La elección de este relato del
escritor japonés Kenzaburo Oé permite a LITER-a-TULIA retomar la fructífera
senda del cuento que tantas satisfacciones ha ofrecido al devenir de nuestra
tertulia. Relato de claros tintes autobiográficos, el propio autor tiene un
hijo de las características del que aparece en este cuento, lo cual abunda en
esta cuestión que desde el principio del curso de este año venimos proponiendo,
no hay escritura de ficción posible que no pertenezca al registro más íntimo de
su autor, no hay escritura que no sea autobiográfica.
Es éste un relato exigente para la tarea del lector que no resulta fácil, a mi modo de ver por dos cuestiones; el propio relato, la historia contada, que por estar deliciosamente narrada, no hay duda del gusto exquisito que habita la prosa de Oé, no deja de ser una historia difícil, por momentos diría que desagradable, hay algo insoportable que este cuento muestra de manera casi obscena. La otra cuestión que dificulta la lectura hace a su estructura narrativa, sin previo aviso pasamos del presente al pasado y de vuelta al presente, provocando desconcierto, pero es muy inteligente que sea así porque el argumento de la historia que hoy tratamos exige que esa frontera pasado–presente no sea tal, dicho de otro modo, el pasado está más presente que la propia actualidad. Esto es además un elemento muy presente en la escritura japonesa.
A estas dos cuestiones podemos
sumarle un tercer factor a tener en consideración, éste ya no es tan visible y
desde luego no parece un recurso que pudiéramos inscribir en el apartado
puramente técnico del relato, pero sí abunda en su dificultad, porque en este
cuento prácticamente todo pareciera ser algo muy distinto de lo que resulta ser
al final. La grandeza de este cuento es que permite, según nos situemos, según
la perspectiva con que lo abordemos, muy diferentes lecturas, pero no me
refiero ahora a lo que vemos producirse aquí en cada una de nuestras reuniones,
que no existe una lectura colectiva sino tantas como lectores tenga un cuento,
no es eso; me refiero a que uno mismo puede repensar la lectura que hizo sobre
aspectos concretos del cuento, y no dar una conclusión definitiva, es como si
el mensaje cifrado que este relato intentara hacer pasar viniera a decir:
absténganse de comprender demasiado deprisa.
Tomo entonces estos tres ejes para
introducirlos en mi lectura del cuento que ya les digo no fue sin la dificultad
añadida de volver y repensar el texto. Porque, por ejemplo, ¿cuál es el efecto
que produce el suceso del estanque de los osos blancos? El texto dice que casi
se volvió loco, pero esta afirmación exige que pensemos si loco no es más bien
el estado en el que estaba en simbiosis con su hijo. Es un “… casi se volvió
loco” que nosotros podemos pensar como la recuperación de cierta cordura
dejando atrás la locura a dos con su hijo, consigue liberarse de una obsesiva
idea; no obstante, inmediatamente le invade una lastimosa sensación de soledad.
La simbiosis por tanto obtura la invasión de esta sensación lastimosa en su
ser.
Es en este ir y venir de la locura a
la cordura y viceversa es uno de los lugares principales en donde intento
mostrarles la dificultad lectora, pienso que el autor pretende diluir la
frontera entre estos dos estados destiñendo sus límites, y eso es algo ya
anunciado en el título, nuestra locura es
la locura de todos, no sólo la de esa familia.
Por si fuera poco, consideremos el
reparto de papeles en la relación del hombre gordo con su hijo, reparto que el
suceso traumático de la charca somete a un vuelco. Ya no se trata de su hijo
como protegido, él, el hombre gordo también experimenta el sentimiento de
protección, la presencia de su hijo convierte las tinieblas en algo no
amenazador, o como dijimos antes, no está solo; pero la propia naturaleza de su
ligazón reparte lugares intercambiables ya que también el hombre gordo ampara,
guía y protege al pequeño, por tanto nunca estos lugares pueden ser leídos en
un solo sentido ni con una lectura definitiva. Esto lo rubrica el texto
dándonos la fórmula de esta simbiosis: Eeyore = Yo.
Ahora bien, hay algo que no es tan
variable y que permanece constante y que podemos aproximar en una primera
enunciación: hay el goce, en este caso es el goce de proteger, convertirse en
lo que el otro necesita y cuanto más exigente se vuelve la propia situación,
más goce se obtiene. ¿Cómo pensar los enfrentamientos con la policía? En ellos
el hijo funciona como salvoconducto para ir por la vida evitando la ley, un
refugio a salvo de la sombra del padre, tener como hijo a un retrasado mental
lo socorre y justifica ante los agentes, nuestro hombre gordo es una víctima, y
el mundo, la policía también, están en deuda con él. Quizá merecería la pena
detenerse a pensar si esta identificación con la víctima, que de ninguna manera
es vivido por el sujeto como una elección, sino más bien como su única
posibilidad, como algo impuesto, no tendría una contrapartida terrorífica; creo
que esa sensación de compartir el mismo dolor es sin lugar a dudas algo que
promueve esa relación simbiótica en la que dos cuerpos tratan de hacer uno,
pero me pregunto por cómo colabora esta victimización, cuál es su contribución
a la experiencia de ese dolor compartido. No voy a entrar, lo dejo para que lo
conversemos, consciente de que quizá sea una cuestión tan clínica y diagnóstica
que requiera otro lugar para hacerlo.
Lo único que contamina, ensucia y
mancha esta relación tan pura sólo puede ser una cosa: la castración. Bueno, la
castración y el estanque de los osos. Este padre y su hijo son la viva imagen
de la falta de corte, de la falta de límite, Kenzaburo Oé consigue que nos
representemos la no separación entre dos seres.
La situación con los agentes de la
policía, o la situación gozosa en el tren rodeado de extraños con su hijo a
cuestas, no tienen el mismo signo que la situación con los macarras, es
interesante detenernos un momento en ello: ¿por qué se muestran tan agresivos
con esta pareja? ¿Su calidad de maleantes resume toda su violencia, o no deja
de ser significativo que al único que agredan sea al hombre gordo? Les planteo
si no es la visión de algo insoportable, algo que no pueden tolerar, algo tan
enfermo hasta la obscenidad que ellos no pueden metabolizar a través de ningún
tipo de sublimación, entonces agreden porque es la respuesta de la que
disponen, la respuesta que precipita su angustia, es su respuesta habitual de
protesta y rechazo, en este caso, ante la visión de esta unión enfermiza
padre-hijo. La agresividad y la respuesta violenta es la manera que ellos
tienen de enfrentar lo insoportable.
Si aceptamos que una buena parte del
atractivo de este texto reside en el hecho de cómo nuestro protagonista, poco a
poco, consigue acceder a las zonas oscuras de su verdad, esas zonas que a nadie
gustan y que tratamos de ignorar a toda costa, debemos preguntarnos qué es lo
importante en relación a lo que pasó con el padre. Pienso que lo fundamental no
es solo saber la verdad, o lo que esa verdad esconde, lo crucial es saber la
verdad a través de la madre, saber del deseo de la madre. Que nuestro hombre
gordo tratara de convertirse en alguien irremplazable para su hijo es un tratamiento
que lleva la marca del exceso, sobre todo si, como es su caso, él mismo es
consecuencia de un deseo del Otro que está en entredicho. El mutismo de la
madre respecto de su propio deseo es lo que lo descompone y desata la ira de
nuestro protagonista.
Al fin y al cabo, ¿no nos mostraría
este texto también lo difícil que resulta ser otra cosa diferente que una madre
para nuestros hijos? ¿En qué consiste ser un padre? Sobrevivir a nuestra locura
también es identificar el hecho de que
nuestros hijos no nos necesitan tanto; tan habitualmente somos nosotros los que
los necesitamos convirtiéndolos en inseparables para quejarnos del sacrificio
que comporta haberlos traído al mundo y mientras tanto seguir gozando de
nuestra locura, y además, no quedarnos solos.
Alberto Estévez
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