No cabe duda de que “ningún hombre está a la altura de sí mismo”. Y la sensación que me
queda como resto tras la lectura de El
informe de Brodeck, es que ningún lector puede estar a la altura de la
Historia que narra esta novela de Philip Claudel. Y ello porque, al igual que
ocurre ante toda Historia literaria que, sin rodeos, se ocupe de la verdad, la
historia particular de cada lector es un retal dentro de aquella.
En otras palabras, la verdad —que es uno de
los elementos de los que se ocupa El
informe de Brodeck— siempre desborda al ser humano. Es una forma de
expresar que sólo podemos decirla a medias, escribirla a medias, mediodecirla
y, sobre todo, tratar de biendecirla:
o sea, articularla a una ética que tiene que ver, no con el bien y la moral,
sino con el acto en cuestión, en este caso, el Ereignis.
La sensación que queda es que Brodeck, en su
tortuoso laberinto, en el que, sin duda, trata de biendecir, transita por la decisión y la indecisión, la dignidad y
la indignidad, por muchas dudas y algunas certezas, idas y vueltas –como no
puede ser de otra forma— en las que merodea, penosamente, por la verdad que se
revela, y alrededor de lo que parece eternamente aplazado, algo que no cesa de
no escribirse: su vacío, su cráter, su Kazerskwir
(El informe de Brodeck,
Página 22. Ed. Salamandra)
Pero, pese a todo su tormento, Brodeck tiene
una actitud valiente y decidida. Porque abre la puerta de lo humano para echar
un vistazo y, como tantos otros, descubre tras ella la inmundicia. Su valentía
consiste en que él no cierra la puerta. Pese a la angustia que le produce, la
deja abierta un buen rato para observar los movimientos del amor, del odio,
fidelidad, de la amistad, de la culpa, del perdón, etc., cuando por encima de
ellos se extiende la hediondez de esa particular locura que padecen los hombres
cuando visten los ropajes de una pulsión de muerte que, paradójicamente, los
entretiene. Esa mirada hacia la verdad –que fulmina todas las referencias
legales e imaginarias— y su biendecir,
termina por ofrecerle un nuevo sentido a su ser, un lugar particular dentro de
su irremediable soledad.
Ética y biendecir.
El informe de Brodeck nos introduce
en la elaboración de un discurso en donde se ponen en juego la historia de un
sujeto –la de Brodeck—su particularidad, su subjetividad, la lógica del
lenguaje en la que está inmerso, los caminos por donde es conducido desde la
propia palabra, los impasses de los silencios, las decisiones y las
responsabilidades sobre su acto, para, finalmente, desde el mismo vacío, desde
el mismo cráter, desde el mismo Kazerskwir
que lo abismaba, que lo hería, poder fundar otra vida.
Una
novela cargada de simbolismo
Es cierto que toda la acción se dirime en un
escenario físico al que, incluso, podemos poner un paisaje, un país, un tiempo,
una fenomenología, etc. Pero la novela parece solicitarnos una mirada más allá
de los fenómenos, de todas las imágenes espeluznantes, de todas las imposturas,
de todos los odios. Hay, podríamos decir, otra escena.
Estamos ante un conglomerado de elementos, el
pueblo, el Anderer, la naturaleza, el
Ereignis, la historia, el nazismo,
los campos de concentración, la represión, la culpa, la censura, el olvido,
etc., que, a la vez que nos trasmiten su potencial, grave, a veces
inimaginable, inalcanzable para la sensibilidad de los seres humanos
comprometidos con un mundo de lenguaje, nos precipitan hacia un escenario ético
en el que se produce el encuentro desgarrador con la verdad.
Los escenarios se ofrecen, también, como susceptibles de transformarse en elementos conceptuales.
Ereignis
Un escenario lleno de connotaciones
filosóficas. Es el lugar desde el que el narrador y protagonista, edifica la
novela, el acto desde donde la responsabilidad de cada uno parece solicitar una
respuesta. De hecho, la novela comienza así:
“Me
llamo Brodeck y no tuve nada que ver. Necesito decirlo. Tiene que saberlo todo
el mundo” (El informe de Brodeck,
Página 229. Ed. Salamandra)
El Ereignis
es lo que viene a producir la dislocación, el corte, la brecha en el orden
imaginario establecido en el pueblo. Además de eso es, para Brodeck, el
acontecimiento, el evento, la oportunidad de enfrentarse a la verdad para
producir un renacer, aunque eso va implicar el tránsito por la soledad, por la
desnudez, por la caída de los ideales y la disolución de todo su imaginario.
Sólo después de ese tránsito parece que es posible, para él, una rectificación,
un nuevo sentido para su ser.
Por tanto, el Ereignis no es cualquier acto. Es “el acto”. Punto de partida y punto de llegada.
El Anderer,
el Otro
Anderer es el personaje que parece
exterior pero, a la vez, parece demasiado próximo a cada uno de los habitantes
del pueblo. No tiene nombre, es Otro y es Brodeck, es Otro y es el pueblo
entero, es misterioso y claro, pertenece al mundo y no pertenece, está en el
espacio pero no es de ningún lugar, está en la historia y no está en la
historia, está en el lenguaje pero no habla, es todos y es nadie, existe y no
existe. Pero sobre todo es, dentro del lenguaje, “el que calla”, lo cual angustia, desestabiliza, abre brechas para
producir la pregunta fundamental: ¿Qué quiere el Otro de mí? ¿Qué quiere el Anderer del pueblo? Lo vamos a saber
inequívocamente.
“Se
teme a quien calla. A quien no dice nada. A quien mira y no habla. ¿Cómo saber
qué piensa quien permanece mudo?” (El
informe de Brodeck, Página 229. Ed. Salamandra)
Hay un lapsus que está escrito en la novela,
no por casualidad, sino para precisar esta paradójica puesta en escena del Anderer que revela su condición de
extraño, pero también de cercanía al pueblo. Y es que el Anderer conoce a todos, incluso desde antes de que habite en el
pueblo, lo cual nos deja la sensación de que todos conocen al Anderer. El lapsus se produce cuando
Schloss cuenta la llegada del Anderer
diciendo que se dirigió a él con estas palabras:
“Le
deseo muy buenas tardes señor Schloss” (El
informe de Brodeck, Página 139. Ed. Salamandra)
Me parece la confirmación de que el Anderer
es algo perteneciente al pueblo desde siempre. Pero sólo ahora, después de
acontecido el Ereignis, se manifiesta
en todo su potencial.
Por otra parte, una interesantísima
definición del Anderer en su función
de otro, en este caso con minúsculas, imaginario, la encontramos en las
palabras del cura Peiper:
“Este
hombre era como un espejo... Devolvía su imagen a cada uno. O tal vez fuera el
último enviado de Dios, antes de que echara el cierre y tirara la llave. Yo soy
la cloaca, pero él era el espejo. Y los espejos, Brodeck, acaban rompiéndose”.
En esta frase se recoge toda una lección
sobre la cuestión de la identificación y el motivo del odio. Es el otro en su
aspecto imaginario. Si el Otro es un espejo, quien se ve reflejado en él es uno
mismo. Anderer = Otro = yo. Pero, en
este caso, la imagen que devuelve el espejo, la propia, es fascinante y
hostigante. Podemos decir que el Anderer
es simbólico y es imaginario. Simbólico en el sentido de que es el Otro
enigmático que calla, que encarna el silencio, pero que inscribe en nosotros la
pregunta ¿qué quiere el Otro de mí?, pero también es el que produce una especie
de fascinación ambivalente, de atracción y rechazo a la vez.
Brodeck
y la verdad
Estamos, por tanto, ante un personaje, el Anderer, que encarna la posibilidad de
confrontación con la verdad. Vamos a ver como surge la posibilitad de rescate
para aquellos que quedaron atrapados en lo real, en el agujero, en el Kazerskwir.
Desde este presupuesto, podemos valorar la
valentía de Brodeck ante la verdad. Brodeck, es el único que se alegra de la
presencia del Anderer, o lo que es lo
mismo, es el único que desea ver la verdad. Ve esa posibilidad como un renacer
y una vuelta a la vida. Y sabe también que no todo el mundo acepta la
confrontación con la verdad porque, ésta, es dolorosa:
“... era
el único en el pueblo que se alegraba de que hubiera llegado un forastero.
Tenía la sensación de que señalaba un renacer, una vuelta a la vida... Pero no
me paré a pensar que a veces el sol resulta molesto, que sus rayos, que
iluminan el mundo y lo hacen resplandecer, no pueden evitar que se revele
también lo que se intenta ocultar”. (El
informe de Brodeck, Página 142. Ed. Salamandra)
Una de los escenarios en que se nos presenta
la verdad, tiene que ver con lo real. La marca real de la verdad es evocada en
la leyenda inscripta en la entrada del campo de concentración. Duele en la
misma piel:
“Sabemos
que no somos nada” (El informe de
Brodeck, Página 144. Ed. Salamandra)
Así rezaba la fatal e inhóspita leyenda. La
contraposición es evidente en tanto se establecen dos formas distintas de hacer
con esa nada. Por un lado, el campo de concentración la toma al pie de la letra
para reducir al hombre y hacerlo habitar esa nada inhóspita e inmunda, fuera
del lenguaje, como un perro arrastrado por la tierra. Es la indignidad que cae
sobre Brodeck en el campo de concentración. Por otro lado, encarnar la nada en el silencio –que es
lenguaje—es la posición propia del Anderer. Una posición, a mi modo de ver, muy
humana, porque no reduce lo humano, por el contrario, es un silencio que
permite encontrar palabras propias para rodear esa nada y dignificar la
vida.
La
candidez
Uno de los hechos más dolorosos de la novela
es observar cómo Brodeck soporta, como resiste las atrocidades y la indignidad
en el campo de concentración. Es cierto, como sostiene la novela: “A los hombres no les corresponde juzgarse
unos a otros. No están hechos para eso” (El
informe de Brodeck, Página 195. Ed. Salamandra). Pero es inevitable escuchar la pregunta que
surge inmediata. ¿Cómo puede un ser humano soportar esas vejaciones?
Esta pregunta me llevó hacia ese gran libro
de entrevistas que Philip Roth realiza a sus colegas escritores, judíos, entre
ellos Primo Levy, Aharon Appelfel, Ivan Klima, Milan Kundera, etc. El libro se
llama El oficio. Un escritor, sus colegas y sus obras. Allí podemos ver la candidez
de los judíos, su creencia de que el saber los podía salvar de la masacre que
se avecinaba.
“Aun hoy en día se sigue aceptando, en
general, que los judíos somos gente hábil y refinada, que tiene acumulada toda
la sabiduría del mundo. Pero ¿no es fascinante observar la facilidad con que
nos engañaron? Utilizando unos trucos sencillísimos, casi infantiles, nos
juntaron en guetos, nos mataron de hambre durante meses, nos sostuvieron a base
de falsas esperanzas y al final nos enviaron a la muerte por vía férrea. Tuve
muy presente esta candidez durante todo el tiempo que duró la redacción de
Badenheim. La ceguera, la sordera de los judíos, su obsesiva preocupación por
ellos mismos, son partes integrales de su candidez” (Philip Roth. El oficio. Un escritor, sus colegas y
sus obras. Página 41. Ed. Contemporánea. Libros de Bolsillo)
Hay un momento en la novela, cuando Brodeck y
Simon Frippman son llevados del pueblo hacia el campo de concentración, donde
vemos revelarse la candidez, la ingenuidad, como si el acto que sufrían fuese
algo pasajero. En realidad era el momento en que las mariposas Rex Flammae, es decir, la gente del
pueblo, dejaba a su suerte a las otras mariposas, Brodeck y Frippman, ofrecidas
como alimento para sus depredadores.
“El
buen humor de Frippman, de su inconsciencia, de su incapacidad para comprender
lo que nos estaba sucediendo y lo que irremisiblemente iba a pasarnos...
Frippman no estaba desesperado en absoluto. Mientras caminábamos no dejaba de
hablarme de las mismas cosas, las semillas, la forma de la luna y los gatos...
era un alma bendita... Una mañana hicieron una selección. A Frippman le tocó el
grupo de la derecha, a mí el de la izquierda... Hasta pronto Brodeck, nos
veremos en el pueblo” (El informe de
Brodeck, Página 215, 216. Ed. Salamandra)
El
lenguaje
Hablamos de discurso. Es evidente que las dos
historias en las que Brodeck se siente implicado, nos sitúan, de lleno, en el
territorio del lenguaje. En El informe de
Brodeck encontramos una extraordinaria reflexión implícita sobre el mismo.
La palabra adquiere todo su valor. Primero, por su pérdida, lo cual hace surgir
la locura, la pulsión de muerte que barre a la humanidad. Segundo, por su función
contraria, la de permitirnos un distanciamiento de esa pulsión de muerte en un
regreso al lenguaje, único lugar donde se hace habitable la vida. En tercer
lugar, para mostrar su elasticidad significante, lo cual implica estar atento a
las múltiples significaciones de las palabras. Y por último, su función de
guía, cuando el que la porta permite, en un ejercicio de escritura mediado por
la asociación libre, que la palabra plena dirija los pasos del protagonista
hacia la verdad.
Ya desde el comienzo de la novela, el
lenguaje aparece mediado por una palabra comprometida con el mismo cuerpo:
“El
dialecto local, una lengua sin serlo, pegada a la piel, al aliento, al alma de
quienes vivimos aquí”. (El informe de
Brodeck, Página 12. Ed. Salamandra)
Además, se le atribuye al lenguaje una
función purificadora, sanadora. Es el momento de regreso al lenguaje como el
escenario humano por excelencia.
“Regresar a la lengua, la lengua tras la que, postrada, débil,
todavía enferma, había una humanidad que lo único que podía era sanar”. (El informe de
Brodeck, Página 74. Ed. Salamandra)
Importante esta frase en tanto
sitúa enfermedad, la locura, en un lugar que nada tiene que ver con la lengua.
Hablan de “Regresar”. Lo cual podemos
tomar en dos sentidos. Uno para confrontarse con la verdad, para lo cual se
necesita la decisión del sujeto, en este caso de Brodeck. El otro sentido tiene
que ver con dejar la inmundicia, distanciarse de la pulsión de muerte que, a la
vez que entretiene al hombre, lo barre de la faz de la tierra. Distanciarse de
esa pulsión de muerte implica regresar a la lengua para sanar dejándose
envolver por ella:
“Sentía un extraño placer dejándome envolver por sus palabras” (El informe de Brodeck, Página 74. Ed. Salamandra)
Pero ese regreso tiene sus
caminos, lo que implica estar atento a la elasticidad de las palabras, a su
función significante. Porque son muchos los laberintos que hay que atravesar,
laberintos en los que uno puede quedar apresado y perder el camino. Veamos sino
como un ejercicio semántico, le permite a Brodeck adoptar una posición respecto
al Otro:
“Wi sund vroh wen neu kamme” puede significar “nos alegramos de que
venga alguien nuevo”. Pero también puede
interpretarse como “nos alegramos de que pase algo nuevo”, que no es exactamente lo mismo. Lo más
curioso es que vroh posee dos significados distintos según el contexto en que
se emplee, “contento, feliz” pero
también “atento, vigilante”. De modo
que, si se opta por el segundo, nos encontramos ante una frase extraña e
inquietante, en la que en su momento nadie reparó, pero que luego no ha dejado
de resonar en mi mente como una especie de advertencia que lleva ya en su seno
un atisbo de amenaza, como un puño que se alza o una hoja de cuchillo que al
moverse reluce al sol”. (El informe de
Brodeck, Página 150. Ed. Salamandra)
Y si nos detenemos en observar a la palabra
en su función de guía, hemos de detenernos en la misma narración que Brodeck
usa para contar su historia. No se caracteriza por su linealidad, sino más bien
por los diferentes saltos de un lugar hacia otro. Algo que puede evocar, muy
bien, lo que conocemos con el nombre de asociación libre. La novela está
plagada de ejemplos. Uno de ellos se produce en la página 36 cuando está en la
casa de Orschwir, conversando sobre un tema determinado y, de repente, se
produce una asociación cualquiera y Brodeck salta a narrarnos su dificultad con
el habla y su preferencia por la escritura. Él mismo se encarga de confirmarnos
esta utilización de la asociación libre:
“Avanzo
retrocedo, me salto el hilo temporal como quien salta una cerca, me voy por las
ramas y sin quererlo, quizá no explico lo esencial” (El informe de Brodeck, Página 101. Ed. Salamandra)
O bien:
“Acabo
de releer mi historia desde el principio. No me refiero al informe oficial sino
a esta confesión. Le falta orden. No ceso de divagar... Las palabras acuden a
mi cabeza como las limaduras de hierro a un imán y las vierto en la hoja sin
preocuparme de nada” (El informe de
Brodeck, Página 179. Ed. Salamandra)
Esa asociación libre es la forma que tiene
Brodeck de dejarse llevar por el lenguaje, la forma de un discurso ético
encaminado hacia su verdad.
El
advenimiento de la verdad en Anamorfosis
“Puede
que todo lo que dibuja sean símbolos y cosas por el estilo... y que sea una
manera de explicar lo que es cada uno y lo que hizo en otros tiempos” (El informe de Brodeck, Página 98. Ed. Salamandra)
¿Cómo lo hace? Resulta extraordinario
introducirse en la fonda de Schloss en el momento de la exposición pictórica. Es
toda una lección de arte la que nos muestra Brodeck en su escritura. Divide la escena en dos campos: campo de la visión, y campo de la mirada. En una
primera visión, los habitantes del pueblo no ven sino la armonía de los
paisajes, de las perspectivas. El Anderer
parece invitar a todos a un paseo sin ningún interés por los paisajes que son
del pueblo, de sus gentes. Hasta parece natural que nada de esas pinturas los
conmocione. Todos están hartos de ver.
Sin embargo no contaban con la mirada. Eso
que los detiene, que los angustia, que los petrifica, que los deja sin aliento.
Basta un simple movimiento de la visión, un cambio de posición en el espacio,
para que esos ojos se encuentren con su mirada, que es la propia, pero que está
puesta en el campo del Otro, el Anderer.
Es desde ahí desde donde se produce la mirada propia de cada uno de los
habitantes del pueblo. Ahí la armonía se transforma en pesadilla, al modo de Los Embajadores de Hölbein, cuando desde
una posición determinada, lo que parecía una mancha debajo de la armonía del
saber, se transforma en una calavera, símbolo por excelencia de lo efímero. Lo
mismo ocurre en la fonda:
“Si
inclinabas un poco la cabeza para mirarlo” (El
informe de Brodeck, Página 242. Ed. Salamandra)
¿Qué ocurre en ese movimiento? Cada uno se
vuelve testigo de su ser más inhóspito, de su inmundicia, de su culpa, que, ya
sin velos, coincide, de forma absoluta, con la historia particular de cada uno.
Es la desnudez de la verdad. Imposible de soportar.
Toda una lección de arte. Los objetos
cotidianos, los paisajes, extraídos de su escenario natural, son llevados a la
superficie opaca de una tela para evocar, dentro de una ilusión de armonía, la Cosa, lo más siniestro que habita en
cada uno de los hombres. Es el arte como fuente de verdad, diluyendo la
apariencia, la ilusión armónica que, inscribiéndose en una inocente superficie,
no parecía mostrar nada. ¿Sólo eso era lo que el Anderer, el Otro, tenía que mostrar? No, el Anderer, el Otro, es también el lugar de la mirada. Cada habitante
del pueblo es, en el Otro, en el Anderer,
su propia mirada.
Nombre del padre
Tenemos en la novela un juego de existencia y
no existencia del Padre como regulador legal de la historia particular. Si ya
tratamos de atrapar lo que nos dice sobre la función del Anderer como Otro, también el texto ilumina la función de un Otro
legal, por “conocido”, más evidente. Es el caso de Dios, de la muerte de Dios.
Como si el valor que tuvo como función reguladora se hubiese diluido. Dice el
padre Peiper en una conversación con Brodeck:
“Voy a
ayudarte un poco haciéndote una confidencia: Yo ya tampoco creo demasiado en
Dios... Ahora sé que no existe, o que se ha ido para siempre, lo que viene a
ser lo mismo: estamos solos. Eso es todo. No obstante, sigo con la función,
está claro que mal, pero todavía tiene público. Eso no perjudica a nadie, y
aquí viven unas cuantas almas viejas que estarían aún más solas y más
abandonadas si cerrara el teatro. Cada representación les da un poco de fuerza...” (El informe de Brodeck, Página 123. Ed. Alfaguara)
Ir más allá del padre a condición de servirse
de él. El nombre del padre, en su función reguladora, se diluye. Sin embargo,
el cura Peiper, aún no creyendo en él, se da cuenta de que es uno de los
recursos imprescindibles para aplicar en el interior del aparato social. Es
decir, puede ahí cumplir su función de atadura de lazos sociales. El padre
Peiper es la garantía de que sus feligreses puedan sostenerse en un mundo
simbólico. Él sostiene un deseo, consiente a sostener esa función y
trasmitirla.
Pero también, el hecho de haberse quedado
solos, y saberlo, implica, para Brodeck, una nueva posibilidad que se le abre.
La de que él mismo pueda hacer algo con su soledad. Sin duda, hacerse con su
nombre propio, como bien queda significado en el último párrafo de su discurso.
Lo vemos a continuación.
El
pueblo: imagen, simbolismo, caída
Es uno de los escenarios que se traslada,
desde su lugar físico, hacia la otra escena, más cargada de simbolismo, y más
apropiada para el advenimiento de una verdad. Ese cambio se produce
retroactivamente, en el último tramo de la novela, cuando el mismo Brodeck nos
dice:
“... el
pueblo se me apareció bajo una nueva luz; de pronto lo vi como el último lugar,
al que acuden quienes han dejado atrás la noche y el vacío; no como un sitio
donde se puede empezar de nuevo, sino simplemente como el lugar donde quizá
todo acaba, o donde todo debe acabar”. (El
informe de Brodeck, Página 192. Ed. Salamandra)
“Donde
todo acaba, o donde todo debe acabar”
Sólo acaba para quien se comprometió en el
discurso con el biendecir.
Efectivamente, poco a poco se va derrumbando el edificio imaginario tras el que
se ocultaba la verdad. Todo se acabó. La historia del pueblo, el acto, en
definitiva, el informe, pareciera que se pretendiese palabra vacía, un nuevo
velo para ocultar la responsabilidad. En este sentido, Göbbler, el vecino,
parece encarnar la misma represión, y el alcalde Hans Orschwir la misma
censura. El informe, no siendo palabra vacía, no podía, sino, acabar en la
hoguera. Sólo para sus habitantes, el pueblo continúa siendo algo físico, el
mundo imaginario que nada quiere saber de responsabilidades ni verdades. Sólo
ahí es posible mantener una impostura que recubre al mal.
El
Nombre Propio
Por el lado de Brodeck, el derrumbe
imaginario implica la disolución de toda impostura. Se traslada, todo él, a
otra escena. Por no quedar, ni siquiera le queda el pueblo en pie:
“Por
más que he mirado no he visto nada. No había niebla, ni nubes ni bruma. Pero
allí abajo no se veía ningún pueblo. El pueblo, mi pueblo había desaparecido
por completo. Y con él todo lo demás, las figuras, el río, los seres vivos, los
dolores, las fuentes, los senderos que acababa de recorrer, los bosques, las
rocas... Como si a medida que avanzaba alguien hubiera ido desmontando el
decorado” (El informe de Brodeck,
Página 280. Ed. Salamandra)
Toda una descripción del derrumbe imaginario
que lo velaba todo, que ocultaba la verdad, que impedía el surgimiento de la
singularidad de Brodeck. Ahora, el panorama es diferente. Su singularidad queda
cernida por un nombre: Brodeck.
Y no es cualquier cosa poseer un nombre. No
tenemos más que fijarnos en la conversación que Brodeck mantiene con Schloss en
la fonda, cuando hablan del hijo perdido:
“El
niño nació sin nombre, y desde entonces no he dejado de reprochármelo, casi
como si fuera eso lo que lo mató. Sueño, y yo no puedo gritar ningún nombre, no
hay ninguno que pueda pronunciar para lograr retenerlo” (El informe de Brodeck, Página 136. Ed. Salamandra)
Vemos en este inmenso párrafo la importancia
de construirse un nombre. Brodeck también es un desvalido, sin padre
originario, sin madre originaria, por lo cual la cuestión del nombre no es
baladí para él. Su recorrido por la palabra, a la vez que le permite deshacerse
de todo el peso de lo imaginario y aliviar el peso insufrible de lo real, le
permite, finalmente, reivindicar un nombre, hacerlo suyo:
“Me
llamo Brodeck y no tuve nada que ver. Mi nombre es Brodeck. Brodeck.
Recuérdenlo, por favor. Brodeck” (El informe de
Brodeck, Página 280. Ed. Salamandra)
Es el norte para volver a empezar en un mundo
lleno de Otros, que sabe que no existen, pero que, pese a todo, pueden cumplir
su función. Brodeck, efectivamente, se quedó sin Otro. Está en la intemperie,
en la soledad, pero está, paradójicamente, en el buen lugar para producir la
rectificación, para volver a empezar más allá de la impostura de cualquier Fratergekeime o de cualquier Rex Flammae.
“Puede
que vivir sea saber que lo real no lo es totalmente, puede que sea elegir otra
realidad cuando la que hemos elegido adquiere un peso insoportable” (El informe de Brodeck, Página 268. Ed. Salamandra)
Miguel Ángel Alonso
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