Quiero agradecerle a Héctor la apertura que
ha hecho de la tertulia, estableciendo una perspectiva verdaderamente
interesante sobre el arte como reflejo o síntoma del mundo contemporáneo.
Para mi gusto estamos hoy ante una novela de
gran riqueza, independientemente de la polémica que se pueda crear acerca del
escritor. He leído todas las novelas de Houellebecq, incluso el intercambio
epistolar entre él y Bernard-Henri Lévi
publicado con el título Enemigos públicos. Creo que Houellebecq no es sólo un
escritor, es también un filósofo, un pensador. Eso es algo que me gusta de los
escritores, pues en la literatura es necesario que haya también un pensamiento.
Houellebecq no es un simple escritor que se dedica a entretener y producir best-sellers, sino que tiene algo más.
Independientemente de la fascinación que
ejerce, buena parte de la crítica lo ha condenado como un tipo canalla. Supongo
que él ha hecho bastante para granjearse esa fama. Sin embargo, en su obra no
he encontrado una posición canallesca, sino todo lo contrario.
En primer lugar, me parece que no es un
moralista. No es el único autor que ha hecho el esfuerzo de retratar la
posmodernidad –posiblemente sea, en ese sentido, uno de los mejores— pero como
digo, ha tenido la capacidad de situarse en una perspectiva que no abre juicios
morales. Houellebecq hace una crítica social terriblemente descarnada, pero al
mismo tiempo es capaz de expresar una profunda piedad sobre la condición
humana. Por eso pienso que no se trata de un sujeto canalla. Hay muchísimos
párrafos y frases donde detrás de ese personaje que parece cínico, frío, y
descreído de todo, se expresa una compasión por el género humano.
Un caso concreto. La manera en que describe
el geriátrico y las cenas de los ancianos. Por una parte, con esa crudeza
propia de la época contemporánea en la cual la gente no sabe qué hacer con sus
viejos, pero a la vez la descripción traduce una profunda piedad por el dolor y
el sufrimiento. Hay muchos ejemplos de ese tipo.
Pocas veces he leído a un autor tan
autobiográfico. Él está en todos sus libros y en todos sus personajes, incluso
los femeninos. Se desdobla en todos ellos.
El mapa y el territorio es una obra madura.
En esta ocasión, a diferencia de las anteriores, no utiliza el recurso a lo
pornográfico. Hay que decir que, en otras novelas, lo utiliza muy bien, pues no
es fácil hacerlo con rigor y estilo. Pero en esta vemos a un Houellebecq muy
distinto.
Me ha interesado, fundamentalmente, el
personaje que crea, Jed Martin, ese personaje que, insisto, se repite en otras
novelas. Por ejemplo, en Las partículas elementales, uno de los
protagonistas es un sujeto semejante a Jed Martin. Y en casi todos los
personajes está esa caracterización de un sujeto profundamente extraviado en la
existencia, terriblemente separado de la vida. En efecto, es sintomático que su
partenaire más humano, su compañero fiel, sea ese calentador estropeado. Jed se
ha convertido en un multimillonario, pero no lo cambia por otro. Tiene un gran
cariño por ese objeto. Y es que Jed no puede amar nada vivo. Si todos estamos
separados del territorio, él lo está un poco más.
Hay varios ejes de lectura fundamentales. Por
una parte la relación con el padre, que recorre todo el libro. Una relación un
tanto ritualizada, pero que en ningún momento se interrumpe. Él cuida del
padre. Es la única relación verdadera, la única continuada, la única que llega,
en determinado momento, a conmoverlo, al punto de que cuando va averiguar lo
que pasó en el geriátrico de Suiza está a punto de asesinar a la gerente que lo
atiende. Es el único momento en donde uno asiste a una verdadera conmoción, porque
en el resto de su vida nada lo conmueve. Puede lamentar un poco la pérdida de
esa mujer tan bella, Olga; su fama lo deja un poco perplejo; el dinero no le
cambia la vida; tiene un coche un poco más lujoso, pero en el fondo nada lo
toca verdaderamente.
En este sentido, para Jed lo interesante es
el mapa. Porque a pesar del padre, es un sujeto huérfano. De ahí viene la
necesidad del mapa. El mapa es la búsqueda de las carreteras que lo orienten un
poco. Cuando Lacan eligió la metáfora de la "carretera principal"
para hablar del Nombre del Padre no lo hizo por casualidad. Podría haber usado
otra metáfora, pero se decidió por esa. Y Jed no se orienta en la vida sino a
través de eso que ha conseguido inventar, a falta de una "carretera
principal". Héctor Urdaneta, en su introducción a la tertulia, lo ha
planteado muy bien: mediante el arte nuestro protagonista ha conseguido
encontrar un lugar digno en el mundo.
Eso es Houellebecq, esa es su vida. Ni
siquiera se encarga de disimular demasiado las huellas de su propia vida. Es
muy interesante, porque la relación con la madre ha sido para él una cuestión
atroz, y él mismo es un padre fracasado. Me parece que nos trasmite la posición
ética del personaje que consigue hacerse un lugar digno en el mundo, un lugar donde,
además, su propio éxito no lo corrompe. A pesar de que cambian sus
circunstancias, sigue siendo “fiel a si mismo y a su calentador”. Y esa es, a
mi modo de ver, la posición del propio autor, que ha ganado dinero a espuertas,
y que, al mismo tiempo, sigue muy pegado a su síntoma.
En síntesis, Houellebecq sería un voyeur
de la realidad. No creo que sea un autor que promocione la catástrofe. La ve,
no la inventa. Ve la catástrofe, no la condena ni la promueve, ni se horroriza
ante ella. Pero insisto en que a su mirada no le falta compasión.
Se le critica el hecho de que no ofrezca una
alternativa. No sé si un escritor está obligado a ofrecer una visión positiva,
o una idea salvadora. También se necesitan escritores que nos pongan frente al
abismo y que nos hagan mirar eso. Después, que cada uno decida si quiere
suicidarse, o tratar de producir alguna clase de salvación.
Gustavo Dessal
1 comentario:
"mi no-compromiso: una modesta ideológica que raya en el ateísmo." Michel Houellebecq; 2008.
Concuerdo con su texto Estimado Gustavo Dessal, Michel Houellebecq como Juan José Saer en el castellano argentino, son poetas cuya estrategia narrativa decanta además en una ética de la enunciación, en una ética del bien decir literario. Inigualables.
gabriel roel
http://cuadernosinitlabor.blogspot.com
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