dato que me
llamó la atención.
Y otra cosa son las profesiones. Porque en muchos de los cuentos
aparecen las profesiones de los personajes. Un diplomático, otro que es
militar, el pintor de soldaditos, en algunos cuentos aparece un trabajador sin
especificar cuál es la profesión. La cuestión de ligar los personajes a la
profesión, me imagino que esta articulación es un gusto, porque algunos cuentos
podrían estar escritos sin que supiéramos exactamente de la profesión. En
otros, obviamente, sí es necesario que esto aparezca. Lo dejo como un
comentario que me pareció interesante.
Por otro lado, ya entrando en los cuentos, hay que decirlo, hablar
de los cuentos sin poder contar el cuento es un poco complicado. Me encantaría
narrar alguno de ellos y desmenuzarlo, comentarlo. Pero claro, le haría flaco
favor al autor y a la lectura posterior de quien no los haya leído. Pero tengo
que confesar que ganas me dan de agarrar alguno y empezar a comentarlo. Como
eso no lo puedo hacer, lo que haré será un comentario general de lo que aparece
en ellos para no hacer semejante carnicería con el libro.
¿De qué hablan estos cuentos? Podemos decir que nos hablan de la
noche y el día. Abre sus cuentos con una frase de Nietzsche:
“La
noche es más profunda de lo que el día ha pensado”.
Efectivamente, los cuentos hablan de la noche y del día, y vamos a
ver ahora diversas fronteras que transitan, fronteras absolutamente permeables,
nunca delimitadas del todo. También habla de la vida y de la muerte. Y ahí
recurre a Lope de Vega:
“Pues
lo que ya pasó de nuestra vida es no pequeña parte de la muerte”.
Habla también de una claridad que enceguece y de una oscuridad que
resplandece. Cito:
“Sí
Alicia, la luz. ¿Acaso no se acuerda de cómo es allí, tan excesiva que en
momentos uno se vuelve ciego? Hay personas a las que deprime la penumbra,
otras, en cambio, se entristecen con la luz. Supongo que existen diversas
formas de imaginarse la muerte, y el resplandor puede ser una de ellas.
Recuerdo muy bien cómo lo contaba Ramón, la manera en que describía el sendero,
el contraste entre el claroscuro que formaban las casas y los pinos, y de repente
salir así, sin más, en carne viva, decía él, a la embriaguez de la luz, al
cielo blanco, a un mar centelleante de espuma y sal. Todo eso solo se puede
soportar si uno lo mira sin ver, que es como mira la mayoría de las personas.
Pero Ramón miraba y veía.”
Claridad y oscuridad que aparecen también en muchos de los
cuentos. También nos habla de cómo lo demasiado, lo demasiado rojo, habita lo
natural. Podríamos decir cómo el hecho de que el hombre habite en el lenguaje
ha convertido lo natural en excesivo, ha convertido lo natural, siempre, en un
demasiado.
Demasiado que podemos rastrear en cada uno de los cuentos, punto
de exceso que se da en la propia naturalidad cotidiana. Gustavo no nos describe
de entrada una situación de excepción en el cuento, empiezan siempre con algo
cotidiano, natural, y vemos cómo en esa naturalidad irrumpe siempre este
demasiado que aparece en el título. También nos habla de lo necesario y lo
contingente, de los encuentros y desencuentros. Hay una línea quebradiza donde
no sabemos si estos encuentros y sus desenlaces forman parte de un destino, o
son pura y simplemente una contingencia. Es decir, si el personaje estaba
destinado a ese final o simplemente se produjo por una pura contingencia. Pero
siempre están estos encuentros y desencuentros en el texto. También nos habla
del Día
de Gracia, cuento que a mí me llamó mucho la
atención, porque, de alguna manera, este Día de Gracia está en cada uno de los cuentos. Podría ser como una metáfora del
libro. Día
de Gracia que comparten Marcial y Alberto Peñalara
con distinto desenlace, uno encontrando su muerte, y otro buscándola, pero
ambos con este final.
Da la impresión, al leer cada uno de los relatos, que siempre
vivimos en un día de gracia, que no sabemos cuál es, ni que final va a tener.
Para los que han leído el libro, pienso que en cada uno de los cuentos se puede
buscar ese día de gracia, que la vida, por decirlo de otra manera, no es más
que un día de gracia que no sabemos cuando va a caducar.
Nos habla también del mar, de sus orillas, de un mar que pierde
sus colores, sin embargo, orienta a sus personajes en distintos relatos. Un mar
que aparece en varios de los cuentos e, insisto, este mar que pierde el color.
Pero también nos habla de un mar que sólo es azul en los versos de Homero. De
un mar que podríamos decir sólo es azul realmente en la literatura.
“Poe
era el único que conocía el mar aunque no lo
hubiese visto nunca de verdad. Llo había visto en los versos de Homero,
donde seguía siendo azul, como alguna vez había sido también el cielo, antes de
que el polvo y la ceniza vencieran a la luz. Lo había visto con los ojos de los
Argonautas y en la furia de Poseidón y en las rocas de Samotracia. Lo había
visto en las barbas de la ballena que tragó a Jonás, lo presintió en Alejandría
y la lejana Iberia y también en los confines de Escocia, envuelto en bruma y
silencio. Había hundido sus manos en el mar de los versos de Byron y caminado
sobre las aguas que Hamlet abarcó con su mirada. De los tres, Poe era el único
que había visto el mar”
Volviendo a lo que hablábamos al principio, vemos este real, esta
realidad que realmente aparece en la literatura. Podríamos decir
metafóricamente que el mar sólo es azul en los libros. Que cuando vemos el mar
como aparece en alguno de sus relatos, o bien es muy gris, que tal vez se ponga
azul cuando claree, pero es un mar que pierde su color y que sólo, insisto,
sólo es verdaderamente azul en la literatura.
Para concluir el comentario me he tomado la libertad de intentar
engarzar de alguna manera las perlas que van constituyendo cada uno de sus
cuentos, intentar hacer un pequeño collar con estas perlas que son cada uno de
los cuentos:
“Tanto
rojo nos ha dejado solos, sin un solo día de gracia, como a la madre de Adelina
que nunca pudo decirle te quiero a su hija, siempre desvelados y sin posible
refugio, condenados a llevar flores a una
tumba cuyo morador desconocemos. En una guerra continua donde nadie nos
visita y los indios y las bicicletas son, con la literatura, nuestra última esperanza,
nuestro último bastión contra los hombres que no hablan”.
Lo dejo aquí, muchas gracias.
Jorge Alemán: Es un gusto participar en las actividades de la Biblioteca y,
por supuesto, quiero agradecer a Gustavo que me haya invitado a hablar de este nuevo
libro. Cuando Beatriz dice que nació en Buenos Aires, pienso que hay una gran
tradición de escritores y psicoanalistas en Argentina. Tengo muchos amigos
involucrados en las dos actividades, y ahora que ha pasado un tiempo, y de que
alguno de ellos, como es el caso de Gustavo, han hecho obra, sería interesante
discutir esta vinculación tan consolidada que ha tomado tanta fuerza, en
particular en la ciudad de Buenos Aires, donde ya es frecuente, como dijo
Beatriz, que en algunos casos, la palabra escritor no sea un añadido de la
palabra psicoanalista, sino que el compromiso con las dos cosas es un
compromiso intenso. Personalmente me siento parte de eso.
Después de la elegante presentación de Garmendia, donde con
muchísimo gusto controla la lógica de los cuentos, yo sí me voy a permitir –y
espero que Gustavo lo considere un homenaje a su obra, y que ustedes lo
consideren también un modo de atraerlos hacia ella— yo sí voy a desmenuzar uno
de los relatos, trataré de ser muy delicado, pero lo voy a desmenuzar por
aquello que me puede concernir como problema en lo que Gustavo ha realizado en
sus textos.
Es verdad lo que ha dicho Garmendia, estos textos son como un
paisaje de lo demasiado. En todos se ve que, efectivamente, lo que ocurre en el
día no alcanza para dar cuenta de la noche, como dice el aforismo de Nietzsche.
De tal manera, vemos criaturas muy jóvenes donde entra la muerte en su cuerpo
en medio del orgullo; oficios que desaparecen junto con sus oficiantes; mujeres
que brillan a la luz del hombre que las va a matar; el pasado tal como se ha
vivido y por tanto insoportable; luces que están teñidas de una rareza que no
se puede soportar; las cosas están fuera de quicio en tiempos donde no hay
brújula, y a los personajes, a través de las contingencias diversas, los
alcanzan fatalidades a veces de distinto tipo.
Es verdad también lo que dijo Garmendia. Cuando uno conoce a
Gustavo, de golpe se sorprende de lo extraordinariamente lejanas que son las
cosas de las que él escribe, en relación a lo que podríamos captar de su
idiosincrasia. El primer cuento, Demasiado Rojo, pone en
escena el tema de los cabarets, el tango, un ambiente que siempre me atrajo,
pero a mí me provocó una gran perplejidad, además de que es un cuento perfecto.
Yo me voy a dedicar a un cuento que hace excepción en este mundo,
donde, desde diferentes estrategias literarias, se trata siempre de tratar
algún tipo de exceso maligno. En este caso no hay un exceso maligno. El cuento
se llama Los
nombres del padre. Como no quiero suponer que la
audiencia es toda lacaniana, nombres
del padre es una expresión de Lacan, una suerte de
punto de amarre, de anclaje, para que en el torbellino de palabras y hechos que
es la vida, los seres humanos encuentren algo donde agarrarse, para decirlo de
un modo sencillo. Así que, voy al cuento de Los nombres del padre dedicado a J.A.
A mí me consta que J. A., un día le contó un relato a Gustavo
Dessal. Voy a poner en boca de J. A. la palabra relato, porque el cuento lo
escribe Dessal. J. A. le relata una historia infantil que comienza a los seis
años en el colegio de primaria de Argentina, el Julio Argentino Roca, donde
este niño, J. A., por distintos motivos, capta tempranamente la arbitrariedad
del mundo, no hace caso a las maestras, permanece de pie y no puede organizar
ni administrar los útiles. No sé si aquí en España se usa esa palabra, es lo
que se llevaba al colegio, compases, carpetas, tinteros, plumas. Es muy antiguo
este J. A. y en esa época había secantes, tinta, había que llevar muchas cosas
al colegio. J. A., desde el primer día, se desentiende. Le ocurre un episodio
muy arbitrario con la maestra, y a partir de ahí decide que ya las maestras y
maestros carecen de autoridad frente a él, y no sólo eso, sino que ve al mundo
gobernado por una insensatez maligna, construido de una mala manera,
arbitrario, injusto, organizado a trasvés de principios que él no acepta.
Ahí aparece un compañerito de este J. A. al que voy a seguir
llamando como lo llama Dessal, León Zimmerman. Éste niño judío se hace cargo de
las torpezas de J. A., de sus imposibilidades, de las dificultades, y se vuelve
el verdadero maestro. Es decir, J. A. decide no hacer más caso a ningún maestro
durante seis años, y el que ejerce el magisterio, el saber, la tutoría, el
supervisor, es Zimmerman. Esto es lo que J. A., me consta, le contó a Gustavo
Dessal. Y también le contó que J. A., que se había entrenado en aquel entonces
en pelear en los barrios, que boxeaba en un camión en el Parque Patricio bajo
el farol en una esquina, se había transformado en un protector – porque los
niños son muy crueles— de Zimmerman, que era un chico de gafas, flaquito,
débil. J. A. lo protegía en el sentido físico, mientras que Zimmerman se había
hecho cargo intelectualmente de todas las actividades que un colegio requería,
Zimmerman le preguntaba si estaban los cuadernos listos, si había traído los
compases, si había traídos la pluma en condiciones, en fin, se había hecho
cargo.
Por qué le contó J. A. este cuento a Dessal, no se sabe. Por qué a
Dessal le interesó este relato de J. A. y lo transformó en un cuento, es otra
cuestión a dirimir. Todo esto está vivido, todo esto sucedió, es importante
decirlo. Y me gusta que Garmendia haya traído la cuestión del estatuto de la
realidad y la ficción. Yo creo que hay ciertas historias que están vinculadas y
cifran algo de la realidad. No creo como en la posmodernidad que todos son
constructos simbólicos y puros relatos. Yo creo a Primo Levy cuando habla del
Holocausto, y creo a los testigos que sobrevivieron a la ESMA, y creo que
cuando una persona cuenta una historia de su vida, hay una relación de verdad
con lo que cuenta. Así que esta historia que contó J. A. a Dessal es lo que él
había vivido. Otra cosa es discutir qué hay en un relato en su relación con la
verdad. Y entonces voy a proponer una primera tesis, es que el cuento de Dessal
da la verdad del relato que le contó J. A.
En este relato de J. A., hay un episodio que hace famoso a J. A.
En un momento dado, en el colegio, los niños le quitan las gafas a Zimmerman,
ya las están pateando en el suelo. J. A. ve a su protector en ese desamparo, y
toma un compás. No sé si ustedes llegaron a ver cosas así. Era un compás de un
tamaño considerable, con una punta verdaderamente peligrosa. Y en un arranque
de ira arroja el compás en el tumulto de los niños que están jugando con las
gafas de Zimmerman, y el compás se clava en la pizarra. Esto impresiona mucho.
Además, empiezan las historietas, “le podía haber dado a un niño en el cuello”, “le
podía haber quitado el ojo a un niño”, “podía haber matado a
un niño”. Aquí termina la historia que contó J. A. a
Dessal. Llaman a los padres de J. A al colegio, va la madre –el padre no va—
pero finalmente esto desemboca en que la madre pone a J. A. niño frente a su
padre.
Ahora vamos al cuento, al verdadero cuento que escribió Dessal. A
mí me consta que J. A. le contó esta anécdota infantil que ha sido fundacional
en la historia de J. A., porque son los años de su escuela primaria.
Antes voy a decir algo sobre el cuento, por añadir a lo que
Garmendia dijo, que el cuento es lacaniano. Es verdad, puede ser que sea así.
En cualquier caso, adopto la formulación clásica sobre el cuento. El cuento son
siempre dos historias. Y en el arte, en el genio del cuento, estas dos
historias se interceptan. Una historia es más evidente, y otra que es más
enigmática. La historia enigmática está cifrada a veces en el cuento evidente,
en el relato evidente, y según qué escritor, y qué gusto, y qué sensibilidad
literaria, todo se maneja en este mundo donde colisionan e impactan entre sí
estas dos historias. En este caso está la historia de estos niños, pero la
historia se llama Los
nombres del padre.
Entonces, voy al cuento de Dessal, donde voy a tratar de explicar
que este cuento da la verdad del relato que, a mí me consta, J. A. le hizo
llegar a Dessal. Voy a leer el comienzo porque es portentoso y da la medida
exacta de lo que se pone en juego en el cuento. Dice:
“Oscuro
y traicionero como el ojo de un cíclope, el manchón de tinta se extendió sobre
la superficie inmaculada de la primera hoja del primer cuaderno del primer día
de clase. Observé perplejo el avance lento y devorador de esa negrura,
impotente para comprender qué desgraciado mecanismo había provocado esa
inesperada polución e mi lapicera. En ese preciso instante, en el que aún sin
saberlo acababa de inaugurar mi vocación de ser la mancha en todos los cuadros,
conocí también por primera vez la mano salvadora de León Zimmerman, mi
compañero de banco, un chico flaco, de rulitos y anteojos gruesos, que sin
demora detuvo la catástrofe valiéndose de un papel secante y que, con gesto
decidido, arrancó la hoja de mi cuaderno devolviéndole una apariencia decorosa.
Todo transcurrió tan rápido que la maestra no tuvo tiempo para percatarse de lo
que había pasado. Con lágrimas en los ojos miré a León, incapaz de pronunciar
la palabra que se me había quedado atragantada del susto, pero creo que él pudo
oírla con el pensamiento, puesto que en voz muy baja me dijo “de nada” y siguió
mirando el pizarrón sin darla más importancia al asunto”.
Esto es exactamente así. No me consta que J. A. le haya contado
jamás esta historia, pero las manchas, los objetos perdidos, lo que en el
último momento se estropea, lo fallido, me consta que acompaña permanentemente
a este nombre y, evidentemente, aquí Dessal ya nos da la fórmula del asunto, es
mancha en el cuadro. Qué mala suerte para J. A., porque la mancha, como ustedes
saben, es una de las formulaciones de Lacan, es un atrapamiradas. Es decir, no
va muy bien ser mancha, porque rápidamente los sistemas de vigilancia, los
otros, las autoridades, rápidamente reparan en lo que hace mancha en el
paisaje.
Y ésta, además, es una mancha que tiene una afección radical.
Dessal lo formula en toda su lógica, trascendiendo la anécdota de J. A. Este J.
A., que es una mancha, en realidad piensa que el mundo está ordenado de una
manera arbitraria, que habría que organizar una especie de rebelión, que todos
los alumnos son cobardes, que los padres participan de la cobardía de los alumnos,
y que todos son víctimas de un mundo que nos roba lo más importante de la vida.
No se ha vuelto loco del todo porque –claro, esta es la ley del corazón que
Hegel explica en la fenomenología y que Lacan llama las fórmulas generales de
la locura— no se ha vuelto loco del todo, explica Dessal, porque no piensa que
ese mundo esté solamente preparado solo para él, piensa finalmente que es una
estupidez social que rige el mundo de los normales, el mundo de todos, el mundo
de las disciplinas instituidas, y por eso no está del todo loco. Pero sí corre
el riesgo –como explica muy bien Lacan cuando se trata de la ley del corazón,
que también llama delirio de presunción o ley de la infactuación— de querer
golpear al mundo y que el mundo devuelva ese mismo golpe que él profiere al
mundo de una manera mucho más cruel y con mayores consecuencias.
Aquí está la función salvífica del niño judío Zimmerman. Siempre
me ha impresionado en las escatologías mesiánicas judías, es una cuestión que
Levinas explica muy bien, la idea de un “ven”, de un llamado incondicional al
otro sin preguntarle quien es, sin pedirle explicaciones, sin que el otro
presente sus credenciales, sin que nos diga ni de donde viene ni cuál es su
nacionalidad ni a donde pertenece, un “ven” radical, que es lo que hace
Zimmerman, que le dice ven a este J. A.
Y entonces se produce la escena del compás narrada por Dessal. Y a
esta escena le añade cosas que vuelven a dar la verdad de la escena. Porque, en
verdad, están pateando las gafas de Zimmerman, y J. A. entra, tira el compás
contra la pizarra. En la pizarra está escrito “Judío roñoso”, y el compás da justo en medio de estas dos palabras. El negro
Méndez, dice Dessal, jefe de la bandita, jefe, como dirían en Argentina, de “la
patota”, está pateando las gafas de Zimmerman, y J. A. tira el compás sobre la
pizarra donde está escrito “Judío
roñoso”. No estaba escrito “Judío Roñoso”, pero leyendo el cuento pienso que da la fórmula de la situación
y que, además, se inscribe en una gran tradición literaria argentina, porque
está el famoso cuento El
matadero, de Esteban Echeverría, cuento fundacional
de la modernidad literaria argentina, donde un grupo, la chusma, donde podría
estar el Negro Méndez, matan al joven unitario, intelectual. Mucho tiempo
después está La
fiesta del monstruo de Bioy Casares y Borges donde la
chusma peronista, y donde podía estar el negro Méndez, matan a un intelectual
judío.
No es siempre con el negro Méndez. La semana pasada, nuestro
viceministro de economía en Argentina, volviendo de Punta del Este, le gritaron
judío de mierda, y eran todas señoras rubias de Barrio Norte. O sea, esto no
concierne sólo al asunto de la segregación y de la lógica de la segregación que
siempre se pone en juego en el ser judío.
Estoy leyendo de nuevo la autobiografía de Trotsky, y allí hay una
anécdota en la que Lenin le dice a Trotsky, quiero que seas ministro de
relaciones exteriores. Trotsky le responde que ya tenemos muchos problemas en
saber qué vamos a hacer de Rusia después de lo que pasó en Octubre, y no vamos
a añadir como problema un ministro de relaciones exteriores judío. Lenin le
dice, o sea, hemos hecho la revolución para ahora detenernos en este tipo de
estupideces. Trotsky le responde, la revolución va a terminar con muchas cosas,
pero no va a terminar con la estupidez humana. Lenin entonces le dice, y si la
revolución no va a terminar con la estupidez humana, quiere decir que nos
tenemos que plegar a ella. Todo esto entre dos revolucionarios en relación a un
tema que efectivamente da para la historia.
El padre de León Zimmerman aparece en el colegio. Esto J. A. se lo
contó a Dessal. En realidad, Dessal habla de un hombre triste que llega al
colegio. Fue mucho más cruel todo para J. A. En realidad llegó un señor
temblando –con los años he pensado que tenía parkinson— y todos los niños, como
muy bien explica Dessal en su cuento, se rieron abiertamente del padre de
Zimmerman. Pero aquí está el comienzo de lo que explica la segunda historia.
Había dicho al principio que en todo cuento hay dos historias, la relativa a
los nombres del padre, el padre le dice a Zimmerman, ¿este es tu compañero de
banco? Y luego se dirige a J. A. y le dice: “estudiá pibe, estudiá mucho. Y Dessal dice muy bien ahí que el eco de esa voz penetra en el
cerebro de J. A. Éste empieza a entender que no es sólo él la mancha, que
también Zimmerman es una mancha, y que Zimmerman no es un obediente y un
disciplinado, sino que ha puesto al estudio en función de otra cosa. Estudia
para otro plan, y por lo tanto, lo que eran la soledad de la mancha de J. A.,
ahora se reúne con la soledad de Zimmerman y se constituye la soledad común
entre J. A. y Zimmerman. Porque entonces resulta que ese estudio que realiza
Zimmerman, no es para solamente contentar a las maestras, sino para un proyecto
que tiene que ver con el “ven” que hablábamos antes de la escatología
mesiánica.
Además de esta escena, que a mí me consta que J. A. se la contó a
Dessal, donde las soledades encuentran el común –no en la homogeneidad sino en
la diferencia de los dos—digo que además de esta escena que tiene este trayecto
literario donde el cuento se inscribe en la tradición que recoge a El matadero y La
fiesta del monstruo, está el asunto del padre. Yo no
sé si Dessal tenía estos datos, si J. A. se los contó –porque hay muchos datos
que me sorprenden, el asco de J. A. por la leche, la imposibilidad por
desayunar— pero el niño J. A., después del episodio terrible de haber arrojado
el compás pudiendo haber matado a un niño, es llevado por su madre frente al
padre. Y el padre fuma, es muy propio, me consta, del padre de J. A., que
fumaba antes de responder, muy pausadamente fumaba, se reservaba el tiempo para
responder, y cuando ya está enterado de todos los datos del suceso, de cómo
pasó esto de los niños jugando con las gafas de Zimmerman y el compás arrojado,
el padre le dice:
“Hiciste bien”
Así que, vuelvo a la tesis clásica del cuento. Esta historia de
dos niños finalmente desemboca en otra historia, que es la génesis, y no me
opongo a los homenajes al padre en esta época, donde finalmente, como
demuestran los demás cuentos, la brújula se ha extinguido. Este relato,
finalmente, muestra que entre “estudiá pibe, estudiá mucho”
del padre de Zimmerman, la amistad como única autoridad reconocida, como fuente
del saber, e “hiciste
bien”, en el sentido de que luchar contra una
injusticia está por encima de la normalidad convencional, estos tres asuntos, “estudiá”, la amistad, y que el padre sanciona, que se puede uno apartar
de las normas si se trata de una injusticia, son los tres círculos, me consta,
con los que J. A. ha organizado su nombre del padre.
Muchas gracias.
Gustavo Dessal: Les agradezco a todos que hayan venido, algunos incluso por
segunda vez, ya que hemos hablado de este libro en otro espacio, y por supuesto
agradezco a la Biblioteca, a Beatriz, a Javier y a Jorge. Estoy muy conmovido,
siempre me sucede en estas ocasiones, pero hoy en particular, porque he
escuchado cosas que me han tocado mucho.
Quiero agradecer también a todos los compañeros que, a lo largo de
los años, me han acompañado en la presentación de estos textos. Realmente han
puesto de sí lo mejor. Me interesaron mucho los comentarios de Javier y de
Jorge. Y ello por diversas cuestiones. Por supuesto, por la amistad. También
porque son dos grandes lectores. Y en tercer lugar, porque estaba seguro de que
iban a hacer una lectura que no estaría excesivamente contaminada por la
deformación analítica, que podrían juzgar y hablar en tanto lectores lúcidos,
lectores que, por supuesto, no pueden desprenderse de la teoría y la
experiencia analítica, pero que no entrarían en el juego del psicoanálisis
aplicado.
Primero voy a comentar alguna de las cosas que me sugirió el
comentario de Javier. Cuando tenía ocho años, mi mejor amigo (que sigue siendo
como un hermano) y yo vivíamos en aquel lejano lugar del mundo, y en aquella
época estábamos muy lejos de imaginar que alguna vez saldríamos de allí y
conoceríamos algo más que la provincia de Buenos Aires. Entonces iniciamos una
colección de folletos que las agencias de viajes regalaban. A fuerza de caminar
y por la ciudad y entrar en las agencias, fuimos formando una colección que
ocupó cajas y cajas de maravillosos folletos con fotos de lugares que se nos
antojaban exóticos, maravillosas fotografías y mapas. Y dedicábamos horas a
soñar, sobre todo yo, mi amigo no tanto, él me secundaba en esta tarea. Yo
soñaba con la posibilidad de visitar todos esos lugares, muchos de los cuales
no he llegado a conocer.
No me acuerdo quién dijo que la literatura puede ser una forma de
venganza. Y de todo lo que no he podido conocer en mi vida, de esa frustración,
me he vengado parcialmente, y con ayuda de la imaginación he ido recorriendo
muchos lugares del mundo que en verdad no he pisado jamás.
Claro que los personajes existen. Existieron para mí, existen como
lector, y existen como escritor a partir del momento que salen de la
imaginación. La mejor prueba de que cobran una existencia –supongo que eso le
pasará a muchos autores— es que cuando pasa el tiempo y releo algunos cuentos,
me formulo la misma pregunta que formulaba Javier: ¿de dónde habrá sacado
Gustavo esta idea, esta escena?, ¿de dónde habré sacado este personaje? Es la
extrañeza que me provocan algunos de estos personajes. La sorpresa que me
producen es directamente proporcional al sentimiento de su existencia real.
Para Javier, la literatura ha sido una cura de la claustrofobia.
Me parece una definición fantástica. En mí, la literatura constituyó un
refugio. Como soy bastante fóbico y el gran mundo me da bastante miedo, a pesar
de que he logrado disimularlo más o menos bien, encontré un refugio en el hecho
de sumergirme en la escritura o la lectura, un refugio semejante a la cabaña de
cojines que me fabricaba en mi infancia, y en la que me encerraba con un libro
y para poder sentirme durante unas horas protegido de la incertidumbre de la
vida.
Me resultó muy interesante la observación sobre las profesiones.
He retratado en estos cuentos algunos oficios que han desaparecido. Es una
forma de testimoniar sobre esas cosas que se pierden irremisiblemente. En
muchos de los cuentos se refleja algo que es uno de mis síntomas: padezco
cierta nostalgia. Trato de mantenerla a raya, siempre me acompaña. Por eso
evito mirar fotografías, porque me despiertan rápidamente un sentimiento de
pérdida, de duelo, una tenue melancolía.
Y me ha encantado esa larga frase con la que Javier, al final de
su exposición, logró enhebrar los distintos relatos. Es un hallazgo de su parte
devolverme la idea de que el “Día de gracia” es la frase que da coherencia al
conjunto. No habría podido yo encontrar un mejor fundamento. Gracias por
descubrirme esta fórmula.
Paso ahora al comentario de Jorge Alemán. Hace años que J. A. me
contó esta historia. ¿De dónde salen las historias? Siempre salen de un resto
diurno. Voy a utilizar la comparación con el sueño. Siempre hay algo que uno ha
visto, escuchado, algo que le contó alguien, que escuchó de forma furtiva en un
lugar, algo que ha leído. Y eso queda rápidamente atrapado por esa misteriosa maquinita que me acompaña toda la vida, la
maquinita de imaginar. Con el paso del tiempo, me procura algunas
sublimaciones, algunas satisfacciones también, pero no pocos sufrimientos, porque la imaginación
no es algo que responda a nuestra voluntad, y no todo lo que produce resulta
placentero.
Cuando Jorge me contó esta historia me pareció que merecía
convertirse en un cuento. Él me dio el guión general, y yo lo fui adornando un
poco. Obviamente, no lo adorné de cualquier manera, sino a partir de algunas cosas
que conozco de J. A. En relación a esa pareja que constituyen León Zimmerman y
J. A., yo me he sentido muy identificado con León Zimmerman. Yo también, en la
infancia, adopté a mi compañero de banco
desde el primer día, y dos soledades muy diferentes, lograron en mi caso
complementarse.
El cuento me conmovió, es una historia muy hermosa. Me conmovió
porque J. A. es la contracara de León
Zimmerman. Me admiró el hecho de que J. A. , siendo apenas un niño, pudiese
tener la valentía de enfrentar ese mundo de normas, de reglas, etc., y soportar
el desafío, a diferencia de León Zimmerman, detrás del cual se encuentra, en
parte, Gustavo Dessal. Y es que para León, la sola idea de cometer una
transgresión y contrariar lo que se espera de él, le produce un sentimiento de
angustia y de culpa insoportable. Lo interesante es que esa antítesis
finalmente encuentra una consonancia, porque esos personajes, más allá de sus
apariencias, se reúnen en algo común. Creo que esa ha sido una de las razones
conscientes que me llevaron a redactar esta historia.
Algunos cuentos son también un desafío. Respecto al primer cuento,
es verdad que muchas personas consideran que las temáticas y personajes que
recreo están muy alejados, como decía Jorge con una palabra muy gentil, de mi
“idiosincrasia”. Es una forma muy elegante de decir de mi neurosis personal.
Pero eso es lo extraordinario de la literatura, que puede dar expresión, a
través de la maravilla de la palabra, de esa fuerza tan poderosa, incluso a
todo aquello que uno no es, o no se atrevería a realizar.
Por ultimo, quiero aclarar que, a pesar de comentario de Beatriz
(fruto de su entrañable cariño) no soy un políglota, aunque es cierto que
después de treinta años de vivir en España soy casi bilingüe entre el español y
el argentino.
Alberto Estévez: Lo primero, felicitar a la mesa. Resultó verdaderamente emotiva
la presentación. Y me gustó como se habló de los textos. Tengo una pregunta
para Javier Garmendia, porque me resultó muy interesante cómo habló del cuento
y de la novela, ésta más freudiana, y el cuento más lacaniano. Pero me atrapó
su afirmación de que el cuento le producía cierta desazón, en algún momento
llegó a decir la palabra insoportable. De ahí mi curiosidad, ¿hubo alguno que
te haya gustado más?, ¿tienes un favorito?
Javier Garmendia: De diversas maneras, Día de gracia es un
hallazgo, por lo que ya he comentado. El último cuento me parece también un
buen cuento. Ese cuento donde hay una especie de mundo global, un mundo que se
ha conseguido globalizar por el desastre, una globalización a la que se llega
por el desastre. Además de las connotaciones que tiene, es curioso, el libro
empieza con un tango, y a mí los tres amigos del último cuento me hacía
recordar el tango Tres
amigos. Son tres amigos muy entrañables los que
aparecen en medio de tanta catástrofe, de tanto desastre. Tres amigos que su
único leit
motiv es conocer el mar, que aparece en tantos
cuentos. Y donde para conocer el mar tienen que idear una especie de nave, unas
bicicletas para ir dando pedales y con ellos se elevan. El mar está a mil
millas y aparece el fragmento que he leído donde dice que se conoce el azul del
mar por los versos de Homero, y fallece en las primeras pedaladas. Por eso
hablaba de la contingencia y lo necesario en cada uno de los cuentos. Me parece
que es un gran cuento este último.
También me parece un buen cuento el que ha comentado Jorge, Los nombres del padre. Hay varios. Pero si tuviera que elegir uno elegiría Día de gracia. Me parece muy interesante. Y el de los indios es un cuento muy
terrible, ese hombre que tiene su día de gracia cuando le hacen por fin un
encargo, y cuando llega a entregar el encargo, aquél que se lo ha hecho ya no
está, ha muerto. Eso que era su salvación se convierte en su desastre y se
precipita con todos sus muñecos matando como los indios. Esta muy bien narrado.
Pero hay muchos con distintos matices. Adelina
es terrorífico, un espanto considerable.
Luis Seguí: Las exposiciones han sido magníficas, incluida la coordinación
de Beatriz. Voy a volver a leer los cuentos a la luz de lo que he escuchado,
porque, seguramente, haré otra lectura. Siempre es otra lectura, pero después
de haber escuchado las intervenciones, incluida la del autor, sin duda añadiré
algo a la primera que hice.
He tenido el privilegio de hacer el seguimiento de toda la
producción intelectual de Gustavo, he tenido el privilegio de presentar alguno
de sus obras, y gracias a ese seguimiento, puedo decir que advierto un evidente
crecimiento en la calidad literaria entre Operación Afrodita, Más
líbranos del bien, la novela Principio de
Incertidumbre, un excelente thriller,
Clandestinidad que me sobrecogió cuando tuve el privilegio de leer el manuscrito
antes de saber cómo se iba a llamar, que es verdaderamente desgarrador y que se
caracteriza por tener una economía retórica directamente proporcional a lo
terrible del contenido. Y este último, Demasiado Rojo, es un escalón más en este género que, al menos en España, no ha
sido bien tratado en los últimos años, el cuento. Recién ahora, en algunos
suplementos literarios de la prensa, se ve una recuperación del interés por los
cuentos.
Y creo que los caprichos de las crónicas literarias y la crítica
literaria llevan, a veces, a que un autor valioso como Gustavo Dessal, no haya
encontrado el eco que merece en los suplementos literarios. Ya sabemos como
funcionan estas cosas, no solo por la gran cantidad de ediciones que hay al año
en España, y la directamente veloz rotación con que cambian las mesas en las
librerías de novedades, y sabemos también que la posibilidad de aparecer en la
prensa, en las crónicas, en los suplementos literarios, tiene más que ver con
las relaciones personales que se pueden cultivar, y con las filias y fobias en
relación con los críticos, que por el valor real de la obra y del autor.
Esperemos que en algún momento esta situación peda cambiar, porque creo
sinceramente que la obra de Gustavo Dessal merecería una recepción por parte de
los críticos –literarios de este país que hasta ahora no ha tenido.
Hay un cuento de Borges, de los más famosos, La intrusa, donde dos hermanos comparten una mujer hasta el punto de que
ella pone en peligro la fraternidad. Y es un relato extraordinariamente
maravilloso, porque plantea la cuestión del odio, del amor, de la fraternidad,
de la imposibilidad, hasta cierto punto, de compartir el amor de la misma
mujer. Los hermanos se plantean seriamente qué hacer para disolver ese nudo
que, ellos creen, los va a llevar al desastre. Borges no sabía cómo acabar el
cuento, qué final darle. Le preguntó a su madre, a la buena de Doña Leonor
Acevedo. Ya casi estoy escuchando su voz diciéndole: “Mátala Jorge”. Porque, efectivamente, el cuento acaba cuando matan a la
protagonista, como única forma de liberarse de esa pasión que los amenaza.
No creo que Gustavo tenga una confidente que le aconseje hasta ese
punto ponerle final a los cuentos, porque no creo que la necesite. Además,
Gustavo tiene la habilidad suficiente para saber cerrar un cuento de una manera
rotunda, sin que nadie le diga mátala o déjala vivir. Sabe cómo y cuándo
ponerle fin a un cuento de manera que la ansiedad de la que hablaba Javier se
siente. Creo que la compartimos muchos, y por eso miramos las páginas que
faltan para acabar.
En el caso de los cuentos de Gustavo, algunos de ellos
maravillosos, eso me ha ocurrido con algún cuento. Pero en volumen Más líbranos del bien, en particular los que recuerdo, la pareja de los feos, me
ocurrió justamente lo contario. En lugar de estar deseando que acabara para ver
el final, deseaba que no acabara nunca, porque estaba tan bien escrito, había
una descripción de esos personajes tan extraordinaria, que los veías. Era una
descripción, al mismo tiempo, de una gran crueldad y de una gran ternura. Es un
cuento que recuerdo que hubiese deseado que no terminase de tan bien escrito, y
del placer que suponía leerlo.
Por lo tanto, creo que lo que hay que hacer es estimular a Gustavo
para que siga escribiendo. Y además, tanto novela como cuento.
Beatriz García: Bien, ha sido francamente muy
interesante, y les animo a leer estos cuentos, porque lo van a pasar muy bien,
y porque tiene un lenguaje maravilloso que va a lo esencial. Lean Demasiado Rojo y muchas gracias a todos por su presencia.
Liter-a-tulia
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