Nos encontramos hoy, desde un relato con tres
muertos, en una ciudad del estado de Missisipi, (EEUU), entre los despojos de
una calle, tal vez la principal, contemplando los restos de una casa sin buzón
que sólo con mirarla nos causa tristeza.
Se
dice que en su día la casa y su dueña, la señorita Grierson, formaron una
unidad, de tal forma, que si la construcción era antigua, ella también, y si la
casa con el cuadro de su padre, defendiéndola de todos, con el ambiente sureño
aprisionado entre las paredes, formaron parte de unas costumbres y una
tradición agobiantes, también ella pasó a ser enseguida, y durante 30 años,
parte de esa tradición. Nos cuentan que había engordado mucho, que iba toda
vestida de negro, y que su porte era altivo y arrogante para los habitantes de
ese pueblo en donde ella vivía sola y aislada y donde no pagaba impuestos. Y
guardando siempre el tratamiento, sabemos que tal rutina sólo se rompió cuando
la señorita Emily mostró interés por lo oriental, dando clases de pintura
china, lo cual nos remite a la época vanguardista.
Pero
la vida a veces rompe con lo establecido y eso es lo que ocurrió cuando en el
hermoso y cálido verano de Jefferson aparecieron unos obreros que habían de
arreglar las aceras. Con ellos venía un capataz, Homer, un yanki blanco y
fornido que los domingos la saca a pasear, a ella, que ya se había cortado el
pelo y parecía más joven de lo que era. Eso pasó un año después de que muriese
el padre del látigo, al que ella tardó tres días en enterrar, y que en forma de
retrato la acompañaría hasta la muerte.
Así
las cosas, todo el pueblo hizo cábalas sobre la señorita Emily y su futuro
puesto que ella mantenía encadenada la tradición al tiempo de su reloj, y
porque aquí es el pueblo el que habla y opina a través de la voz de un narrador
anónimo. Y como el escándalo venido del norte llegó a alcanzar dimensiones
sociales, religiosas y de ejemplaridad, la esposa del ministro bautista avisa a
sus parientes de Alabama para que vengan y la hagan entrar en razón sobre esa
relación con un novio imposible.
A
mi entender, es en este momento cuando el relato presenta un punto de inflexión
a partir del cual se distinguen tres cosas. Una es que la familia y el pueblo
desean para ella “lo correcto”, precisamente una rosa, la flor de
amor perfecta, la de significado completo y rotundo sobre la cual ya no hay
nada más qué decir. Otra, es ver como ella no quiere enterrar a su padre y con
él a la tradición, mientras seguimos sin saber qué clase de relación había
mantenido ella con ese señor tan tirano al que los novios parecen tener miedo.
Y la tercera y para mí más definitiva, es la conclusión a la que
ella parece haber llegado:
Y
ahí tenemos el
mal olor de la locura, de la que
ya no haremos ningún elogio, que Faulkner hace llegar
hasta nosotros y que los habitantes del pueblo hacen desaparecer con unos
brochazos de cal, en tanto que esto les sirve a todos, a la comunidad y a cada
uno, de ingenua purificación tradicional. Ya hemos visto, pues, la locura de
una mujer que ve brotar la vida a su alrededor, pero que por si acaso hay que
cambiar algo o se presenta alguna dificultad, prefiere el amor cuajado de
muerte, porque tal vez dentro de su cabeza no concibe otra cosa. ¿Necrofilia
declarada, o simplemente locura? Al fin, con un poco o mucho arsénico para
ratas, todo fue fácil, pues nadie sabía que su novio había vuelto a la casa.
Pero
¿había sido necesaria tal determinación? Eso no nos lo aclara nadie.
Todo
lo demás nos lo cuenta Faulkner en una narración algo determinista y también
realista, para apoyar su tesis de que el apego sin fisuras a la tradición es
dañino, y con el naturalismo literario reinante nos quiere aclarar, que tal vez
ella atisbó la felicidad con la ayuda del calor de un verano, pero que en
cierto modo enloqueció por causa de una herencia familiar.
Las
tenebrosas tías se marcharon tras el entierro y así fue como el pueblo se
liberó, al fin, del testigo de una sociedad cerrada y casi endogámica, donde el
recuerdo de los soldados de la Unión de Confederados de Jefferson, marcaron el
triste paso de la decadencia.
Mª José Martínez
2 comentarios:
Muy buena reseña, me gustó mucho.
La verdad que me encantó leer la reseña me hizo entender un poco más ya que me costó un poco razonar la locura de ella.
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