El cuento de Faulkner me pareció una curiosa bajada de tono en relación al anterior relato de Onetti, Bienvenido Bob. Unos perfiles, tanto en la subjetividad como en las cosas, más atenuados. El relato es un canto un poco plano y neoromántico a las sombras. Las sombras de ella me recordaron a la narración de septiembre, de Carson McCullers, La balada del café triste regentado por aquella mujer varonil y temible.
Creo que Faulkner pone a la humanidad del lado de Emily. Porque, en definitiva, lo que la rodea es desierto. El desierto no creo que sea menor que el que sufrimos ahora, pero en realidad, la demencia está del lado de la realidad y de la normalidad social que la rodea, tanto o más de lo que pueda haber en su mente. Nos encontramos con que todas las articulaciones que se hacen son en torno a la anomalía de si una casa huele o no, si una mujer se casa o no, la anomalía de si entierra a su padre en el momento justo, la anomalía de los novios. Es decir, veo la anomalía más del lado de lo social que de Emily. Y el título, parce un pequeño homenaje a ella.
Ya digo, dentro de lo plano que resulta el relato, no en consonancia con el Faulkner potente que yo recordaba, me pareció la búsqueda desesperada de grietas y escondrijos dentro del páramo de la vida media estadounidense y dentro de ello el bosquejo de una personalidad más o menos accesible. Y juraría que la demencia, desde el punto de vista del narrador, está en los otros, en la normalidad y en su cinismo piadoso.
Y una cosa más, me acordé leyendo el cuento, a qué tipo de hombre se le permitiría este tipo de resistencia propio de una Antígona, a qué tipo de hombre se le permitiría no pagar impuestos, no obedecer a las reglas sociales. Es decir, me recordó un poco esta cosa que no gusta como expresión, esta discriminación positiva que, en cierto modo, de una forma pueblerina o no, siempre ha sufrido o gozado la mujer. No creo que fuese posible un cuento simétrico con un protagonista masculino.
Creo que Faulkner pone a la humanidad del lado de Emily. Porque, en definitiva, lo que la rodea es desierto. El desierto no creo que sea menor que el que sufrimos ahora, pero en realidad, la demencia está del lado de la realidad y de la normalidad social que la rodea, tanto o más de lo que pueda haber en su mente. Nos encontramos con que todas las articulaciones que se hacen son en torno a la anomalía de si una casa huele o no, si una mujer se casa o no, la anomalía de si entierra a su padre en el momento justo, la anomalía de los novios. Es decir, veo la anomalía más del lado de lo social que de Emily. Y el título, parce un pequeño homenaje a ella.
Ya digo, dentro de lo plano que resulta el relato, no en consonancia con el Faulkner potente que yo recordaba, me pareció la búsqueda desesperada de grietas y escondrijos dentro del páramo de la vida media estadounidense y dentro de ello el bosquejo de una personalidad más o menos accesible. Y juraría que la demencia, desde el punto de vista del narrador, está en los otros, en la normalidad y en su cinismo piadoso.
Y una cosa más, me acordé leyendo el cuento, a qué tipo de hombre se le permitiría este tipo de resistencia propio de una Antígona, a qué tipo de hombre se le permitiría no pagar impuestos, no obedecer a las reglas sociales. Es decir, me recordó un poco esta cosa que no gusta como expresión, esta discriminación positiva que, en cierto modo, de una forma pueblerina o no, siempre ha sufrido o gozado la mujer. No creo que fuese posible un cuento simétrico con un protagonista masculino.
Ignacio Castro Rey
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