martes, 16 de octubre de 2012

"Un libro íntimo", comentario de Sara Veiras a "El Informe de Brodeck", de Philippe Claudel

“Puede que vivir, seguir viviendo, sea saber que lo real no lo es totalmente,
puede que sea elegir otra realidad cuando la que hemos conocido
adquiere un peso insoportable”. P- 268 


Entre cerdos y perros Brodeck relata, con su propia voz, una historia de hombres y mujeres. La parte que le toca, articulada al amor. 


Cerdos que comen lo que les echen. Hombres que hacen el perro para distraer a los cerdos. Mujeres, entre el amor y la voracidad. 

Brodeck nos informa con palabras que se convierten en cuadros, cuando la verdad pinta el Alma en su hedionda desnudez. 

Recorro a través del libro un paisaje que titulo: “La hermandad del vientre y el corazón unidos”, cruzando dos ejes del relato. 

Intimidado por el reino de los cerdos y al ritmo que late el corazón de un perro asustado, Brodeck nos informa sobre “lo que ha ocurrido” en un día de despertar, mientras confiesa: “Tengo la sensación de que no estoy hecho para mi vida”. 

En el informe de los horrores hay lugar para la “violeta de los barrancos”, que en mi opinión representa a Fedorine. 

La metáfora es el único vehículo capaz de penetrar en los pliegues del Alma humana, inexistente en sí, por inhumana y comedora de otras Almas; y de metáforas se arma Philippe Claudel para atravesar la historia de alguien que “podría no ser nadie o ser todo el mundo”. 

Metáforas que incluyen el viaje con su carreta para huir de la barbarie “que destruye y destapa”; transportar a la familia, esos con quienes se vive o se muere por amor; y reflexionar sobre la grandeza, en su penuria, de los avatares de una existencia individual. 

¿Dónde lleva semejante despliegue? 

“Todo depende de las creencias”, dice el otro al que llaman Anderer. 

Nuestras vidas lucen su lápida a medio borrar. Hay hombres que lo saben y trazan en ella ciertos garabatos con la esperanza de despistar a la muerte y estirar las lindes de su pequeña existencia. Brodeck es uno de ellos hasta que comprende que no hay lector, sólo algún cerdo que traga lo que le echen o algún perro que mueve la cola a cambio de lo que le echen, además de pastores de rebaños que añoran olvidar. 

Cuando Brodeck comprende: no tuve nada que ver / que es su reverso de haberlo visto todo, el paisaje de la hermandad del “vientre y corazón unidos” se borra de sus ojos: “Esta mañana por más que he mirado no he visto nada”. 

Una vez atravesado ese puente queda atrás el tiempo para hablar y llega otro tiempo que es para escuchar. Escuchar la naturaleza. 

En ese momento aparece el zorro. Un zorro que se hace el muerto ante el rebaño que necesita olvidar y que corre delante del carro de quienes, para vivir, son capaces de aceptar que “solo hay partidas, eternas partidas”. 



No sé decir si este libro me ha gustado. En un avance rápido mi tendencia es hacia el no. Se trata de una prosa que no me va. Sin embargo la atraviesa una voz que es como ese río del cual habla Brodeck y junto al que se detiene a oír, fascinado por lo que cuenta. 




Yo también me detengo a oír. 

Intento acompasar mi carreta al murmullo de estas líneas. ¿Qué me dice el autor, de qué me habla realmente? 

La vida de los cerdos y de los perros es bastante obvia, igual que la de los rebaños y sus pastores, y a un escritor con la experiencia de Philippe Claudel no le harían falta doscientas ochenta páginas para hablar de ello. Algo me aburre mientras otra cosa tira de mí… 

Un aire de cuento infantil me rescata con su bosque, sus horrores, su duende y sus animales: “El sastrecillo es muy pobre y vive con su madre, su mujer y su hijita… “. Recibe las tres visitas de la muerte: el campo, la enajenación de su mujer, y la noticia de que tiene una hija que no es suya. 

El sastrecillo sabe hacer cosas hermosas. Cuanto más hermosas, mayor la desgracia. 

El sastrecillo aprende a través de las pérdidas y cuando el Rey le ofrece su recompensa final, dice: “No quiero nada. Soy muy feliz con lo que tengo”. 

“Lo que tienes no es más que una ilusión. ¿De verdad piensas que los sueños son más valiosos que la vida?” 

La ilusión es el relato infantil por excelencia. La historia del sastrecillo es el cuento que Brodeck escuchaba en la voz de Fédorine, que lo alimentó con amor, manzanas y palabras. Una historia que a Brodeck le hacía sentir que el suelo desaparecía bajo sus pies, “que cuanto tenía ante los ojos podía no existir realmente”. 

¿Fue ésta la palanca que lo lanzó a hacer el perro y le permitió sobrevivir? 

Me hago esta pregunta porque considero que Brodeck va un paso por delante. Si entiende que la cosa puede no existir realmente, tiene en sus manos la modulación de su propia existencia. Una interesante ventaja cuando la realidad adquiere un peso insoportable. 

Sí, ese es el murmullo que me envuelve al leer este libro. Hay una voz principal y a través de ella se escucha el pensamiento en el que clava su ancla esa voz: “No hay libro más íntimo. Ese no podrá leerlo nadie. No tendré que esconderlo. Es imposible de encontrar”. 

Ese libro íntimo es el que me retiene. Es el libro dentro del libro, como el Anderer es el hombre dentro del hombre. 

El Anderer encarna esa voz interior. Una voz que sólo puede oír Brodeck, sostenido por el amor de sus tres vidas, y por unos relatos capaces de significar la existencia, dando respuestas humanas a la locura. 

A diferencia de los otros habitantes del pueblo, Brodeck cuenta con un saber: como el zorro hace el muerto mientras no se permite la vida, él hace el perro mientras espera el momento de partir. 

Todo es ilusión pero hay un puente que separa dos territorios: en uno de ellos se come lo que te echan; en el otro, manzanas. 

Para atravesar ese puente sólo hay que subir a una vieja carreta y seguir al zorro, nos sugiere Claudel. Eso ya es un punto de partida: Nada bajo los pies y algo en la cabeza.

Sara Veiras

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