Luis Teszkiewicz: “Creo que ese aspecto presentaba también la
estancia en la que el Ruletista se decidió a cargar el revólver con tres
cartuchos. Ahora tenía exactamente tantas posibilidades de sobrevivir como de
jugar por última vez a ese juego demente. Porque el nuevo ambiente, el lujo
ostentoso que envolvía como una crisálida el insecto terrorífico de la ruleta,
no hacía más que incrementar la excitación de los espectadores ante el olor de
la muerte. Todo era, por lo demás, absolutamente real. Es cierto que el
Ruletista se peinaba con brillantina, que vestía esmoquin y los pantalones
anchos de la época, pero el revólver era de verdad y las balas eran reales, y
la posibilidad del tan esperado “accidente” era mayor que nunca. El arma pasó
de nuevo por todas las manos dejando en los dedos un delicado olor a aceite. Ni
las señoras más refinadas de la sala se cubrían los ojos; en ellos se leía el
perverso deseo e ver con sus propios ojos lo que algunas conocían solo de
oídas: el cráneo reventado como una cáscara de huevo y esa sustancia ambigua,
líquida, del cerebro, salpicando sus vestidos. Por mi parte, siempre me ha
estremecido el deseo femenino de acercarse a la muerte, su fascinación por los
hombres que huelen a pólvora de forma casi metafísica. El increíble éxito que
tenía entre las mujeres aquel chimpancé estúpido y apergaminado que de vez en
cuando ponía en peligro su propia vida, debía de tener su origen ahí. Creo que
aquellas mujeres nunca habrían amado con más pasión que después de haber
asistido a su muerte. Habrían llegado a casa con sus amantes y se habrían
arrancado los vestidos ensangrentados, manchados de pegotes de una sustancia
cenicienta y de líquido ocular” P. 43, 44.
Creo
que en este párrafo Mircea Cartarescu nos deja claro que no pretende ahorrar el
horror que se desprende de su historia. Un juego siniestro en el que se citan
el azar y la muerte, con todo el peso real de esta palabra.
Más que
el protagonista del cuento, al que da título, con su acto suicida siempre
postergado por su “mala suerte”, me impresionan los accionistas, el patrón, los
espectadores, el narrador… seres “exitosos” que tienen al alcance de su goce
todos los objetos que la sociedad puede ofrecerles, y que buscan un goce más
siniestro y horroroso que culminará, idealmente, con los sesos de un pobre
diablo escurriéndose por las paredes, o con el ligero escalofrío de lo que pudo
ser y no fue, si se produce el final más desfavorable (los accionistas apuestan
por la muerte) y más acorde con las probabilidades en juego. Un goce sádico al
que se suma la confirmación de que tienen lo que hay que tener para hacer de
amos, para disponer de la vida y la muerte de otro hombre: dinero. Quizás
también una forma de exorcizar la propia muerte.
“Patrón”
y “accionistas” representan cómo la
búsqueda de un goce cada vez mayor, más extremo, sólo puede conducir a la
perversión, a un sadismo que no encuentra más límite que la muerte, y no una muerte
cualquiera, sino una muerte brutal, con el cerebro “esparcido por las paredes y
el suelo”.
De
entrada se nos informa que se trata de una ruleta rusa (“También yo aullé en
esos sótanos pequeños y lloré de alegría cuando sacaban a un hombre con los sesos
reventados” p.20), se nos presenta al Ruletista (“… el único hombre al que le
fue concedido vislumbrar al infinito Dios matemático y luchar cuerpo a cuerpo
con él”) y se nos anuncia el misterio de su muerte que servirá para atrapar
nuestro interés (“por culpa de un revólver, pero no de un balazo”).
Tres
rasgos destacan en el personaje: la psicopatía, una increíble mala suerte en
cualquier juego de azar, su inevitable decadencia. Ni una luz de simpatía sobre
este Ruletista.
El
casual encuentro con su ahora próspero amigo, conducirá al narrador a una
espiral de horror. En palabras del narrador, “un paraíso sangriento”, entonces;
“un infierno edulcorado por el olvido” en el presente en que escribe, pero
terrorífico siempre por la mera posibilidad de su existencia.
El
narrador nos describe minuciosamente el ritual, el escenario sórdido en que las
cucarachas pululan y en el que se huele la excitación de los “accionistas”, en
el que uno solo apostará lo único que tiene, su miserable vida, por la
posibilidad de hacerse con una suma importante de dinero, y otros apostarán
cifras elevadas de dinero contra esa vida, en una experiencia siniestra de
goce.
El
revólver lubricado, objeto fetiche (“nadie quería renunciar al placer de
acariciar de forma casi voluptuosa el cañón del revólver”), gira de mano en
mano y se inicia el juego mortal que esta vez culminará en un chasquido para
decepción e indignación de los espectadores, siempre dispuestos a atrapar el
instante efímero de la muerte ajena.
Un
juego “tan estúpido y atractivo como cualquier otro”, aunque con la aureola de
“esa pizca de sangre que resulta del gusto de nuestra infamia”.
El
Ruletista acaba con el juego porque lo lleva a la perfección. Después de las
primeras jugadas ya reúne el dinero suficiente para ser su propio “patrón”, y
acaba con la ilusión de que sólo el dinero puede llevar a un hombre a arriesgar
su vida de esa manera.
De
apuesta en apuesta va aumentando el número de balas en el tambor, haciendo que
la ley de probabilidades juegue cada vez más en su contra.
El
cuento nos confronta con el goce de un puro horror, un goce que sólo puede
despertar repulsión en el lector.
Llega
un momento en que el juego perverso ya sólo se juega entre el Ruletista y la
muerte. Sus solitarias actuaciones, su reiterada agonía sobre el cajón, su
repetida supervivencia.
Después
de la apuesta del revólver cargado con dos balas, que reduce la probabilidad de
la supervivencia, intuimos que esa apuesta sólo puede aumentar en número.
Consciente de esto, el autor acelera la narración desde el revólver cargado con
3 balas hasta el cargado con 5. Luego la interrumpe para exhibirnos las quejas
y la miserable situación del anciano narrador.
Inicia
el último acto describiendo un decorado que recuerda, estilizándolos, los
sórdidos decorados del inicio. Un
público elitista se reúne para asistir a un suicidio anunciado. Seis balas en
el tambor, ninguna posibilidad de supervivencia.
El
Ruletista se sumerge por última vez en el goce de la agonía… Y entonces
interviene Dios, o el diablo, o la naturaleza, el azar definitivo que
imposibilita la muerte del Ruletista en la ruleta y prolonga su vida: el
terremoto. El juego entre el Ruletista y la muerte ha alcanzado su perfecto
final. Pero no.
El
narrador nos brinda entonces su explicación, con la que podemos coincidir o no,
pero que está construida astutamente desde el inicio de la historia. El
protagonista, de extraordinaria mala suerte en los juegos de azar, aquel que
“casi lloraba por la humillación de perder siempre”, en el juego macabro de la
ruleta apostaba siempre en su contra. Cada una de sus actuaciones era un
suicidio fracasado.
Ya sólo
falta concluir la historia con la muerte del Ruletista la única vez que apuntó
a su sien un revólver sin cartuchos. La única vez en que no apostó contra sí
mismo, murió de miedo. Él, que se había enfrentado tantas veces a la muerte,
muere de un susto.
Pero el
cuento no se limita a contarnos la extraordinaria aventura del Ruletista. No
está narrado en tercera persona sino por un narrador testigo y personaje de la
propia narración. En paralelo con la historia de la ruleta y el Ruletista nos
narra las vicisitudes del narrador en su propia lucha contra la muerte. Una
muerte menos extraordinaria, más natural, si alguna muerte lo fuera, una muerte
hacia la cual lo precipita su ancianidad, su no esperar nada ya de esta vida.
Una muerte a la que parece engañosamente resignado.
El
narrador–escritor le permite a Cartarescu reflexionar sobre la literatura, es
decir que también sobre este cuento: “la literatura no es el medio adecuado
para decir algo real sobre uno mismo”, porque “en esa mano que sujeta la pluma,
entra, como en un guante, una mano ajena, burlona, y tu imagen reflejada en el
espejo de las páginas, se escurre por todas partes como si fuera azogue”. Nosotros
podríamos agregar que la literatura, en casos como éste, toca algo más real que
la realidad aparente en que vivimos, y que refleja al autor en aspectos
probablemente desconocidos para él mismo.
El
cuento se inicia con este ex escritor, un narrador de ficciones que ha dejado
de serlo, “uno que tiene ochenta años y no tiene mañana”.
Sin embargo, escribe, y escribe esta narración
que no es un cuento porque, por primera vez, escribe una historia real, aunque
inverosímil. Podría ser un juego literario que pretendiera añadir veracidad a
lo narrado. En ese caso habría fracasado: lo que escribe se lee como un cuento,
es un cuento. Pero creo que no es ésta la intención del autor, sino una bien
diferente, como explicaré más adelante, una que hace que este cuento sea la
“gran apuesta” del narrador.
En los
tiempos oscuros, o luminosos, todo depende de cómo queramos verlos, el narrador
escribe libros “idealistas” y “delicados”, “nobles” y “generosos”, “humanos”,
mientras se sumerge cada vez más en el morboso juego de la ruleta. Sólo una vez
pasado todo, incluso su fluidez para escribir, su éxito y su fama, narra esta
sórdida historia. ¿A quién? “A nadie”, a “nada”, “para que nadie las lea” según
el narrador. Es decir a nosotros, que la estamos leyendo. Mientras él juega su
propio juego con la muerte, que adivina próxima. Juego en el que el relato de
la aventura del Ruletista juega un papel fundamental. “Estas hojas contienen mi
proyecto de inmortalidad”, nos dice el narrador. Proyecto que no se le revela,
y a nosotros con él, hasta casi el final del cuento. Un cuento en el que “todo
es verdad” y, a la vez, inverosímil. Un cuento con tres personajes
protagónicos: el Ruletista, el narrador y la muerte.
Después
del impresionante sueño de Dios multiplicado, el autor nos muestra sus cartas.
La narración que se proponía trascender a la literatura, inevitablemente es
literatura. El narrador, aparentemente, inconscientemente, ha escrito esta
narración para hacerse personaje de la misma y así inmortalizarse. Pero en
realidad va más allá: lo que estamos leyendo es una ficción, el Ruletista es un
personaje de ficción, y puesto que el narrador lo ha conocido y ha sido testigo
de esta historia, él también es un personaje de ficción. Inmortal entonces…
mientras haya lectores que lo lean.
Cartarescu ha jugado con nosotros, con la
fácil confusión entre narrador y autor, siendo el narrador, autor supuesto del
cuento, sólo un personaje surgido de la imaginación del auténtico autor. De
esta manera ha hecho también una reflexión sobre la literatura.
Y con la apurada narración de la muerte y el entierro del Ruletista,
termina también la existencia del narrador, tan efímera y fijada para siempre
como la narración de la que participa.
Alberto Estévez: Hace ya
unos años recuerdo que nuestra compañera, Graciela Kasanetz, me recomendó este
relato; es una satisfacción haber encontrado un hueco en el tambor del revólver
de LITER-a-TULIA para introducir este cartucho que pretendemos que en la
reunión de hoy se dispare al igual que lo deseaban los apostadores de la ruleta
en el cuento.
Se ha producido cierta asociación
entre las dos últimas reuniones de LITER-a-TULIA, aunque no ha habido intención
en ello, al menos una intención de la que los responsables seamos conscientes.
Algunos de ustedes recordarán, porque además tuvieron ocasión de disfrutarlo,
que José María Merino nos visitó en la última reunión y conversamos con él
acerca de “El río del Edén”, su última novela, bueno, sobre su novela y muchas
más cosas que tan generosamente compartió con nosotros. Pues bien, la semana
antes de la tertulia recibimos la noticia de que Mircea Cartarescu visitaba
España, en concreto Madrid, y a través de los amigos de la librería Muga
conectamos con el editor de Impedimenta, Enrique Redel, que nos dio la
posibilidad de entrevistar al autor. Miguel se encargó de llevar a cabo una
entrevista que hemos publicado en la que pudimos preguntarle sobre algunas
cosas, también sobre El Ruletista, y se produjo un diálogo muy interesante que
fue posible gracias a la presencia de Mariam Ochoa de Eribe, que es la
traductora de Cartarescu al castellano y que firma el prólogo del cuento de
hoy; les aconsejo que lean la entrevista si tienen oportunidad. Lo cierto es
que sin darnos mucha cuenta las dos últimas reuniones han estado marcadas por
esto, dos autores dando cuenta de su obra, uno en persona, el otro en el blog.
Este cuento que seleccionamos
para hoy permite muy bien ver algo más allá de la historia narrada y sus
pormenores, la reunión última y la de hoy dan testimonio de la relación que
estos dos autores tienen con la literatura y lo que el acto de escribir supone
para ellos, eso nos interesa especialmente dado que esta reunión se celebra en
torno a algo escrito, igual que un banquete se organiza alrededor de la comida,
nosotros en estas casi dos horas nos llevamos las palabras escritas a la boca,
alimentamos nuestro espíritu con ello, aunque tal vez porque acarreamos también con un cuerpo celebramos
nuestros encuentros en un restaurante, para poder llevarnos un trago o una
patata frita a esa boca.
La relación que cada autor tiene
con la escritura es fundamental, la ficción que se trate siempre estará preñada
de la relación del autor con el acto de escribir, en el caso de Cartarescu y
como dice en el comienzo de la entrevista que realizó Miguel, la literatura es
la forma de indagar en su propio ser. Si este ser es considerado en su
condición de falta escribir suele constituirse como forma de rellenar un vacío
doloroso, y aquí el autor es meridiano en la diferenciación de lo que
constituye el arte y lo que no lo alcanza al decirnos que no hay arte sin una
herida interior, en su caso la escritura es un intento de suturarla, “por eso escribo a mano, esa forma de
escribir mantiene una relación esencial con el hilo que parte de esa herida”
lo cual sugiere que el brazo sería una especie de prolongación a través del
cual la herida se manifiesta, y es curioso que utilice la palabra “hilo” porque
éste justamente se utiliza para suturar heridas abiertas.
En mi lectura de El Ruletista lo
que aprecio sobre todo es una loa de la literatura, una literatura que
vivifica, y su condición de posibilidad es inseparable de nuestra funesta
condición de seres mortales, condenados a desaparecer, este es el único destino
que no podemos cambiar, nuestra existencia viene marcada por un final y todo
final, también el de un cuento, adquiere las resonancias de nuestro propio
final. Cartarescu llega a confesar en la entrevista que para él la literatura
es una forma de inmortalidad.
Se aprecia muy bien en el relato
como ambos personajes, el autor que nos habla en primera persona y el
protagonista, nuestro ruletista justamente tienen en común este aspecto, ambos
combaten con la muerte, es indudable que si el relato hace que el personaje
sobreviva a 6 cartuchos lo convierte en cuasi inmortal, de la misma manera que
un anciano debe seguir la ley natural a la que el personaje del narrador, ya
entrado en años, se resiste y se subleva por no tener mañana.
Es por esto mismo, porque el
elemento fundamental del cuento es la muerte y su relación con la existencia
que está convocada la religión en sus páginas, porque la religión es la
maquinaria por excelencia para dar un sentido a lo que no lo tiene, a lo que
nos resulta imposible de representar, por ello todos tenemos algo religioso, y
es por eso mismo, en la medida que el ruletista va saliendo airoso una y otra
vez en su partida con el azar, que empieza a convertirse en un desafío para
Dios mismo, por ello los espectadores inquietos comienzan a situarlo del lado
del diablo, otorgando así finalmente un sentido a aquello que no lo tiene.
Opino que cuando nos hablan de las circunstancias en que ha devenido este juego
en términos de grandeza teológica es porque ya no se juega únicamente la vida
de un hombre, se trata de una vertiente moral de esa teología en la que se
someten a juicio las acciones de un hombre que escenifican la pelea entre el
sentido y lo absurdo, entre el orden y el caos.
Hay una transformación que
resulta muy interesante en el propio juego de la ruleta, un paso de las
apuestas a las entradas, se pasa de apostar contra él a apostar por él, o quizá
más bien apostar por la exposición directa a una experiencia con la muerte y en
este sentido el público que asiste al espectáculo celebra el mortal desafío del
que un sujeto sale vivo.
Sin embargo esto no era así desde
el principio, no así del todo al menos, porque cuando regían en el juego las
apuestas no era posible apostar por la vida del ruletista, siempre la apuesta era
por su muerte, y si el desgraciado muere, entonces cobran. Es indudable que
este formato es muy adictivo porque de una manera u otra el apostador siempre
gana, si el percutor del revólver encuentra el cartucho el disparo está
garantizado y entonces se gana mucho dinero, pero si no es así, si el cartucho
no rellena la recamara de turno y no hay disparo, lo que se gana es la vida. La
vida que burla a la muerte. Creo que es esta misma muerte la que causa que el
juego pase a ser envuelto de sedas, terciopelos y lujos, y abandone los sótanos
con olor a sangre, es un cierto efecto de envolvimiento de lo terrorífico y
monstruoso que conlleva.
Este mismo efecto de
envolvimiento lo observamos en el libro cuando trata de reducir algo tan vasto
como es el azar a los términos del lenguaje de la probabilidad; números y más
números que en realidad responden a la función de establecer un velo, pero ¿qué
habría que velar?: que un hombre dispara un arma contra sí mismo.
Ven por dónde nos movemos; velar,
suturar una herida, rellenar un vacío doloroso, producir un sentido, porque
como seres del lenguaje somos maquinarias de producir sentido, el sentido lo
producimos nosotros, y como bien señala Mircea Cartarescu, fuera del hombre no
hay sentido, y la muerte es un afuera imposible de significar, pero
indudablemente nos deja huella en vida, una zona de sombras en la que la
supuesta luz purificadora del yo no consigue alumbrar, definitivamente se
muestra insuficiente.
La paradoja reside en el hecho de
que, como decía al principio el autor, esa nada, esa falta es la única
oportunidad para producir buena literatura, “Un
artista es una criatura impulsada por demonios” reza la cita de Faulkner en
nuestro marcapáginas, y en realidad es también la oportunidad para cada uno de
vivir un poco más libre. En este sentido resultan admirables los términos en
los que el texto cita el éxito de esa apuesta, “transformar la sempiterna burla en un triunfo eterno”. Cuando
propone que el personaje protagonista apuesta por su mala suerte interpreto una
invitación a apostar por nuestra condición, apostar por el Común, por eso que
todos compartimos, por nuestra condena, nuestra falla constitutiva al estar
parasitados por el lenguaje, por nuestros síntomas en suma, pero no pensemos en
ellos como enigmas a descifrar, como aquella primera concepción psicoanalítica
de un sentido reprimido que el síntoma aloja y que hubiera que hacer
consciente. Transformar la sempiterna
burla tiene una lectura del lado de la respuesta ante una imposibilidad,
imposibilidad sempiterna. Una respuesta que tiene una característica, es
singular en cada sujeto y se produce ante lo que es incurable en la vida; una
respuesta que es una apuesta, una apuesta por fuera del sentido, apostar por el
sinsentido como forma de agujerear la dura coraza de un destino que ya
estuviera escrito incluso antes de que comience el juego de la existencia de
cada uno.
Ya ven lo extraño que resulta
entonces concebir que esta burla que nos condena pueda convertirse para cada
uno en el sostén de su existencia, y sobre todo, la única posibilidad de
proyectar un horizonte más libre, hasta que el percutor encuentre el cartucho
que marque el fin de nuestra ficción.
Miguel Alonso: El ruletista se me revela como una parábola metafísica muy
sugerente, con una trama literaria muy original y un pensamiento muy potente. Incluso,
haciendo un símil musical, este relato podría tomarse como un canon literario-metafísico,
con tres voces que, in crescendo, se
dirigen hacia una realización con estruendoso final.
“Concede el consuelo de Israel a uno que
tiene ochenta años y no tiene mañana”
Esta cita del comienzo corresponde a un verso
del poema Simeón, de Eliot. Se trata de Simeón el Bueno, personaje bíblico, y elíptico
para el relato, enfrentado al trance de su muerte. Este verso sugiere, de
entrada, los hilos conductores de una posible lectura. Lo que parece evidente
es que El ruletista nos sitúa, de
entrada, ante una pregunta: ¿Puede el ser humano trascender el límite de sí
mismo, de su mundo? En este sentido, el relato nos sitúa en el límite del
pensamiento, ese límite desde el que se divisa el exceso de la ausencia, de la
nada, del vacío y de la muerte. Estamos ahí atrapados y no podemos salir, en
toda la lectura, del tránsito por ese límite.
Otra de las circunstancias del relato tiene
que ver con una serie de afectos y estrategias que se ponen en juego ante la
evidencia de que el mundo es una morada que se le hace pequeña al hombre. Éste
se siente cercado por el orden y los horizontes banales que él mismo crea. Observamos
a Simeón tratando de trascender ese orden buscando unas leyes y esencias
superiores más allá de la apariencia de las cosas y del mundo. O bien
observamos al narrador y al ruletista sintiéndose cercados sin remedio y sin
posibilidad de trascender. Tanto Simeón el bueno como el narrador, como el
ruletista, están en el límite, atosigados por el límite, y poniendo en juego
diferentes estrategias y diferentes afectos.
Desde este punto de vista, el relato de Cărtărescu tiene importantes dosis de Filosofía, Arte, Religión y
Ciencia. Éstas estarían presentes en El ruletista tuteándose con el infinito,
de tal manera que la Literatura se nos acaba revelando como una forma de
inmortalidad.
Estamos,
en los tres casos, ante variaciones de lo que planteaba Freud como horror al
vacío y a la muerte y las diferentes estrategias que los sujetos ponen en juego
para tratar de eludir el ese espanto que produce lo real. Para Freud, las tres
maneras eran, precisamente, la Ciencia, la Religión y el Arte. Y en el relato
encontramos, claramente, las tres disciplinas.
Tres
personajes, tres estrategias, tres afectos. Simeón pone en juego el miedo, la Religión,
la fe y Dios; El Narrador, el aburrimiento, la ausencia de Dios y el arte, es
decir, la escritura; el Ruletista pondría en juego el aburrimiento, la ausencia
de Dios y, sin saberlo, las matemáticas y el infinito.
El Simeón evocado por Cărtărescu es contemporáneo de Jesús de Nazaret, el anciano que llevó en brazos
a Jesús al templo de Jerusalén para ser presentado al Señor. Aparece en el Evangelio según San Lucas. Profetizó a
María:
“¡Y a
ti misma una espada te atravesará el alma!”
Versos que aparecen también en el poema de
Eliot.
Simeón me parece una personificación del ser
humano que busca una forma de trascendencia,
en este caso la religiosa. Pero, a pesar de su fe, lo vemos confrontado de
una forma ambigua al horror esencial de lo humano, la muerte. No es capaz de
despojarse de él. Leemos en los versos de Eliot: “el viento de la muerte”, “el
viento helado”, “día de la soga, del
azote y del gemido”, “la hora del
monte desolado”, “la hora del materno
dolor”, “la hora del nacimiento y de
la muerte”. Calificativos del horror que produce la falta de sustancia de
lo humano.
Este personaje elíptico de Simeón se sitúa en
la lógica de suturar su vacío en un más allá divino que, sin embargo, no posee
el carácter de infinitud, porque Simeón no puede ir más allá del pensamiento. Y
es que no logra borrar su ambigüedad, su terror, su humanidad. Su solicitud a
Dios parece un poco desesperada en el momento que se tiene que despojar de sus
vestimentas humanas, en este caso las vestimentas que constituyen su moral. Es
decir, ante su desposesión, no logra acceder al terreno de la Serenidad, de la
lucidez.
El personaje más fascinante del relato me
parece el narrador. Quizá llegó tarde para alcanzar la serenidad. Sólo pudo
quedarse en un estrato anterior, el aburrimiento. Porque su estado anímico es
el aburrimiento, no el superficial y objetivo, sino el profundo y estructural.
Es decir, un aburrimiento que no se puede atribuir a ninguna situación
ordinaria, a ningún hecho ordinario, a ningún Otro, sino que es atribuible al
tiempo, al vacío, a la nada, a la ausencia, que se presentan como auténticos
desconocidos en su indeterminación. En realidad, es el aburrimiento de estar
ante uno mismo, ante la desnudez, ante lo que uno es, o sea, un ser abandonado,
arrojado al mundo desde siempre y ya desposeído de toda impostura. Es el
aburrimiento donde las palabras pierden, de forma definitiva, la memoria de las
calles recientes.
El narrador, desposeído así de su yo, de sus
vestimentas, de sus objetos, es nadie y se dirige a nadie. Su estrategia sólo
puede ser la escritura. Es este el mayor momento de lucidez de toda su
existencia. Es el narrador lúcido. Es escritor.
¿Por qué su aburrimiento es un estado de
lucidez?
Porque sólo desde la lucidez puede accederse
al lugar paradójico de la escritura. Ella se le vuelve imprescindible más allá
de toda impostura, más allá incluso de cualquier anhelo. La experiencia de
escritura, donde hay que vivirla, para que ella se llame Literatura con
mayúsculas, es en el cuerpo. La verdadera escritura –casi se puede decir la
poesía del narrador— no se escribe ya con afán de trascendencia, sino que busca
su lugar propio, su hoja blanca, y esa no es otra que la misma la piel. Esa es
la página blanca de la auténtica Literatura, el cuerpo, lo real del cuerpo. Es
lo que nos enseña el narrador:
De esta manera, El ruletista constituye una auténtica reflexión sobre la
Literatura. ¿Cómo autorizarse a denominarse escritor literario sin sentir el
dolor de la escritura en la página del cuerpo? ¿Cómo autorizarse a denominarse
escritor sin haber conocido, jamás, la angustia de la página en blanco? En este
sentido, resulta reveladora la respuesta que Mircea Cărtărescu dio a la primera pregunta que
le dirigimos en la entrevista que concedió a nuestro blog Litera-a-tulia, y que se puede leer en el apartado 3. Escritores. Mircea Cărtărescu.
Sabemos que el narrador, antes de
su lucidez, vivió la literatura con minúsculas, vivió en el juego consolador
del convencionalismo. Por eso resulta revelador el límite con el que tropieza el
pensamiento cuando plantea la trascendencia:
“Estoy
harto de escribir sin la esperanza de poder superarme algún día, de poder
saltar más allá de mi propia sombra”
Su lucidez, entonces, consiste en
darse cuenta del lugar propio de la escritura. Sólo se es verdadero escritor en
la confrontación con lo real, con la vivencia de la imposibilidad, con la idea
de que ya no exista nada ahí afuera. Sólo ahí la escritura se impone como
imprescindible, como la comida para el vivir.
El ruletista, como tercer personaje del
relato, ante el aburrimiento que le produce el vacío, parece identificarse como
un paradigma de personaje melancólico. Se muestra como ese residuo que espera
arrojarse por el sumidero de la nada. Hasta extremos imposibles consigue llevar
el juego de la ruleta con la pretensión de lograr el triunfo de esa melancolía.
Pero fracasa, consigue sobrevivir.
Al igual que el narrador, el afecto que lo
toma es el aburrimiento. Pero un aburrimiento que parece más superficial. El
ruletista no se sitúa ante su desnudez, sino que mira a los objetos del mundo.
Son ellos quienes lo aburren, le aburre la gente, las palabras, las reuniones,
le aburre todo. En este sentido, no parece un personaje tan profundo como el
narrador.
Lo importante es que su acción hay que
considerarla un fracaso pues hay una gran diferencia entre lo que pretende, y
lo que le va a suceder. Y es que, de los tres personajes, es el único que se
dirige, aunque de forma inconsciente, hacia la trascendencia, por medio de una
ley que gobierna más allá de toda lógica, de todo pensamiento: la contingencia.
Es decir, una simple suma realizada con el orden simple de los números
naturales, sitúa al ruletista en el límite del pensamiento, para llevarlo,
quién lo diría, a la confrontación con el infinito. Una bala + una bala + una
bala + una bala + una bala + una bala + la contingencia = personaje literario. La
contingencia diluye el límite para llevar al ruletista al infinito, a la
eternidad que sólo se puede poseer como personaje de la Literatura, o mejor, del
Arte.
La contingencia le permite ir, al menos
momentáneamente, más allá de las posibilidades del pensamiento, a través de la
estructura matemática. Si desde el pensamiento no hay trascendencia para nadie,
ni para Simeón por no ser capaz de desprenderse del terror, ni para el narrador
por no poder comprender el vacío, sí la hay para el ruletista. El personaje es
tomado por la eternidad de la Literatura a través de la estructura matemática.
Mircea Cărtărescu explica esa potencia de la
Literatura:
“El enfrentamiento radical con el infinito es la
introducción de las seis balas, porque en ese momento cualquier posibilidad
está destruida. Entonces, la idea que viene a la cabeza es que vives en una
historia, en un relato, y el personaje se da cuenta de que es un personaje”. (Entrevista con Liter-a-tulia)
Es importante resaltar que ya no se trata de
pensamiento, sino de Literatura. Igual que en la Oda a una urna griega, donde
los personajes son eternos porque son personajes de una historia:
Hermosísima joven, nunca
cesa tu canto
debajo de esos árboles que
no pierden sus hojas;
intrépido amante, nunca
logras tu beso
aun estando tan cerca; pero
no te lamentes,
ella no ha de esfumarse
aunque no halles tu dicha,
¡amarás para siempre y será
siempre hermosa!
John
Keats. Oda a una urna griega
Sheila Codeso: Lo primero que
hice al comprar el libro fue fijarme en la portada y preguntarme quién sería el
hombre que aparece en la portada. Me llamaron la atención sus mejillas
coloradas, así como la expresión vacía y fría de su cara. No sabía nada del
autor, y pensé que, quizá, sería el mismo Mircea Cărtărescu. Luego, en las
páginas 21 y 25 encontré una descripción del ruletista, y me quedé con la
impresión de que ese personaje de la portada podría ser el personaje de la
historia, aunque no lo sé.
Por otro lado, de esta historia destacaría
el uso continuo que hace el autor de lo real frente a lo ficticio. Creo que
destaca tres temas principales. Por un lado la Literatura; por otro, el tema de
Dios, el infierno, la muerte, la fe y la religión; por último, el tema del
sueño.
En cuanto al tema de la Literatura,
quien describe al ruletista –no Cărtărescu, sino el narrador,
anciano, moribundo y deprimido, a quien ya no le queda nada— plantea un juego
al lector entre lo real y lo ficticio. En la página 19 comienza la trama
insistiendo en que el ruletista es un hombre real, no un sueño ni una alucinación.
El ruletista existió, igual que la ruleta, aunque nunca hayamos oído hablar de
ella. Luego muestra sus cartas y reconoce que ha ocultado su juego, porque ha
apostado por la Literatura, ese lugar donde lo imposible es posible, donde
existe un hombre más poderoso que el azar. Incluso concluye este juego diciendo
que no tiene ninguna duda, el ruletista es un personaje.
En segundo lugar, ligado al tema
primero, está la muerte, a la que personifica convirtiéndola en el lector de
esta historia, y a la que, con este proyecto ficticio-real, pretende dar una
lección y demostrarle que la Literatura puede hacer a un hombre inmortal. En
este juego se refiere muchas veces a Dios, a lo infernal, a la fe. Afirma que
no es creyente, sin embargo se refiere a estos temas con bastante asiduidad y,
sin creer en Dios, termina describiendo una visión que tiene de un Dios
verdadero.
Por último destacará el sueño,
ámbito en el que nuestro cerebro crea historias, muchas veces surrealistas,
personajes surrealistas que nosotros mismos no entendemos, sin embargo lo
describe como un lugar donde se refleja él mismo de forma realista.
Intervención: Yo no tengo mucha
idea de psicoanálisis, pero veo que habéis analizado el texto desde un punto de
vista psicoanalítico. Sin embargo, para mí, el texto es una comedia. Negra,
pero comedia. No sé qué opináis sobre esto, pues nadie ha dicho nada al
respecto.
Por otra parte, el personaje del
escritor me parece incompleto, una especie de Salieri, aburrido por el triunfo
del ruletista. Es una especie de competencia. El escritor, siendo mucho más que
el otro, en realidad es menos. Me da la impresión de que este personaje del
narrador es el Alter ego del mismo Cărtărescu.
Graciela Kasanetz: Quería tomar el punto
de lo real de la fisiología y de la sustancia del cerebro, y la atracción que esto
ejerce en, por lo menos, tres grandes escritores.
En Patrimonio de Philip Roth encontramos que a su padre anciano le
hacen un escáner o una resonancia. Lo que le impresiona es que en esa fotografía
ve lo real del cerebro de su padre. Y es que ahí radica lo que su padre es y ha
sido para sí mismo y para los otros, porque sin esa sustancia no habría
existido su padre.
El otro es Kenzaburo Oé que, como
hemos visto hace poco en una de las tertulias, cuando habla de su hijo, tanto
en la realidad como en la ficción, tanto en una entrevista como en su libro Como sobrevivir a nuestra locura, cuando
hablaba de su hijo, y cuando habla de aquella masa rojiza que salía supurando
de su cerebro, también quedaba fascinado por la materialidad de ese cerebro.
Y por último, y en tercer lugar,
en este relato de Cărtărescu hay algo que, más allá de todos
los análisis y de los distintos puntos de vista que hagamos, encontramos la
fascinación por la materia esparcida, esta vez por un revólver, del cerebro
humano. Y no es lo mismo que cogieran a un perro para matarlo, lo degradado
tenía que ser un hombre, es decir, algo totalmente diferente de cualquier
animal.
La cuestión es la siguiente: ¿cuál
es la sustancialidad de lo humano?, ¿la sustancia cerebral es lo sustancial del
cerebro?, ¿qué es lo sustancial cuando, a través de la Literatura, trata de
abordar lo que desborda de la sustancia? Creo que la sustancialidad de lo
humano está regida por otras leyes.
Respecto a la entrevista que le
hicisteis a Cărtărescu, pensaba que hacía una broma en una de sus respuestas. Le
preguntáis si ha leído psicoanálisis, si ha leído Freud, si ha leído
Lacan. Evita decir sí o no a Lacan, pero deja entrever que no. Dice que ha
leído a los clásicos del psicoanálisis, y que ha leído y lee mucha fisiología
cerebral con muy buen aprovechamiento. Pero lo de la fisiología cerebral, después
de haber desgranado un cuento como éste, me parece una broma.
Antes de la tertulia yo bromeaba
diciendo que, a lo mejor, Cărtărescu habrá inventado un vocablo como
“fisiología poética”, porque termina
diciendo que todo lo que compete al cerebro humano es pura poesía. Resultaría
entonces que estamos en el terreno de la fisiología poética, o lo que es lo
mismo decir que la fisiología del cerebro humano –no la anatomía— sólo puede
abordarse a través de la poesía.
Silvia Lagouarde: Hay algo de este
texto que me hace preguntarme si es un relato. Con esto quiero referirme
también a lo que planteaba el compañero cuando plantea que el relato le parece
una comedia. En contestación a esto, efectivamente, podía ser una comedia si se
lleva a la escenografía. Pero yo no estoy tan segura que esto sea un relato, y
tampoco que sea un relato de ficción. Más me parece que Cărtărescu plantea un
tratado sobre la Literatura y el Arte de hoy.
Me pareció muy interesante
también lo que dijo Sheila. Iba también por este lado. El autor, a través del
narrador, preguntándose sobre la trascendencia, padece de un tremendo
desencanto con la vida.
Pero creo que, además de esa
pregunta sobre la trascendencia, se plantea si el Arte puede seguir existiendo
en esta apertura del siglo XXI. Porque lo que se hace patente es la gran voracidad
del goce del Otro que toma al ruletista, porque lo que hace produce dinero.
Vemos que, en el mundo que estamos viviendo, el dinero ocupa un gran espacio
dentro del arte. A los escritores sólo les preocupa publicar y que sus libros se
convirtieran en Best seller, les preocupa si eso va a generar beneficios. Lo
mismo ocurre en la pintura y en cualquier vertiente de lo artístico.
El ruletista no es un personaje
que vaya a trascender como Madame Bovary, ni como los hermanos Karamazov. No es
un personaje que el lector vaya a amar eternamente, porque no genera lo
necesario en la subjetividad del lector. Lo que genera el ruletista es una
pregunta sobre el arte en el siglo XXI y sobre el horror que se está generando
a través del dinero. Repito, lo único que importa hoy es el beneficio.
En definitiva, veo El ruletista como
un tratado filosófico sobre la Literatura y el Arte. Por eso me pregunto si,
realmente, es un relato.
Intervención: ¿Tú crees que al
ruletista lo mueve el dinero?
Silvia Lagouarde: Creo que es una
metáfora. Sí, lo que le mueve es el dinero. Pero hay que ir más allá de este
personaje, hay que llevarlo a una pregunta sobre la existencia y al
planteamiento sobre el Arte en el siglo XXI. En otros tiempos se dio vida a personajes
que forman parte de nuestra cultura, Madame Bovary, hermanos Karamazov, etc.,
personajes que forman parte de la trascendencia del arte y la cultura. Pero hoy
encontramos una gran decadencia en cualquier manifestación artística. Y creo
que El ruletista se puede enfocar por este registro.
María Lizcano: Quería preguntarle
a Miguel sobre la impresión que tuvo en su entrevista con Cărtărescu.
Miguel Alonso: El autor nos
recibió de maravilla, y considero una pena no entender rumano para poder
precisar mejor las preguntas y las respuestas. La impresión que me dio es la de
un personaje que transita por un saber fronterizo a aquél por el que nosotros
nos movemos. Saqué una impresión extraordinaria de su discurso, a pesar de esas
referencias fisiológicas que a uno lo llenaban de escepticismo, pero de un
escepticismo que Cărtărescu mismo se encargaba
de diluir cuando respondía que todo lo relativo al cerebro era pura poesía. La
entrevista, sin duda, me resultó estimulante para la lectura de su obra.
Respecto a que el narrador es el
alter ego de Cărtărescu, creo que podría ser. Tuve la impresión de que sólo puede escribir. Y
eso implica que, de algún modo, tiene siempre presente ese lugar límite de la
existencia, lo cual implica, a su vez, una cercanía del vacío, del sinsentido,
de lo caótico, de lo innombrable. Quizá en algún momento de su vida Cărtărescu pudo tener
conciencia de lo traumático y eso, indefectiblemente, lleva a tener que hacer
algo con ello. Uno de los modos de hacer es la escritura. Al respecto recuerdo
una frase a la que no puedo poner autor, porque no lo sé:
“Cuando todo está destruido, la única posibilidad es poética”
Es una frase extraordinaria que podría
tener que ver con la posición de Cărtărescu y, con seguridad,
con la del narrador.
Antonio: Cartarescu plantea
que la Literatura es teratología. El narrador lo dice cuando escribe
desasosegadamente, al constatar que la pluma termina yendo por caminos distintos
de los que el autor querría. Teratología es la parte de la biología que estudia
las malformaciones de los seres vivos. Entonces, la literatura es una
malformación, es una penosa impostura. Pero agrega que en sus páginas está todo
lo que ha sido capaz de escribir honestamente sobe sí y más allá del vacío, de
la nada que es la existencia, que es la vida.
Lo que dice el autor es que la
Literatura da cuenta de un otro que es él mismo, más auténtico incluso que él
mismo. El texto es de un siniestro que bordea todo el rato el horror. El autor creo
que es el narrador, lo cual hace al relato todavía más auténtico.
Jesús Gómez Tejedor: Es la segunda vez
que vengo a esta tertulia, la anterior fue a la de José María Merino. Vengo
encantado y tengo que decir que me están gustando mucho los desarrollos que se
están haciendo hoy. Estoy de acuerdo con lo que se dijo de los personajes, Simeón,
el narrador y el ruletista.
Simeón es el gran envidiado de
esta historia. Cărtărescu da por hecho su
trascendencia, cree en algo superior, y lo tiene resuelto. Pero los otros personajes
tienen más problemas, y debido a ello, es con los que nos identificamos el
resto de los mortales, es decir, los lectores.
También para mí el narrador es el
personaje más interesante, precisamente porque plantea constantemente la duda,
Dios, no Dios, creer, no creer, fe, no fe, es un envidioso de Simeón, lo dice
claramente cuando plantea que tiene compañeros que creen pero él, sin embargo,
por mucho que lucha, no es capaz de tener fe. Al mismo tiempo, en esa lucha, es
capaz de llegar a Dios a través del sueño.
Yo creo que esa duda es algo que
permanece constantemente en nosotros. Por eso digo que es un personaje que nos
resulta más interesante y más fácil de identificarse con él.
Y respecto del tercero,
efectivamente, Cărtărescu lo enfrenta al infinito. Porque
lo enfrenta con la certeza, seis de seis balas. Lo enfrenta con la verdad, con
eso que Jesucristo decía ante Pilatos, estoy aquí para dar testimonio de la
verdad. Pilatos sería el narrador en ese caso. ¿Y qué es la verdad? Lo enfrenta
con la certeza, y ésta es divina. Otra cosa es que un hombre no pueda llegar a
la certeza, pero Cărtărescu, como es muy inteligente, lo
arregla perfectamente con un terremoto.
Miguel Alonso: Respecto a la
cuestión de la teratología que planteaba Antonio. Efectivamente, una mano
escribe más allá de la voluntad, y escribe a otro que es uno mismo. Es un gran
pensamiento. Ese otro podría ser considerado, así, una deformación del yo que
uno cree construir voluntariamente. En este sentido puede tomarse la Literatura
como una teratología. Pero considerar al yo como normalidad, sería una
simplificación en la que no creo que caiga Cărtărescu.
La teratología estudia las
deformaciones biológicas, y lo hace con respecto a una normalidad. Sin embargo,
la Literatura tiene como objeto el ser humano, el sujeto, pero éste no tiene
una normalidad a la que referirse, no tiene un universal respecto de lo que
algo pueda ser considerado una deformación, no tiene un centro al que dirigir
su vida, pues el centro de su vida es una ausencia.
Por eso me cuesta entender que la
Literatura sea una teratología. Casi podríamos decir que lo normal en el ser
humano es la anormalidad. ¿Pero con respecto a qué?
Graciela Kasanetz: Recurrir al humor
no debe ser casual ante un relato como éste en el que encontramos tanto horror.
Precisamente Freud y Lacan, cuando hablan del humor y de lo cómico, siempre hablan
de la necesidad del tercero. Y cuando estamos en la necesidad del tercero
estamos en el lazo social. En este sentido, me ha dejado muy desolada este
cuento.
¿Por qué elige la ruleta rusa?
Es algo que existe en la
realidad, que congrega a la gente, pero no hace lazo. Congrega por el puro goce.
No hay nada que haga lazo sino masa, turba de todos los que participan y que no
son el ruletista.
Hay otro personaje, el patrón. El
ruletista cambia de estatuto, se hace patrón para abolir los patrones. Y lo logra,
porque una vez que sube la apuesta radicalmente, se acaba la ruleta rusa, se
acaba el juego de todos los otros patronos. Él es el único patrón, porque a
nadie le interesa ya una ruleta rusa donde sólo haya cargadas tres balas. Pues
bien, a mí me pareció un relato desolador, precisamente porque apunta a la
soledad del ruletista, a la soledad del narrador, a la soledad de los lectores.
Y hay algo que, salvo en unas
mínimas pinceladas, está ausente por completo en este cuento. Tenemos tres
elementos, el amor, la locura y la muerte. La locura está presente en este
sumergirse en el goce. ¿Donde está el amor? En una pincelada en el parque, el
narrador con su hijo o hija, patinando en la nieve, o en un trineo. Es la única
pincelada, en todo el cuento, de un lazo fundado en el amor.
Podríamos pensar que el narrador no
cree en el padre, pero además no se sirve de él. ¿Qué le queda si no es el
goce? Hay una increencia y un no servirse del padre en todo el sueño que narra.
El cuento me evoca otra cuestión,
el juego de muñecas rusa. Porque los tres personajes están uno dentro del otro,
el narrador, el ruletista y Mircea Cărtărescu. No se sabe quién es quién,
ni cuál está dentro del otro.
Me parecieron muy acertadas todas
las interpretaciones que se hicieron, como siempre me enriquecen mucho. Por
ejemplo, pienso que, sin duda, hay una reflexión sobre el arte actual, con esta
desolación de que todo es objeto, de borrar lo singular y lo subjetivo. En este
sentido, resulta muy significativo que este narrador, escritor muy famoso, muy
exitoso, que ganaba mucho dinero, sin embargo se convirtió en uno de los asistentes
permanentes al juego de la ruleta rusa.
Y lo que me parece una ironía
enorme en el autor, es que diga que los libros que escribía eran de una generosidad,
de un valor moral y humano, del cual el narrador, cuando habla, carece por
completo.
A mí me parece un libro sobre la
soledad. ¿Qué otra inmortalidad se puede desear que perdurar en los otros humanos,
no como un objeto, sino como aquello que uno fue para los otros? Es decir,
nadie hará un duelo por un narrador a quien no se halla amado, porque el duelo
se hace por alguien que uno cree necesario para sí mismo. Y lo que aquí brilla
por su ausencia es precisamente este ser necesario para el Otro.
La figura del ruletista era la
del perdedor, porque no era necesario para nadie. Lo único que encontró es que el
azar era más fuerte que Dios. Luego resulta que un pobre chico asustado le pone
una pistola vacía, y un hombre que se había enfrentado a seis balas sobre seis,
se muere del susto. Se muere por una pistola, pero no por una bala.
Respecto a la Literatura, la
pregunta que me produce Mircea Cărtărescu es la siguiente: lo escrito, además
de indeleble, en sentido inmortal, ¿es inmortal porque sin los lectores no sería
más que letra muerta?, ¿es lo escrito el contacto con la inmortalidad si no hay
lectores para contextualizarlo?
Es decir, podría cuestionarse que
seis balas sobre seis sean la muerte segura. Este relato lo cuestiona. Como lo
cuestiona la paradoja de Bertrand Russel cuando le dan a elegir si morir en la
horca de mentira o en la horca de la verdad. En las palabras, en literatura, en
el escrito, en el discurso, seis balas sobre seis no son la muerte segura. Pero
lo que es seguro es la condena a muerte de cada uno de nosotros.
Pero la condena a muerte es tal cuando
no aceptamos vivir la vida contando, entre ella misma, la muerte. Pero no como
pura destrucción, no como goce. Voy a recurrir a Lacan cuando dice que el amor
es lo único que permite al goce condescender al deseo. Realmente, lo que no
está presente aquí es el deseo. Esta el goce empujando a todos los personajes,
pero nadie está movido desde dentro por algo a donde ir. Es como si sólo la
muerte se hubiera instalado.
Que el cerebro sea pura poesía,
me parece el contenido de este libro. Para mí es la clave.
Silva Lagouarde: Este texto me hizo
una pregunta sobre la certeza y la finitud, sobre la contingencia y el azar. El
personaje del ruletista desafía a Dios o a las leyes de la razón. Y lo
paradójico es que el azar haga que éste obtenga la muerte a través de un
revólver sin bala. La pregunta que hago es la siguiente: ¿lo contingente y el
azar tienen que ver con que para el narrador, o para el escritor, esto
confirmaría la existencia de Dios, o es todo lo contrario?
Luis Teszkiewicz: El cuento trata,
evidentemente, de la muerte, hasta el punto de que en algún momento la nomina
como la gemela que nació con cada uno. Y luego encontramos las distintas formas
de tratarla por parte de los distintos personajes. El ruletista apuesta por el
suicidio, por la agonía de gozar su muerte cada vez que se sube al escenario.
La agonía de gozar su propia muerte. Y llega a la certeza del suicidio total
con las seis balas en el revólver. Pero muere cuando el revólver lo empuña
otro, cuando no es él quien está jugando ese juego de desafío con la muerte. El
narrador elige la inmortalidad de hacerse personaje, lo dice claramente:
“Así cierro yo también mi cruz y mi mortaja de palabras bajo las que
esperaré hasta mi resurrección, como Lázaro, cuando oiga tu voz clara y
poderosa, lector”.
Luego vienen las palabras de
Eliot. O sea, él apuesta su inmortalidad a hacerse personaje de su propia
narración. No sé cual es la apuesta de Cărtărescu. Para mí el narrador
no es un alter ego de Cărtărescu. Éste ha hecho al narrador personaje. ¿Pero
cuál es la apuesta de Cărtărescu en todo esto? La respuesta, para mí, está
sustraída en el cuento.
María José Martínez: Yo no he
leído el libro, no he podido, pero de lo que os oigo a todos, se me ocurre
algo. Tengo la impresión de que aquí hay un poco, decía el compañero, de
comedia. No exactamente una comedia, pero hay un espectáculo. Monta la ruleta
como un espectáculo, se pone gomina, se arregla, es una fiesta, un espectáculo,
la gente va a mirar, porque hay un reto a la muerte. En realidad, alguien dijo
que había un narrador aburrido. Puede ser que se aburran de todo y quieran
reírse de la muerte. Por ejemplo, nosotros tenemos la legión, los que van a
ella son un poco aventureros, y cantan un himno en el que dicen “soy el novio de la muerte”, y
disfrutan, llevan una cabra delante, desfilan, etc. Esta gente quiere reírse un
poco del tema. Y a mí lo que me hace gracia es que al final este señor no se
muere por las balas, hay alguien que se ríe un poco más y le pone un terremoto
y un susto. Es una ironía. Hay quien se quieren reír de la muerte y monta una
ironía sobre una historia.
Silvia Lagouarde: ¿Qué genera este
texto al que lo lee? Un gran deseo de saber, un gran deseo de venir acá y
escuchar lo que la gente quiere decir, porque es un texto enigmático que genera
un deseo de saber. Creo que en este texto hay muchísimo deseo por parte del
escritor, y que este deseo de saber tiene que ver con el amor por la sabiduría.
Me parece que es un texto validísimo desde el punto de vista del deseo y del
amor.
Miguel Alonso: Respecto a la
cuestión del infinito creo que Cărtărescu lo plantea del mismo modo que se
planteó en la tertulia por parte de muchos de vosotros. Decía:
“El enfrentamiento radical con el infinito es la introducción
de las seis balas, porque en ese momento cualquier posibilidad está destruida.
Entonces, la idea que viene a la cabeza es que vives en una historia, en un
relato, y el personaje se da cuenta de que es un personaje”.
Me
parece que el ruletista no desafía a Dios. Es más, creo que no cree en Dios. No
se trata de ningún desafío a Dios. Él quiere morir, quiere suicidarse. Lo que
pasa es que también ahí hay un poco de ambigüedad en el personaje, porque
cuando aprieta se desmaya como consecuencia del terror que siente. Siente
terror ante la muerte, pero a la vez quiere morir. En cada momento que va a
apretar el gatillo, está esperando morir.
Silvia
Lagouarde: Yo creo que se trata de un
desafío a las leyes de la razón. Por lo tanto, se podría ir un poco más allá,
un desafío a ver si puedo con Dios. Aunque finalmente Dios pudo con él. Pero
creo que tiene que ver con la posición de toda la subjetividad con el exceso de
goce. Este exceso también es un desafío de la razón.
Miguel
Alonso: Creo que sí es un desafío.
Pero lo plantea, no con el pensamiento mismo, sino con su estructura
matemática. Con el pensamiento no hay ninguna posibilidad de trascender ese
límite, la única posibilidad es empleando la estructura matemática. Descarta
desde el comienzo que ese trascender el límite, ese ir hacia el infinito, sea
posible con el pensamiento. Eso está descartado. Sólo la matemática haría
posible esa trascendencia al infinito.
Sheila Codeso: Hablamos de que
este hombre se quería suicidar. Pero ¿por qué no se suicidó? Creo que quería
suicidarse, pero no sé exactamente lo que pretendía. No está claro. Si uno
quiere hacerlo, directamente habría puesto las seis balas, o habría puesto la bala en su lugar adecuado y
acabaría con todo. Quizá juega con el azar, o el autor quería jugar. Alguna vez
os escuché hablar de la pulsión de muerte, y lo cierto es que el relato me evoca
esos anuncios en los que se juega con cosas relacionadas con la muerte, con las
serpientes, etc. Pero no tengo muy claro que este hombre quisiera suicidarse,
quizá quería jugar con el azar.
Alberto Estévez: Si el personaje
trasciende al autor, me parece que es otro debate. De todas maneras, no
forzaría tanto las cosas para afirmar que el ruletista quiere suicidarse. Él
dice trasformar la sempiterna burla en el triunfo eterno, es decir, apuesta por
su mala suerte. Y creo que el desmayo, esa cara convulsa que da con sus huesos
en el suelo, tiene que ver con el hecho de que entra en la posibilidad de
morirse. Es lo que planteó Graciela Kasanetz, es decir, la única posibilidad de
ser un poco más libre es contar que en la vida hay muerte, y que efectivamente,
eso está ahí. Y el ruletista sabe que las balas están, pero no puedo concluir
que se quiera suicidar. Si se quiere suicidar lo tiene más fácil.
Jesús Gómez Balmaseda: El personaje es un
personaje típico de la mala suerte. Hasta cuando tiene la suerte de cara, tiene
muy mala suerte. La otra cosa de la que no me he podido separar al leer el
relato, es algo tan cercano como las corridas de toros, donde la gente se mata
por ir a ver a José Tomás y está todo el tiempo en el mismo escenario que narra
este hombre. Además, en cuanto a esa ironía que decía María José, no sé si
sabréis que en la puerta de la Plaza de toros de Las Ventas, hay un monumento a
Antonio Bienvenida. Era un torero magnífico, y un día en una tienta, se abre la
puerta de un chiquero accidentalmente, sale una vaquilla chiquita, lo coge por
detrás y lo mata. Eso cuando ya estaba retirado. De eso han hecho un monumento.
Entonces, una de las cosas que he
pensado en relación a lo que hemos leído, es que la muerte debe ser tan seria,
tan seria, que para poder asimilar algo hay que hacer arte, o algo de rito, u
otra cosa, si no, es imposible de soportar. De ahí, quizá, la preeminencia del
arte, para poder vivir. Sería lo que pensó este hombre.
Y por último, con las
circunstancias en las que este hombre ha estado viviendo en su país, las
persecuciones, la represión, etc., probablemente algunos escritores rumanos
cuando escribían se lo jugaban a la ruleta rusa, porque podían terminar en el Gulag.
Por eso no me parece una idea tan descabellada establecer esta relación entre
la Literatura y la ruleta rusa.
Intervención: Quiero romper una
lanza a favor de la tesis sobre la comedia. Porque el relato tiene algunos
elementos cómicos. Es bastante cómico que una persona que se dedica a jugar al
póker nunca sea capaz de llevarse el dinero de los demás, que siempre pierda. O
que en el bar le muestren dos cerillas solamente, una corta y una larga, y
nunca saque la larga, saque la pequeña y, como consecuencia de ello, no pueda
tomarse tan siquiera una caña.
Yo creo que el ruletista es un
hombre dominado por el azar. Cărtărescu lo hace un personaje dominado por
el azar desde el principio, por su aspecto físico, por su presentación ante los
demás. Y, además, nunca le sale nada bien, ni siquiera matarse.
Aunque yo no creo que quiera
matarse. Al revés, él se encuentra haciendo un papel, y quiere hacerlo cada vez
más, hasta que llega a lo que decíamos antes, enfrentarse al infinito. Pero ni
tan siquiera eso, porque es verdad que en la vida, por muy bien que se den las
cosas, hay muchos elementos que no somos capaces de explicar aunque creamos que
estamos dominados por la materia cerebral. Tantas veces es el azar el que entra
en nuestra vida, el que incluso nos desgarra o nos alegra la vida.
Luis Teszkiewicz: Creo que, a
pesar de todo lo que nos hace hablar, es un cuento en que las cosas están
dichas. No es un cuento misterioso que oculte la baraja, está prácticamente
todo dicho. Es cierto, el relator no dice que el ruletista sea un suicida, dice
que apostaba contra sí. Pero consciente de que su apuesta la perdería. Pero lo
dice Cărtărescu con una claridad que no deja lugar a dudas, lo dice el narrador
en la página 57:
“Lo he sabido desde el principio, pero, con la
astucia de un animal acosado, he ocultado mi juego, mi postura, mi apuesta, a
tus miradas. Porque, finalmente, he apostado he apostado por la Literatura. He
seguido, en mi razonamiento masoquista, pascaliano, precisamente aquello que
parecía estar en mi contra. He aquí todo mi razonamiento. Eso que me hace llevar
hasta el final (sólo yo sé con cuanto esfuerzo) esta “historia”: he conocido al ruletista. Esto no
puedo ponerlo en duda. A pesar del hecho de que era imposible que él existiera,
lo cierto es que ha existido. Pero hay un lugar en el mundo donde lo imposible
es posible, se trata de la ficción, es decir, la Literatura”
Alberto Estévez: Respecto de
lo que comentó Antonio y luego Miguel, la literatura como teratología. No sé si
hay una posibilidad, no sé si pretende Cărtărescu hablar de la normalidad del
sujeto frente a la deformación, no veo tanto eso, sino el hecho de que, quizá
les haya pasado, cuando escriben algo y pasa un tiempo, van a revisar lo
escrito y no se reconocen, uno tiene la sensación de que lo escribió otro. Creo
que es esto lo que dice Cărtărescu. No se puede escribir desde el yo. Uno es
tomado hasta la mano, hasta el brazo, por otro que es el que escribe. Y cuando
uno va a confrontarse con su escrito pasado un tiempo, se sorprende. La
sensación incluso es de extrañeza.
Quería hacer referencia a una cuestión que aparece en el prólogo. Los psicoanalistas freudianos y lacanianos somos especialmente sensibles a una palabrita que se utiliza con frecuencia y que nos rechina especialmente. La traductora la usa, Cărtărescu no. Éste la utiliza como lo hacemos nosotros. La traductora, dos veces, en el prólogo dice subconsciente. Para nosotros el subconsciente no existe, se trata del inconsciente. No hay sub, no hay conciencia arriba y lo otro abajo. Probablemente la traductora no tenga por qué saberlo, es más, tanto en el cine como en los medios la palabra que se repite habitualmente es “subconsciente”, la influencia de la versión norteamericana del psicoanálisis tiene mucho que decir al respecto. Quería aclararlo dado que Cartarescu es lector de Freud, no obstante, esto no es óbice para reconocer que la traducción de este relato me parece maravillosa, una cosa no quita la otra.
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