"Decir es siempre conjurar" (Delaume, Chloé. 2016:49. Una mujer con nadie adentro. Arena Libros. Madrid)
"A partir de cierto punto no hay retorno posible. Ese es el punto al que hay que llegar" (Kafka. Aforismo. Consideraciones acerca del pecado)
Esta novela, o quizá sea mejor decir escritura, de Chloé Delaume, es de las que dan auténtico valor y verosimilitud a frases tan paradójicas como la que sostiene que “El Apocalipsis quiere decir revelación”. En este sentido, le vendrían a pelo otras frases como: “Sólo en el peligro crece lo que nos salva”, de Höelderlin. Creo que la autora da perfecta cuenta de la autenticidad de estas frases tanto en relación al apocalipsis familiar y personal del que procede, como a los peligros que asume en el rompimiento que produce con ese entorno, o a la angustia que ha de soportar en su tránsito vital de un escenario a otro. Y es que, tanto el caos apocalíptico, como los peligros, como la angustia, se le revelan como las únicas vías de liberación real, podríamos decir como auténticos inicios que encuentra tras abandonar los discursos y hechos que la acogieron en el mundo. Porque sostenerse en el espejo convencional de las identidades, de los deseos, o de las ficciones de Otros –como pienso que le ocurre a Isabelle Bordelin en su trágica y melancólica caída— o romper con ellas, es responsabilidad exclusiva de cada uno. Creo que es la lección que se puede extraer de esta escritura en relación a la pregunta, al cuestionamiento angustioso con que se abre la lectura, cuestionamiento que a Chloé le dirige la madre de Isabelle.
"A partir de cierto punto no hay retorno posible. Ese es el punto al que hay que llegar" (Kafka. Aforismo. Consideraciones acerca del pecado)
Esta novela, o quizá sea mejor decir escritura, de Chloé Delaume, es de las que dan auténtico valor y verosimilitud a frases tan paradójicas como la que sostiene que “El Apocalipsis quiere decir revelación”. En este sentido, le vendrían a pelo otras frases como: “Sólo en el peligro crece lo que nos salva”, de Höelderlin. Creo que la autora da perfecta cuenta de la autenticidad de estas frases tanto en relación al apocalipsis familiar y personal del que procede, como a los peligros que asume en el rompimiento que produce con ese entorno, o a la angustia que ha de soportar en su tránsito vital de un escenario a otro. Y es que, tanto el caos apocalíptico, como los peligros, como la angustia, se le revelan como las únicas vías de liberación real, podríamos decir como auténticos inicios que encuentra tras abandonar los discursos y hechos que la acogieron en el mundo. Porque sostenerse en el espejo convencional de las identidades, de los deseos, o de las ficciones de Otros –como pienso que le ocurre a Isabelle Bordelin en su trágica y melancólica caída— o romper con ellas, es responsabilidad exclusiva de cada uno. Creo que es la lección que se puede extraer de esta escritura en relación a la pregunta, al cuestionamiento angustioso con que se abre la lectura, cuestionamiento que a Chloé le dirige la madre de Isabelle.
A propósito de esto
último, traeré a colación otra frase que, en el caso de Chloé Delaume, es un sintagma:
“Golpearse contra lo real” (Delaume,
Chloé. 2016:19. Una mujer con nadie adentro. Arena Libros. Madrid). El golpeo contra
lo real es la consecuencia de decidirse por un deseo que, fatigado en la
docilidad o en el trauma familiar, rompe las cadenas, y produce una
deconstrucción, tanto del deseo familiar como de la realidad y de los resortes
que la mueven. En otras palabras, “golpearse
contra lo real” implica, en el caso de Chloé Delaume, decidirse por un
deseo que, desde la escritura, produce una invención, produce una ficción que
siente como propia, una ficción que consigue marcar su cuerpo y escribir en él
un Nombre Propio.
Y voy a decir que,
en efecto, habitar ese deseo está reservado sólo para heroínas, como ella se
denomina. Porque tengo la impresión de que la protagonista, como tal heroína,
se sitúa ante la Prueba con mayúsculas –tal como ella lo escribe—, nada menos
que afrontar el desamparo vital, el sinsentido, la desnudez que supone haberse
vaciado de los discursos familiares, lo cual implica mirarle de frente y a los
ojos a la misma angustia. Ella habla del desprecio por los yoes monolíticos,
por las identidades construidas por otros. Es ponerse a Prueba ante su caos,
ante una experiencia que parece un puro trauma. Y en ese ponerse a prueba, sólo
la escritura le permite, al menos, “ahogarse
con gracia”, “lentamente”. Y es
que “Sobrevivir exige, a menudo,
sacrificios”, nos dice en la página cuarenta y tres. Y en esa escritura,
como forma de soportar la Prueba, encontramos, por un lado, cierta violencia o
agresividad, y también una vertiente
poética de difícil relación con el sentido. Es su escritura.
Dos preguntas:
¿Cómo encuentra Chloé Delaume un Nombre Propio y un Cuerpo Propio? Diría que en
la construcción de una ficción creada a partir de lo que ella denomina: “Yo tónico”. En realidad, se trata del
anudamiento de dos trinidades. Una trinidad es: “autora, narradora y heroína”, donde alcanza cierto sosiego. Pero
también se trata de un mandato que escucha en unas palabras que parecen provenir
de una voz áfona, pero que la marcan de una forma indeleble como un mandato. Es
la asunción de una voz singular que le entrega la otra trinidad en la que ha de
sostenerse: “Escribe entonces lo que has
visto, lo que es, y lo que debe suceder después”. La prueba de que es un
mandato es que ella misma dice: “Entonces
obedezco y asumo el papel de la heroína”. (14). Pero es importante tener en
cuenta los tres períodos de la frase. Porque: “Lo que debe suceder después”, es como la decantación de: “lo que has visto”. Es decir, “Lo que debe suceder” no puede ser nunca
“sin lo que has visto”. Pero quizá
sea fundamental en esta frase secuencial lo que queda en el medio, “lo que es”, porque de toda la frase, ese
“lo que es”, es lo único que cae
dentro de su propia responsabilidad. Porque, si eso que “debe suceder” depende de “lo
que has visto”, no cabe duda de que depende también de “lo que es”. ¿Por qué? Porque es el
espacio de la propia responsabilidad. Ese “lo
que es” no es igual para Isabelle que para Chloé, porque son diferentes
asunciones de lo que has visto. Y “Lo que
debe suceder después”, es un tiempo posterior que, quizá, ni la autora ni
nadie pueda sentir con una consistencia absoluta, y sólo se puede sustentarse,
en el caso de Isabelle en la muerte, o en el devenir continuo de la escritura
necesaria, en el caso de Chloé.
Por tanto, el
primer capítulo de la novela me parece fundamental para todo el desarrollo
posterior. Allí se nos informa de que Isabelle Bordelin está muerta. Nos lo
dice la madre. Esta muerte es importante. Hay que decir que Chloé Delaume,
dice: “Tenía la impresión de estar ante
un espejo deformante” / “Me parecía
prácticamente imposible que esa persona pudiese existir... era yo pero retrato
clavado en una flema envenenada”. Y la madre la culpa de esa muerte. “Un espejo”, “una imagen deformante”, “era yo”, no dejan de ser apelaciones a
los recuerdos propios, personificados ahora en esa Isabelle Bordelin. Pero
también está la presencia de la madre acusándola de haberla matado.
Para mí, gran parte
del meollo de la escritura de Chloé Delaume está en este capítulo. Y es que una
auténtica heroína, al menos de forma metafórica, ha de matar su nombre, cuando
ese nombre es prisionero del deseo familiar. Cuando plantea en la página 100
que “de cada calco hay que hacer un
incendio”, nos está diciendo que es necesario matar las identidades.
Isabelle se identificaba con la escritura de Chloé en la búsqueda de una
identidad propia que la madre no pudo darle. Pero mientras Isabelle fracasó, lo
cual se puede traducir en que no encontró el Nombre Propio, o que el cuerpo no
era para ella más que un deshecho, por el contrario, nuestra autora encontró un
nuevo nombre, Chloé Delaume como sustento de una ficción, de un cuerpo, que el apocalipsis
familiar no había podido otorgarle.
En este sentido,
Isabelle Bordelin parece el nombre, no de un suicidio, sino de un asesinato. Es
el asesinato paradójico de alguien que ni era un cuerpo ni llegó a sentir que
tuviera un cuerpo, alguien que tenía un nombre que ni siquiera era propio, sino
una ficción escrita por Otro. Isabelle Bordelin, tengo la impresión, era un
puro fantasma que, en un paralelismo con la historia de Chloé Delaume, le viene
al recuerdo por el asesinato que ella misma tuvo que hacer de su propio nombre
cuando todavía ni sabía que iba a nombrarse como Chloé Delaume, y que obedeció
el mandato de escritura para que la historia familiar no cosiera su boca.
Es decir, ese
asesinato parece perpetrado por alguien que, cuando comienza a escribir esta
novela, nos narra una escena con la imagen de su propio cuerpo distorsionada
como un recuerdo, el de Isabelle Bordelin, desterrada de cualquier anudamiento
trinitario del tipo autora, narradora, heroína: “Hay una heroína, soy yo, y
ella espera” (19). Y esto es así porque Isabelle era un cabo suelto, sin
anudar, porque era producto de un deseo que no reconocía, que no sentía como propio.
Ante esa visión, la escritura es un pasaje al acto en el que el nombre
familiar, en la misma situación de Isabelle, es asesinado, borrado del texto,
por alguien que todavía, insisto, no tiene nombre, que todavía no tiene cuerpo,
pero que decide “modificar la ficción familiar que la mantenía prisionera”.
Se deduce,
entonces, que desde Isabelle Bordelin hasta Chloé Delaume hay que salvar lo que
ella llama un Prueba, así con mayúsculas, nada menos que el desierto de lo
real, el destierro, el desamparo, la soledad, la falta de palabras, la falta de
garantías, el Silencio Mayúsculo. De lo que se trata, supongo, es de cometer el
acto de asesinato a la vista de todos los que construyeron el nombre falso
escrito con el deseo y las expectativas del otro familiar, sepultar esa ficción
construida por el Otro familiar, y asumir la soledad de todo principio, la
decisión sin vuelta atrás de nombrarse autora cuando, tomando el cuaderno
infinito de su página blanca, se pone a narrar en ella el acto, siempre
heroico, de construirse un cuerpo e inscribir en él un Nombre Propio.
Por eso puede
decir, como si fuera una frase dirigida a la madre de Isabelle Bordelin: “No me invista como superficie de
transferencias”. Y es que, como dice mi amigo Hugo Savino en la presentación del libro de Zacarías Marco(1), El amor en 32 fugas: “el hogar es una espesura".
Quizá Isabelle Bordelin no tuvo la fortaleza de Nathalie Delain, ese nombre con
el que la familia de Chloé Delaume la nombró en el escenario familiar. Y no
tuvo fortaleza para qué, pues para lo que nos dice en la página ciento tres: “Haber inyectado aventura a una vida tan
programada”.
En todo este
proceso, la escritura y lo real van cogidos de la mano: “Golpearse contra lo real”. No puede ser de otra manera. La autora,
cuando cuenta lo que es, muestra que la autenticidad del autor, de la autora, asume
la responsabilidad de ponerse a Prueba ante la soledad, ante el tedio, ante el
vacío, en definitiva, ponerse a Prueba ante lo real, un hecho auténticamente
heroico:
“En la torre, estoy sola. Estoy sola, yo, el
autor, la que consigna en este libro más que la verdad” (Delaume, Chloé.
2016:21. Una mujer con nadie adentro. Arena Libros. Madrid)
Miguel
Ángel Alonso
(1) https://zacariasmarcopsicoanalista.com/personal/libros/el-amor-en-32-fugas/la-silla-marciana-de-zacarias-marco-por-hugo-savino/
1 comentario:
Me ha encantado Miguel, es tan intenso tu lenguaje, y esperanzador. Ella es una autora con una lengua más afilada que un Bisturí, y tú has degustado las rodajas con todos los sentidos. Ha valido la pena esperar. Enhorabuena por tu trabajo, y a Chloé mi respeto por haber inyectado escritura en esta peripecia insondable que es vivir.
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