El arte verdadero no necesita mil páginas
para decir algo. Con muy pocas, y empleando frases lanzadas como flechas, se ha
construido esta pequeña pieza maestra. Una obra perfecta, un trabajo de
orfebrería donde todas las partes encajan con absoluto dominio del relato. Lo
primero que me gustaría destacar es el contraste radical entre dos formas de
concebir lo humano. Una es aquella que la mayoría de los medios informativos,
académicos e intelectuales, movida por oscuros intereses, disemina
constantemente: esa falsa ciencia según la cual el movimiento de una vida
responde a una serie de automatismos que combinan las órdenes genéticas con las
reacciones conductuales aprendidas. La otra, representada por la aproximación
poética, y que coincide con el espíritu del psicoanálisis, que piensa la vida
como una historia que ha comenzado a escribirse mucho antes de que su
protagonista advenga a la existencia. Una historia en la que confluyen los
deseos de quienes nos han precedido, las palabras pronunciadas y también las
que no se dijeron, toda esa trama con la que se ha tejido el manto simbólico
que habrá de envolvernos, en la que no habrán de faltar asimismo las mentiras.
Los padres heredan el pecado de los padres, se enseña en el Eclesiastés.
Esta es una historia autobiográfica que
se compone de dos partes. La primera es el restablecimiento de una verdad
silenciada, aunque no por ello menos presente en la vida de sus protagonistas.
La segunda es el intento ficciones de reintegrar esa verdad en el contexto de
una reconstrucción que solo puede apoyarse en la legitimidad de la conjetura.
En otras palabras: la segunda parte de la novela procurar rellenar las lagunas
de la verdad cuyo sello se ha logrado romper en la primera parte. La historia
de un hombre o de una mujer es la confluencia de varios hilos narrativos que
también mueven a los otros significativos que participan. Los miembros de esta
historia han sellado un pacto de silencio que los ha condenado. Aquellos que
han sobrevivido no están mucho más vivos que los que fueron aniquilados. Los
supervivientes han pagado por su pecado, y por la complicidad convenida para
ocultarlo. Los asesinos han ejecutado la primera muerte. Los supervivientes de
esta historia han cometido la segunda, y el protagonista y autor de la novela
hubo de llevar a cabo una dolorosa y valiente travesía para rescatarse a sí
mismo de aquella terrible herencia: los hijos heredan el pecado de los padres.
Al mismo tiempo, es notable su esfuerzo por salvar la memoria de los pecadores.
Múltiples son los temas y las líneas que
se trazan en el relato. Así, por tomar un ejemplo, vemos cómo el cuerpo
constituye una hilo conductor de la narración. La sombra de la muerte ha caído
sobre el cuerpo infantil de Philippe, quien a su vez da vida imaginaria al
hermano muerto. Cuando la verdad comienza a saberse, se le plantea al
protagonista un terrible dilema. Su cuerpo hundido y cadavérico comienza a
liberarse de del peso del hermano innombrado, pero a la vez esta metamorfosis
traerá una consecuencia inevitable: para vivir, es preciso devolver este
hermano al reino de los muertos. En el otro extremo, tenemos el cuerpo de los
padres, que se afanan en perseguir el ideal de belleza que -paradójicamente-
coincide con el de los asesinos. Al punto de que el padre de Philippe se
entrega de forma compulsiva a convertirse en una figura escultural tras la que
pueda esconder sus orígenes. Pero ya sabemos lo que sucede cuando alguien elige
el camino de abandonar por completo los lazos que lo unen a su raíz inaugural.
El otro aspecto que recibe un magistral
tratamiento es el tema de la mirada. Me atrevería a formular que la historia
que Philippe reconstruye se basa enteramente en una compleja red de miradas.
Las miradas en las que que quedan fijados sus padres en el encuentro inicial,
la mirada de Hanna, testigo mudo de ese instante, las miradas en la
escalofriante escena donde las mujeres se reúnen en el bar antes de cruzar la
frontera, y en la que se produce el desenlace fatal. Miradas sin palabras, y a
las que el autor les añade las suyas para devolver la continuidad del discurso
silenciado y crear las condiciones de un duelo que ha quedado interrumpido, y
en el que todos están prisioneros.
La historia de amor de sus padres se
construye sobre el fondo de un deseo de muerte, puesto que la mirada en la que
se funden decreta de manera inconsciente la muerte de Robert y Hanna,
convertidos en obstáculos que se interponen en aquel instante. La muerte real
de ambos, así como la de Simón, es cometida por los asesinos. Pero para
Philippe es otra muerte la que cuenta, y que habrá de definir toda su
existencia. Es de esa muerte de la que necesita absolver a sus padres, en
especial a su padre. La paradoja es que al perdonarlo, le da asimismo la
libertad de elegir la muerte. Maxime, al conocer que la verdad se sabe, elige
arrojarse por la ventana abrazado al despojo de Tania.
La historia de la infamia, esa que Borges
declaró universal, encuentra en esta novela un ejemplo más que se suma a la
serie infinita.
Gustavo Dessal
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