lunes, 13 de noviembre de 2017

Tertulia 83. El extranjero, de Albert Camus. Comentario de Mario Coll

Buenas tardes. Es un verdadero placer estar, una vez más, con todos vosotros compartiendo letras en una tertulia que es, en definitiva, lo que significa el nombre que enmarca estas reuniones:  Literatulia.  Cuando Miguel y Gustavo  me invitaron a abrir hoy el encuentro, me dieron en el rodal del gusto, que dicen en mi tierra. El extranjero es de esas novelas que iniciaban a uno en una literatura, que voy a llamar diferente, allá por los no tan lejanos años de la adolescencia cuando uno leía desaforadamente todo lo que caía en las manos. El extranjero me dejó huella, quizás por las identificaciones que despertaba ante los prematuros e incomprensibles hastíos frente a la existencia que vivía uno. Pero yendo al turrón, qué puedo decir hoy de esta novela que sigue siendo profundamente actual, a pesar de haberse escrito en 1937 y publicado en 1942.

Se puede decir, en principio, que Dios ni está ni se le espera, por lo menos para Camus. También se puede decir que es deslumbrante por dos razones: por la cantidad de sol que contiene –sólo en la página del crimen en la playa aparece seis veces la palabra “soleil”; es este un denominador constante, el sol y el calor que éste produce. Deslumbrante también porque Meursault no deja de tener algo de iluminado, de desapego budista ante los acontecimientos de la existencia (aunque a veces, desmitificando, me parece un psicópata). El propio Camus hablaba de esos momentos repentinos y fulgurantes (yendo en un taxi, por ejemplo, decía que uno cae en la cuenta, de un modo intenso, de que nada tiene sentido, del absurdo de la vida). Así pues, todo gira alrededor de un sol que, como un dios pagano, parece tener voluntad propia y destruye, entristece o ayuda: y así, derrite el alquitrán cuando tiene lugar el cortejo fúnebre, produce paisajes deprimentes y enceguecedores haciendo la vida difícil y, sobre todo, está detrás del supuesto momento azaroso del asesinato cuando deslumbra a nuestro pied-noir.

En la Poética de Aristóteles se habla de un concepto: la “hamartía”. La hamartía es ese error inconsciente –podríamos añadir nosotros— que va a desatar toda la tragedia que vivirá el héroe.

Edipo no sabe la que se le avecina cuando mata a Layo en el camino a Tebas, ni Paris la que se va liar cuando  seduce a Helena, por poner un par de ejemplos. Meursault, como él mismo termina el capítulo: “Entonces disparé cuatro veces más sobre un cuerpo inerte en el que las balas se hundían sin que éste se moviera. Y fue como si cuatro breves golpes llamaran a la puerta de la desgracia”. Pero antes tuvo lugar el momento aristotélico: “Di un paso hacia adelante. Yo sabía que era estúpido; que no me desharía del sol dando un paso. Pero yo  di un paso, un solo paso hacia adelante”. Ese “Pero” es crucial: “Mais je fait un pas, un seul pas en avant”. Así pues, cabe esta lectura pagana, un sol que cual dios pagano opera en la vida de los hombres llevándolos hacia destinos aciagos –tal y como ocurre en la Tragedia griega—, en este caso deslumbrando a un protagonista que incurre en un gravísimo error provocando  todo el  desgraciado desenlace posterior.

Preguntado en una entrevista de Televisión sobre El extranjero, Albert Camus contestó que se podría resumir como la demostración de que la sociedad condena a muerte a quien no llora la muerte de su madre y, por otro lado y en conexión, que el protagonista es víctima de la locura de la imposibilidad de mentir. Meursault no puede expresar aquello que no siente.

Eso dice Camus y, hasta cierto punto, es cierto. A la espera del juicio, el abogado queda horrorizado al escucharle decir: “Sin duda, yo amaba a mamá, pero eso no quiere decir nada.  Todos los seres sanos han deseado más o menos la muerte de aquellos que aman”. Por otra parte, ante momentos que podríamos considerar importantes de su vida, como la posibilidad de un traslado a París o la declaración de  amor de María, él se limita a contestar: “Cela m´est égal” (Me da igual). Esta frase, a modo de mantra, aparecerá en distintas ocasiones a lo largo del texto, sintetizando, a lo Bartleby, la postura existencial de Meursault. Dicha postura se mantiene coherente todo el tiempo con lo diseñado en El mito de Sísifo, texto escrito, por cierto, el mismo año que El extranjero. Leemos en El Mito: “Levantarse, tranvía, cuatro horas de oficina o de fábrica, comida, tranvía, cuatro horas de trabajo, comida, sueño… y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado al mismo ritmo: este camino se hace cómodamente la mayor parte del tiempo”. Podríamos decir que Camus, en El extranjero, pone imágenes a esta secuencia del Mito. Si la vida es vivida así, a mi modo de ver,  es lógico que uno busque la muerte, consciente o inconscientemente, si es que la muerte se puede buscar conscientemente.

César Vallejo lo dice más líricamente en su poema Considerando en frío, imparcialmente, cuando escribe, hablando del Hombre que lo “único que hace es componerse de días”.

Evocamos a Shakespeare y, por supuesto, a Hamlet y aprovecho esta asociación para entrar en un lugar poco o nada atendido hasta no hace mucho por los que se han acercado la novela.

Hay un término, “spin off”, que desarrolla la crítica literaria anglosajona, para referirse a los personajes o aspectos secundarios de una película o una obra literaria que van cobrando vida propia merced a la escritura de otros autores. Por ejemplo, y he aquí la razón de la asociación, Tom Stoppard hará protagonistas a dos personajes secundarios de Hamlet: Rosencratz y Guildersten, en una obra que lleva precisamente ese título.

Aquí, el spin off lo va a provocar el árabe asesinado. El árabe sin nombre, que quedará tendido en la playa, y cuyo asesinato tiene tan poca importancia que ni siquiera merece que el asesino sea juzgado por él. He aquí lo escandaloso para críticos y escritores postcoloniales argelinos.

Como dice Kamel Daoud en su libro Meursault caso revisado –premio Goncourt— que es a la vez homenaje doloroso a la grandeza de la lengua francesa, y digo doloroso porque critica severamente el trato que da Camus a sus compatriotas: “¿Has visto su forma de escribir? ¡Parece que utilizara el arte del poema para hablar de un disparo! Su mundo es pulcro, cincelado, por la claridad matinal, preciso, nítido, trazado a fuerza de aromas y horizontes. La única sombra es la de los “árabes”, objetos borrosos e incongruentes, venidos de otro tiempo, como fantasmas con un sonido de flauta como única lengua. Desde que murió su madre, este hombre, el asesino, deja de tener país y cae en la ociosidad y el absurdo. Es un Robinson que cree cambiar de destino matando a su Viernes, pero descubre que está atrapado en una isla y se pone a perorar ingeniosamente como un loro complaciente consigo mismo¿Sabes?, su crimen es de una indolencia tan majestuosa que hizo imposible cualquier tentativa de presentar a mi hermano como un mártir (chahid). El mártir llegó mucho tiempo después del asesinato. Entre  tanto, mi hermano se descompuso y el libro tuvo el éxito que ya sabemos. Y, a continuación, todos se afanaron en demostrar que no había sido un asesinato, sino sólo una insolación”.

Es extraño que ni Sartre, a pesar de su compromiso político, ni tantos otros, al hablar de El Extranjero, hicieran alusión a esa relación del pied noir con el árabe gratuitamente asesinado.

Un árabe que aparece 25 veces mencionado como tal, es decir, no hay nombre, al igual que la supuesta hermana a la que éste quiere vengar, que es nombrada como “mora” término a todas luces despectivo. “Cuando me ha dicho el nombre de la mujer, me he dado cuenta de que era una mora”-dice Meursault refiriéndose a lo que le cuenta Raymond de ella. Podemos estar de acuerdo con que aquél no sabe mentir, pero no tiene escrúpulos en participar de un engaño al escribirle la carta trampa al supuesto proxeneta. También aparece el término despectivo cuando María Cardona va a visitarle a la cárcel y se da cuenta de que está rodeada de “mauresques”.

En realidad, sin cuestionar el estilo narrativo, en el que, en palabras de Sartre, nada sobra ni falta, no podemos dejar de decir –por eso la pertinencia de nuestro spin off— que la puesta en escena es una total falacia. No es para nada creíble que un pied-noir sea juzgado, y mucho menos condenado a muerte por la muerte de un árabe en una Argelia ocupada que pagará con un millón y medio de sus hijos la ocupación francesa. Además, el abogado siempre habría podido presentar el caso como un caso de defensa propia fácilmente, y más aún teniendo en cuenta que no hay más testigo que el sol inductor en la escena del crimen.

Si tenemos en cuenta que la población no superaba los diez millones de habitantes, estaríamos hablando de un genocidio –nunca mejor dicho—que diezma  al diez o quince por ciento de esa población. Mientras tanto, Camus habla de árabes, término contra el que se rebela también Daoud. Éste dice: “Es como si al referirnos a franceses o españoles dijéramos siempre blancos o cristianos sin reconocer singularidad alguna”. Más imperdonable teniendo en cuenta que Camus nace y vive en Argelia, con lo cual conoce mucho mejor los registros que puede utilizar para referirse a sus habitantes. Evidentemente, no se juzga a Meursault por matar a un árabe. El crimen es un pretexto para sentarle en un banquillo, pero he ahí lo obsceno del asunto, caminamos despreocupadamente por encima del cadáver del árabe sin nombre.

Escribe Camus tomando al extranjero como paradigma del absurdo: “El hombre absurdo no se suicidará. Él quiere vivir, sin abdicar de ninguna de sus certezas y sin mañana, sin esperanza, sin ilusión, sin resignación tampoco. El hombre absurdo se reafirma en la rebelión. Se fija en la muerte con una atención apasionada y esta fascinación le libera. Conoce la divina responsabilidad del condenado a muerte”. Me gustaría haber tenido la oportunidad de preguntarle a Camus ni no se le pasó por la cabeza que el árabe, a lo mejor, también quería vivir para poder participar de la condición absurda de la vida, y que para ello quizás había que empezar por ponerle un nombre.

Muchas gracias por la atención

Mario Coll

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