Este es el tercer cuento que comentamos en Literaturia a propósito de la cuestión del odio. En el primero,"Confesión encontrada en una prisión en la época de Carlos II" de Dickens, nos encontramos con el odio psicótico de un hombre hacia la figura amenazante de un niño. Un odio imposible de dialectizar porque no incluye forma alguna de amor. El segundo relato, "Bienvenido, Bob" de J.C. Onetti, nos trajo una particular pareja unida para siempre por el odio, esos dos hombres que se encontraban en el bar. Este último nos acerca a otra modalidad de pareja, la de un hijo y su madre poniendo sobre el tapete la figura más universal del odio: el odio edipico.
Como la pareja de los dos hombres del bar, también esta pareja formada por un hijo y su madre parece unida de por vida por ese lazo indestructible del odio. En el relato vemos desplegarse una especie de lucha a muerte entre dos contendientes ninguno de los cuales depone su actitud, porque en cierto modo ambos están hechos de la misma pasta “somos terriblemente fuertes”. Esta lucha solo encontrará su fin con la muerte de alguno de ellos, aunque el hijo, agente del relato, da por sentado que en este duelo será el vencido .
Uno de los ejes del relato me parece que tiene que ver con el extremo conocimiento del otro. Hay muchas frases al principio que comienzan con una afirmación del saber sobre el otro: “Se que es ella” porque “reconozco sus pasos,,,etc” “Tu sabes que nunca consigo olvidarlo” le dice la madre al hijo más adelante.
El hijo sabe como es la madre, lo que le gusta, de lo que goza, sus ardides, sus engaños, sus trampas. No se deja engañar, porque la conoce mejor que a si mismo
A propósito de este conocimiento extremo del otro, recordé una frase de Lacan con la que finaliza uno de sus Seminarios más difíciles (Aún) que me resultaba muy enigmática, hasta que por fin pude comprenderla. La frase es la siguiente: “Saber lo que la pareja va a hacer no es prueba de amor”.
Y Lacan lo transmite como una experiencia propia. En el momento de la despedida de ese curso lanza al auditorio una pregunta “¿seguiré el año próximo? ! Hagan sus apuestas! ¿Querrá decir que los que adivinen es porque me quieren? Saber lo que la pareja va a hacer no es prueba de amor”
Más bien puede ser la prueba del odio. Efectivamente, Lacan sabía que algunos le odiaban profundamente y eran esos, precisamente, los que mejor le leían, los que más le conocían.
Mientras que el amor es ciego, el odio es lucido. Lo que despierta el amor por el otro es aquello de lo que cojea, su falta, porque en el amor lo que se produce es el reconocimiento del modo en que el partenaire se encuentra afectado por los efectos del saber inconsciente. Entonces dos saberes inconsciente entran en sintonía. El problema, nos dice Lacan, es cuando se pasa del saber inconsciente del otro, al ser del otro. “La relación del ser con el ser no es una relación de armonía” es una relación que conduce al odio. A diferencia del amor que se dirige a la falta en el otro, el odio se dirige al ser del otro, a su ser de goce.
¿Cuál es ese ser de la madre que provoca en el hijo un odio irreductible? Hay un significante que me golpeó al final del cuento porque es como el resumen de lo odioso del ser materno: “molicie”. Lo busqué en el diccionario y encontré la siguiente definición “afición a vivir regaladamente”.
La madre estaba deseando que el padre muriera no por motivos pasionales, ni por intereses economicos, sino para poder recobrar su estado de molicie “esa indiferencia con la que observas la trabajosa miseria de los que se ven obligados a esforzarse para vivir”.
Y es en este rasgo donde podemos captar algo insoportable de la posición de esta mujer ante la vida. Alguien que nunca se hace cargo del otro porque se siente en el derecho de vivir a costa de los demás. Son esos seres de excepción que no se consideran responsables de nada, que en todo caso toman la posición de victima, que no quieren pagar el precio de la castración como condición universal de la vida, representada excelentemente en el texto bajo la figura del trabajo (y no me refiero unicamente a la vida laboral). No es casualidad que la madre le pregunte siempre qué has hecho hoy como si olvidara completamente que él, como tantos otros tiene que ir a trabajar. Y en una frase se repite una y otra vez esa palabra “trabajo” que ella no parece concebir.
El relato nos muestra lo inevitable de la repetición al infinito de esta relación de odio entre hijo y madre. Es un ritual conocido y estragante, al que, sin embargo, el hijo no puede dejar de responder. Para que el juego de semblantes se produzca es necesario la intervención de los dos. Ellos comienzan haciendo un verdadero paripe que envuelve el odio puro bajo las vestimentas de la educación, el estusiasmo, el interes por el otro y hasta la felicidad. Un juego que es perverso porque se nota que ambos gozan. Pero a medida que el relato avanza los velos caen y se empieza a jugar con la verdad de la culpa. Entonces es el hijo quien ataca sin ambages, ella no parece tambalearse y se despide como si tal cosa.
No obstante al final puede haberse escuchado un grito desgarrado. Entonces, ella no sería tan indestructible como parece....., aunque también puede ser que ese grito no sea más que la expresión del deseo de nuestro protagonista.
Rosa López
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