lunes, 16 de abril de 2012

Un cuento de hadas; comentario de Sara Veiras a "Un Hallazgo", de Nadine Gordimer

Un anillo que se deslizó y calló. Un anillo que estuvo perdido en el mar del tiempo. Un anillo valioso, tallado y, con piedras preciosas.
Un hombre que tenía mala suerte con las mujeres. Un anillo que tuvo mala suerte con su dedo.
Hombre y anillo se hacen a la mar, solos.
¿Él?, enfado -que se las lleve el diablo, rameras infieles-, y solo por primera vez.
¿El anillo?, desprendido de un dedo que no se sabe si lo siente, o no lo siente.
A un mar de piedras, se van. Piedras que hacen estallar la mar hacia arriba, devolviendo sus tesoros.
¿Sobre las piedras?: Mujeres.
Mujeres duras como piedras. Mujeres desnudas, vestidas, mojadas y secas. Mujeres de gestos prosaicos. Mujeres estampas sobre una tela descolorida por el sol. Mujeres que acaparan la atención, sin dejar espacio para los hombres.

Nuestro personaje es un hombre de amor. Como el amor, la voz poética del relato, es arrebatadora; alcanzando en el tercer párrafo, su clímax.
Este hombre de corazón enamoradizo, que fuera de la mar sólo tiene ojos para las mujeres; cuando entra en el agua, en su orilla, entre la espuma, se estremece observando a las madres con sus hijos:
Desnudos, apoyados contra su carne blanda, los niños se aferraban a ellas, tan recientemente separados de allí que parecían aún formar parte de aquellos cuerpos femeninos en los que habían sido sembrados por varones como él.
Aquí se abre el juego del agua. Agua que en este relato llegará a ser profunda como la vida. Agua que ahora, en la orilla, lo remite a la infancia.
El niño desprendido de la mano de su madre sale al mundo de los hombres a buscar una mujer para él, y sufre la bofetada del desamor.
¡Qué hacer! ¿Qué hacer?
Este hombre, que puede representar a todos los hombres de amor, porque ni siquiera tiene un nombre propio; se va a la mar para estar solo, como otros hombres van al psicoanalista.
La relajación dentro de la angustia es tal que recuerda a la asociación libre, único camino para hacer un hallazgo valioso.
Se aleja del bullicio, y los charcos, jugando con las piedras  ‑recuperando‑ el arte de lograr hacerlas besar la superficie saltando
entonces comienza a ver como los niños...
y, una tarde,
encontró en las piedras con las que ocupaba una mano
un auténtico tesoro
Entre los pedruscos de vidrio de color había un anillo de diamante y zafiro.
Cuando recupera la niñez, este hombre que se casó por amor, que fracasó, y que se fue sólo a nadar en el mar de su ser; recupera algo de sí mismo que había perdido, un tesoro.
Descubre, aún sin saberlo, que él es un anillo desprendido de un dedo y que existe una mano en el mundo vacía de él. Una falta que lo añora.
La salvación está en Ella, y decide salir a su encuentro.
Sale como un príncipe en pos de cenicienta.
Sus elucubraciones son como suspiros. Él es un romántico huérfano.
Lo único evidente es que este anillo no pertenece a ninguna de las mujeres estampadas en la playa pedregosa del día de hoy. Este anillo viene del pasado, no se sabe de cuándo, quizás de muy lejos.
Se debió resbalar del dedo de alguna querida, de alguna esposa oculta de un hombre rico, al despojarse de otros ropajes..., por acción del agua... Ella corrió, mientras el mar tragó el anillo, lo retuvo, y luego, cansándose de él, lo tiró a tierra.

La dueña del anillo ya no es una mujer amorosa y abnegada, como las esposas. Tampoco se pasea por una playa de piedras, decolorando su misterio a la luz del sol. Esta tercera mujer, es una mujer de mar adentro, y de fidelidad dudosa.
Y ella es la dueña de un objeto maravilloso que él describe así:
Era un anillo hermoso. Un zafiro, largo y oblongo, circundado de chispas redondas; y a lado y lado de este brillante montículo, un diamante tallado en forma de baguette que servía de puente a un círculo grabado.
Obviamente habla de ese órgano masculino ante el cual se desfallece. Y él encuentra en este objeto un representante de sí mismo, un representante francamente envidiable.
El primer impulso es salir a mostrar el anillo para encontrar a su dueña. Este hombre indiferente al valor económico, sólo piensa en el amor.
Se lo muestra a la administradora del restaurante, y ella, ante la visión, se echa hacia atrás (como hubiera hecho ante la exhibición de un falo de hombre), diciendo: Es valioso. Llame a la policía.
Él guarda el anillo entre otros objetos que representan su virilidad, y vuelve a la playa, a pensar.

En mi opinión este regreso a la playa representa uno de los muchos platos fuertes, abundantes en este relato, que parece haber sido escrito adrede, para contar el recorrido de un sujeto en análisis.
El sujeto vuelve a la playa-diván, pero ahora con una verdadera pregunta, una pregunta que le atañe a él de forma imperiosa:
¿Quién es la dueña de este anillo?
Y como sabemos, una verdadera pregunta, tiene respuesta. A veces tan sencilla como poner un anuncio en el periódico.
Es el momento de puesta en marcha del deseo. Él ha recuperado la potencia perdida después de dos fracasos de amor. Ahora puede buscar a la nueva destinataria de esta potencia. Ahora que, después de haber estado solo como nunca lo había estado, sabe qué busca.
Tiene claros los rasgos de identidad de su objeto amoroso: "Voz atractiva y a veces claramente juvenil, suave, aunque vacilante en su mentirosa osadía.”

Hallado anillo en...
Llamadas.
Entrevistas.
Desecha a los hombres. También a las mujeres que no lo cautivan con su voz. Y recibe a las elegidas con una sola palabra:
Descríbalo.
(Cuánta ternura inspiran los hombres de amor.)
Las sentaba cómodamente, frente a la luz para escrutar su rostro, y sólo una lo convenció de haber perdido un anillo. Lo describió con todo detalle y se fue.
Otras, parecían calcular que un anillo es un anillo si es valioso, con diamantes y hasta piedras preciosas.
Pero hubo una voz diferente, de cantante o actriz, que expresaba timidez:
Había perdido toda esperanza. De encontrarlo... mi anillo. Había visto el aviso y pensado no, no, es inútil. Pero ¿y si había una posibilidad en un millón...?

La invita al hotel, la observa como a todas; pero en ella ve algo diferente:
Y entonces se perdió; vi su reflejo por un instante en el agua.

Descríbalo, pide nuestro hombre, recuperando su ritual.
Muy trabajado,  Un diamante grande... varios. Y esmeraldas, y piedras rojas... rubíes, pero creo que se habían caído antes...
Él fue al cajón, y le entregó el anillo.
La mano se deslizó como si nadara.
El dedo había cambiado, pero la mano era de Ella.
Una mano hecha para anillos.
Un encuentro hecho para hombres,
con una mujer que destronó el amor del ideal, colocándolo en un lugar posible,
quién sabe después de cuánto tiempo:
Usted sabe, es difícil de precisar cuando se trata de un objeto que uno ha usado durante tanto tiempo, que ya ni lo nota.

Un cuento de hadas.
"una posibilidad en un millón"

Sara Veiras

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