Buenas tardes. Gracias por la asistencia y gracias a
la Biblioteca Regional de Toledo encarnada en la persona de Alfonso González.
“A altas horas de la mañana” –dice la Sra.
Stevenson— “fui despertada por gritos de
horror de Louis. Pensando que tenía una pesadilla, le desperté. Él me dijo furioso ¿Por qué me has
despertado? Estaba soñando un dulce cuento de terror. Yo le había despertado en la escena de la 1ª transformación”.
A principios de
1885, los pensamientos de Robert Luis Stevenson giraban en torno a la idea de
la dualidad del bien y del mal en el hombre, y en torno a cómo incorporar dicha
dualidad en un relato. El resultado fue El
extraño caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde. Tras ser despertado, Stevenson
se lanzó febrilmente a escribir dicha narración y la completó en tres días. Sin
embargo, las primeras páginas escritas esa madrugada, cuenta la leyenda, fueron
arrojadas al fuego por su mujer debido al alto contenido erótico que tenían.
Posteriormente fueron reelaboradas. He querido comenzar la exposición de hoy
con esta alusión al sueño de Stevenson por parte de su mujer, porque resume el
sentido de la charla de hoy.
“El Sueño en la literatura” El epígrafe
que nos convoca es sumamente evocador y amplio, por eso conviene acotarlo. Pero
antes quiero detenerme en el vocablo sueño, en el significante sueño, y
realizar una somera aproximación lingüística.
Para empezar,
pareciera que la propia palabra sueño nos invita a soñar. Es una bella palabra
–creo que estamos de acuerdo— dado que la suavidad de la líquida s y la
fragilidad de la ñ, que no existe en ninguna otra lengua romance, le da ese
acoplamiento fonéticamente estético, y una armonía única entre forma y
contenido. Una ñ que, por cierto, nos quisieron arrebatar en su día de los
ordenadores, podríamos decir un intento de arrebatarnos la capacidad de soñar al
castellano o en castellano.
Primero
aclaremos los sintagmas, pues no es lo mismo el sueño en la literatura que la
literatura que da sueño, que también la hay. Permítanme una breve digresión. En
castellano podemos decir: “tengo sueño”
y “tengo un sueño”, marcando la
diferencia entre el proceso fisiológico del reposo y el fenómeno onírico con
sus imágenes. En otras lenguas no es así.
En inglés, por ejemplo, se dice: “I
am sleepy” frente al “I have
a dream” o “I am dreaming”.
En francés ocurre otro tanto, pues se marca el
simple reposo con dormir, endormir, frente al rêver o revasser, del mismo modo que no es lo mismo sommeil que rêve. Sommeil tiene el matiz de descanso sin
más, y rêve de imagen visual. Como
dijo el poeta:
“La vie est un sommeil et l´amour en est le rêve”. “La vida es un reposo y el amor es su sueño”.
No me extiendo
en esto, sólo señalar que en nuestra lengua parece que existiera ya un
desplazamiento, un anticipo, diría, de lo que va a ocurrir tras la caída en el
simple descanso.
Por otra parte,
hay una clara identificación entre sueño y deseo pues, al decir “tengo un sueño”, el interlocutor
entiende que hay un proyecto de futuro deseado, un anhelo por cumplir, y esto
me parece sumamente interesante porque coincide con la tesis freudiana por
excelencia de que el sueño es, básicamente, la satisfacción de deseos. Luego
habría que añadir de deseos reprimidos y, además, en su mayoría, de índole
sexual. Pero no entro en ello ahora. Tan sólo remarcar la identificación entre el hecho onírico y el
deseo que tiene nuestra lengua.
También es
verdad que se le puede decir a alguien “estás
soñando” o “tú sueñas” en un tono
condescendiente, aludiendo a la ingenuidad o ilusión del decir del hablante. Por eso conviene ponerse
de acuerdo, pues lo que estamos tratando es muy extenso y admite aproximaciones
muy variadas.
Por cierto,
soñar es un verbo que debería ser conjugado en pasiva, pues nadie es sujeto
agente, voluntario, en la acción de soñar; somos soñados, y no he conocido a
nadie que pueda elegir lo soñado, lo cual viene a demostrar ser una
manifestación del Inconsciente, junto al lapsus y los actos fallidos, el chiste
y el síntoma. En ninguna de estas manifestaciones hay un sujeto consciente.
Entonces, ¿nos
referimos al sueño como topos literario, como recurso y pretexto creativo, o al
sueño como fuente de inspiración creadora? Nos referimos al segundo aspecto,
por eso comencé con Stevenson. Podremos citar a Coleridge, a Mary Shelley,
Gerard de Nerval, Lovecraft, Poe, Lautremont o Rimbaud como autores que
reconocieron, en algún momento, la inspiración de origen onírico, llegando
hasta André Bretón con su manifiesto surrealista, en el que hace del sueño al
único generador legitimado para la creación. Es curioso que en España, a
diferencia de Francia y, sobre todo, al mundo anglosajón, no hayamos contado
con esta eclosión del inconsciente a través del sueño en la actividad literaria,
aunque sí en la pictórica, Dalí, Miró, Picasso, Goya, etc.
El sueño ha enmarcado
multitud de obras en la historia de la literatura y ha sido pretexto para la
crítica y la sátira, pero ello no quiere decir que el autor hubiera soñado el
contenido o, por lo menos, no se nos ha transmitido que fuera consciente de
ello. Así, en el Barroco, el sueño aparece como un topos de moda: La Vida es Sueño de Calderón, Los Sueños de Quevedo, El Sueño de una noche de verano con
Shakespeare. Pero ello no quiere decir que soñaran lo creado o, al menos, no lo
constatamos. Y si me apuran, Los Sueños
de Quevedo, por ejemplo, son extremadamente racionales. Por su parte, Shakespeare
manifiesta en sus obras una profunda intuición sobre el poder de significación
y el enigma del Sueño.
Freud funda el
Psicoanálisis con La Interpretación de
los Sueños en 1900, y escribió
numerosos artículos y trabajos al respecto. Menciono alguno como Los Sueños en Lecciones introductorias al Psicoanálisis, El Poeta y los sueños diurnos, un pequeño texto sumamente
interesante y al que me veré obligado a acudir y citar literalmente. También
encontramos su interesantísimo ensayo sobre La
Gradiva –un cuento de Jensen— donde sueño y delirio se entremezclan. Pero,
sobre todo en el capítulo Teorías
Científicas de La Interpretación de
los Sueños, Freud se hace eco de la intuición que han tenido, a lo largo de
la Historia, pensadores, poetas, filósofos y artistas. Sobre todo, se da cuenta
de que las creencias populares son más acordes,
muchas veces, con las tesis psicoanalíticas, que las vacuas
clasificaciones o radicales negaciones del valor del sueño que hacen los
científicos. Así, en la Ilustración y el Positivismo se quiso ver un absurdo
sinsentido en las imágenes del soñador.
No cabe duda que,
desde antiguo, el sueño tiene una fuerte carga profética, como vemos en la
Biblia. A Alejandro Magno se le atribuye el interesante sueño del sátiro: Sitiada la
ciudad de Tiro, Alejandro sueña con un sátiro danzando y, a la mañana siguiente,
sus onirománticos lo interpretarán como la certeza oracular de la conquista de
Tiro, como así fue. Aunque, con la perspectiva analítica ya podemos leer el
cumplimiento de un deseo largamente ansiado, como puede ser la toma de una
ciudad.
Siguiendo con el
artículo de Freud, en el que se comenta la primera clasificación de los sueños en
el mundo clásico tomándola de Artemidoro de Éfeso (Freud lo llama de Daldis, pero
en realidad era de Éfeso) y Macrobio, se nos dice que se dividían los sueños en
dos clases. A la primera, sólo influida por el presente o el pasado y falta
de significación con respecto al
porvenir, se le llamó Insomnia –que reproducen
inmediatamente la satisfacción dada o su contraria, por ejemplo el hambre o su
satisfacción— y fantasmata –que amplían
fantásticamente la representación dada, por ejemplo la pesadilla o efialtes en griego, (en clara alusión a
la batalla de las Termopilas, en que el traidor Efialtes reveló el acceso secreto a las tropas persas). La segunda
clasificación se refiere a los sueños que determinaban el porvenir, y ahí
entraba el oráculo directo recibido en el sueño, el Xoematismi
u oraculum; la predicción de un sueño
futuro también conocidas como jorama o visio y, en tercer lugar, en
este apartado de futuro tendríamos el oneiros
o somnia, que ya era un sueño simbólico interpretable.
Así pues, será
esta dicotomía básica entre sueño
oracular, la llamada Visio, cuya procedencia es exterior al
soñante, y los somnia, cuya
procedencia es desde el interior del soñante, la división básica que se
mantendrá durante siglos. De hecho, los textos de Macrobio se popularizarán a
partir de 1518 con sus traducciones al italiano entre los renacentistas.
Rápidamente,
comentar que la Iglesia desconfiaba del sueño y de sus posibles
interpretaciones como posibles añagazas del Maligno, ya que podrían encubrir,
como podemos deducir, pervivencias del saber pagano pero, al mismo tiempo,
incurría en una contradicción debido a la intensa presencia del sueño en la
Biblia. Así que acabó aceptando el sueño profético con San Agustín y Alberto Magno, pues en Números leemos:
“Oíd mis palabras, si uno de vosotros profetizara,
yo me revelaría a él en visión y le hablaría en sueños”.
Y es la palabra
de Dios, así que…
Artemidoro los
simplificaba también estableciendo una llana dicotomía: los oneiroi, o sueños con significación
profética (proyección de futuro), y los enipnia,
o sueños vanos. Esta clasificación debía ser una confirmación de la
clasificación que aparece en la Odisea, y que Virgilio sigue en la Eneida. En la Odisea leemos:
“Hay dos puertas para los leves sueños, una
construida de cuerno y la otra de marfil. Los que vienen por el bruñido marfil
nos engañan trayéndonos palabras sin efecto, y los que salen por el pulimentado
cuerno anuncian, al mortal que los ve, cosas que en verdad han de verificarse”.
Virgilio dirá
algo muy similar. Voy a continuar con la Biblia pues, en definitiva, es el
Libro de los libros, citando el sueño de Jacob y la escalera de los ángeles. Pero
antes comento el sueño de Adán y Eva.
El primer sueño
que aparece en el Génesis es letárgico, no es ni visio ni somnia (no hay
imágenes), es más bien un simple sommeil
o reposo, y así dice el libro del Génesis:
“Entonces hizo caer Yavé sobre Adán un sueño
letárgico y mientras dormía tomó una de sus costillas reponiendo carne en su
lugar”.
Recordemos el
pasaje de la visión de la escalera:
“Partió pues Jacob de Berseba para dirigirse
a Jarán. Llegado al azar a cierto lugar se dispuso a pasar allí la noche,
porque ya el sol se había puesto. Tomó una de las piedras de aquel lugar, la
puso por cabecera y se acostó. Tuvo un sueño, veía una escalera que apoyándose
en la tierra tocaba con su cima el cielo. Y por la que subían y bajaban los
ángeles de Yavé. Arriba estaba Yavé, quién dijo: “Yo soy Yavé el dios de
Abraham, tu antepasado y el dios de Isaac. Yo te daré a ti y a tu descendencia
la tierra en que descansas. Tu descendencia será como el polvo de la tierra, te
extenderás a oriente y occidente, al septentrión y al mediodía. Por ti y por tu
descendencia serán bendecidas todas las naciones de la tierra. Yo estoy
contigo. Te guardaré doquiera que vayas y te volveré a esta tierra porque yo no te abandonaré hasta que no haya
cumplido lo que te he prometido”.
Este sueño de
Jacob me parece profundamente interesante porque es fundacional del que será el
estado de Israel. La promesa que encierra este sueño, si la analizamos bien, es
la realización del sionismo. No digo más. Posteriormente, la vida de José –hijo
de Jacob— estará marcada en momentos decisivos por el sueño, y así será víctima
de los celos de sus hermanos al narrar uno en que son metaforizados todos como
gavillas que se inclinan ante él. Este relato despierta la cólera de estos y,
arrojándolo a un pozo, lo abandonan. Más adelante llegará a ser hombre de
confianza del faraón al interpretarle un sueño en que éste veía a siete vacas
flacas devorando a otras tantas vacas gordas. De hecho, es curioso como aún
queda memoria del hecho en nuestras lenguas cuando hablamos de época de vacas
flacas.
Un rol
importantísimo es el de Daniel, pues su capacidad interpretativa de sueños le
granjeará el favor de Nabucodonosor, así como el de su hijo Baltasar. Recordemos
el pasaje en que dicho rey ve una gran mano escribiendo en la pared, durante un
convite, las palabras que nadie entiende, Mené,
Tekel y Parsin, profetizando así el final del poder babilónico a manos de
medos y persas. De hecho, si hemos de creer el texto bíblico, gracias a este
poder oniromántico de Daniel, Darío y Ciro serán benevolentes con el pueblo
judío hasta el punto de concederles finalmente la libertad.
Posteriormente,
en Mateo,2-12, leemos:
“Entraron en la casa y vieron al niño con
María su madre, y postrándose lo adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron
dones: oro, incienso y mirra. Luego, habiendo sido avisados en sueños que no
volvieran a Herodes, regresaron a su país por otro camino”.
En un momento
tan crucial para la historia del cristianismo como es el juicio de Jesús ante
Pilatos, leemos en Mateo 20-17:
“Estando en el tribunal, la mujer de Pilatos
envió a decirle: “No resuelvas nada contra ese justo porque he sufrido mucho
hoy, en sueños, por causa de él.”
Quiero señalar
con esto la importancia acreditada por los antiguos en los sueños, pero no sólo
en las Escrituras. También a un sueño deberíamos atribuir el triunfo del
cristianismo en Occidente, pues la noche previa a la batalla de puente Milvio,
en que se decidía la suerte del Imperio de occidente, Constantino sueña con la
cruz y oye la frase “In hoc signo vinces”
“Con este signo vencerás”, y cuenta
la tradición que hizo pintar la señal de la cruz en los escudos de las tropas.
También planea
el sueño oracular la noche previa al asesinato de Julio César en la boca de
Calpurnia, como dramatizará Shakespeare. Valgan como ejemplos de cómo, siempre,
la significación del sueño ha estado cercana a momentos estelares de la
Humanidad, y ello debería darnos que pensar. Ahora bien, como la tesis
principal de esta charla es demostrar, con ejemplos extraídos de las obras de
sus autores, que la tesis freudiana que radica en el sueño como gran realizador
del deseo –si se me permite la expresión—fue intuida a lo largo de la Historia,
aunque no se acertara a comprender los mecanismos oníricos, me parece
pertinente, antes de seguir, explicar someramente estos mecanismos y los aspectos
básicos del sueño y su función según Freud.
Es innegable que
el psicoanálisis guarda una estrecha relación con la literatura. El propio
Borges decía que la literatura no es más que la continuación dirigida del
sueño, como si sueño y literatura –se me antoja— fuera una serpiente ourobórica
mordiéndose la cola en un permanente círculo. También distintos autores han
coincidido en la afirmación de que la vida está tejida con el tejido de los
sueños etc.
Freud advertía,
hacía mucho tiempo, que el concepto de lo Inconsciente golpeaba a las puertas
de la psicología para ser admitido. Filosofía y literatura jugaron con él harto
a menudo, pero la Ciencia no sabía emplearlo. Sin embargo, Freud no deja de
observar que la relación entre psicoanálisis y literatura es por supuesto
conflictiva y tensa. Concuerdo con Ricardo Piglia en que el psicoanálisis le
debe mucho a la literatura, tanto que, como sabemos, Freud, Lacan, Rank y otros
han recurrido a sus servicios para ejemplificar muchas veces los
funcionamientos neuróticos. De acuerdo con Freud, la literatura concurriría en
una de las formas elaboradas en las que conseguiría destilarse el Inconsciente.
La obra literaria existiría como fruto de una sucesión de representaciones que
tiene su inicio en una circunstancia psíquica incognoscible directamente.
Así, del
inconsciente surgen pulsiones que intentan pasar a la parte consciente del ser
humano, siendo controladas o reprimidas por éste. Luego aparecerían en sueños
en forma de fantasmas, o imágenes, que al ser elaboradas producirían el texto
literario.
La aproximación
psicoanalítica en la literatura es una forma de crítica, donde trabaja el inconsciente,
tanto del autor como del lector. Si tomásemos una obra como el Finnegans Wake, esto se podría constatar
en grado sumo, pues el goce del autor y su comunicación del mismo produciendo
el goce del lector, se producen de un peculiar modo. Según Lacan:
“El crítico, desde esta perspectiva, debe
hacer responder al texto las preguntas que él le formula. La obra literaria
debe ser considerada como algo que activa y actualiza, en el sujeto de la
lectura, sus propias emociones soterradas, relegadas, transfigurándolo en un sujeto
deseante, proporcionando a ese deseo el engaño temporal de un ente donde
fijarse”.
Freud se sirvió,
en distintos momentos, de mitos que la literatura vehicula: Edipo, Narciso,
Moisés, incluso el mito de Tótem y Tabú,
que Freud inventa, ya está presente en sus notas esenciales en los mitos
recogidos por Homero y más tarde por los trágicos. Esos mitos, de los que Freud se sirve, no
fueron para él ejemplificaciones de lo que venía elaborando, sino más bien la
materia prima con la que tejió nudos conceptuales importantísimos. En la
literatura, él encontró verdades articuladas que elevó a la categoría de
conceptos centrales. En la tragedia de Edipo, por ejemplo, supo leer una
invariante estructural del sujeto. El mito de Narciso pasó a ser, en su
elaboración, un nudo constitutivo de la subjetividad.
Lacan, por su
parte, pudo enseñar la Ética del DESEO con Antígona,
la tragedia del Deseo con Hamlet, la
transferencia con el Banquete platónico. La humillación del padre en nuestro
tiempo la pudo leer en la Trilogía de
Paul Claudel. Su atenta lectura de Joyce le permitió elaborar un concepto
clínico decisivo: el sinthome, artificio que algunos sujetos encuentran y en el
que se sostienen para atravesar la vida -una suerte de flotador en el mar de
las palabras que nos pueden enloquecer- remediando así la falla de la
estructura. Y la creación literaria, pues, podría operar como este artificio, como
esta suplencia. ¿Suplencia de qué? Es algo que compensa una carencia. Es decir,
la obra literaria o artística, en general, vendría a ser ese amortiguador
frente a una falta, a un vacío estructural que tenemos todos, que si no se
gestiona adecuadamente desemboca en la locura del creador. Muchas veces, esa
creación operaría como un ralentizador, como un postegardor de un
desequilibrio, de una insania, a los que el creador estaría inevitablemente
abocado. Los finales trágicos de tantos nos corroborarían esta conclusión:
Rimbaud, Poe, Gerard de Nerval, Hölderlin, Lovecraft…etc. Y, curiosamente,
todos ellos alabaron el mundo de los sueños o reconocieron la inspiración
onírica. A veces, el autor no acaba en tragedia y también reconoce esa
inspiración, como es el caso de Goethe o de Coleridge.
Quiero explicar
ahora, dentro de lo que me permita la complejidad del tema, en qué consisten
los mecanismos esenciales que concurren en los sueños.
El libro
publicado por Freud en 1900, La
Interpretación de los Sueños, marcó un cambio crucial en el entendimiento
del significado de los sueños. En la Biblioteca Nacional de Londres se guardan
los originales de los tres libros que han cambiado el mundo, según reza una plaquita: El Origen de las Especies de
Charles Darwin, El Manifiesto Comunista de Karl Marx y La Interpretación de los Sueños de
Sigmund Freud.
Coherente con su
teoría general, el psicoanálisis, Freud facilita una explicación de los
mecanismos dinámicos que ocurren en los sueños, y la manera en que el terapeuta
puede descubrirlos creando así su famosa noción de los sueños como al autopista
o vía regia al Inconsciente. La teoría freudiana de los sueños se puede resumir
de la siguiente manera: Freud postula la existencia de dos instancias
psíquicas: el consciente y el inconsciente, separadas por un mecanismo de
censura que evita que pensamientos o sentimientos desagradables pasen al
consciente. Por cierto, es curioso que el término para censura en alemán -enstellen- también signifique
deformación. Según la definición de Freud, lo que es rechazado por la censura
se encuentra en estado de represión.
Bajo determinadas
circunstancias, por ejemplo, cuando el sujeto duerme, la relación de fuerzas
entre las dos instancias cambia, de manera que los contenidos inconscientes ya
no se pueden retener en su totalidad. Pero como la censura nunca se elimina del
todo, los contenidos reprimidos que parcialmente encuentran su camino hacia el
consciente, tienen que someterse a cambios y alteraciones que mitiguen su
carácter inaceptable para el individuo. Entonces, lo que llega a la parte
consciente del psiquismo es un compromiso entre la intención del inconsciente y
las exigencias del consciente. Lo que Freud llama “Trabajo del sueño”, Traumarbeit, es la formación de tal
compromiso mediante los sueños. También llama la atención que, en alemán, la
misma palabra que designa el sueño “traum”
designa el trauma. Sueño y trauma coinciden en el mismo significante.
Siguiendo la
teoría de Freud, la censura impide el afloramiento de lo reprimido o
distorsiona su contenido en los sueños, porque la mayoría de los sueños de los
adultos se pueden reducir a realizaciones de deseos reprimidos, básicamente de
índole sexual. Habría unos contenidos manifiestos que esconderían, disfrazando,
los latentes. El análisis consiste en abrir vías entre ambos.
Mientras los
sueños de los niños están caracterizados por realizaciones de deseos simples y
sin disimulo, deseos no realizados en la vida real, estos sueños infantiles son
infrecuentes en una persona adulta. Según Freud, todos los sueños se podrían
sustituir por la exclamación ¡Ojalá!, que expresa el deseo del sujeto de que
algo hubiera pasado o no, que pase o no. En ellos encontramos dos mecanismos,
el de condensación, sustitución metafórica de una imagen por otra, por ejemplo,
soñar con una persona que se compone de elementos de otras “no es ella pero sé que es ella”, y el
mecanismo de desplazamiento, o sea alusiones, evocaciones de co-presencia (una
calle visitada aparece en el sueño pero lo importante para el soñante es que le
evoca personas o situaciones, aunque no sean evidentes). Es decir, Freud
observa que hay distorsiones en el sueño adulto que vendrán a confirmar que se
trata de deseos cuya existencia el individuo no aceptaría en estado despierto,
porque le resultaría embarazoso admitirlos si se restableciera la censura por
completo.
Para sintetizar
y resumir, Freud distingue tres tipos de sueños: sueños que representan deseos
no reprimidos de manera no disfrazada (sueños de tipo infantil), sueños que
representan un deseo reprimido de manera disfrazada (necesitan trabajo
interpretativo para su comprensión), y sueños que representan un deseo
reprimido, pero no lo suficientemente disfrazado (pesadillas), donde no operó
adecuadamente la censura, la distorsión no engaña e irrumpe el terror o la
angustia.
Como la mayoría
de los sueños, pueden ser considerados como una sustitución para deseos
escandalosos. El material que corresponde a las ideas sexuales, en el sueño, no
puede ser representado directamente, sino reemplazado por insinuaciones y otras
formas indirectas de representación. Para esto, el sueño se sirve de los
símbolos que hacen referencia a este material sexual, pero no lo representan de
una manera directa (Von Schubert). Así por ejemplo, grutas, cuevas,
concavidades varias serían representaciones de los genitales femeninos, y cosas
puntiagudas, cuchillos, paraguas, etc., serían representaciones de los
genitales masculinos. Esto no se contradice con la historia personal del sujeto,
con las interpretaciones subjetivas propias y la entrada de restos diurnos en
el sueño o traducciones cenestésicas que se representan inmediatamente (un
fuerte calor cercano al cuerpo se traduce en la visualización de un incendio).
Y sobre todo, básicamente, la función del sueño es proteger el reposo del
durmiente. La técnica de trabajo operativo sería la asociación libre: “Diga usted lo que le venga a la cabeza sin
preocuparse por su conveniencia”.
Hasta aquí un
breve desglose de cómo piensa el fenómeno onírico el psicoanálisis. Quiero
resaltar también que, para Freud, en el sueño se salva un trozo de la vida
psíquica infantil, entendiéndolo como el reino eterno del juego en el que la
satisfacción era plena. Es decir, en el sueño operaría una fantasía de plenitud
infantil y poética a un mismo tiempo, la utopía de la satisfacción total y el
ideal estético de la perfecta adecuación entre forma y contenido.
Como escribe
Freud en El poeta y los sueños diurnos:
“Los instintos insatisfechos son las fuerzas
impulsoras de las fantasías, y cada fantasía es una satisfacción de deseos, una
rectificación de la realidad insatisfactoria”. “El poeta, sigue Freud, hace
lo mismo que el niño que juega: crea un mundo fantástico y lo toma muy en serio,
esto es, se siente íntimamente ligado a él, aunque sin dejar de diferenciarlo
resueltamente de la realidad”.
Salvo, podríamos
añadir, que entre en la psicosis. Por ejemplo, Hölderlin se refugia con el
pensamiento en la felicidad de sus primeros años, cuando aún se sentía
protegido, encerrado en su sueño, cuando los astros eran sus hermanos. Dice en
un poema:
“Benditos, seáis,
oh sueños de la infancia que en mis ojos velabais el dolor de la vida. Habéis
tornado en flores las ansias de mi pecho. Y por vosotros tengo lo que nunca
tendría”.
Termina Freud
este sabroso texto explicando por qué gozamos de la creación artística:
“El verdadero goce de la obra poética se debe
a la descarga de tensiones que se da en nuestra alma. Quizá contribuye no poco
a este resultado positivo el hecho de que el poeta nos pone en situación de
gozar en adelante, sin avergonzarnos ni hacernos reproche alguno, de nuestras
propias fantasías”.
Ahora daré paso
a los fragmentos literarios que vienen a fundamentar el descubrimiento freudiano
mediante la expresión de profundas intuiciones que sancionan, sobre todo, la
satisfacción del deseo con mayor o menor distorsión. El siguiente sueño de
Penélope, en la Odisea, da cuenta, a
mi parecer, de un claro conocimiento del mecanismo de condensación en el sueño -que
es la sustitución metafórica, en
definitiva- por parte de Homero. Penélope a Ulises, sin saber que es él,
disfrazado, tras veinte años de ausencia:
“Oye, pues, mi sueño: Hay en la casa veinte
gansos que comen trigo remojado en agua y yo me huelgo de contemplarlos; mas he
aquí que baja del monte un aguilón de corvo pico y, rompiéndoles el cuello los
mató a todos. Yo entre sueños sollocé y di gritos y las aqueas de hermosas
trenzas fueron juntándose a mi alrededor mientras yo seguía doliéndome de que
el aguilón hubiera dado muerte a mis gansos.
Tornó el ave, se posó el ave en
el borde del alero y me devolvió la calma diciéndome con voz humana: ¡Cobra
ánimo hija del famosísimo Icario, pues no es sueño sino visión veraz que ha de cumplirse! Los gansos
son los pretendientes y yo, que me presenté bajo la forma de aguilón, soy tu
esposo que ha llegado y les dará a todos ignominiosa muerte”.
Bajo una idea de
sueño profético, Penélope tiene la visión de la llegada de Ulises y la
destrucción de los pretendientes en forma de una curiosa condensación y
desplazamiento oníricos.
Entre los textos
de Cicerón destaca uno por su alcance filosófico-religioso, el llamado Somnium Scipionis o Sueño de Escipión, que se halla en el libro VI del tratado De Re Publica y que mediante un pretexto
oracular, Escipión, El Africano, se le aparece a su hijo Escipión Emiliano para
confirmarle un gran deseo, la conquista de Cartago y de Numancia, como así fue.
El padre muestra al hijo Cartago desde la altura y predice la victoria en dos
años, y la victoria posterior sobre Numancia, así como el regreso al Capitolio
en triunfo, hallándose la ciudad revuelta, siendo necesario aportar la luz del
alma, de la inteligencia y de la prudencia.
Voy a leer la
intuición que tiene Sebastián de Covarrubias en el conocido Tesoro de la Lengua Castellana o Española:
SOÑAR: Del verbo
latino somnio. Son ciertas fantasías
que el sentido común revuelve cuando dormimos, de las cuales no hay que hacer
caso y solo de aquellos sueños que tienen alguna apariencia de verdad, por los
cuales los médicos juzgan el humor que predomina en el cuerpo, y no entran en
esta cuenta las revelaciones santas o divinas como las hechas por Dios a José: “Soñaba
el ciego que veía y soñaba lo que quería. Soñaba un perro que estaba comiendo
un pedazo de carne, y daba muchas dentelladas y algunos aullidos sordos de
contento….”
SOMBRAS SUELE VESTIR
“El sueño es autor de representaciones
en su teatro sobre el viento armado
sombras suele vestir de bulto bello”.
Luis de Góngora
Ahora bien, es con Shakespeare donde encontramos la
profunda intuición del poder significativo del sueño en el Barroco No es casual que aparezca en sus obras. Propongo ahora a la audiencia que escuche una serie de casos que
he extraído del teatro de Shakespeare,
porque se trata de un gran ejemplo de la poética del Barroco, antecedente de la
poética romántica en la cual arraiga la teoría de Freud.
Romeo y Julieta, acto I, escena IV. Monólogo de Mercucio. En
la reina Mab, la reina de los sueños, se ve cómo un constructo ilusorio va
permitiendo al que sueña articular los objetos del deseo y convertirlos en
realidades. Romeo, enamorado, presiente que la fatalidad del inconsciente lo
conduce hacia la amada que aún desconoce. En el inconsciente, amo del destino,
ya ha ocurrido lo que va a ocurrir. Vamos a leer un breve fragmento de Romeo y
Julieta, es la conocida escena del Baile, momentos antes de que Romeo se prenda de Julieta.
Romeo:
¿Tienes tú ganas de entrar en el baile? ¿Crees que eso tiene sentido?
Mercucio:
¿Y lo dudas?
Romeo:
Tuve anoche un sueño.
Mercucio:
Y yo otro esta noche.
Romeo:
¿Y a qué se reduce tu sueño?
Mercucio.
Comprendí la diferencia que hay del sueño a la realidad.
Romeo:
En la cama fácilmente se sueña.
(bella
descripción poética de Mercucio)
Mercucio:
De sueños voy hablando, fantasmas de la imaginación dormida, que en su vuelo
excede la ligereza de los aires y es más mudable que el viento.
Romeo:
Demasiado temprano llegaréis. Me temo
que las estrellas están de mal talante y que mi mala suerte va a empezarse en
este banquete, hasta que llegue la negra muerte a cortar esa inútil existencia.
Pero en fin, el piloto de mi nave sabrá guiarla. Adelante, amigos míos.
La tragedia del rey Ricardo III. Acto I, escena I. Clarence cuenta el sueño
profético del rey.
El carácter de predestinación del sueño vuelve
a encarnar el futuro como lo deseable: en el sueño aparece el futuro como
objeto del deseo. En esta escena, Clarence está siendo conducido a prisión y
explica a Gloucester, futuro Ricardo III, que es debido a un sueño que el rey
considera premonitorio, pues en él, alguien cuyo nombre empieza por G le
traicionará (Clarence lleva el nombre de George, sin embargo será Ricardo,
duque de Gloucester, que también porta la G, quien matará al rey).
Gloucester:
¿Pero puedo saber Clarence qué ocurre?
Clarence:
Sí. Ricardo, cuando yo lo sepa: pues
juro que aún lo ignoro. Mas presumo que en sueños se ocupa y profecías; dice
que un brujo afirma que su prole amada por la G será desheredada, y que como
con G George empieza, conmigo juzga que el presagio reza. Éstas y semejantes
fruslerías han inducido al rey a
encarcelarme.
En el Sueño de una noche de verano, conviene ver todo el acto IV, sobre todo el monólogo del tejedor
Bottom, cuando despierta de su sueño y no acierta a decir lo que ha soñado,
porque el objeto de la plena satisfacción es indecible.
Bottom
(despertando): Cuando llegue mi turno yo responderé. Lo que sigue es,¡ Oh!
¡Pedro Quinzio! ¡Flauto, el estañador! ¡Snout el calderero! ¡Starveling! ¡Dios
de mi vida! ¡Se han escurrido de aquí y me han dejado dormido! ¡Qué visión más
extraña la mía! ¡He tenido un sueño que ni el hombre más hábil podría narrarlo!
¡Si lo intentara sería un asno! Me pareció que yo era… me pareció que yo tenía…
pero un hombre sería un imbécil incurable si pudiera decir lo que me pareció
que tenía. El ojo humano no ha visto nunca, ni el oído visto, ni su mano ha
gustado, o su lengua concebido, y su corazón repetido, lo que era mi
sueño. He de hacer que Pedro Quicio
escriba una balada sobre él y se titulará “El Sueño de Bottom”, porque no
tendrá asiento. (Juego
de palabras con el nombre del personaje Bottom, que es parte trasera del
cuerpo)
En ese sueño, Bottom es un asno del cual se
enamora Titania, la reina de las hadas. Conviene hacer hincapié en la figura
del tejido, pues se trata del texto de la vigilia narrado por el tejedor, y el
texto es, efectivamente, un tejido. Una textura, si se prefiere.
En Julio César, acto II, escena I. Bruto narra en un estado
de alteración como poseído por imágenes hipnagógenas el deseo regicida. El
inconsciente, personificado en la figura de Casio, construye un pequeño reino
que se levanta contra la censura consciente y diseña, otra vez, el objeto del
deseo, el crimen. Los conjurados en la muerte de César están llegando a casa de
Bruto
Bruto:
Está bien. Ve a la puerta, alguien llama. (Sale Lucio). Desde el momento en que
Casio me excitó contra César no he dormido. Entre la ejecución de una cosa
terrible y el primer móvil de ella, todo el intervalo es como un fantasma, o
como un horrible sueño de la naturaleza de una insurrección. (Vuelve a entrar
Lucio)
Luego, al comienzo de la escena II
César:
Ni cielo ni Tierra han estado en paz esta noche. Tres veces ha clamado
Calpurnia durante el sueño:”Auxilio, oh sueño. El genio y los instrumentos
mortales se confrontan entonces, y el estado del hombre, como un pequeño reino
adolece
¡Asesinan
a César!”
En Marco
Antonio y Cleopatra en el Acto V Escena II encontramos al enviado de Marco
Antonio Dolabella entrando en los aposentos de Cleopatra. Y tras un breve
diálogo ella dice:
¡He
soñado que existía un emperador llamado Antonio! ¡Ah si pudiera tener otro
sueño semejante, sólo por ver otro hombre parecido!
Dolabella:
Si os placiese.
Cleopatra:
Su cara era como los cielos y en ella estaban
tachonados un sol y una luna que observaba su curso y alumbraba esta
pequeña esfera, la Tierra.
Tras una hermosa descripción de Antonio acaba
diciendo:
“Pero
si existió o pudo existir alguna vez uno parecido, ese hombre rebasa la
potencia de los sueños. A la naturaleza le falta materia para luchar en formas
extrañas con la imaginación”.
Finalmente,
en Hamlet podemos observar que la
atmósfera es completamente onírica, además de introducir un sueño como
representación teatral dentro de la obra. Goethe no solía prestar gran atención a
los sueños y decía no tener nada en común con los que denominaba poetas de la noche
y de las tumbas, de quienes se burlaba en el 2º Fausto, por eso me parece
interesante detenerme un poco en él. En una carta a Herder fechada en 1788
escribe:
“El mundo de los sueños no es sino una urna
de lotería en que se encuentran confundidos innumerables billetes en blanco y
premios sin valor, uno mismo se convierte en sueño y en billete en blanco
cuando se ocupa seriamente de esos fantasmas”.
Sin embargo, 40
años más tarde, en 1828, Goethe se toma en serio estos fantasmas y después de
escuchar el relato de un sueño que le ha hecho Eckermann, hace esta reflexión:
“Hay extrañas fuerzas en la naturaleza humana,
y en el momento en que menos lo esperamos es cuando nos prestan ayuda”.
El único sueño
de Goethe cuyo relato conserva verdaderamente el ambiente onírico es el que
cuenta en su Viaje a Italia. Llega a
una isla de soberbia vegetación y tiene la certidumbre de que allí encontrará
faisanes. En efecto, los insulares le
llevan unos espléndidos; pero como el sueño tiene la costumbre de
metamorfosearlo todo, el plumaje de los faisanes se reviste de ojos
multicolores, como el de los pavorreales o el de las aves del paraíso. El bote de Goethe recibe
entonces aquella carga de faisanes que apenas dejan lugar a los remeros, y la
masa de plumas tornasolada brilla a los rayos del sol. Después de una tranquila
travesía, llegan a un puerto repleto de barcos con inmensos mástiles, y Goethe
escala los puentes de los buques en busca de un sitio en que desembarcar su
tesoro con toda seguridad.
Goethe dio una
gran importancia a este sueño, que para él simbolizaba la cosecha de imágenes
nuevas que había ido a buscar en Italia. Algún tiempo después podía anotar en su diario que el sueño de los faisanes
comenzaba a realizarse. Continúa:
“Porque, en verdad, todo lo que cosecho en
esta tierra lo puedo comparar con esa preciosa caza, y ya presiento cuántas
cosas pueden nacer de aquí. Estas imágenes nos regocijan, pues brotan de
nosotros mismos; evidentemente, tienen una analogía con el resto de nuestra
vida y de nuestro destino”.
No pedirá desde
entonces Goethe revelación alguna a los sueños, sino aquello que pueda ilustrar
el conocimiento de uno mismo, por el que estaba profundamente interesado.
En el siglo XIX
nos vamos acercando a Freud.
“Una vida lograda es un sueño de adolescente logrado
en la edad madura”
Alfred de Vigny
Deep into that darkness, peering long
I stood there wondering, fearing
Doubting, dreaming dreams no mortal
Ever dared to dream before.
Edgar Allan Poe
“Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso,
dudando, soñando sueños que ningún
mortal se haya atrevido jamás a soñar”.
Poe vivió
atormentado por la pérdida de su mujer, Virginia Clemm, por tuberculosis, y la
estuvo evocando e invocando constantemente con otros nombres como Ulalume, Leonor, Helena, Berenice, Eulalie,
Anna Bel Lee – interesante la
constante aliteración de la “l”. Solía tener encuentros con estas mujeres en
lugares en que se repetía la atmósfera lunar. Terrible nostalgia por la amada
perdida y encontrada de nuevo. Así, en Anna
Bel Lee, poema póstumo y de inquietante belleza:
“Porque la luna
nunca brilla sin traerme sueños de la hermosa Anna Bel Lee” For the moon never beams without bringing me
dreams of the beutiful Anna Bel Lee”.
Va repitiendo
como en una letanía el verso in this
kingdom by the sea que es donde él desea ser enterrado junto a ella.
Coleridge,
que escribió que las imágenes de la vigilia inspiran sentimientos, y que en el
sueño los sentimientos generan imágenes, protagoniza uno de los grandes
episodios de la relación entre literatura y sueños. El poeta inglés soñó con un
poema de unos trescientos versos. Al despertar, los recordaba con una increíble
claridad y se puso a escribirlos. Sin embargo, mientras lo hacía, una visita
inesperada lo interrumpió y después ya no pudo seguir porque no recordaba el
resto. Solo pudo escribir unos cincuenta versos de su inconcluso poema Kubla Khan.
Según
Lewis Carroll, Tennyson soñaba su poesía y mucha de ella no llegaba a ser
transcrita.
“Existen repliegues en el tiempo y en el
espacio, en la fantasía y en la realidad que sólo un soñador puede adivinar”.
La LLave de Plata (Ciclo de aventuras
oníricas de Randolph Carter)
En Más Allá del Muro del Sueño Lovecraft
escribe:
“Me pregunto a menudo si la mayoría de la
humanidad se ha detenido alguna vez a pensar en la enorme importancia que a
veces tienen los sueños, y en el oscuro mundo al que pertenecen. Aunque la mayor parte de nuestras visiones
nocturnas no son quizás más que débiles y fantásticos reflejos de nuestras
experiencias vigílicas, en contra de lo que sostiene Freud con su simbolismo
pueril, hay que reconocer que algunas son de un carácter extraordinario y
permiten una interpretación excepcional”.
Lovecraft
atribuyó a un origen de inspiración puramente onírica relatos como Polaris.
“Puesto que yo es otro
Si el cobre se despierta clarín no es por su culpa”.
Rimbaud
Ya se anticipa
la llegada del surrealismo, como se
anticipó con Gerard de Nerval, en Aurelia
o el Sueño en que éste desmenuza
los mecanismos de desplazamiento y condensación:
“Entré en un
gran salón en el que estaban reunidas muchas personas. Encontraba en todas partes caras conocidas. Las facciones de los
parientes muertos que yo había llorado, de pronto aparecían reproducidas en
otras personas que, vestidas con trajes más antiguos, me dispensaban la misma
acogida paternal”.
Más adelante
continúa:
“Un sueño que tuve me confirmó todavía más en
este pensamiento… Tres mujeres trabajaban en esta habitación y personalizaban,
sin parecérseles absolutamente en nada, a
parientes amigos de mi juventud. Parecía que cada una reunía las facciones de
varias de estas personas.. Oscilaban
los contornos de sus rostros como la llama de una lámpara, y a cada momento algo de una de ellas pasaba
a la otra; la sonrisa, la voz, el color de los ojos y del pelo, el cuerpo, los
familiares gestos, se intercambiaban como si hubieran vivido con una misma vida
y cada una fuese compendio de todas las otras”.
Evidentemente, de Nerval está autoanalizando en su sueño los
mecanismos oníricos que años más tarde Freud denominará como de condensación y
desplazamiento.
Ya han pasado 24
años desde el texto fundacional de Freud y ya hay escritores, con André Breton
a la cabeza, que le quieren dar un estatuto de importancia única a la
inspiración onírica.
PRIMER
MANIFIESTO SURREALISTA 1924
El espíritu del hombre que sueña queda plenamente
satisfecho con lo que sueña. La angustiante incógnita de la posibilidad deja de
formularse. Mata, vuela más de prisa, ama cuanto quieras. Y si mueres, ¿acaso
no tienes la certeza de despertar entre los muertos? Déjate llevar, los
acontecimientos no toleran que los difieras. Careces de nombre. Todo es de una
facilidad preciosa.
Me pregunto qué razón, razón muy superior a la otra, confiere al sueño este aire de naturalidad, y me induce a acoger sin reservas una multitud de episodios cuya rareza me deja anonadado, ahora, en el momento en que escribo. Sin embargo, he de creer el testimonio de mi vista, de mis oídos; aquel día tan hermoso existió, y aquel animal habló.
La dureza del despertar del hombre, lo súbito de la ruptura del encanto, se debe a que se le ha inducido a formarse una débil idea de lo que es la expiación.
En el instante en que el sueño sea objeto de un examen metódico o en que, por medios aún desconocidos, lleguemos a tener conciencia del sueño en toda su integridad (y esto implica una disciplina de la memoria que tan sólo se puede lograr en el curso de varias generaciones, en la que se comenzaría por registrar ante todo los hechos más destacados) o en que su curva se desarrolle con una regularidad y amplitud hasta el momento desconocidas, cabrá esperar que los misterios que dejen de serlo nos ofrezcan la visión de un gran Misterio. Creo en la futura armonización de estos dos estados, aparentemente tan contradictorios, que son el sueño e la realidad, en una especie de realidad absoluta, en una sobrerrealidad o surrealidad, si así se puede llamar. Esto es la conquista que pretendo, en la certeza de jamás conseguirla, pero demasiado olvidadizo de la perspectiva de la muerte para privarme de anticipar un poco los goces de la expiación.
Las citas podrían ampliarse, pero lo veo innecesario si se ha podido demostrar, con lo expuesto hasta aquí, que Freud comprendió y desarrolló la verdad fundamental del sueño, el verdadero objetivo del mismo, verdad y objetivo que habían sido más o menos reflexionados durante siglos, sino milenios, y aunque con clasificaciones a veces peregrinas, ya fueran oraculares o proféticas, se vislumbraba la verdad onírica, la verdad de la necesidad del hombre de descansar tras la satisfacción, aunque sea con el reposo del sueño de sus profundas insatisfacciones.
Para terminar,
decir que confío en que la conferencia de esta tarde no les haya dado sueño y
al caer en el sueño hayan soñado que estaban soñando que se hallaban en una
conferencia sobre el sueño evocando así el bucle del poeta Chuang-Tzu, que soñó
que era un hombre que soñó que era una mariposa y despertó y no sabía si era un
hombre que había soñado que era una mariposa o una mariposa que estaba soñando
que era un hombre.
Muchas gracias
por su atención.
Mario Coll
BIBLIOGRAFÍA.
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ARTÍCULOS
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-Breton A.
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-Oberset Úrsula
“La Teoría Psicoanalítica de los Sueños”.
-Piglia Ricardo
“Literatura y Psicoanálisis”. (Conferencia dictada en Buenos Aires 1998)
-Vallespir Nadal
“La Creación de la Narración y de la Transferencia en la
Relación
Analítica”.
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