Resumen del relato
Nuestro protagonista, llamado Feldmayer, había tenido muchos trabajos en su vida: cartero, camarero, fotógrafo, pizzero, herrero. Pero sólo hasta los 35 años. A esa edad encontró “el trabajo de su vida” en el Museo de Arte Antiguo de la ciudad de Berlín como vigilante en la última de las 12 salas de un ala del museo. Debía vigilar una sola estatua: El Espinario; la figura de mármol era una estilización romana del original griego. No era especialmente valiosa pues existen numerosas copias. Por error administrativo estaría 23 años en esa función.
La sala que Feldmayer debía custodiar tenía 150 metros cuadrados y estaba casi vacía, el vigilante más cercano estaba cuatro salas más allá. Feldmayer estaba ansioso, debía buscarse una ocupación. Medir el espacio pareció una buena opción para pasar las horas muertas. Con la sola ayuda de una regla anotaba en el cuadernillo todos sus cálculos: de las paredes, del techo, medía los huecos de los pestillos, contaba los visitantes, cómo iban vestidos, contaba las moscas y trataba de comprender el secreto de sus vuelos.
Con el transcurso del tiempo y el olvido burocrático (nunca entró en las rotaciones) el museo cambia a nuestro protagonista. Su casa se convierte en una sala de museo, se levanta todos los días a las seis, cruza el parque de la ciudad de Berlín contando sus pasos: 5.400. Todos los domingos come en un restaurante. Deja de salir con chicas porque hacen mucho ruido, hablan alto y hacen preguntas a las que no sabe responder. Habla regularmente con su madre, la visita cada tres semanas. Cuando ella murió, dio de baja el teléfono y se quedó sin familia.
Feldmayer nunca se quejó. No es ni feliz ni infeliz hasta que después de ocho años de trabajar en el museo ve por primera vez a la escultura: un muchacho desnudo en una roca sentado, con la mano izquierda coge el empeine del pie izquierdo mientras con la derecha se saca la espina del pie. Le comienza a obstinar la idea de si el muchacho encontró la espina. Pronto comenzó a sentir que la espina estaba en su cerebro y sentía su ruido y le raspaba el cráneo, debía liberar al muchacho y liberarse él, fue cuando se le ocurrió lo de las chinchetas. Compró las más pequeñas y las esparció por la ciudad, zapaterías, piscinas, parques. Las personas se hacían daño y el gozaba de placer cuando se las extraían. Y así pasan 15 años. A sus 58 años decide acabar definitivamente con el sufrimiento del muchacho. Cogió del pedestal la estatua y la arrojó al suelo con todas sus fuerzas. Gritó como nunca lo había hecho en su vida, la sangre de sus venas cambia de color y se ve iluminado y finalmente ve a la espina hasta su desaparición. Se le fueron todos los dolores. La policía lo lleva a su piso y ven que en toda la casa, paredes, techos, estaban pegadas miles y miles de fotografías, todas mostraban el mismo motivo, hombres, mujeres, niños, todos sacándose del pie una chincheta amarilla.
Comentarios sobre el relato
Sorprende en este relato la “trágica” conjunción de: un olvido administrativo institucional y el hecho de que la persona perjudicada por dicho olvido, el señor Feldmayer nunca se quejara.
El haber sido olvidado unido a su imposibilidad de tomar la palabra ante las autoridades del museo reclamando por ejemplo otro destino, nos llevan a pensar que este sujeto carece de los recursos simbólicos necesarios para dirigirse al Otro, no sabe invocarlo, adaptándose con total resignación a ese designio. La psicosis del protagonista comienza a manifestarse a partir de ese olvido, en ese haber sido barrido de las rotaciones de la gente de las que se beneficiaban sus otros compañeros. Hundido en su silencio pasará sus horas muertas midiendo todo, haciendo estadísticas. Despojándose de todo su ser convierte su casa en otra sala de museo, no soporta los ruidos, sí el silencio.
Una rutina prolija y ordenada: levantarse a las 6, cruzar el parque de la ciudad, contar los pasos 5.400, ir todos los domingos al mismo restaurante, dejar de salir con las mujeres. Se sostiene en un lazo social que es ese trabajo pero él va desapareciendo como persona. En esa rutina nada lo agita, no es feliz ni infeliz. Y así se sostiene durante ocho años. A los 43 años descubre al Espinario. La escultura de pronto cobra presencia, considero que las cosas se mantendrán así hasta la muerte de la madre.
Con el fallecimiento de su madre la estatua se convierte en una presencia real. Y la espina lo único que está fuera de todo cálculo. Esto es su locura. No puede soportar esa incógnita ¿dónde está la espina? Cuando la espina se localiza en su cabeza todo se derrumba siente su ruido y que le raspa el cráneo. Todo es un caos de pinchos y púas. Decide liberar al muchacho para liberarse a sí mismo y se le ocurre lo de las chinchetas. Traslada el problema sin solución: el sufrimiento propio al sufrimiento real de sus víctimas.
Se pasará 15 años pinchando y fotografiando el sufrimiento y la liberación de sus víctimas. Sacándose las chinchetas. Resumiendo: si la modalidad de goce de los primeros ocho resultaba de mediaciones y cálculos llevados hasta la extenuación, tras la introducción alucinatoria de la espina en su cabeza, la idea delirante de las chinchetas y el pasaje al acto consiguiente trajo calma a su espíritu durante esos 15 años.
A los 58 años decide terminar con todo. No puede más con la mirada de reproche de sufrimiento del muchacho, y decide romper la estatua. Otra alucinación y finalmente ve la espina. Grito desesperado y risa interminable. Considero que con este pasaje al acto se instala la posibilidad del diálogo con el abogado. Dialogo con el defensor: este ordenamiento subjetivo que le permite contar su historia, nuestro protagonista quizás tome la palabra. Y ganando el juicio es la victima del olvido. La ley le restituye algo, hay una restitución simbólica. Feldmayer sale absuelto, conservó el derecho a recibir una pensión y nunca más volvió a tener una chincheta en la mano.
Conversación con el autor
Entrevistadora: Si la literatura es ficción y este texto se basa en hechos reales ¿su libro “Crímenes”, ¿es un testimonio de su trayectoria judicial? ¿qué hay de literatura en él?
F.V.S: (respondió con seguridad y contundencia) Todo es literatura, aunque solo sea por el hecho de que un caso de homicidio ocupa 15 carpetas y mi relato unas pocas hojas. Las carpetas son la realidad y lo otro es literatura.
Entrevistadora: Bien, vamos a lo que a usted más le importaba de nuestra conversación, recuerdo su inquietud y sorpresa al leer, después de publicar “Crímenes” algunos textos que lo acercaban como jurista a ciertos conceptos elaborados por Lacan…
F.V.S: (Me interrumpe) efectivamente, insistí mucho en todas mis entrevistas en que el tema fundamental de mi libro es la verdad. En un juicio la verdad que hay reconstruirla con testigos, huellas, pruebas etc. y sólo se llega a un acercamiento. Porque las cosas no son ni blancas ni negras es por lo que para los delitos no hay un castigo fijo. El juez tiene que encontrar la medida de la culpabilidad. Es parte de la condición humana sentirnos culpables de algo, todos decimos mentiras, engañamos. Somos crueles. La culpa forma parte del ser humano. La verdad que hay detrás de la sentencia de un tribunal opera bajo los mismos mecanismos que la verdad literaria y aquí viene mi pregunta ¿Podría hablarme del concepto de verdad en Lacan, creo haber leído que también él asegura que la verdad está estructurada como ficción.
Entrevistadora: El término “verdad” es uno de los más complejos del discurso de Lacan. Hay algunos puntos básicos claros y constantes en la concepción lacaniana de la verdad. La verdad es siempre la verdad sobre el deseo, sobre el deseo inconsciente. Pero no se puede decir toda la verdad. Hay una imposibilidad estructural de hacerlo. Como usted bien ha observado todos nos sentimos culpables de algo. El deseo es abyecto y desde el inconsciente todos somos culpables.
Entre la verdad jurídica a la que usted aspira, y la verdad sobre el deseo a la que aspira la cura psicoanalítica, y retomando su intuición de que la verdad que hay detrás de la sentencia de un tribunal opera bajo los mismos mecanismos de la ficción, quiero nombrar una diferencia, la verdad para un sujeto en análisis no es necesariamente ni bella ni beneficiosa, saber cómo “se transgredió la ley” en psicoanálisis no implica más que un culpable y será responsabilidad de ese sujeto liberarse de la culpa. La inocencia en una cura no existe. La verdad jurídica toca en cambio “lo bello de la verdad” cuando es justa, que es lo que intenta hacer usted en todos sus relatos. El escabino como figura jurídica sería aquel que intenta ver la ficción literaria de la verdad, el analista también reconstruye y lleva al sujeto a saber sobre la verdad de su deseo para que su vida sea “menos enferma” o “más bella”. Lo que no descarta el crimen en lo real como usted muy bien interpreta en el relato primero de su libro, “Fahner”. Saber al Señor Fahner, la verdad de su deseo lo llevó a descuartizar a su mujer…
Silvia Lagouarde
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