Ioana
Zlotescu*: Es difícil romper el hielo en un acto tan
emocionante como el de hoy. Además, me siento directamente responsable del mismo.
Quiero empezar dando las gracias de todo corazón a cuantos han hecho posible
esta velada. En primer lugar, voy a empezar con los anfitriones, La casa del
lector, con César Antonio Molina, que ha sido dos veces mi jefe en el Instituto
Cervantes y en el Ministerio de Cultura; agradecer también la colaboración de
los editores, Miguel Gómez Editores, que han hecho un trabajo increíble en un
breve lapso de tiempo; y como no, a la mesa, a mis entrañables amigos hispanos
y españoles, Gustavo Dessal, Mercedes Monmany, José María Merino, y los dos
rumanos, Ion Vianu y Victor Ivanovici.
Le
agradezco a Mercedes Monmany que aceptase la invitación porque es la persona que,
quizá, más hondamente conoce la cultura de los países del Este y de
Centroeuropa. Así que, es un honor tenerla con nosotros. José María Merino, Académico
de la Real Academia Española, no ha vacilado un sólo momento en aceptar esta
invitación mía. Se lo agradezco de veras. No es nuestro primer encuentro.
Gustavo Dessal es psicoanalista y escritor, y dado que está en contacto diario
con la subjetividad de tanta gente, le he rogado que fuera él quien moderase
esta mesa redonda. Sabrá, mejor que nadie, indagar en las preguntas que hay que
hacer con el fin de que podamos tener una cierta visión de conjunto de estos
dos escritores rumanos.
Quiero
decir que todos los intervinientes en el acto de hoy tienen que ver con Rumanía.
Yo misma le hice una entrevista a José María Merino, entrevista que se publicó
en una importante revista cultural rumana. Mercedes Monmany vino a Rumanía
cuando yo trabajaba en el Instituto Cervantes, y tuvo un gran éxito en la Unión
de Escritores, donde dio una conferencia que fue seguida con enorme interés en una
mesa redonda. Y a Gustavo Dessal se le conoce en Rumanía porque alguna novela
suya fue traducida al rumano en Letra
Internacional. Así que, los tres españoles tienen algo que ver con Rumanía.
La
idea inicial del acto es la de realizar un abordaje de dos libros Amor intellectualis, de Ion Vianu, y Retrato de M, de Matei Calinescu, bajo
el concepto de la escritura autobiográfica. De hecho, de eso se trata. El libro
de Ion Vianu recoge memorias, fantásticas memorias que cubren sólo 30 años,
hasta la muerte de su padre en 1964. Creo que esto, a Mercedes Monmany, le
suena muy cercano, teniendo en cuenta el gran conocimiento que posee de los países
del Este y de la época de los años 50, época estalinista en Rumanía, en la que a
través de la cultura y del amor intelectuallis,
del cual habla también Ortega en Meditaciones
del Quijote, han podido salvarse los valores humanos hasta nuestros días.
El
Retrato de M es un libro extraordinariamente
emocionante. Lo he traducido yo, y sé, por lo tanto, lo emocionante que es. Se
trata de la historia de un padre –el gran investigador M. Calinescu, conocido
en España por varias ediciones de su libro Cinco
caras de la modernidad—que asistió a la vida de su hijo desde su nacimiento
en 1977. Toda una felicidad. Pero a los cinco o seis años se le descubrió a su
hijo el autismo, y murió de una crisis de epilepsia estando el padre en la
casa, en el piso de abajo, tras haberse separado de él dos minutos antes.
Tenemos
el privilegio de contar con la presencia de su madre en la sala, Adriana
Calinescu. Esto me produce una gran emoción. Madre de Mathew y esposa viuda de
Matei Calinescu. Ella ha tenido la solidaridad humana de venir desde Londres
para estar con nosotros. Vive en Estados Unidos, donde trabaja como conservadora
de museo, pero tenemos que agradecerle vivamente su presencia, dado que vino desde
Londres para estar con nosotros.
Decía
que el núcleo del espacio sería autobiográfico con sus dos modalidades,
memorias y diario íntimo. Ahora le ruego a Gustavo que ponga orden y concierto
en todo esto.
Ioana
Zlotescu
* Ioana Zlotescu es rumana, reside en nuestro país
desde hace años, y posee la nacionalidad española. Entre los varios idiomas que
domina, la lengua castellana es uno de ellos. Persona de exquisita cultura, ha
sido directora del Instituto Cervantes en Bucarest durante algunos años, además
de tener un importante cargo en el Ministerio de Cultura de España. Es una de
las personas internacionalmente más reconocida como experta en la obra del
autor español exiliado en Argentina, Ramón Gómez de la Serna. Ha sido la
directora de la edición de las Obras Completas de Ramón Gómez de la Serna. Fue
invitada de honor el pasado año en Buenos Aires, para presidir el Congreso
Internacional sobre el autor.
Gustavo
Dessal: Es un verdadero honor poder aportar una modesta
contribución al conocimiento de estos dos grandes rumanos en el mundo de habla
hispana. Tuve la alegría de descubrir a Ion Vianu a propósito de su
sobresaliente obra Vasiliu, hojas
sueltas, una de las novelas sobre el tema de la locura que más me han
impactado. Leer ese libro me convenció de que me sumergía en la obra de un
espíritu fuera de lo corriente, uno de los últimos humanistas de una Europa que
hoy se extingue definitivamente, arrasada por un totalitarismo de nuevo
formato.
Aunque
no he sido jamás un lector aficionado al género de las memorias, mi oficio
cotidiano me obliga sin cesar a indagar en el misterio mágico de lo que se
olvida y se recuerda. Sin duda, el psicoanálisis ha logrado penetrar más lejos
que ninguna otra disciplina en ese misterio, descubrir sus mecanismos y sacar a
la luz la existencia de un vasto territorio, el inconsciente, donde se conserva
lo más íntimo, verdadero y desconocido de nosotros mismos.
Como
además de escritor, Ion Vianu posee una importante formación psicoanalítica,
sabe que la memoria está edificada sobre una suerte de “falla geológica”
esencial, algo que no ha logrado inscribirse en el texto de nuestra existencia.
Lo que llamamos historia no es otra cosa que la ficción que construimos
alrededor de ese agujero primario.
Y
es así como comienzan las memorias de Vianu: con lo que él considera su
recuerdo más antiguo, descompuesto en dos partes (p. 9):
“Estoy delante del despacho negro de la
casa de Muresanu. Un joven me sonríe (no alcanzo a distinguir su rostro, veo
solo su sonrisa como suspendida en el aire, igual a la del gato de Cheshire en Alicia
en el país de las maravillas) mientras T.
me dice: “Mira, él es Alecu...” En este
punto tengo una laguna, pero sin lugar a dudas sé que Alecu es el hermano menor
de T. La siguiente imagen se desarrolla al cabo de un tiempo. Han pasado meses,
años. Estamos sentados a la mesa. Alguien pronuncia el nombre de “Alecu”.
Pregunto entonces: “ Pero, ¿dónde está Alecu?” Se cierne el silencio...percibo
un mutismo denso, es el Silencio Universal... La pregunta iba dirigida en
primer lugar a mi padre. A él lo había visto entonces, junto a su hermano. T.
permanece callado, se ahonda en el silencio. Es mi madre quien responde, asumiendo
la penosa tarea de evocar lo insoportable. Dice parcamente: “Está muerto”. Mas
yo insisto: “¿No lo volveremos a ver nunca más?”. Escucho su ahogado: “No”. No
quedaba ninguna duda respecto a lo que significaba la muerte: una separación
sin retorno.”
Creo
que el mejor homenaje que puedo hacerle a este libro es atreverme a
psicoanalizar este recuerdo, en el que la luminosidad de esa sonrisa suspendida
en el aire tiene la función de velar esa laguna que jamás podrá colmarse. En la
segunda parte del recuerdo, está la pregunta dirigida al padre. Debo destacar
que el padre del autor, Tudor Vianu, es nombrado como “mi padre” quizá un par de veces en el libro. Casi siempre se
menciona por la inicial T., casualmente la primera letra de la palabra “tata”,
que significa “padre” en rumano. ¿Dónde está Alecu? Esa pregunta, que se dirige
al misterio más insondable para el ser humano, el de la muerte como forma
suprema e irreversible de la ausencia, parece haber condicionado toda la vida
ulterior de Ion Vianu. En esa pregunta está contenida la primordial angustia
que dio tono a sus elecciones, sus pasiones, sus temores y sus ideales: curar,
salvar, escapar hacia la libertad interior. Pero me permitiré interpretar en
este punto la afirmación del propio autor (p. 10):
“El primer recuerdo que conservo en la
memoria apenas cumplidos dos años, es la de aquel despacho negro. Está
relacionado con el descubrimiento de la muerte. El segundo recuerdo, es la
escena en el comedor, cuando recibí la respuesta a mi pregunta y descubrí que
Alecu, esa sonrisa flotante, estaba muerto. [...] Demasiado tarde me revelaron
la desaparición de Alecu, me invadió un sentimiento de culpabilidad por haberlo
ignorado, como si hubiese sido una obligación mía haber adivinado lo indecible
[...] Con esa imprudente pregunta había herido la sensibilidad de T., había
puesto al descubierto algo de su vulnerabilidad.”
Lo
que quiero destacar en mi interpretación es que este recuerdo “contiene” la
totalidad del libro, y me refiero aquí a la vida del autor. Porque su pregunta
se dirige al padre, y lo que encuentra es el silencio. La ausencia aquí de
Alecu es al mismo tiempo lo que sirve de vehículo para redoblar la ausencia de
palabra, la imposibilidad de nombrar algo que no puede ni decirse ni saberse,
pero que no dejará nunca de insistir en la vida del autor: el deseo del padre.
Y
como el verdadero genio del escritor radica en la lógica rigurosa de su texto,
tenemos que llegar al final del libro para confirmar que nuestra interpretación
no está desencaminada, porque no añade elementos, sino que se limita a poner de
relieve la literalidad del texto. Tras la muerte de su padre, Ion tiene un
sueño recurrente (p. 335):
“T. había vuelto de París, por poco
tiempo. Teníamos la impresión de que no aprovechábamos lo suficiente su
presencia en Bucarest, que no solo era nuestra ciudad, sino el más-acá; en
tanto que el lugar del que venía, aquel París desconocido e incognoscible,
imaginario, era el más allá [...] El escenario de este sueño repetitivo era
siempre el mismo: el despacho negro donde, de niño, por entre la decoración
floral de la escalera interior, yo había avistado a Alecu, quien iba a
desaparecer tan pronto. Ese rincón levemente oscuro donde T. había colocado la
foto de su hermano ido en plena juventud, era la zona de los muertos que
volvían, el escenario de los sueños llenos de pesar.”
La
memoria, este Amor Intellectualis, no
está solo construida sobre el enigma de la muerte, sino fundamentalmente sobre
el misterio del deseo del padre, ese más allá que, como París, fue inaccesible
para el hijo. Ningún padre, ni siquiera el sabio absoluto, tiene la respuesta
última. Ese es el misterio del Nombre del Padre. Y como lo dice Matei Calinescu
en el preámbulo al libro del que también nos ocuparemos hoy:
“Un nombre es una señal -nomen es omen- pero
este omen es siempre indescifrable, un pequeño misterio envuelto en un gran
misterio, muy grande, infinito”.
Por
razones de tiempo, puesto que debo dar la palabra a los compañeros de la mesa,
no puedo explayarme sobre el diario de Calinescu, sino tan solo introducirlos a
la maravilla del contraste. Mientras la memoria de Vianu acentúa la presencia
central de una ausencia, en este otro caso veremos desplegarse la noción de una
memoria diferente, una memoria singular, la memoria de un ser, Mathew, que como
el borgiano Funes, el memorioso, no
olvida nada. Nada olvida, porque el autista habita en el lenguaje de un modo
especial: para él, la palabra no es símbolo, puesto que no dispone de ninguna
que le permita olvidar lo real de la cosa. Es por esa razón que el mismo gato
es para el pequeño M. siempre un nuevo gato, porque la palabra “gato” no logra
sustituir la “cosa” gato. Tan pleno resultará entonces el mundo del autista,
que ya no habrá lugar en él para el vacío. Y sin vacío, la vida se vuelve
extremadamente rara.
Es
sorprendente advertir cómo Matei Calinescu, basándose casi exclusivamente en su
observación y su exquisita sensibilidad de poeta, va penetrando en la clave de
la cuestión: el autismo, al igual que la psicosis, nos permite descubrir una
concepción completamente diferente de lo que significa el lenguaje, su función
y su lugar en la existencia humana. Los seres distintos nos enseñan mejor que
nadie cómo funciona el milagro de la palabra, y los sutiles matices de su
poder.
Gustavo Dessal
Mercedes Monmany: Gracias a Gustavo y a todos ustedes por estar aquí esta
tarde. También quiero darle las gracias La Casa del Lector y a Ioana Zlotescu,
que está muy activa organizando la vida cultural rumana. Y gracias sobre todo a
Ion Vianu por haber venido desde Rumaní a este encuentro. Si su novela anterior,
Vasiliu hojas sueltas, era de una gran
altura intelectual, podemos decir que ésta que hoy presentamos, Amor Intellectualis, viene a completar
esas memorias de juventud y formación.
Todos nosotros hemos estado introduciéndonos, de forma
más o menos desordenada, de forma más o menos profunda, en la cultura de los países del Este y de
Centroeuropa. Y es un placer, con la presencia de Ion
Vianu, seguir teniendo una referencia constante con la gran altura intelectual
rumana del Siglo XX y comienzos del XXI.
Hoy podemos leer las obras de creación de estos autores, podemos
leer obras que ahora se han traducido al español, como la del poeta polaco Zbigniew Herbert, y también se han traducido obras de autores que
fueron galardonados con el Premio Nóbel, etc. Yo siempre fui muy aficionada a
conocer en profundidad la formación de todos estos intelectuales que luego nos
llegan con grandes obras de ficción o creación. Me gustaban mucho, por ejemplo,
las memorias de Sándor Márai. Su familia era cultísima, políglota, con una
biblioteca maravillosa. Tiene un título provocativo, Confesiones de un Burgués. La burguesía era la clase sobre la cual recaía un programa de destrucción,
igual que los nazis tenían programado destruir una raza. Así narran estos
autores al comunismo. Ion Vianu nos habla de ello en estas memorias de un joven
a través de la figura potentísima de su padre. Por ejemplo, habla de que en las
universidades había unas escuelas especiales para “gentes puras”, “sin
contaminación”, gentes que venían del campo, gentes de “origen social sano”. Es
una terminología muy impresionante.
Son realidades desconocidas, pero hay más realidades. Nos
enteramos de los cambios urbanos arquitectónicos de la ciudad, de la
decoración, lo minucioso. El detallismo de este gran escritor que es Vianu nos revela
un conjunto impresionante, no sólo de los seres humanos, de los dilemas, del
exilio interior, del exterior, también nos da todas las graduaciones que hay
dentro de la palabra colaboración, por ejemplo, el colaboracionismo pasivo para
salvar la vida académica de un país. Es algo que todo el mundo puede entender
perfectamente. Hay una frase en la que el padre dice:
“No puedo dejar
esto solo”
Viene a decir que sobre los hombros de los intelectuales,
de los profesores de la universidad, etc., recae la responsabilidad de no empobrecer
al país. Czeslaw Milosz, en su obra Pensamiento Cautivo, habla de un proyecto de sometimiento voluntario.
También lo explica Vianu en unas hojas que dedica a esta obra de Milosz. Porque
existía el proyecto de aniquilación y sometimiento de los espíritus. De manera
que los intelectuales se someten y colaboran activamente,
mienten de la forma más espantosa hasta llegar a trastocar totalmente los proyectos
culturales e intelectuales de todo tipo que tenían antes de las tiranías.
Cité las memorias de Sándor Márai. A mí siempre me han
gustado también los libros de memorias y autobiográficos, por ejemplo, los de Adam Zagajewski, el poeta polaco, libros que nos hacen entrar en lo
que era la vida. Porque el peligro es que se limite todo a la política, al
análisis político. En muchas de las memorias de estos grandes intelectuales
europeos se nota la tentación muy fuerte de hablar de la historia y la
política. Y es lógico, porque vivían en el interior de los totalitarismos.
¿Cómo escapar entonces a esta obsesión diaria de referirse a lo político? ¿Cómo
seguir de otra manera que no sea la referencia continua a la política, pero que
no sea vivir en una torre de marfil? Lo dice en una frase, en una carta que le
escribe el narrador a su amigo Bambi. Dice en ella:
“Por eso mismo
trato de no abandonar del todo las humanidades, ni siquiera en tiempos duros
como estos, e intento no olvidar pensar. Yo había optado por la resistencia
interna, estudios, austeridad, concentración, e ignorar el mundo exterior”.
Hay muchas formas de tratar de mantener, no sólo la
dignidad, sino la altura intelectual que tenía la Rumanía de entre guerras. Era
tal que se le denominaba el París de Los Balcanes, grandísimos escritores,
intelectuales, filósofos, con todos los contrastes, extremismos a la derecha,
las guardias de hierro, todo en ebullición. Pero es impresionante. Eliade, Cioran, Ionesco, Sebastian, etc.,
un nivel realmente extraordinario.
Esta herencia se tenía que conservar después de la guerra.
Esta es la lucha de resistencia que veo, lucha de resistencia interior de toda
una generación. El narrador tuvo esta especie de prodigio de la naturaleza, de
tener el padre que tuvo, que era su guía desde pequeño, con él tuvo sus
conversaciones, sus debates, etc. Y a parte del hecho extraordinario de venir
de ese ambiente, tenía sus amigos también, con los que sostenía debates
apasionados de todo tipo.
Como lectora me interesa que se cuente la vida, más allá
de la política que, efectivamente, se entrevela todo el rato. Pero no habla de
forma obsesiva, con detalles de los gobernantes, de lo que pasó después de la
guerra. En ese sentido, no hay un detallismo. Se habla de grandes grupos, de
esa compleja arquitectura social que viene detallada, los espíritus más débiles,
los más miserables, cómo iban intentando sobrevivir de forma humana, otros con
un colaboracionismo activo, otros en la élite del régimen.
En el libro hay dos muertes que son muy estremecedoras.
En general, habla mucho la muerte. Son muertes medio provocadas. En una de
ellas hay una determinación a morir con una imagen determinada, como un resumen
de lo que había sido la vida y el sufrimiento. Es la muerte de su amigo Mironi.
En algún momento se refiere a él como el único de nuestro grupo que se
sacrificó y murió por sus ideales. Parece una inclinación suicida, repartiendo
octavillas, una cosa loca, una huida hacia adelante, un personaje con un pasado
muy turbulento, adoptado en una familia rumana pero de raza aria, no se sabe de
dónde viene, y se enamora de aquella muchacha con la que había convivido en la
familia, que no era una hermana real, pues también era adoptada. En Mironi
vemos un gran sufrimiento interior y su salida, la muerte como opción, algo
suicida, aunque, al final, sea asesinado.
A parte de Mironi, el padre del autor es el personaje, el
eje fascinante de toda la novela. Empieza a inventarse una vida de huida, de
viajes, con una mínima complacencia en determinados aspectos medio formales,
académicos. Es decir, lo dejan en paz, no lo presionan, y él empieza a aceptar
invitaciones en el exterior, a llevar esta especie de exilio exterior no permanente,
porque de vez en cuando volvía, se reunía con los amigos y continuaba con las
clases.
Son dos muertes simbólicas. Se ve lo que era la agonía de
esta gran cultura. Una agonía desesperada. Aunque se hubieran hecho todos los
intentos, tanto en el caso del padre como de muchos otros, por acomodarse, por
adaptarse, siempre había una herida sangrante, un sufrimiento. Dice en algún
momento que el martirio es una vocación, y una vocación no puede ser una
existencia entera. Si el martirio fuera obligatorio como el servicio militar,
su alto significado se perdería.
Mercedes Monmany
José María Merino: Hay algo que me fascina, y es que el ser humano sea
capaz de viajar en el tiempo. Porque el tiempo es una flecha irreversible,
Stephen Hopkins dixit. Es imposible el viaje en el tiempo. Nosotros viajamos en
el tiempo a través de la memoria, hacemos con ella viajes íntimos en el tiempo.
Por ejemplo, vamos hacia momentos dichosos de hace un mes, y regresamos. El
precio, tal vez, es que no traemos exactamente las cosas como fueron, algo
hemos perdido en el camino.
A mí, el mundo de las memorias me ha interesado siempre
muchísimo. Tal vez porque de niño, en mi casa, mi padre hablaba de una monja
llamada Egeria, del siglo V, que vivía en El Bierzo en uno de los monasterios
que allí había. Hizo un viaje a Tierra Santa y lo escribió. Lo mismo me ocurre
con los libros de viajes. Hace poco he hecho una versión de los naufragios de
Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Otro libro que me fascinó, La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del
Castillo. Todos ellos son libros de memorias, pues sus protagonistas
están volcando sus experiencias, lo que sufrieron, lo que sintieron, lo que
perdieron, lo que ganaron. Y he aprendido mucho con las memorias de Casanova, o
las memorias de Baroja, que siempre me han desconcertado. Por lo tanto, el
mundo de la memoria me ha parecido siempre muy interesante.
En mi último libro he trabajado con un niño que padecía el
Síndrome de Down. Cuando Ioana me habló de estos libros de Ion Vianu y de Matei
Calinescu, me contó que en uno de ellos había un niño autista. El tema, como
pueden suponer, me interesó sobremanera, porque he conocido niños son síndrome
de Down, y he profundizado en el tema.
Debo decir que primero leí el libro de Matei Calinescu, un
libro que cuenta la historia de un niño llamado M, su crecimiento, la historia
de la relación entre padre e hijo a través de un proceso de diarios, de
recuerdos, una relación melancólica, dramática, llena, por un lado, de fervor,
por otro de dolor, de inseguridad, de insatisfacción, de sucesivos enigmas. Una
relación enigmática que me pareció interesantísima.
Acabé el libro de Matei Calinescu y me introduje en la
lectura del libro de Ion Vianu, Amor Intellectualis.
Y resulta que empecé a descubrir una misteriosa relación entre los dos libros.
Porque Matei Calinescu es, entre los amigos de Ion Vianu, el gemelo, un amigo
gemelo. El libro de Matei Calinescu está volcado sobre su hijo M, el libro de
Vianu tiene una referencia, el padre T.
Es sorprendente la curiosa simetría que hay entre los dos
libros. Al respecto, felicité a los editores, porque han publicado dos libros
que están unidos por un curioso cordón umbilical. Es como si uno, de algún modo,
replicase al otro, aunque no tengan nada que ver. Creo que el libro de
Calinescu es una crónica hecha desde la subjetividad, y el libro de Vianu es
una crónica hecha desde la objetividad, aunque haya mucho de personal.
Me ha hecho reflexionar mucho estos dos libros. En la
contraportada del libro de Vianu se dice novela. Pero claro, la novela, la
literatura, la ficción, es una forma de ordenar la realidad. La realidad es
inverosímil, y la literatura le da un orden y una verosimilitud, la podemos
creer, la podemos aceptar. Pero yo digo que esto no es una ficción, estas son
las memorias de una vida.
Creo que daría mucho juego hablar de memoria y ficción.
Hay incluso memorialistas que traicionan, y hay quien los acusa. Entre los
últimos memorialistas tenemos a Medardo Fraile, que ha hecho unas preciosas
memorias de los años 50. Y hay quien dice que no es justo lo que ha hecho
Medardo con fulano o con mengano. Sin embargo, la memoria está siempre de la
parte de lo real, de la parte de lo sucedido, no de la parte de la ficción. Y a
pesar de todo, hay algo de ficción en la memoria, porque la memoria ordena
también la realidad, pone en orden los personajes.
Por ejemplo, el libro de Vianu tiene atmósfera de novela,
reconstruye una época, un mundo, encontramos una gran riqueza de personajes
intelectuales, desde el poeta Eminescu, y otros autores magníficos... pronto
digo, caramba, tengo ahí un enorme vacío, hay referencias a otros como Thomas Mann,
Lucrecio, a los que conocemos todos. Pero están sobre todo, como digo, las
referencias a los grandes personajes de la época, a los referentes
intelectuales de la época. Al mismo tiempo están otros personajes, él mismo
como niño que va creciendo, él adolescente, que va conociendo el mundo, los
amigos, los profesores.
Es decir, hay un mundo de personajes. Con lo cual, la
memoria es la realidad convertida en una especie de paraficción. No es una ficción,
pero tiene el aire de una buena ficción donde encontramos lugares y sucesos.
Hay cosas que me asombraron totalmente, por ejemplo, la
tremenda Rumanía comunista. Y hacía una comparación. Porque yo nací en el 41, y
la comparación la hacía con el franquismo. Estoy sorprendido por el latín y el
griego que aprendió Vianu en la Rumanía comunista. Yo aprendí casi nada de latín
y griego en la época franquista, mientras ellos escribían cartas en latín. Vivíamos
dos dictaduras, tal vez la nuestra tenía un problema tremendo, la incuria
tradicional, el nacional catolicismo era pernicioso, tremendamente insidioso.
En resumen, me ha sorprendido encontrar estos dos libros
complementarios, la historia de la relación de un padre con un hijo afectado
por una carencia natural, una carencia que está ahí en él desde su nacimiento,
y de qué modo este libro tiene una especie de reflejo en la relación de un hijo
con un padre admirable, un padre realmente importante. Justamente, el punto
opuesto a M es T. Y la relación de Calinescu con M, en cierto modo tiene una
referencia inefable en la relación de Vianu con T.
Me han parecido dos libros excelentes. El de Vianu un
panorama de la sociedad de la época, del tiempo que pasa. Me ha hecho recordar mis
noches sórdidas de joven, el mundo sórdido de las experiencias juveniles. Luego,
en un momento, dice que leer es descifrar. Ciertamente, la lectura, la literatura,
nos fue dando sentido, no solo el sentido del mundo que veíamos, sino sentido a
nuestra propia vida. Creo que en las memorias de Vianu vemos la cultura como
defensa, la cultura como un sistema que nos protege. Nos armamos con la cultura
y podemos sobrevivir, movernos, podemos andar en el mundo más terrible que
exista en el ambiente más hostil y más insidioso que podamos imaginarnos. La
cultura nos arropa, nos sirve para seguir. En ese sentido, el libro de Vianu es
un gran canto a la cultura. Además, ahí está el latín, el francés, y creo algo
de griego también. Hay de todo, montones de léxicos, de formas lingüísticas en
esa experiencia de la vida, desde el niño hasta el joven que ya enfoca su vida
hacia la medicina y hacia la psiquiatría.
En cambio, en el libro de Calinescu hay un viaje al
interior, una introspección. Un padre que, a lo largo de tantos años –el
muchacho muere a los 26 años— tiene un diálogo afectivo e interesantísimo. Me
ha llamado mucho la atención su posición y sus diatribas contra las
instituciones. Kafka debía ser el referente de ese mundo de médicos que ven a
los autistas como sujetos casi indignos de tratamiento.
Y, en relación a la verdad, me interesó lo que hay de
desvelamiento de la verdad en el caso del libro de Vianu, y de defensa de la
verdad en el caso del niño, del muchacho autista. El muchacho autista va contra
la mentira, es un enemigo de la mentira. Cosa que me sorprendió, porque en la
relación que tuve con los chicos Down para escribir mi último libro, descubrí
que también ellos son muy partidarios de la verdad. Tampoco funcionan bien con
la mentira, y no sé por qué. La mentira es un instrumento que sólo nos sirve a
la gente sana. Es sorprendente. Los sanos somos capaces de mentir, mientras que
esta gente afectada por determinadas carencias, piensan que la verdad hay que
mantenerla. Muchas gracias.
José María Merino
Gustavo Dessal: Muchas gracias José María. Voy a pedir a Ioana y a Victor Ivanovici si nos
pueden trasmitir algo de la íntima y tan particular relación que un traductor
tiene con un libro, es decir, qué es lo que más les gustaría señalar de la
experiencia de haber traducido estos dos libros.
Ioana Zlotescu: Quisiera hacer una apostilla. Es el momento. José María
Merino habló del hermano gemelo. El libro de Ion Vianu ha sido dedicado. Tiene una
dedicatoria muy emocionante, aunque no tengo delante el texto de la misma. Ya había
muerto Calinescu. Más o menos suena así:
“Al amigo único,
este fervoroso recuerdo”. Ion Vianu.
Aquí hay un pequeño contratiempo. Mi idea fue que se
publicasen estos dos libros simultáneamente, en la misma editorial. Y,
agradezco a Gustavo Dessal que me haya
puesto en contacto con Miguel Gómez y su mujer, los editores. Yo
renuncié a traducir Amor Intellectualis,
le rogué al gran hispanista Victor
Ivanovici que lo hiciese él, y yo me dediqué a la
traducción del de Matei Calinescu. De esta forma podrían estar listos los dos a
la vez, en función de la dedicatoria. Pero el contratiempo es que la
dedicatoria se perdió en el camino. Quien la perdió no lo sé. Quería contar
esta peripecia como señal de que el diablo metió la cola.
En cuanto a la traducción, ésta me ha tocado el alma.
Todo es absolutamente nada en comparación con el sufrimiento de un padre –me
emociono al decirlo— y de una madre aquí presente, Adriana Calinescu, la viuda
de Matei, la mater dolorosa, como la
llama en uno de los capítulos, en el capítulo de la muerte del hijo. Éste muere
en una crisis de epilepsia en un momento en que el padre baja de la habitación,
y cuando sube, de repente lo ve tumbado en el suelo y sin respiración. Llama a
la madre que estaba hablando por teléfono con la hija, y la madre intenta
reanimarlo. Cuando entra el cura ortodoxo para hacer una misa, el cura dice ya
Matei no está aquí. Adriana lo contradice diciendo que Mathew está allí con
ellos.
Todo el libro ha sido una continua emoción por mi parte.
Espero que algo de esta emoción se haya traspasado la traducción. Creo que es
un libro muy conmovedor. Me ha llenado un año de vida, y me ha llenado con la
belleza del amor, porque es un canto al amor. Es un canto a la bondad también,
porque, además, en la caracterización que hace Matei de su hijo, resalta
siempre su bondad, su sentido de la compasión, su sentido de la justicia. Y, a
pesar de todo, el dolor. Hay escenas espeluznantes, como aquellas en las que
narra el comienzo de las crisis de epilepsia en el 93. Dice:
“A mediodía estaba
trabajando en el ordenador del estudio, y él estaba en el sofá de al lado, en
silencio. Pensé que estaba a punto de dormirse. De repente empezó a temblar, a
entrechocar los dientes con el cuerpo recorrido por convulsiones cada vez más
fuertes, como olas curiosas que se calmaron tras un tiempo infinito, pero que
probablemente fue muy breve, de unos minutos. Asistí a esta escena infernal,
aterrado e impotente, y musitaba su nombre mientras le acariciaba la cabeza,
que también rebotaba de un lado para otro”.
Es una de las terribles escenas, y siento recordarlo.
Pero lo interesante en el libro es que no quiere ser patético. Es uno de los
rasgos de Calinescu, nunca es patético, es amoroso, es dolido, pero nunca
quiere caer en un drama barato. Nunca, jamás. Siempre hay una defensa, y es que
guarda para sí la parte bestial.
Pero en toda la descripción encontramos a Matei como un
detective que va detrás del enigma de Mathew. La traducción inglesa pone por título El enigma de Mathew. Digo
entonces que Matei va como un detective persiguiendo todas
las peripecias que le pasan a su hijo, y ello con el fin, primero, de informar
a los médicos, para que ellos supiesen exactamente de qué se trata y, segundo,
con un alcance más amplio, informar a los futuros lectores y ser un consuelo
para los padres, los parientes de otros enfermos de estas terribles
enfermedades. El autismo no necesariamente desemboca en epilepsias, pero la
mala fortuna de Mathew hizo que en los últimos
años de su vida tuviese estas crisis.
Una cosa muy interesante. Matei Calinescu es un hombre de
lectura, escribió un libro magnífico que se llama La lectura y la relectura.
Voy a intentar encontrar una editorial para traducirlo y publicarlo. Ha sido
publicado en inglés, y después traducido al rumano. Lo cito en un artículo que
escribí sobre Ramón Gómez de la Serna.
Entonces, hace de observador y apunta todas las malas vivencias del hijo
para presentarla a sus médicos. José María Merino nos habló de cómo
reaccionaban los médicos. En cierto momento, Matei habla de un médico joven de un
ambulatorio que ni siquiera leyó lo que había escrito. Matei Calinescu quiere dignificar
este mundo kafkiano, no quiere que la gente se separe en “normales” y “anormales”,
así lo escribe, entre comillas. Mathew era “anormal” para la gente “normal”.
Entre otras cosas, he pensado que este libro puede tener
éxito de lectura en España. Lo que yo vivo en Madrid desde hace muchos años –ya
me siento muy española— es que sé que los españoles tienen un extraordinario
sentido de la solidaridad en la desgracia. Y estoy segura que tal como se
manifiestan para cualquier tipo de desgracia que pasa, no solamente en España
sino en el mundo, este libro puede tocar la fibra humana de cada uno.
Ioana Zlotescu
Gustavo Dessal: A continuación vamos a darle la palabra a Victor Ivanovici. Quizá nos pueda comentar su
vivencia, no en cuanto a su trabajo como especialista traductor, sino el efecto que tuvo su trabajo sobre el libro de Ion
Vianu en relación a sí mimo como persona, como lector.
Victor Ivanovici: También para mí ha sido una experiencia muy emocionante,
ardua y durísima, porque traduces el libro a un idioma adquirido –y eso no es
nada fácil— pues el español no es mi lengua. A decir la verdad, y para hacer
justicia a la ausente, tuve a mi lado a mi esposa Susana Vázquez, entre los dos
lo trabajamos. Pero la emoción fue mía, porque Ión Vianu habla de un mundo que
fue también el mío. He conocido ese mundo y muchas de las gentes que evoca y de
las que habla, comenzando por su padre, el gran profesor Tudor Vianu, a cuyas conferencias iba yo adolescente, liceísta, para
escuchar a las dos estrellas de la Universidad de Bucares, a Tudor Vianu y a
Jordi Calinescu. El esfuerzo me fue recompensado por la emoción y por el
encanto. Pertenezco al mismo mundo con diez años de distancia. No soy de la
generación posterior, sino de la hornada posterior a la de Matei y Ion. Matei
fue mi maestro amado, fue profesor mío, nos hicimos amigos, y como los amigos
quieren compartir la amistad, a través de Matei conocí a Ion Vianu y nos
hicimos amigos.
Ahora, en relación al punto que tocó Mercedes Monmany, estaríamos
en lo que nosotros llamamos Resistencia por la cultura. Hacíamos mucho hincapié,
en aquella época, en la resistencia por la cultura. Después llegó el cambio de
régimen y se depreció mucho esta expresión, más de lo que merecía. Probablemente,
la verdad se encuentra a mitad del camino. Hay que decir que para muchos, la
resistencia por la cultura fue una coartada para no actuar. Algo así como vamos
a salvar la cultura, pero no salvamos nada, ni la cultura ni la vida. Sin
embargo, esa demonización de la Resistencia por la cultura, tampoco es justa.
El título del libro, Amor Intellectualis,
de origen spinoziano, trasferido de amor intellectualis magistri, es, en
cierta forma, una quinta esencia de la Resistencia por la cultura. Es el legado
paterno.
Lo que hay que ver en este libro es que este legado
pertenece, por supuesto, o está dirigido a T. al padre biológico y maestro de
Ion. Pero también pertenece a otros dos
padres. En Amor Intellectualis, Ion
tiene tres padres, el padre sabio que es T –y biológico, pero eso es secundario—
y tiene un padre Santo, que es Monseñor Gica, en camino a la beatificación pues
murió como un santo en las catacumbas; y tiene un padre niño, que fue
manipulado y corrompido, destruido por la porción de su alma infantil, Edgar Papu,
un grandísimo comparatista, un personaje trágico que cayó en el engranaje y el
engranaje lo deformó completamente corrompiéndolo.
Son los tres padres de Ion, y son tres modelos paternos
revocados, no por el afán edípico de asesinar al padre, sino por la época. Amor Intellectualis es un libro que se
apoya mucho en el simbolismo de la tríada, son tres padres, pero también son tres
mosqueteros, Ion, Mironi y Matei, cuyo grito no es uno para todos y todos para
uno, sino nosotros somos nosotros y nadie más.
El libro es importante, no sólo como obra literaria, sino
como documento histórico, porque consigna la destrucción, el asesinato de las élites
rumanas. Es un libro sobre las élites, pero esas élites están en camino de ser
exterminadas. Ion, Matei y Mironi, fueron testigos de la exterminación. Era la época
posmoderna, tan hostil a la élite. Esto no pasó en España, porque tenéis la
idea de Ortega sobre la élite, que es la élite de deberes, no de privilegios. Ese
tipo de élites son las que fueron asesinadas.
Ahora, ¿por qué no les sirvió el amor intellectualis? Porque
era un ideal liberal, era un ideal luminista confrontado con la brutalidad. Y
los psicoanalistas saben muy bien, pues se han ocupado del Holocausto y del
período nazi, que desgraciadamente, la cultura no sirve de nada ante la
tortura.
Victor Ivanovici
Ion Vianu: Quiero situar el proceso de escritura de este libro en
el marco y el contexto de su vínculo fraterno con Matei Calinescu y su último
año de existencia. A finales del invierno de 2008 empecé a esbozar algunos
recuerdos, bocetos de recuerdos que todavía no tenía la idea de que se
desarrollarían para escribir este libro. Haciendo esos bocetos, recibí una
llamada de Matei desde EEUU. Me dijo que tenía una enfermedad muy seria, me
explicó los síntomas, y comprendí como médico que estaba muy enfermo. Muy
pronto se vio que lo que tenía era un cáncer. Después de ciertos intentos frustrados
de atacar la enfermedad, intentos que no surtieron efecto, empecé Amor
Intellectualis en el momento en que Matei se dio cuenta que había enfermado, y
año y medio después, cuando falleció, terminé el libro, del que Matei alcanzó a
leer tan solo algunos fragmentos. Se trata de una cosa extraordinaria dado el
vínculo estrecho que teníamos. Durante su dolencia fatal, Ion logró escribir
algo completo sobre los dos, porque así como se ha notado, Matei es el
personaje principal, el alter ego del narrador de Amor Intellectualis. Y según ha digo Rimbaud, Yo es otro. Cuando yo,
Ion Vianu, escribo sobre mí mismo, escribo sobre otro, pero cuando escribo
sobre Matei, escribo sobre mí mismo. Está este juego de la alteridad.
Y este ha sido el destino de los dos. Desde el punto de
vista biológico, somos un caso único de gemelos de padres distintos. De
adolescentes enfermábamos al mismo tiempo y de las mismas enfermedades y
estábamos mucho tiempo juntos. Días en que no nos veíamos dos veces por día
eran de una soledad insoportable. Aparentemente, en este libro no se habla
mucho sobre Matei, pero de hecho se habla todo el tiempo, y se habla más de
Matei que del narrador, en tanto que él es él mismo.
Existe también un tercer alter ego, que es Myron Kiraleu,
que es, dentro de ese organismo ternario ternario y tricéfalo, el que no se
salvó, el que pagó el precio para que los otros se salvasen. Pertenecía a la
raza de los que no se entregan, pagó con su propia vida, dando con sus huesos
en la cárcel y luego quitándose él mismo su vida en circunstancias oscuras.
Algo sabemos de que en la cárcel se había acercado a la extrema derecha, y se
dio cuenta de que los que le habían atraído a esa ideología eran traidores y
soplones. No pudo sobrevivir al hecho de haberse equivocado y haberse dejado
engañar. Es una parte, un lado de la tragedia.
El otro lado, el más visible y evidente, se ha expuesto
ante ustedes con mucha claridad. Y es el hecho de que lo que ellos pensaban que
era un remedio, una panacea contra el mal, esta panacea, que según creíamos era
el buceo en la cultura universal, no ha sido tal. Porque todos los que
intentaron esa vía de salvación por la cultura, en ultima instancia fueron
corrompidos, o se vieron obligados a optar por el exilio.
Mi caso es un exilio que bendigo, porque la gente, los
hombres desde siempre nos hemos exiliado, emigrado, desde nuestro foco
africano, y esta emigración ha sido la humanización del hombre. Pero es un
hecho que no disminuye, no merma el dolor de la ruptura que es el exilio.
La escritura de este libro he de decir que tuvo un valor
curativo, me reconcilié conmigo mismo. Y desde siempre vuelve a mi memoria un
verso de un gran poeta rumano, “cada
libro es una enfermedad vencida”. Pues si no he podido curar del
sufrimiento totalitarista, uno por lo menos se reconcilia con su destino
escribiendo ese libro. Y aquí interviene otro paralelismo vertiginoso con
Matei, por su lado, a través de ese libro sobre M, logró también acomodarse al trabajo
de duelo, con la realidad inaceptable de la muerte de su hijo.
Gustavo Dessal: Me gustaría comentar algunas cuestiones sobre el libro
de Matei Calinescu, Retrato de M.,
que me han sorprendido profundamente. José María Merino ha hecho un magnífico
retrato del libro, la lucha de este padre, su capacidad de observación, la
generosidad y la falta de patetismo, como decía, en esa relación padre-hijo
verdaderamente conmovedora.
Quisiera ahora destacar otro aspecto no menor, las
asombrosas conclusiones que el autor es capaz de extraer de la observación que
realiza acerca de su propio hijo. Conclusiones que tienen, podríamos decir, un
valor “científico”.
Por supuesto, hay un intento de aproximación a un
conocimiento a través del amor, del cariño, puesto que a Matei le interesa
conocer lo que a su hijo le sucede con el fin de sentirse más próximo a él. Ahí
realiza todo un trabajo de lectura, de observación, de contraste,
fundamentalmente por un sentido de la sensibilidad y de la intuición que
solamente puedo atribuir a su condición de poeta. Pero además, y aunque no
fuera su intención, la observación del autista le permite extraer conclusiones
generales sobre qué es y cómo entendemos el lenguaje. De tal manera, Matei
Calinescu se aproxima infinitamente a algunos de los desarrollos y reflexiones
más importantes sobre el lenguaje. Por ejemplo, a cómo Heidegger pensaba el
lenguaje, dándole completamente la vuelta a la idea de que el lenguaje es un
instrumento que sirve a los fines de la comunicación. Se aproxima por momentos,
de una manera asombrosa, a las observaciones más refinadas de Jacques Lacan
sobre la función del lenguaje, observaciones que han cambiado completamente nuestra
perspectiva sobre la palabra y el lenguaje. El conocimiento del autismo y del
autista nos permite entender que se trata de alguien que nos muestra, a cielo
abierto, sin ninguna clase de disimulo, sin veladuras, algunas de las funciones
y cimientos fundamentales de la palabra.
No es esta la ocasión de entrar en refinamientos con los
cuales se podrían responder a cuestiones tan interesantes como la relación de
rechazo que el autismo tiene con la mentira. ¿Cómo se explica eso? Porque el
autista es un ser que está cautivo en el lenguaje, pero que al mismo tiempo no
ha podido acceder a la dimensión de la verdad. Por eso no puede mentir, porque
no ha accedido a la dimensión de la verdad.
Sobre esta cuestión hay un ejemplo muy interesante en el
libro. Entre un libro y otro, entre la memoria en un libro y la memoria en el
otro, vemos un contraste extraordinario. En el libro de Ion Vianu podemos
sostener que la memoria, en sentido general, está construida sobre un olvido.
Es necesario un olvido fundante para que la memoria como tal se pueda
constituir. Lo interesante es que la primera observación que Matei Calinescu
hace sobre su hijo, es una observación extraordinaria, porque dice que tiene la
impresión de que su hijo se parece más bien a Funes el memorioso, el personaje
de Borges. Esto a diferencia de Ion, que comienza su evocación más temprana
diciendo en el fondo de su primer recuerdo hay una laguna, un olvido. Por el
contrario, la memoria de M no olvida nada.
Y eso es porque el autista habita el lenguaje de una
manera especial. Para él la palabra no simboliza nada, no hay para él ninguna
palabra que le permita olvidar lo real de las cosas. Por eso la observación tan
extraordinaria que hace Matei Calinescu cuando se da cuenta, desde que el niño
es muy pequeño, que el mismo gato, a cada rato, para su hijo es un
descubrimiento nuevo. Es decir, ese mismo gato despierta permanentemente una
sorpresa, porque no consigue obtener con la palabra gato el concepto de gato. No
puede olvidar la cosa gato al acceder al concepto.
Esa sería la manera en que se constituye la memoria. Uno
no necesita ver a cada rato un gato. Por eso lo extraordinario es con qué
finura el autor va reconstruyendo, paso a paso, la peculiaridad de la relación
del autista con la palabra. Y lo más interesante es que, en ese contraste,
podemos apreciar como las terribles barreras entre lo “normal” y lo “anormal”
se van derribando, porque, con todas sus diferencias indiscutibles e
insalvables, el autista nos muestra también un aspecto fundamental de la
condición humana, esa relación terrorífica, temible, con la palabra, cuando no
está apaciguada por algunas funciones que en el autismo no se pueden encarnar.
Tenemos con nosotros a Adriana Calinescu, esposa de
Calinescu y madre de M. Sabemos por el autor, que Adriana, leyó el libro
después de su escritura, y se mostró conforme con casi todas las conclusiones
que su marido había sacado sobre su hijo. Pero no todas. Al parecer tenía, en
algunos aspectos, diferencias. Quisiera pedirle que nos explicase cuáles
son esas diferencias.
Adriana Calinescu: No siempre estuve de acuerdo con la visión de Matei
sobre M. La encontraba demasiado oscura y pesimista. Creo que el padre
proyectaba sobre el hijo su ansiedad interior. Yo percibía a Mathew como una persona
tensa en relación con el padre, pero en la relación con la madre estaba siempre
distendido, sereno. El padre, solamente en una fase más tardía, después de
haber escrito páginas y páginas en el diario que iba escribiendo sobre la enfermedad
de su hijo, se dio cuenta de que el hijo había alcanzado un equilibrio anímico.
Y eso determinó a Matei para una comprensión, es decir, lo que había comenzado
como un diario del sufrimiento y del dolor, se convirtió, paso a paso, en un
diario de la felicidad. Comprendió que la felicidad puede coexistir con un sufrimiento
profundo. A la vez, el diario de Matei sobre su hijo vino a ser una modalidad
de autoconocimiento.
Me sorprendió agradablemente La Melancolía de Durero en la portada del libro. Muchas veces comentábamos
los dos esa obra. En su cinto tiene un montón de llaves, como un ama de casa.
Matei, siguiendo la contemplación de La
Melancolía de Durero, llegó a identificarse con su alma femenina, esa alma
personificada por la Melancolía. Y el ánima es la parte femenina que todo
creador tiene en su psique. Matei empezó a comprender a su hijo en el momento
en que aprendió a renunciar a su orgullo de padre y comenzó a amarle. Aprendió
que el amor, aunque a veces se equivoca y trastabilla, y pese a que como
instrumento de conocimiento es imperfecto, es, a pesar de todo, el mejor
instrumento de autoconocimiento.
Por tanto, el padre aprendió muchas cosas de su hijo. Se
dio cuenta por qué el hijo era incapaz de mentir, y eso le creaba una
vulnerabilidad. Mathew, no podía concebir el hecho de que el lenguaje, ese maravilloso instrumento de
comunicación, puede servir también para obliterar la comunicación y el
pensamiento. Por ejemplo, el lenguaje corporal pertenece a ese doble uso, pues
podemos afirmar una cosa y, a la vez, hacer un guiño de ojo anulando lo dicho verbalmente.
Y bueno, por esa vía llegó Matei a reflexionar sobre la
relación entre la verdad y la mentira, siguiendo la manera en la que su hijo
percibía la lectura, o las películas, donde los malos eran igual de importantes
que los buenos, igual de válidos. El hijo hacía una separación nítida entre la
ficción y la realidad, eso encaminó al padre a una problematización en relación
a los adolescentes, los adultos, los viejos, es decir, canalizó toda esta
experiencia hacia su último gran ensayo, Rereading, libro
dedicado a Mathew. Un magnífico ensayo.
Gustavo Dessal: Creo que Adriana Calinescu ha puesto un magnífico
broche a este acto. Muchas gracias.
Liter-a-tulia
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