Una ficción instrumentalizada para la
denuncia, que no olvida la lógica del fantasma obsesivo
La Sima de
José María Merino es un texto, con diferentes cuerpos palpitantes, que convoca
a la palabra. Por un lado nos muestra el compromiso del escritor en un momento
en que la coyuntura, social y política, de nuestro país, se ve exacerbada por
el espíritu de confrontación a raíz de una inesperada derrota política. La
receta, sin querer acallar para nada el olvido de todo lo acontecido a lo largo
de los tiempos, es sanamente volver a convocar la concordia.
Pero además de esta
fuente histórica, que brama, quizá, como un alegato de interés para buena parte
de nuestros conciudadanos, está también lo que me atrevería a nombrar como el
influjo del inconsciente en la telaraña del mundo obsesivo, en donde siempre
palpita la temática de la vida y de la muerte, del amor y del odio. En este
punto, nuestro protagonista Fidel se verá confrontado, en un momento de su
vida, con una incógnita, la sima, que, a través del horror, la fascinación y la
verdad que convoca, nos recuerda claramente los efectos de la dimensión de lo
inconsciente en el sujeto. A partir de ese momento, éste tratara de tejer una
clarificación acerca de lo que le es suscitado conflictivamente, a través de lo
que podríamos llamar su propia novela familiar, que no es otra cosa sino que el
relato neurótico del sujeto. En este contexto, su particular e íntima vivencia
se articulara con la misma historia conflictiva nacional, en donde diferentes
bandos luchan de modo fratricida, en un intento de anular a un semejante
convertido en adversario u objeto, en el “otro” por excelencia.
Ésta es la tesis que
promueve el personaje historiador que investiga, desconociendo sin embargo, que
es su misma tesis de vida, es decir, el núcleo duro fantasmático que dota de
sentido y de goce a su propia existencia, comandando y dirigiendo tanto sus
pensamientos como sus actos. De ahí que, efectivamente, el personaje nunca
pueda culminar o concluir su trabajo intelectual –tarea siempre dificultosa
para el sujeto obsesivo-, en tanto que es ésta misma tesis doctoral quien se ve
infiltrada por todas esas palabras que estructuran su fantasma inconsciente a
través del odio y de la confrontación. De ahí también que le sea imposible la liberación
del sufrimiento tal como se describe a lo largo del relato, en donde, de una u
otra manera, el personaje nos va confrontando con lo que verdaderamente está en
juego en todo este asunto de la guerra y de la muerte, que tanto le fascina
“inconscientemente”, y que no es otra cosa sino que el goce, su propio goce,
como motor y eje de su esfuerzo y del sufrimiento. Premisa ésta, por otra parte
ejemplar en el mundo obsesivo, y que el autor nos sabe mostrar muy acertadamente
a través de los diferentes vericuetos por los que va introduciendo a nuestro personaje
Fidel. Todo ello con una prosa impregnada de frases poéticas capaces de
alumbrar el malestar de la conciencia en una naturaleza cósmica ajena a
cualquier pensamiento humano, y en donde se mezclan el rigor de la palabra
ensayística, con la estética, atrayente y envolvente de la palabra generadora
de magia.
Ahora bien: la
literatura nunca puede “curar” simbólicamente la herida fantasmática -la sima,
el inconsciente-, como muy bien nos muestra el autor. La sima no se
resuelve, simplemente se desvanece una
vez más bajo los efectos de la explosión, aunque de ella salga ahora convertido
el sujeto en novelista. A partir de la literatura no hay posibilidad de “cerrar”
el agujero o de mostrar la verdad que está en juego, porque ésta, aun cuando ayude
a clarificar y a ordenar la telaraña, pudiéndose articular algo de la dimensión
conflictiva en juego, sin embargo, no permite hacer verdaderamente consciente esa
vertiente inconsciente que tanto palpita. Es decir, el protagonista, convertido
finalmente en escritor de ficciones, es verdad que ha podido hacer algo con la
conflictividad en juego, sin embargo, desconoce la telaraña que teje su propio
fantasma, ese juego de fuerzas que le ha ido precipitando en la nebulosa incierta
de los actos y de las elecciones más inconclusas. Por ejemplo, nada sabe acerca
de su fuente más íntima de odio, de su atracción fascinada por el horror y la
muerte, de la intensa rivalidad que comanda todo su mundo, de la glotonería
superyoica e insaciable de goce que generan todos esos “banquetes de brutalidad humana” que le satisfacen, y como no
también, de su cobardía exultante bajo un manto de carácter aplacado y tímido
que le sirve de coartada. Además, tampoco sabe sacar las suficientes consecuencias
de una relación claramente incestuosa y de revancha –la relación con su prima
Puri-, que ejercita en el seno de esa familia, amada y odiada, que le acoge. La
fascinación por el horror de la muerte, de la mano del abuelo materno, pero
también el odio hacia él por lo que éste representa -el bando opuesto a la
figura idealizada de un padre perdedor-, le hacen caer en una relación
incestuosa que, más allá del envoltorio amoroso que nos muestra, representa
claramente el ataque frontal inconsciente a esa familia odiada que forma parte
de él mismo. Es su división desconocida lo que subyace en ese mismo acto sexual.
Precisamente las palabras de su primo José Antonio son la llave que nos abre esa
verdad tan oculta para él. “Mis padres te
recogieron en nuestra casa y pervertiste a mi hermana cuando era solo una niña,
hijo puta, qué se podía esperar de la ralea de tu padre… Te echamos de mi casa,
el abuelo tuvo el gesto de recoger a un degenerado como tú pero volviste como
un carroñero y la dejaste preñada, hijo puta… Lo que has hecho sufrir a mis
padres, al abuelo y luego tuviste los cojones de poner un pleito”, para
conseguir la herencia.
De ahí que, en
ningún momento, y ante todas las agresiones sufridas por éste a lo largo de su
vida, él se plantee jamás la más mínima denuncia. ¿Qué es lo que está en juego,
en su silencio? Sin duda, la culpa, su propia culpa neurótica.
Por otra parte, es
todo un acierto cómo el autor nos describe la secuencia de la ruptura
fantasmática del personaje Fidel, y su entrada en el trance obsesivo, incluida
la tentativa de suicidio, allí cuando la fascinación por el horror y la muerte,
la caída de los ideales a partir del descrédito de la educación, la dificultad
para crear una relación amorosa más alejada de la telaraña edípica o el slogan
definitivo de que la desdicha no tiene remedio, vienen a romper el fantasma. En
este punto, y ante la disyuntiva que encierra el empuje del odio furibundo hacia
el adversario, el sujeto tiene dos posibilidades: matar al semejante, o bien, matar
a ese objeto odiado que forma parte de uno mismo. En esa coyuntura el sujeto
elige lo segundo, de un modo light, porque evidentemente la ingesta de
pastillas no es el pasaje al acto tan certero y exitoso del melancólico. Motivo
éste que nos permitirá descubrir cómo el personaje elige, a partir de entonces,
la senda de lo intelectual como modo de acallar ese inconsciente que brama
intensamente en él. La relación transferencial, a partir de la ayuda psicoterapéutica
y farmacológica de un personaje femenino –feminidad claramente enigmática y problemática para él-,
vienen a dulcificar su senda tortuosa, aunque no podamos deducir de la relación
nada más que el valor que ejerce la profesional como Gran Otro.
El resultado final,
y es francamente muy acertado por el juego de espejismos y de ilusionismo que configura
también la trama vital del propio autor, es la salida a través de la ficción
allí donde nuevamente el fantasma se ve asediado por la ruptura del círculo de
amistades, a partir de la explosividad del amor.
De ese modo, la
ficción, convertida en una nueva vida capaz de generar ilusiones, y la
escritura, como instrumento al servicio de la organización del sufrimiento, le
abren un nuevo escenario de vida. Sin embargo, nada hace predecir de esa
elaboración, que el encuentro con la mujer, que forma parte de su problema,
vaya a ser distinto. La añoranza de la novela edípica y la idealización
incestuosa, aún planean, con fuerza, en ese escenario final que culmina con la
primacía y el valor de lo literario frente a la supuesta realidad de los
hechos. Una vez más, y como no puede ser de otra manera, triunfa la realidad
psíquica fantasmática sobre el mundo de los hechos, aunque el verdadero
problema, el goce, siga sin quedar suficientemente desvelado y anudado para él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario