“Todos
sabemos que, en su curso habitual,la vida no se detiene demasiado ante los
cadáveres que produce. El pez grande se come al chico -o incluso, una vez muerto no se lo comes. El movimiento de la
vida nivela lo que luego abolirá, y saber cómo se memoriza una muerte plantea
un problema, aunque esta memorización permanezca en cierto modo implícita, o
sea, es propio de la naturaleza de la memorización que el hecho sea olvidado
por el individuo, trátese del asesinato del padre o del asesinato de Moisés. Es
propio de nuestra mente olvidar lo que sigue siendo absolutamente necesario
como clave, como eje alrededor del cual ella misma gira.”
Jacques Lacan, Seminario V, Las formaciones del inconsciente
Austerlitz es una gran novela, que
como las que son de verdad grandes crea su propio mundo.
La anécdota, el argumento, no sé
bien como llamarlo, se ocupa de un hombre que ha perdido todo: su familia, su
tierra, su lengua y hasta su propio nombre, cuando en la búsqueda de salvarlo
su madre lo envía al exilio en un Kindertransport. Es adoptado a los 4 años y
medio por una pareja, un ministro metodista y su mujer, un matrimonio
desgraciado, que vive en una casa fría, sin muebles y triste. El libro cuenta la conversación que mantiene ese
hombre con el narrador, durante muchos años, y a través de la cual conocemos
los esfuerzos inmensos que ha hecho por saber quién es, de dónde venía, al
mismo tiempo que manifiesta la dificultad para que lleguen a su consciencia las
huellas de su pasado.
Su historia es a la vez
extremadamente singular y universal. Traza delicadamente las conexiones entre
su biografía y la historia de Europa. En particular, la invisible presencia de
los campos de concentración de los que Sebald dijo que no se podía escribir
directamente.
Lo hace de un modo oblicuo y muy
original a través, por ejemplo, de la investigación sobre la arquitectura. Por
medio de un estilo peculiar, que aproxima su literatura a la de Joyce, consigue
que como en los sueños, esté hablando de la construcción de una fortaleza, de
sus planos, y al mismo tiempo resulte presente para nosotros, en la periferia,
que ese edificio fue un campo de concentración. En un mundo tan habitado por
fantasmas como por presencias vivas, descubrimos en las piedras o el cemento
las huellas de las vidas, el dolor por ejemplo de los prisioneros. Nos transmite agudamente el recuerdo en el
caso de Jean Amèry de la espantosa cercanía entre víctimas y torturadores.
A su vez este recuerdo obsesivo de
la destrucción que llevan en el interior los edificios le sirve para ocultar
sus propios recuerdos, es como una muralla, una fortaleza contra la memoria de
sus pérdidas.
Utiliza un género: documentary
fiction que le permite capturar elementos irreconciliables. Es un género que
encuentra hoy una gran recepción, seguramente porque permite dar una
complejidad, hablar de aspectos de la historia individual y social
inconciliables, de una manera y con una fuerza que no es posible alcanzar con
la pura ficción. Están pasando en este momento en los cines “Searching for
Sugar Man” un documental extraordinario, que aprovecho para recomendarles, y
construido un poco como este libro según el topos del viaje y la investigación.
En la transcripción, que figura en
la contraportada, de una crítica de The Times se compara el libro de Sebald con
la odisea. Sería el viaje de Ulises a través de los años oscuros de la historia
europea.
Recuerdo que en una entrevista
que le hicieron a Roberto Bolaños decía que este es un género muy agradecido
porque la estructura o falta de estructura del libro en relación a los cánones
clásicos se esfuma al recibir el libro su organización de la misma
investigación. También W.G. Sebald como Bolaños se sirve de esa forma para
construir su texto a partir de desechos, de restos, trozos de real que se unen
de una manera extraña. Más verdadera que si nos hablara de forma directa del
mundo de segregación y del velo que sobre el mismo se ha querido arrojar a lo
largo de la historia de Europa. Ellos, los restos o trozos de real son tanto o
más importantes que la historia misma de Austerlitz.
Un buen ejemplo de este recurso lo
encontramos en el final del libro cuando el protagonista le cuenta al narrador
la infructuosa búsqueda de las huellas de su padre desaparecido en París
tratando de escapar del exterminio nazi.
Con humor a la vez seco y travieso, Sebald describe la nueva Biblioteca
Nacional Francesa diciendo que “ese edificio, inspirado evidentemente, en su
monumentalidad, en el deseo del presidente del Estado de perpetuarse y que,
como me di cuenta ya en mi primera visita,dijo Austerlitz,en todas sus
dimensiones exteriores y su constitución interna, es contrario al ser humano y
de antemano intransigentemente opuesto a las
necesidades de cualquier lector verdadero.” Y añade “Cuando estuve por
primera vez en la cubierta de paseo de la nueva Biblioteca Nacional, necesité
algún tiempo para descubrir el lugar desde el que los visitantes, por una cinta
transportadora, son llevados al piso bajo, (...) Ese transporte descendente
-después de haber subido con el mayor esfuerzo a la meseta- me pareció
enseguida algo absurdo, que evidentemente -no se me ocurre otra explicación,
dijo Austerlitz- tiene por objeto deliberado infundir inseguridad y humillar al
lector, sobre todo porque el viaje termina ante una puerta corredera de aspecto
provisional, el día de mi primera visita cerrada con una cadena atravesada, en
la que hay que dejarse registrar por personal de seguridad semiuniformado.”
Esta descripción nos resulta
reconocible porque cada uno de nosotros ha experimentado esa mentalidad de
vigilancia que domina en la sociedad actual. Y este reconocimiento nos lleva a
descubrir que esa forma de pensamiento -que llevó en su forma exacerbada a la
construcción de los campos de concentración y de exterminio- es aún capaz de
diseñar en el presente la misma clase de edificios. Y que en todos ellos, por
igual, coexiste una “disfunción crónica y una inestabilidad constitucional”.
Su literatura también se acerca a
la de Joyce por su estilo digresivo, sin parágrafos. El fluir de la conciencia
que también nos recuerda a un proceso psicoanalítico, une hechos y ficción. Por
otra parte la utilización de las fotografías que no tiene una función
ilustrativa va en cambio reforzando el tono melancólico del relato. Los temas
de la relación entre la verdad, la verosimilitud, la realidad surgen de la
propia técnica narrativa que enfatiza la conjunción de lo visual y lo verbal
creando un paisaje textual que ha de ser percibido.
El personaje que conoce muchas
lenguas europeas lleva hasta el estallido los mitos de identidad de las
lenguas, crea una asamblea de discursos que confluyen en su propia subjetividad
fragmentada. Es la misma sensación que nos transmite cuando habla de la música
que producía la troupe del circo que había colocado su carpa detrás de la Gare
d' Austerlitz, al final del libro. “Tampoco sé ya lo que me recordaron los
sonidos producidos por aquellos músicos, que sin duda no sabían leer una
partitura. A veces me parecía como si escuchara en su música algún himno litúrgico
galés hacía tiempo olvidado, otras veces, muy suaves y sin embargo
vertiginosos, los giros de un vals, un motivo tirolés o el paso arrastrado de
una marcha fúnebre, en la que los que escoltan el féretro suspenden un momento
el pie en el aire a cada paso, antes de posarlo en el suelo. Lo que ocurrió
dentro de mí cuando escuché aquella música nocturna totalmente exótica,
extraída de la nada (...) no lo comprendo aún, lo mismo que, en su momento, no
hubiera podido decir si el pecho se me encogía de dolor, o por primera vez en
mi vida, se me henchía de felicidad. Por qué determinados timbres,
oscurecimientos de tono o síncopas lo afectan tanto a uno, a alguien como yo,
básicamente poco musical, no lo entenderé nunca, (...).”
Es la historia de un ser trastornado,
desarraigado, que no puede encontrar su hogar en la tierra o que peor aún en el
mismo hogar encuentra lo siniestro, como bien lo enseña Freud en su análisis de
las significaciones contrapuestas presentes en lo heimlich. El libro nos habla
de varias crisis psíquicas de cierta gravedad que son sin duda, el precio del
olvido y la destrucción de sus recuerdos. Son también la manifestación de una
cultura de la destrucción, de la pulsión de muerte desatada y de su perduración
mucho más allá en el tiempo y en la subjetividad humana.
Miriam Chorne
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