La
obra que hoy nos reúne es compleja. Aunque su lectura pueda resultar amena,
tengo la impresión de que su densidad simbólica es tan grande que me resulta
difícil encontrar una puerta de entrada. Nunca sabemos lo que un autor se
propone expresar, y por otra parte los lectores tenemos el derecho de librarnos
a nuestro antojo y escoger el sentido que nos plazca. No estamos obligados a
someternos a las reglas que rigen las obras científicas o filosóficas, en las
que la interpretación está más limitada. Es por ese motivo que la ficción nos
ofrece la oportunidad de encender nuestra imaginación, y crear una relación
íntima y personal con el autor, aunque seamos para él desconocidos. Por
supuesto, existen interpretaciones más interesantes que otras, no
necesariamente por ser más versadas en la crítica literaria. De hecho, en el
prólogo a la edición que hemos encontrado en internet, Esther Benítez propone
la lectura de esta pequeña obra como una sátira de la Guerra Fría. Es un buen
ejemplo de que la crítica literaria no necesariamente logra indicarnos el mejor
camino.
No
obstante, es cierto que el fondo general sobre el que se asienta el argumento,
a la vez fantástico y surrealista, es la guerra. Pero no importa si se trata de
una guerra concreta, sino más bien que la guerra sea prácticamente el estado
general y constante de los hombres. Aunque tendemos a considerar que en el
último siglo hemos conocido las mayores atrocidades, no debemos olvidar que en
tiempos pretéritos la guerra fue una actividad perpetua. Los pueblos de siglos
pasados, incluso si nos remontamos a los testimonios de la historia anterior a
Cristo, casi no conocieron tiempos de paz. La guerra constituye una de las
actividades humanas más importantes, al punto de ser una fuente principal de la
economía de pueblos y naciones. Aunque en la actualidad vivimos una tensión
bélica en numerosos lugares del planeta, no es comparable a la que nuestros
antepasados conocieron. La guerra no era en la antigüedad un acontecimiento
excepcional, una fractura en la vida de las sociedades, sino un modo de vida.
Esparta fue un estado guerrero, organizado como tal y para ese propósito.
Durante varios siglos Europa fue un continente donde sus habitantes iban a la guerra
con la misma naturalidad con la que hoy vamos por la mañana al trabajo. Calvino
consigue transmitir eso mediante la comicidad. Nos recrea el ejército de
Carlomagno en su lucha contra los enemigos de la cristiandad como si se tratase
de una gran corporación empresarial. El propio emperador aparece como un jefe
que se interesa por la buena marcha de los negocios, pero sin poner en ello una
excesiva carga emocional. Entonces, en esa forma de vida que fue la guerra, y
que en la actualidad se perpetúa por medios combinados que suman acciones
armadas, contiendas económicas, culturales y tecnológicas, vemos discurrir a
una serie de personajes disparatados en su apariencia, pero indudablemente
complejos. El modélico y antipático Agilulfo, a quien le falta el cuerpo;
Gurdulú, a quien no le falta el cuerpo pero sí cabeza; el idealista
Torrismundo; Bradamante, cuya identidad femenina se nos revela por sorpresa,
redoblada hacia el final de la historia cuando descubrimos que es la monja
Teodora, narradora de todas estas peripecias.
¿De
qué trata este libro? Yo no sabría responder a esta pregunta, de modo que me
limitaré a señalar algunos temas.
Por
una parte, nos encontramos desde el comienzo con una paradoja. Agilulfo parece
sentir envidia de quienes poseen un cuerpo, pero es un sentimiento ambivalente,
ya que cuando los otros se quitan la armadura, ésta no es más que una
envoltura, mucho más vacía que la suya. Al ver las armaduras separadas en sus
distintas partes y esparcidas por el suelo, el caballero observa que “los
colegas tan nombrados, los gloriosos paladines, ¿qué eran ahora? La armadura,
testimonio de su grado y de su nombre, de las hazañas llevadas a cabo, de la
fuerza y el valor, hela aquí reducida a una envoltura, a chatarra vacía”. En
cambio a él, el inexistente, “no era posible descomponerlo en piezas,
desmembrarlo: era y seguía siendo en cada momento del día y de la noche
Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Otros de Corbentraz y
Sura, armado caballero de Selimpia Citerior y de Fez”. Calvino nos hace una
especie de juego de prestidigitación. La armadura es una metonimia del cuerpo,
una envoltura, del mismo modo que lo es la imagen del cuerpo. Agilulfo no posee
un cuerpo pero sin embargo posee la imagen que le da su armadura, que jamás se
quita, y sobre todo la identidad del
imponente nombre, cuya consistencia es para él mayor que la de los
otros. Tenemos allí, pues, un primer tema. ¿Qué existe más? ¿El cuerpo y su
imagen, afectados por el tiempo, prometidos a la caducidad y la muerte, o el
nombre, capaz de conquistar una trascendencia?
Como
no obstante la existencia real requiere de la vida, Calvino le confiere a
Agilulfo un complemento: el cuerpo acéfalo de Gurdulú. Es Carlomagno quien lo
convierte en escudero. Al revés de lo que le sucede con Agilulfo, cuya ausencia
de cuerpo se suple con la certidumbre del nombre, Gurdulú se llama de muchas
maneras, sus nombres cambian como las estaciones del año, y ninguno de ellos le
asegura un ser. En cambio sí está dotado para los goces de la vida: comer,
beber, retozar con las mujeres. Mientras Agilulfo cree saber quién es, pero es
incapaz de gozar, Gurdulú goza pero no puede saber quién es. Hay allí,
entonces, otro tema que se indaga de manera cómica: la oposición entre el ser y
el pensamiento. Calvino encuentra un modo irónico de cuestionar, casi del mismo
modo en que lo ha hecho Jacques Lacan, el célebre cogito cartesiano, según el
cual el pensamiento asegura el ser: “Pienso, luego soy”. Cuestionar el cogito
cartesiano no es poca cosa, si tenemos en cuenta que constituye el principio
filosófico sobre el que se apoya toda nuestra ciencia moderna. Esta oposición
entre Agilulfo y Gurdulú puede enunciarse como lo hace Lacan cuando retuerce el
cogito de Descartes: “Soy allí donde no pienso, pienso allí donde no soy”.
Gurdulú es porque no piensa. Solo actúa.
Agilulfo piensa todo el tiempo, pero no puede ser.
Desde
luego, hay muchas más cuestiones que espero podamos desarrollar a lo largo de
la conversación, pero de momento me detengo aquí.
Gustavo Dessal
3 comentarios:
Que bueno
Eres un crack
Que buen análisis, me encantó. Recién termino de leer esta historia y me has ayudado a entenderla mejor.
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