Un anillo que se deslizó y calló. Un anillo que estuvo
perdido en el mar del tiempo. Un anillo valioso, tallado y, con piedras
preciosas.
Un hombre que tenía mala suerte con
las mujeres. Un anillo que tuvo mala suerte con su dedo.
Hombre y anillo se hacen a la mar, solos.
¿El anillo?, desprendido de un dedo que no se sabe si lo
siente, o no lo siente.
A un mar de piedras, se van. Piedras que hacen estallar
la mar hacia arriba, devolviendo sus tesoros.
¿Sobre las piedras?: Mujeres.
Mujeres duras como piedras. Mujeres desnudas, vestidas,
mojadas y secas. Mujeres de gestos prosaicos. Mujeres estampas sobre una tela descolorida
por el sol. Mujeres que acaparan la atención, sin dejar
espacio para los hombres.
Nuestro personaje es un hombre de amor. Como el amor, la
voz poética del relato, es arrebatadora; alcanzando en el tercer párrafo, su
clímax.
Este hombre de corazón enamoradizo, que
fuera de la mar sólo tiene ojos para
las mujeres; cuando entra en el agua, en su orilla, entre la espuma, se
estremece observando a las madres con sus hijos:
Desnudos, apoyados
contra su carne blanda, los niños se aferraban a ellas, tan recientemente
separados de allí que parecían aún formar parte de aquellos cuerpos femeninos
en los que habían sido sembrados por varones como él.
Aquí se abre el
juego del agua. Agua que en este relato llegará a ser profunda como la vida.
Agua que ahora, en la orilla, lo remite a la infancia.
El niño desprendido de la mano de su madre sale al mundo
de los hombres a buscar una mujer para él, y sufre la bofetada del desamor.
¡Qué hacer! ¿Qué hacer?
Este hombre, que puede representar a todos los hombres de amor, porque ni
siquiera tiene un nombre propio; se va a la mar para estar solo, como otros
hombres van al psicoanalista.
La relajación
dentro de la angustia es tal que recuerda a la asociación libre, único camino
para hacer un hallazgo valioso.
Se aleja del bullicio, y los charcos, jugando con
las piedras ‑recuperando‑ el arte de lograr hacerlas besar la superficie
saltando
entonces comienza a
ver como los niños...
y, una tarde,
encontró en las piedras con las que ocupaba una mano
un auténtico tesoro
Entre los pedruscos de vidrio de color había un anillo de
diamante y zafiro.
Cuando recupera la niñez, este hombre que se casó por
amor, que fracasó, y que se fue sólo a nadar en el mar de su ser; recupera algo
de sí mismo que había perdido, un tesoro.
Descubre, aún sin saberlo, que él es un anillo desprendido de un dedo y que existe una mano
en el mundo vacía de él. Una falta que lo añora.
La salvación está
en Ella, y decide salir a su encuentro.
Sale como un príncipe en pos de
cenicienta.
Sus elucubraciones
son como suspiros. Él es un romántico huérfano.
Lo único evidente
es que este anillo no pertenece a ninguna de las mujeres estampadas en la playa
pedregosa del día de hoy. Este anillo viene del pasado, no se sabe de cuándo,
quizás de muy lejos.
Se debió resbalar del dedo de alguna querida, de alguna
esposa oculta de un hombre rico, al despojarse de otros ropajes..., por acción
del agua... Ella corrió, mientras el mar tragó el anillo, lo retuvo, y luego,
cansándose de él, lo tiró a tierra.
La dueña del anillo ya no es una mujer amorosa y
abnegada, como las esposas. Tampoco se pasea por una playa de piedras,
decolorando su misterio a la luz del sol. Esta tercera mujer, es una mujer de
mar adentro, y de fidelidad dudosa.
Y ella es la dueña de un objeto maravilloso que
él describe así:
Era un anillo hermoso. Un zafiro, largo y oblongo,
circundado de chispas redondas; y a lado y lado de este brillante montículo, un
diamante tallado en forma de baguette que servía de
puente a un círculo grabado.
Obviamente habla de ese órgano masculino ante el
cual se desfallece. Y él encuentra en este
objeto un representante de sí mismo, un
representante francamente envidiable.
El primer impulso es salir a mostrar el anillo para
encontrar a su dueña. Este hombre indiferente al valor económico,
sólo piensa en el amor.
Se lo muestra a la administradora del restaurante, y
ella, ante la visión, se echa hacia atrás (como hubiera hecho ante la exhibición de un falo de
hombre), diciendo: Es valioso. Llame a la policía.
Él guarda el anillo entre otros objetos que representan su
virilidad, y vuelve a la playa, a pensar.
En mi opinión este regreso a la playa representa uno de
los muchos platos fuertes, abundantes en este relato, que parece haber sido
escrito adrede, para contar el recorrido de un sujeto en análisis.
El sujeto vuelve a la playa-diván, pero ahora con una verdadera pregunta, una pregunta que
le atañe
a él de forma imperiosa:
¿Quién es la
dueña de este anillo?
Y como sabemos, una verdadera pregunta, tiene respuesta.
A veces tan sencilla como poner un anuncio en el periódico.
Es el momento de
puesta en marcha del deseo. Él ha recuperado la
potencia perdida después de dos fracasos de
amor. Ahora puede buscar a la nueva destinataria de esta potencia. Ahora que, después de haber estado solo como nunca lo había estado,
sabe qué busca.
Tiene claros los rasgos de identidad de su objeto
amoroso: "Voz atractiva y a veces claramente juvenil, suave, aunque
vacilante en su mentirosa osadía.”
Hallado anillo en...
Llamadas.
Entrevistas.
Desecha a los hombres. También a las mujeres que no lo cautivan con su voz. Y recibe a las elegidas con
una sola palabra:
Descríbalo.
(Cuánta ternura
inspiran los hombres de amor.)
Las sentaba cómodamente, frente a la luz para escrutar su rostro, y
sólo una lo convenció de haber perdido un anillo. Lo describió con todo detalle
y se fue.
Otras, parecían
calcular que un anillo es un anillo si es valioso,
con diamantes y hasta piedras preciosas.
Pero hubo una voz diferente, de cantante o actriz, que expresaba timidez:
Había perdido toda
esperanza. De encontrarlo... mi anillo. Había visto el aviso y pensado no, no,
es inútil. Pero ¿y si había una posibilidad en un millón...?
La invita al hotel, la observa como a
todas; pero en ella ve algo diferente:
Y entonces se perdió;
vi su reflejo por un instante en el agua.
Descríbalo, pide
nuestro hombre, recuperando su ritual.
Muy trabajado,
Un diamante grande... varios. Y esmeraldas, y
piedras rojas... rubíes, pero creo que se habían caído antes...
Él fue al cajón,
y le entregó el anillo.
La mano se deslizó como si nadara.
El dedo había cambiado, pero la mano era de Ella.
Una mano hecha para anillos.
Un encuentro hecho para hombres,
con una mujer que destronó el amor del ideal, colocándolo en un lugar posible,
quién sabe
después de cuánto tiempo:
Usted sabe, es difícil
de precisar cuando se trata de un objeto que uno ha usado durante tanto tiempo,
que ya ni lo nota.
Un cuento de hadas.
"una posibilidad en un
millón"
Sara Veiras
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