miércoles, 18 de abril de 2012

Comentario de "Un Hallazgo", el relato de Nadine Gordimer, por Beatriz Schlieper

La autora hace un relato, que si bien está en tercera persona, intenta una identificación con la perspectiva masculina en su mirada hacia las mujeres; aunque al referirse a su acción de arrojar piedras al agua lo hace desde una observación más propia del otro sexo, dice: “como hacen los hombres cuando están solos”. La visión de los cuerpos desnudos de las mujeres no despierta el deseo del personaje, solo ve en ellas los gestos de la cotidianidad. Si cierra los ojos puede olerlas, no el perfume de mujer, sino el aceite con que embadurnan sus cuerpos. 


Es un hombre decepcionado de las mujeres amadas que lo han vaciado, llevándose incluso al partir pedazos de lo que juntos forjaron. Este cuento está despojado de la dimensión del amor. Es un relato frío con un gran desapego emocional. Sin embargo, el mar conmueve lo imaginario produciendo un despertar de las fantasías a partir de un hallazgo. Un anillo de zafiros y brillantes. Rápidamente su imaginación se libera en escenas sobre situaciones que implican cierto grado de engaño, de ocultamiento de pasiones non sanctas, pero no exentas de preocupaciones económicas, dice: “Alguna querida, algún tesoro del hombre rico (o alguna esposa oculta), al zambullirse desde un yate, allá lejos, con sus joyas puestas mientras se iba despojando con elegancia de otros ropajes, debió sentir que uno de los anillos se le resbalaba del dedo por acción del agua. O no lo sintió, sólo lo percibió al regresar a cubierta, y corrió a buscar la póliza de seguros.” Algo imaginario parece moverse, descongelarse. 

Si primeramente hubo alguna intención de devolución a su propietaria del anillo encontrado, por medio de un aviso en un diario, descubre una y otra vez la falsedad de quienes decían haberlo perdido. Sin embargo, la escena se deslizó sin solución de continuidad hacia el interés por un llamado que es diferente a todos los anteriores. Son los matices de la voz de una mujer, -vacilación, resignación, esperanza, dominio de sí. 

¿Que le atrae de ella? Su voz. Dice: “quizás la voz dominada de una cantante o actriz, que expresaba timidez.” Es por su: “desesperanza de encontrarlo...” su anillo. Sin embargo, no bien ella expresa, tras su resignación, una leve esperanza, él la convoca. 

Aunque advierte su belleza, la relativiza opacándola con algún comentario acerca de cierto esfuerzo por conservar la juventud. No se trata de esto. No pasa por la desnudez de los cuerpos, ni por la belleza de un rostro. 

Al pedirle la descripción del anillo, su respuesta evidentemente es incorrecta. 

-No importa. Un movimiento de manos y se perdió; “vio el reflejo bajo el agua”. ¿Quién él o ella? No se sabe si se trata de las fantasías del hombre que imagina el reflejo en el instante de la pérdida; o el engaño de ella que afirma haberlo vislumbrado bajo el agua. También le pide que lo describa. La descripción nuevamente no concuerda. En este caso, a diferencia de las otras no la despide, dice: “Aquí tiene su anillo”. 

Un movimiento de ella equivocado en la colocación del anillo en el dedo que no corresponde vuelve a confirmar el engaño y simultáneamente la destreza para sortear el inconveniente. 

“La llevó a cenar y no se hizo alusión al tema. Nunca jamás”. No se dice nada sobre esto y nunca vuelven a hablar del tema. En la culminación de su encuentro, su casamiento, no tienen ninguna manifestación que haga pensar en el amor. Ella se convirtió simplemente en su tercera esposa. La autora concluye: “Viven juntos y no hay entre ambos más cosas no dichas que las que se dan en otras parejas”. 
¿Qué lugar para el amor en este cuento? ¿El del amor cortés? Ciertamente no el del enamoramiento con su empobrecimiento del yo y la elevación del objeto a la dimensión del ideal. No es la égloga en que el pastor se lamenta valiéndose de imágenes de su entorno para expresar su dolor ante la indiferencia de su amada: “Oh más dura que mármol a mis quejas y al encendido fuego en que me quemo, más helada que nieve Galatea!” 

¿Quizás habría que pensar en el amor de los místicos con su fusión en el Otro celestial? ¿Es el canto de San Juan a Dios deseando su muerte porque en su yo ya no reconoce la vida? “En mí yo no vivo ya, y sin Dios vivir no puedo, pues sin él, y sin mí quedo... ”. Su yo ya no existe, no reconoce en su yo más vida que con Dios porque sino pierde a ambos. Es la fusión del yo con lo divino. 

Lo mismo en Santa Teresa que aborrece la carne y sus pulsiones, que desearía desprenderse de su cuerpo para un encuentro único con su amado: …“Esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida…”. 

O tal vez de un modo más mundano, también las metáforas del amor, que con sus atenazantes cadenas, quieren cercar al otro en un sentido inverso al de la Santa. Así en Jacques Prévert para quien el amor es un deseo de esclavizar al otro, dice: “Je suis allé au marché à la ferraille Et j'ai acheté des chaînes De lourdes chaînes Pour toi mon amour Et puis je suis allé au marché aux esclaves Et je t'ai cherchée Mais je ne t'ai pas trouvée mon amour”. 

Tampoco el de un Neruda que expresa la resignada tristeza de la ausencia frente a la belleza infinita de la noche estrellada diciendo: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido”. 

O en Alfonsina Storni que desde un probable desencanto o incluso rencor quiere reducir su persona a un ser de ausencia, -que de hecho finalmente lo realiza-, y es como un anuncio de lo que vendrá, cuando dice: “si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido...”. 

Todas ellas expresiones del amor con sus significantes de desgarro, tristeza, apropiación o plenitud; que se manifiestan desde la esperanza del encuentro o la desesperación que se lleva a veces la vida misma. Nada de esto aparece en el relato que está vacío de toda coloración, de toda vibración. No hay atisbos del amor, ni indicios de poesía. Parece acercarse más a la dimensión de la prosa seca, más en la vertiente de la crónica. Un relato abocado a la rica descripción de detalles paisajísticos, en detrimento de las relaciones con el partenaire, que sirven a los fines de desviar la atención del lector. 

¿Qué subyace en ese cuento que en el final subsume el silencio del particular en el universal del para todos? En estas “más cosas no dichas, que las que se dan en otras parejas” se anula la singularidad del sujeto. 

Con el borramiento de aquello en lo que el sujeto está concernido se lo degrada al estatuto del amor líquido propio de la hipermodernidad. Esta anulación soslaya, lo que este pacto de silencio esconde y simultáneamente muestra. 

Esto oculto, es lo que connota el hallazgo. Un hallazgo que se deja leer entre líneas, enigma que la autora introduce a pesar de ignorarlo y que devela retroactivamente desde la última frase, lo que el título implicaba. El hallazgo se presenta como el anillo encontrado en el mar, pero esto es una mera contingencia que ha servido de anzuelo casual para el hallazgo que importa y que también atrapa al lector obnubilándolo con su brillo. 

Sin embargo, hay sutiles indicios de que se trata solamente de una voz de mujer. Es la voz como objeto. Prescindente de categorías lógicas tales como verdadero o falso. Es el puro goce de la voz, que preserva con el silencio sobre lo ocurrido el tener que dirimir posibles sentidos a advenir; y que desvirtuarían la auténtica esencia del goce. Pacto de silencio que garantiza que la voz se mantenga aislada de los dichos con que las palabras enturbian con sus significados, la verdad del goce del objeto.

Beatriz Schlieper

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