Quiero resaltar uno de los aspectos más
sobresalientes de esta novela: la soledad. Es un eje constatable a lo largo e
toda su lectura, y también el hecho de que todos los personajes sean masculinos
–las mujeres a penas tienen lugar, y salen a título de lo que los protagonistas
dicen de ellas.
Esos personajes son todos equivalentes, Jed, el
padre, Houellebecq, todos viven en un hastío, hasta el punto de que, prácticamente,
se desenganchan de lo vivo. Se desenganchan de la relación con los demás y
evitan las complicaciones propias de la búsqueda del amor y del sexo. El padre,
desde que su mujer se suicidó, no tuvo más historias con ninguna otra mujer;
Jed mismo, tiene una relación fallida con Olga, podemos decir incluso que la deja
caer.
Lo interesante es la relación que Jed Martin tiene
con los objetos. Ahí tenemos un hilo conductor de la novela. Desde el primer
capítulo aparece el calentador, y lo vamos a encontrar hasta en las últimas
páginas convertido en su acompañante más antiguo, y con el cual, prácticamente,
llega a hablar. Verdaderamente falta ya muy poco para que el calentador le
responda. Otro de los objetos decisivos en su vida es la cámara del abuelo.
Encontró ese objeto y se articula a él, lo cual le condujo a desarrollar el
tema de la fotografía. Luego salta una generación, los objetos del padre, esos
diseños de casas imposibles de habitar que tenía guardados en montones de carpetas
que Jed, finalmente, encuentra. En otro momento –contingencias de la vida—encuentra
otro objeto, el mapa Michelín. Y desarrolla el tema de los mapas.
Pero Jed termina completamente aislado, sin
ningún tipo de relación con el otro. Al menos Houellebecq –otro tipo solitario
y hastiado de la vida— tiene un perro, algo intermedio entre el ser humano y
los objetos. El perro tiene vida, hace algún signo. Pero Jed, a cada paso, va
perdiendo el enganche con la vida. Plantea que ser hijo de una suicida produce
una falta de solidez en las ataduras de la vida. Y es verdad que eso se sitúa
en el fundamento original de este hombre, nunca se dijo nada sobre ese
suicidio, no aparece ningún saber en relación a él, ninguna palabra en torno a
eso, es un gran misterio, un enigma. Es lo que, quizá, produzca la falta de ataduras
con lo vivo.
Todo lo que acabo de decir me conduce hacia
lo que planteaba al comienzo, hacia la soledad representada por tantos hombres
como pueblan la novela. Porque en ellos puede encarnarse algo que afectaría al
ser humano del siglo XXI, esa tendencia al goce solitario, algo de la
disposición masculina al aislamiento, al goce Uno, al goce sin el Otro, lo cual
lo empuja a trasladarse hacia los objetos.
Rosa López
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