El cuento se cierra sobre un drama inacabable condensado en una escena única. Una lucha sorda donde uno de los partenaires muestra su odio en una contienda en la que intenta ponerse a salvo de la voracidad del otro. Voracidad en la que ella se expresa sutilmente de un modo casi imperceptible en un cálculo por acercarse a él con disimulo. La astucia con que lo realiza es todo un arte para simular que su gesto ha surgido del afecto. Hay algo letal en este deseo de captura, que es el rearmado de la escena que le da el ser.
En medio de una trama de fingimiento él recubre con cinismo las insignias de su odio. Reconoce en las artimañas de ella de toda la vida, la sutileza de la tela que como una araña teje alrededor de él para nutrirse del engaño de su propio discurso virtuoso. La desesperación del personaje es no poder evitar responderle. Si él se rindiera, “ella lo devoraría con su amor que mata más lejos que todo mi resentimiento”.
Dice con agudeza que uno de los mejores papeles de ella es fingir que no finge. La observación tiene una semejanza, aunque inversa, con una de Jacques Lacan, quien dice: “un animal no finge fingir. No produce huellas cuyo engaño consistiría en hacerse pasar por falsas siendo las verdaderas, es decir las que darían la buena pista. Como tampoco borra sus huellas, lo cual sería ya para él hacerse sujeto del significante.” Se trata acá efectivamente de la estratagema del sujeto del significante en su pantomima no solo de ocultar un goce, sino mucho más sutilmente aun, no de fingir que su discurso es verdadero, sino de fingir que no finge. Lo siniestro de su gesto le da un tono todavía más insidioso.
A pesar del desagrado que esto provoca en él hay un reconocimiento, que no deja de ser irónico, de los recursos simbólicos de ella, como de alguien que tiene un savoir faire, una destreza que continúa asombrándolo a pesar de su repetición día tras día, o quizás mejor noche tras noche. Siendo a su vez, la confrontación de esta misma capacidad para hacer daño lo que lo mantiene soldado a lo que odia: “es tal vez la razón por la que le sigo el juego, aunque esté convencido de que ella va a ganar.”
Si bien es una lucha a muerte, la condición de goce de ambos reside en la tensión agresiva con la que sostienen su fusión, y que extiende el duelo lo máximo posible para libar hasta la agonía la amarga miel del lazo que los une en ese destino inexorable. Su razón de ser es el arrancarse la vida uno al otro, atrapados como están en ese pacto de recrear una y otra vez la lid por el dominio de la escena. Es el sabor de mantener el puro goce sin límites de la pulsión de muerte.
Pero no están solos, este duelo incluye a un tercero, siempre presente para ella “sabes que nunca consigo olvidarlo”. Escena retroactiva en torno a la decencia enarbolada como baluarte. La coartada de la decencia de la que se servía “para justificar lo que fuese necesario”, dejaba traslucir la ferocidad del agravio cuando en si misma se constituía en un obstáculo para el beneficio ansiado. Frente al impedimento quedaba al descubierto al fin una posición desvergonzada en su avidez y ambición.
Esta mujer sostenida en el fingimiento de la ética utiliza todos sus recursos para conservar su poder. Esto tiene dos efectos, la aniquilación del tercero atrapado en sus principios que impedían el rendimiento necesario y el cinismo del partenaire que le devuelve como en un ping-pong una sonrisa de bienvenida y entusiasmo, último recurso para luchar con sus mismas armas.
Pero finalmente él logra en los vericuetos del interior de la memoria confrontarla a su mentira en una estocada profunda. Viéndose acorralada por las palabras que la desenmascaran vira su actitud hacia una posición de víctima del otro.
El engaño, la parodia de este personaje que ni siquiera tiene una doble cara que como él dice: “Ahora es ella, ella de verdad. No es que se haya despojado de su máscara, o arrancado la piel de su disfraz, y sacado a la luz la imagen auténtica que se ocultaba detrás. No, la máscara es el único rostro que puede enseñar, su talento para la representación, su astucia de comediante, el transformismo de sus palabras, su maestría para disimular que detrás de todo aquello no hay nada.” Aunque rápidamente se recompone y como un ilusionista hace un pase mágico y sale airosa con un cambio de escena como si nada hubiera sido dicho.
Estas mismas maniobras destruyeron al tercero dejándolo hundido en la desesperanza y el aniquilamiento, dice ella: “A veces creo que se había desprendido de la vida mucho tiempo antes, y que sólo quedaba de él una sombra pesarosa, un espectro intangible, consumido por la desdicha.” Aunque expresa su posición victimizada en su queja diciendo de él: “regresaba a su mutismo, a la isla remota de su pensamiento, y me dejaba sola”.
Pero él también tuvo su parte en la destrucción del tercero: “A veces me daba cuenta de que él quería hablarme, era como una súplica, pero no se atrevía a expresarla. Yo me escudaba en su pudor, me hacía el distraído, temeroso ante la idea de que me pidiese ayuda, de que me necesitase, de que me contagiase su agonía.”
El reconoce su egoísmo, su estar atento solo a sus propios intereses: “y en cierto modo lo abandoné, me desentendí de su dolor, de su soledad, de su mirada perdida en algún lugar de su desesperanza”. Su imposibilidad de compasión y su propia miseria permitieron que ella le extrajera hasta la última gota de sangre.
En el momento de la separación está el grito sordo, “tal vez del animal herido” pero él prefiere ignorarlo, tal como ya había hecho con el tercero.
Este cuento muestra el espanto de este vínculo donde se trata de vaciar al otro desde el lugar del ideal, melancolizándolo con la sutileza de su arte de fingir que no finge que le da al ser un estatuto indestructible.
Si hay algo donde se pueda encontrar la diferencia con el animal que no puede fingir fingir, es en este personaje que no trata de fingir sobre lo verdadero, sino que como sujeto del significante puede dar un paso más. Es decir no solo fingir que finge, sino fingir que no finge en una torsión inverificable por la que puede borrar sus huellas en, “giros mortales en el aire de la memoria, para acabar de pie, por supuesto, sin sufrir un sólo rasguño”. En el otro extremo, el personaje que ocultando sus propias miserias sobrevive al ataque del amor con el cinismo y la cobardía.
Beatriz Schlieper
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