Narrado en primera
persona, el relato ofrece una visión detallista de un personaje maravilloso, Sammy,
sobre un pequeño trozo de mundo concentrado en un supermercado A&P. El
detalle alcanza al extremo de que sería fácil deslizarse, en la lectura, hacia una
visión realista del relato, pues allí encontramos una descripción escénica, conversaciones
con los clientes, marcas de mercancías, cobros en la caja, etc., etc. Pero esa
misma precisión nos rescata de cualquier aproximación realista cuando, en
primer lugar, las descripciones alcanzan el cuerpo de las mujeres, en especial
el de “la reina”, y en segundo lugar
hay un sujeto implicado en ellas. Los rostros de las chicas, los rizos del
pelo, las lunas blancas del culo, el vientre blanco, la quemadura de sol debajo
de los ojos, las costuras del sujetador, el tirante caído, etc., etc., son
traídos a escena por Sammy con una delicadeza y sensualidad tan sublime que,
indefectiblemente, nos conducen a un terreno más humano que el realismo: el
deseo. Por otro lado, hay una vertiente ética del relato: se trata de una
reflexión sobre moral sobre el mismo sistema capitalista y la incidencia que
esa moral tiene sobre los sujetos.
Hay que pensar que leemos
desde la visión de un hombre. Esto es importante en tanto señala una vertiente
del deseo, la masculina. Además, siguiendo en
el campo del deseo, se trata de un hombre que es mirado por el cuerpo de
una mujer, o de varias mujeres. ¿Por qué digo mirado? Porque una mujer en
biquini, una reina en biquini, en un supermercado de un pueblo apartado, es
como una mancha situada en la pared blanca acabada de pintar, mancha que a
Sammy lo hipnotiza de manera que no puede desviar los ojos de ellas. Como bien
dice el gerente, aunque desde un lugar moralista, en la playa no es lo mismo,
incluso el sol ciega, pero en un supermercado aislado del mundo, una mujer en
bikini es otra cosa, algo que perturba.
En contraste con
Sammy, tocado por el deseo, y el gerente, tocado también en el deseo pero
priorizando la represión de la moral, lo que el narrador llama borregos, ni
siquiera miran. Lo cual nos lleva a una reflexión, y es que en uno de los
templos del capitalismo, el supermercado, comprobamos como el genio capitalista
es capaz de desviar el deseo vivo hacia los objetos de consumo, lo cual sugiere
que más apropiado sería hablar de un deseo muerto.
Por tanto, más allá
de concebir el relato dentro de una literatura realista, lo que se pone en
juego en A&P, tengo la impresión, son diversas cuestiones. En primer lugar,
el deseo de un hombre en relación a la mujer. En segundo lugar nos encontramos
con el enigma: la pregunta de qué es una mujer para un hombre. En tercer lugar,
el relato sitúa la vertiente ética relativa a la cuestión de cómo la sociedad
capitalista, reducida aquí al establecimiento A&P, lleva a los seres
humanos al abandono del deseo en favor de la satisfacción inmediata, es decir, el
goce del objeto de consumo. Y por último, no podemos obviar la cuestión del
héroe ético, personificada en Sammy, un héroe que va a presentarse como símbolo
de los restos humanos que el capitalismo desprecia. Estos serían, para mí, los
temas principales por los que transita el relato de John Updike.
Respecto a los
detalles que la mirada de Sammy sitúa en el cuerpo de las tres mujeres, pero
más concretamente sobre “la reina”, diríamos que estos detalles marcan todo el
relato en tanto ofrecen lo que es esencial en el deseo de un hombre. Es un
deseo que no ve a la mujer como un cuerpo unitario, sino que se recrea en trozos
del cuerpo como si fueran joyas, como si fueran perlas, vamos a decir más
propiamente, delicados fetiches; el cuello, el culo, blancuras de la piel, costuras
de una prenda: “... un bañador de un
color rosa sucio... y lo que más me llamó la atención, con los tirantes caídos...
se veía un cerco brillante...” / “Cuánto
más largo tuviese el cuello, más de ella podía tener”. Y cómo lo remata
Sammy pensando en la gloria: “Era algo
más que hermoso”.
Eso en cuanto al
cuerpo. Pero hay una cuestión que ya se explicita en la primera página, y es el
enigma de lo femenino para el hombre: “Uno
nunca sabe con certeza cómo funciona la cabeza de las mujeres”. Y nos dirige
a nosotros, como lectores, una pregunta que encierra entre paréntesis: “¿Crees de verdad que lo que hay dentro es una
mente o es sólo un leve zumbido de abeja en un tarro de cristal?”. No creo
que haya que tomar esta frase como desprecio hacia la mujer, sino todo lo
contrario. Es claro que Sammy es capaz de darse cuenta que en la mujer hay algo
que no puede alcanzar a comprender. Pero además, el zumbido en este caso es el
de “la reina”, alguien que precisa la
atención de todo un enjambre, lo cual sugiere un enigma encerrado en un cuerpo
delicado, de cristal, hasta diría bello, por la sutileza que emplea en toda la
descripción.
Salta a la vista la
pregunta: ¿Qué es ser una mujer? Si nos fijamos bien, la pregunta es tanto para
Sammy como para ellas. Sammy no hace un conjunto cerrado respecto a las tres mujeres,
sino que trata de una en una el cuerpo de las tres. Insisto, como si cada una
fuese un enigma en sí mismo y para sí mismo. Lo cual se ve acentuado en la
actuación de ellas. De esa actuación deducimos que también son un enigma para
sí mismas. Porque las otras dos miran a la reina como si ella representase lo
que es ser mujer, cómo tiene que comportarse una mujer para serlo. La reina es
la que ya sabe cómo ser mujer para despertar el deseo en un hombre. Las otras,
diríamos, están aprendiendo a ser mujer desde ella: “Ella era la reina. En cierto modo conducía a las otras dos, que echaban
miraditas alrededor y se encorvaban. Ella no miraba alrededor, la reina no, se
limitaba a andar en línea recta y despacio sobre esas piernas largas y blancas
de prima donna”. Y este hecho, es decir, que la reina es aquélla que
muestra a las otras cómo ser mujer, lo
podemos ver en la siguiente cita: “... pero sabes que ella ha convencido a las otras dos para que entrasen
aquí con ella y ahora les estaba demostrando cómo se camina lentamente y con el
cuerpo erguido”. Es la mascarada de “la
reina”, hecha, no de pinturas baratas, sino de sutiles dibujos con sus
claros y sombras realizados en conjunto por el sol y por las prendas de vestir.
No parece baladí la
referencia a “los borregos” transitando en una misma dirección y a las chicas en
contra. Pareciera una escena que simboliza dos direcciones dentro del mundo
capitalista, reducido aquí a un supermercado. Una es la dirección del deseo,
que acabamos de ver, otra es la dirección del goce. Ahí llama poderosamente la
atención un hecho. Y es que el sistema capitalista fomenta el goce inmediato de
los objetos de consumo antes que el mismo deseo.
Los borregos sepultan
la dialéctica del deseo entre hombre y mujer, y la sustituyen por las marcas
comerciales. Son cuerpos cuya viveza no les dice nada. Apartan la mirada de
ellos. Sammy sugiere un borramiento del deseo haciendo desaparecer a la mujer
con la metáfora de la explosión. Dice al respecto: “Apuesto a que podrías volar con dinamita un A&P y la gente seguiría
alargando el brazo, tachando los copos de avena de sus listas...”. Es el
goce, la adicción a los objetos de consumo. Es el vicio. Es la inmediatez del
goce sin tener que pasar por la complicada dialéctica en la que nos introduce el
deseo, donde nunca está garantizada la consecución. Eso lo vemos en que el
pobre Sammy, pese a su deseo encendido y a su épica, se queda compuesto y sin
reina.
Sammy pone de
relieve cómo el mercado ofrece productos y productos de consumo para que uno no
se ocupe de ese deseo, siempre problemático, que no garantiza el encuentro con
el otro sexo. El mercado lo da todo para que ese encuentro se produzca y se
sacie cualquier apetito: endivias, espárragos, o lo que quieras. Esa es la
verdadera relación sexual del capitalismo.
Los supermercados como
A&P, levantados por las multinacionales, son los templos que desempeñan hoy
el papel que en otro tiempo desempeñaba la iglesia y la religión. Ellos son los
que velan lo real del sexo y de la muerte. En los templos del capitalismo, el
deseo sexual sin garantías de realizar el encuentro, a caballo de la metonimia,
se sublima en los productos de consumo. En el mundo de hoy no resulta extraño
que a los hombres los seduzca más el objeto de consumo que una mujer en
biquini. Y esa seducción puede ir hasta la misma muerte. Sammy lo ejemplifica
perfectamente en su frase: “Veamos, había
una tercera cosa, empezaba por E, espárragos, no, ah, ya, endivias” o cualquier
otra cosa por el estilo. Esto sí las hacía sacudirse”. El objeto de consumo
tan a mano, inmediato, supuestamente saciante, ofrecido para colmar un placer
que en el deseo sexual no está garantizado. Es la política y la ética del
mercado.
Pero, en efecto, el
precio de la redención es alto. Uno lo paga con algo parecido a la misma
muerte. Podríamos pensar que el borrego del consumo es el síntoma de una
universalización ya instalada en el mundo del mercado capitalista. Digamos que
en el templo religioso A&P del mercado, donde los objetos de consumo (el
paquete de galleta HiHo, los espárragos, las endivias, etc., etc.), todo a
mano, sustituyen a los santos viejos. Ahí ya no hay pregunta por la feminidad,
eso tan enigmático que perturba a lo humano. Esa pregunta sólo se la puede
hacer algún héroe solitario y loco como Sammy. Y si esa pregunta surge, y
además por la vía de la tentación del deseo, ya están los agentes como Lengel
para restablecer las leyes del goce universal. Lo que no entre en ese marco,
por ejemplo lo femenino tentador y enigmático, tiene su nominación peyorativa
esperándolo.
En el final de la salvación
que ofrece la iglesia de nuestro tiempo, el mercado, ya no está Dios. No
sabemos a quién representan los objetos con los que se comulga. Es en esa
comunión con el objeto donde se propone alcanzar la auténtica relación sexual, el goce absoluto, ese goce que finalmente se
le escapa a Sammy en la perfecta representación de que el deseo nunca garantiza
el goce.
Sammy está solo en
el mundo universalizado por el mercado. Su soledad final es la basura que el
capitalismo desprecia en todas las disciplinas que quisieran que el mundo
siguiese siendo humano, es decir, sustentado en un deseo que implica la
dialéctica con el Otro. Sammy es un héroe ético podríamos decir, en tanto
sustenta su deseo en la pregunta fundamental para un hombre: qué es una mujer.
Pero no es un héroe clásico reconocido por todos en su lucha contra el mal. Sammy
es un héroe anónimo en un mundo donde el mal triunfa, y el héroe pasa a ser un
resto, insisto, una basura.
A este final hay
que añadir algo más. La escena final, done el gerente se pone en la caja
sustituyendo a Sammy, es también significativa. Viene a ilustrar el mecanismo
continuo, la rueda capitalista que no puede pararse en su movimiento infinito. En
el capitalismo no hay lugar para la herida, para la crisis. La herida es
taponada de inmediato con más movimiento y con la interminable circulación de
los objetos. La maquinaria del goce lo requiere. Y así, supongo, hasta la
muerte.
Miguel
Alonso
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