Putas asesinas parece un buen
ejemplo para mostrar cómo, en la desnudez patológica más absoluta, puede aparecer
de forma diáfana, sin velo alguno, la estructura del sujeto. En este caso, la estructura
de un sujeto femenino en relación al amor. El relato está atravesado por una
respuesta a la pregunta: ¿qué espera una mujer de un hombre en la vertiente del
amor? Y las respuestas se sitúan en la misma superficie de ese lenguaje
categórico que usa nuestra protagonista sin nombre, circunstancia que podríamos
tomar como una generalización del problema. En la línea del lenguaje, resulta
apasionante dejarse guiar, dejarse atrapar, en primer lugar, por el mismo
armazón del relato, transitando desde la desvalorización de lo imaginario a la trascendencia
del ideal y de la palabra articulada al amor; no menos apasionantes aparecen las
metáforas auténticamente geniales que nos ofrece Putas asesinas, como la del mar vacío, o la del túnel, o las
frases, muchas de ellas también geniales y siempre contundentes de las cuales
es imposible despegarse lo más mínimo a lo largo de la lectura. A cada paso nos
ofrecen frutos totalmente maduros, sea de forma aislada, sea en concatenaciones
perfectas. Por ejemplo, y como apertura, podemos traer a colación la siguiente
composición: “Verte en TV fue como una
invitación” / “Yo soy una princesa
que espera”/ “Impaciente” / “Te he buscado” / “No a ti, sino al príncipe que también tú eres y lo que representa el
príncipe” / “El príncipe es
bienvenido, independientemente de cómo llegue”. Frases concluyentes para
situarnos, no sólo en la estructura amorosa de la mujer, sino en una de sus particularidades,
la erotomanía.
Nuestra
protagonista, insisto, sin nombre, desearía ser la princesa de un cuento de
hadas, pues a quien primero elige es a un príncipe, pero con una característica
fundamental, y es que las frases dejan ver a las claras que el príncipe es un
modelo ideal previo que trasciende toda imagen, cualquier aspecto relacionado
con el yo del partener amoroso. Al respecto, explícito resulta el texto cuando
dice: “Te he buscado... No a ti, sino al
príncipe que tú eres”. En otras palabras, el Otro que estaría destinado a colmarla
en el amor es un lugar vacío, no existe realmente, es un producto de su
fantasía, y el imaginario que viene a llenar ese vacío, en este caso Max, es un
otro precario que, lógicamente, nunca da la talla del ideal. Y la locura pone
este mecanismo estructural a la luz, señalando el deseo de la mujer fundado en
el amor, mientras que el del hombre, como veremos, no pasa por el amor sino por
el goce.
El
rechazo por el aspecto imaginario se acrecienta todavía más en el contraste que
establece nuestra protagonista entre, por un lado, la descripción que realiza
del grupo aislado, al parecer en una grada de un estadio, con los valores
mediocres por los que ellos se movilizan, y por otro realzando el valor de la
palabra en el amor. Palabra y amor son los escenarios inseparables en los que
compromete su vida nuestra protagonista. Insisto, toda la primera parte del
relato nos ofrece un desmontaje contundente de lo imaginario. ¿Qué otra cosa
podríamos pensar cuando nos habla, por ejemplo, del movimiento de la vida, como
si un ángel la follara? Un ángel es una buena metáfora para dar cuenta de ese
Otro que no existe para una mujer en relación al amor, pero alrededor del que
realiza un esfuerzo supremo para hacerlo existir, eso sí, comprobando a cada
paso que ninguna imagen sostenida por un hombre, en este caso Max, puede
alcanzar: “El encontrarte carece de
importancia”
Otra
frase categórica que abunda en la creación del escenario amoroso a partir de
ese Otro que no existe es la siguiente: “Siento
la inquietud de la princesa que contempla el marco vacío donde debiera refulgir
la sonrisa del príncipe”. En ella se condensa todo lo que estamos
planteando. Ella es la mujer, sí, pero “princesa”.
El Otro que no existe aparece en: “contempla
el marco vacío”. Y allí, en ese vacío, debería advenir algo, vamos a decir,
idealizado: “la sonrisa del príncipe”.
Toda una estructura en tres pequeños pasos de la fantasía femenina.
Como
dije al comienzo, es imposible separarse, ni un solo momento, de las frases del
relato: “Siempre te soy fiel”. Se
acopla perfectamente al carácter erotomaníaco de este tipo de elección amorosa.
Pero hay que tener en cuenta que la fidelidad es a muerte, pero siempre al
príncipe, no al que lo encarna. Ese, en realidad, puede ser sustituido en
cualquier momento. Es fiel, podemos decir, a la estructura.
El
príncipe, por tanto, es el Otro que no existe siempre. En este sentido,
podríamos pensar la cuestión como una vertiente de la soledad inconmovible,
estructural, de una mujer: “Un príncipe y
una princesa, los novios que atraviesan los años”, “Príncipe de la máquina del tiempo”. Es claro que el espacio vacío
trasciende a la contingencia del encuentro. Lo supera. Es una maquinaria que no
se detiene ni con la presencia imaginaria que, eventualmente, viene a rellenar
ese vacío. “Traerte aquí, a mi más pura
soledad”. Es decir, convivir con la soledad de un espacio vacío,
eternamente vacío, aunque, de forma contingente, ese vacío sea llenado por la
imagen de un Max cualquiera.
Es
a partir de dejar clara esa estructura, cuando se adentra en la contingencia
del encuentro eventual, un encuentro siempre abocado al fracaso, entre un hombre
y una mujer. De forma metafórica aparece un túnel y ellos partiendo de los extremos
opuestos y de sus respectivas soledades. Es aquí donde sus palabras muestran
también la estructura de la vida amorosa del hombre, bien diferente de la de la
mujer. Ella hace una enumeración de los objetos que Max desea y de los que
rechaza. Se trata de objetos fetiches y de la moral que sostiene su mundo. Como
digo, está apuntando directamente a la estructura psíquica en la que se
sostiene el hombre en contraposición a lo que ya vamos viendo de la mujer. Ahí
es interesante la exclusión, lo que no le gusta, pero con una particularidad
importante, y es que señala al goce, en el sentido de que el goce que no es
propio queda excluido, lo cual nos llevaría a desviarnos hacia la misma
problemática de la exclusión, de la segregación.
Frase
genial: “Tú lo primero que me tocarás
será el culo, pero eso también es parte de tu deseo de conocer mi rostro”.
Señala perfectamente como el hombre, en la relación amorosa, no atiende a la
totalidad del cuerpo, sino a partes del mismo. Tanto esta frase como la
enumeración anterior de objetos y de moral y orden, nos informa acerca del
carácter fetichista del objeto en el hombre. Si la mujer está ante un espacio
vacío que trata de llenar en la erotomanía con la palabra de un príncipe, el
hombre llena su falta con objetos que tienen el valor de fetiche en tanto
ocultan la falta. Son dos modos diferentes de enfrentarse a la falta. O dicho
de otro modo, la forma de escapar a la soledad estructural. Por eso es perfecta
la metáfora del túnel, del agujero, de la falta a la que se enfrentan los dos,
pero como vemos, partiendo de extremos opuestos y sólo con la posibilidad de
ver la silueta del otro, pero jamás la esencia de su ser.
Y
nos adentramos en el terreno de la palabra. En el encuentro, la mujer sólo
contempla la posibilidad de la palabra como fin último: “Y entonces tú y yo podremos volver a hablar... pero hasta entonces
deberemos revolcarnos”. La mujer sólo admite la vía de la palabra para que
un hombre toque su ser. Como si para ella la sexualidad fuese un simple medio
para conseguir del Otro esa palabra que la toque en lo más íntimo de sus
entrañas. Pero nuestra protagonista señala, con toda claridad, que no encuentra
respuestas. En este sentido, es magnífica la metáfora del mar vacío como
imposibilidad, un mar vacío propiciado por el goce del hombre en el amor. Es el
desierto después del goce. El hombre, desde el goce, solo puede dar noticias de
derrota en la relación sexual con la mujer. El hombre como atleta del sexo, lo
es de una maratón que no tiene noticias de victorias sino de derrotas. Él es el
príncipe sordo. Podríamos pensar que ante el deseo de la mujer, un deseo
absoluto e imperativo, el hombre retrocede pues su estructura de goce no da
para encarnar una auténtica palabra.
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