En
la reunión anterior se hacía referencia al criterio que teníamos a la hora de
elegir una obra para la tertulia. La de hoy, La perla de Mishima, es un buen ejemplo para señalar ese criterio.
La potencia y amplitud del pensamiento que contenga es uno de los fundamentos
para la selección de una lectura, y tengo la impresión de que este relato tiene
amplitud de pensamiento a raudales. Si bien hay joyas literarias universales
caracterizadas por su estilo, por su belleza, por el uso que puedan hacer del
lenguaje, etc., sin embargo su pensamiento, a pesar de ser potente, es muy
conciso, preciso y concreto, de manera que correríamos el peligro de agotar una
tertulia en poco tiempo. Pensamos que un factor indispensable para la elección
es que sean portadoras, además, de amplitud de pensamiento. La perla, a mi modo de ver, muestra una
gran riqueza conceptual referida a la
estructura que moviliza lo humano, poniendo en juego, de forma
implícita y metafórica, una formidable y profunda reflexión acerca del campo
del lenguaje, y nos ofrece una auténtica lección, dramatizada por parte de las amigas, de lingüística y de lo que
supone el hecho de hablar, aunque, por supuesto, puede haber otras vertientes
de lectura interesantísimas.
Tan
pronto comencé a leer el relato de Mishima, otra lectura se me venía
continuamente a la cabeza: La carta
robada de Edgar Alan Poe. Ambas poseen, sin lugar a dudas, connotaciones
conceptuales y estructurales similares en relación al lenguaje. Hay que empezar
diciendo que, si nos ceñimos a la literalidad del argumento, podríamos pensar
que el relato de Mishima no pasa de ser un juego más o menos ingenioso. Pero
encontramos en él un sentido conceptual importante si relazamos una lectura
metafórica. Seguimos, por tanto, en la línea sugerida en la anterior tertulia
por Saramago cuando decía que la metáfora es la mejor manera de explicar las
cosas. Y considero que La perla es un
relato que muestra en acto, dramatiza, el mecanismo estructural de la metáfora,
señala el poder de la palabra, la preeminencia del significante sobre el
significado, introduciéndonos en la cuestión de la verdad, la interpretación, la
repetición, la pérdida del objeto real o la muerte de la cosa, y el
determinismo que el lenguaje ejerce sobre los sujetos.
Todos
recordaremos el argumento de la carta robada. Un sobre comprometedor para la
reina es dejado por ella disimuladamente sobre una mesa en presencia del rey.
Su ministro ve la maniobra y se hace con el sobre, adquiriendo de esa manera un
gran poder sobre la reina, que queda a
su merced. La policía busca el sobre por los lugres más recónditos en la
casa del ministro. Pero por más que la buscan no la encuentran. Finalmente es
contratado el detective Dupin, quien metiéndose en el pensamiento del ministro
llega a una conclusión tras unas mínimas consideraciones. Se da cuenta de que
la mejor manera de esconder un objeto es dejándolo a la vista. De esa manera
descubre el sobre y, después de montar una estrategia en la calle para que el
ministro se despiste, se hace con el sobre y coloca otro exactamente igual –y
esto es lo importante— en su lugar, pero con un contenido distinto, es decir
con un significado diferente. El ministro todavía cree que tiene poder sobre la
reina cuando, en realidad, su destino es bien funesto. El significante, la
carta, es el mismo en todo el recorrido del relato, pero su significado es
totalmente diferente y, por tanto, cambiante el lugar de la verdad.
Pues
bien, lo que vemos en ambos relatos es un elemento lanzado a la circulación, en
un caso una carta, en otro una perla. Pero si nos introducimos en criterios de
lenguaje y en una vertiente metafórica de la cuestión, el relato de Mishima nos
obliga a pensar la perla, no como un
objeto cualquiera, sino como una palabra, como un significante que circula
entre las protagonistas. A fin de cuentas, eso es lo que ocurre siempre que
hablamos, el objeto se oculta, se pierde, nos distanciamos de él, y su lugar es
tomado por la palabra. De ahí que el acto de tragar la perla, ya sea en la
mentira de Azuma como en la realidad final de Yamamoto, resulta harto
significativo al poner en juego la desaparición literal del objeto viéndose compelidas
las protagonistas a tratar con la palabra. Una buena dramatización del axioma clásico:
el significante mata la cosa.
Insisto,
lo primero que muestra este magnífico relato de Mishima es el mecanismo estructural
de la metáfora funcionando in situ, es decir, mostrando, con el acto de tragar
la perla, la sustitución que siempre tiene lugar en un acto de lenguaje, la sustitución
de la cosa por el significante. La acción final de Yamamoto tragando la perla,
ya sobrepasada por los acontecimientos, viene a ser el reconocimiento de que esa
perla no significa nada como objeto, viene a ser el reconocimiento de que,
irremediablemente, está en un juego exclusivo de lenguaje y ha sido tomada por
él. El significante se le impone, finalmente, con toda su potencia. La perla, mostrándose,
no como objeto sino como huella significante, es el elemento preeminente en el
discurso de las amigas en tanto determina la vida de todas en el plano emotivo
y sentimental afectando al cuerpo con la angustia, el dolor, el sufrimiento, el
desgarro, etc.
Pero
son más amplias las consecuencias de esta sustitución. Y es que la pérdida de
la cosa y la preeminencia del significante atravesando los discursos de las
protagonistas, introduce la ambigüedad y confunde la razón produciendo el
malentendido. Son cinco hojas marcadas por una palabra a partir de la cual
surge el fingimiento, la impostura, la mentira, tornando imperiosa la necesidad
de situar y ubicar la verdad. Llegamos así a otro de los elementos
fundamentales del relato de Mishima, la cuestión de verdad.
Acabamos
de ver cómo el hecho de lanzar un objeto como una perla a la circulación,
implica que ésta no sólo es recogida por el orden de la experiencia empírica,
sino también recogida por el orden simbólico. En el orden de la experiencia la
cosa parece clara, Sasaki lanza la perla y Yamamoto la introduce en el bolso de
la Sra. Matsumura, y ahí debería acabarse todo en relación a la verdad. Pero
esa objetividad se diluye absolutamente cuando lo que interviene es el orden
simbólico. En ese orden observamos que, automáticamente, el lugar de la verdad
queda vacío, y a ese vacío acude una verdad siempre incompleta, incluso
mentirosa y, desde luego, una verdad distanciada de toda objetividad.
Esa
sería la otra consecuencia que se deriva de la lectura metafórica de La perla, poner en escena un hecho
estructural referido al lenguaje, y es que el mismo hecho de hablar, de ser
seres de palabra, de ser sujetos del significante, vacía, inexorablemente, el
lugar de la verdad, es decir, diluye la posibilidad de confrontarse con una
verdad auténtica y objetiva. Por el contrario, las múltiples interpretaciones,
la de Azuma, la de Kasuga, la de Matsumura y la de Sasaki, son aportaciones que
implican poner en juego una verdad mentirosa, si se puede decir así. A partir
de aquí son diversos los registros que se pueden afrontar, todos ellos
subsidiarios de la cuestión de la verdad: la interpretación, la repetición, el
determinismo y, como ya dije, el distanciamiento o la muerte de la cosa.
Como
resumen de lo dicho hasta ahora, y para sintetizar la cuestión, voy a recoger una frase del Seminario 1 de Jacques Lacan. Dice allí:
“La palabra es la que instaura la mentira en
la realidad. Precisamente porque introduce lo que no es, puede también
introducir lo que es. Antes de la palabra nada es ni no es. Sin duda todo está
siempre allí, pero solo con la palabra hay cosas que son –que son verdaderas o
falsas, es decir, que son—y cosas que no son. Solo con la dimensión de la
palabra se cava el surco de la verdad en lo real. Antes de la palabra no hay
verdadero ni falso. Con ella se introduce la verdad y también la mentira y
muchos otros registros más” (Lacan 1975: 333)
Es
decir, introducir la perla como palabra implica que hay cosas que son, que son
verdaderas o falsas, y cosas que no son. La señora Azuma dice que tragó la
perla, es decir, introduce lo que es, en este caso lo que es mentira. Pero, a
la vez, también introduce una ausencia, también introduce lo que no es, a
saber, el vacío en el lugar de la verdad. Desde ese momento la verdad ya no
pertenece ni a ella ni a nadie. Es un lugar vacío. Ahí comienza a cavarse el
surco de la verdad, en otras palabras, comienza a dilucidarse la cuestión de la
verdad. Todos los protagonistas, sin excepción, están implicados en su
dilucidación.
Podrimos
incluso decir que la verdad no existe, sino que se va construyendo. Aunque
Yamamoto, igual que le ocurría al ministro que había robado la carta, pueda
creer que maneja la situación, la realidad nos deja ver que Yamamoto es tomada
y determinada, así mismo, por el poder de la palabra, por el poder del
significante perla, y por la ausencia de la verdad. Yamamoto se ve obligada a
aceptar la falta de objeto cuando traga ella misma la perla, se ve obligada a
aceptar la pluralidad de los significados y la proliferación de la verdad. La
palabra sigue siendo la misma, una perla, pero los significados son diferentes
y los sentidos de la verdad cambian igualmente. El desplazamiento del
significante determina a los sujetos en sus actos.
Otro
hecho estructural ligado a la verdad, a la interpretación y a la repetición.
¿De qué se trata en la interpretación y en la repetición? La perla nos lo
muestra con toda claridad. De restituir la verdad, el significado original y el
objeto perdido. En efecto, por un lado tenemos la dilucidación de la verdad por
parte de todas las amigas, y por otro lo que procuran Azuma y Matsumura al
comprar las perlas, restituir el objeto perdido. Pero lo que ocurre es que las
interpretaciones son múltiples y los objetos substitutivos son simples remedos
del objeto perdido, de la perla perdida. La interpretación y la repetición
vienen a mostrarse como cadenas simbólicas que podrían tender al infinito en su
intento de restituir la verdad y el objeto perdido sin conseguirlo nunca. ¡Qué
resonancias tiene esto con un posible tratamiento de la cuestión del deseo¡ Es
evidente que con los objetos de la vida pasa lo mismo que con la perla, y es
que los objetos nunca son aquellos que sacian nuestra deseo, son simples
remedos.
Por
lo tanto, creo que uno de los sentidos de este relato no lo podemos deducir de
los hechos lógicos y objetivos, sino desde su sentido estructural, dejándonos
llevar por los movimientos de ruptura del sentido, por los cambios que se
producen en los significados. Al respeto, el diálogo final de Yamamoto y
Matsumura es significativo, es un canon que va subiendo de intensidad a cada instante, y en donde cada nuevo
significado que surge produce un nuevo desgarramiento. El significante la perla
vuelve y vuelve a su ser, le retorna cada vez con más fuerza, condenándola a no
encontrarse nunca con una verdad.
Podemos
concluir que la introducción de la palabra, en este caso la perla, actúa como
resorte para la puesta en marcha de toda una cadena simbólica, llena de
interpretaciones, significaciones, referencias
la verdad. En esa cadena simbólica, los sujetos se van relevando unos a
otros. Pero lo fundamental es que el desplazamiento del significante determina
a los sujetos en sus actos. El lenguaje se desprende, en su estructura, y hace
que nos desprendamos de la cuestión
del origen, de cualquier orden lógico y de cualquier orden de objetividad en
relación a la verdad. La palabra, el orden simbólico, provoca siempre un
cortocircuito en relación a la verdad y al sentido. Esa sería, al menos, una de
las enseñanzas que contiene el relato de Mishima en este relato.
Miguel Alonso
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