viernes, 7 de septiembre de 2018

Tertulia 90. Una mujer con nadie adentro, de Chloé Delaume. Comentario de Miguel Alonso


"Decir es siempre conjurar" (Delaume, Chloé. 2016:49. Una mujer con nadie adentro. Arena Libros. Madrid)

"A partir de cierto punto no hay retorno posible. Ese es el punto al que hay que llegar" (Kafka. Aforismo. Consideraciones acerca del pecado)

Esta novela, o quizá sea mejor decir escritura, de Chloé Delaume, es de las que dan auténtico valor y verosimilitud a frases tan paradójicas como la que sostiene que “El Apocalipsis quiere decir revelación”. En este sentido, le vendrían a pelo otras frases como: “Sólo en el peligro crece lo que nos salva”, de Höelderlin. Creo que la autora da perfecta cuenta de la autenticidad de estas frases tanto en relación al apocalipsis familiar y personal del que procede, como a los peligros que asume en el rompimiento que produce con ese entorno, o a la angustia que ha de soportar en su tránsito vital de un escenario a otro. Y es que, tanto el caos apocalíptico, como los peligros, como la angustia, se le revelan como las únicas vías de liberación real, podríamos decir como auténticos inicios que encuentra tras abandonar los discursos y hechos que la acogieron en el mundo. Porque sostenerse en el espejo convencional de las identidades, de los deseos, o de las ficciones de Otros –como pienso que le ocurre a Isabelle Bordelin en su trágica y melancólica caída— o romper con ellas, es responsabilidad exclusiva de cada uno. Creo que es la lección que se puede extraer de esta escritura en relación a la pregunta, al cuestionamiento angustioso con que se abre la lectura, cuestionamiento que a Chloé le dirige la madre de Isabelle.  

A propósito de esto último, traeré a colación otra frase que, en el caso de Chloé Delaume, es un sintagma: “Golpearse contra lo real” (Delaume, Chloé. 2016:19. Una mujer con nadie adentro. Arena Libros. Madrid). El golpeo contra lo real es la consecuencia de decidirse por un deseo que, fatigado en la docilidad o en el trauma familiar, rompe las cadenas, y produce una deconstrucción, tanto del deseo familiar como de la realidad y de los resortes que la mueven. En otras palabras, “golpearse contra lo real” implica, en el caso de Chloé Delaume, decidirse por un deseo que, desde la escritura, produce una invención, produce una ficción que siente como propia, una ficción que consigue marcar su cuerpo y escribir en él un Nombre Propio. 

Y voy a decir que, en efecto, habitar ese deseo está reservado sólo para heroínas, como ella se denomina. Porque tengo la impresión de que la protagonista, como tal heroína, se sitúa ante la Prueba con mayúsculas –tal como ella lo escribe—, nada menos que afrontar el desamparo vital, el sinsentido, la desnudez que supone haberse vaciado de los discursos familiares, lo cual implica mirarle de frente y a los ojos a la misma angustia. Ella habla del desprecio por los yoes monolíticos, por las identidades construidas por otros. Es ponerse a Prueba ante su caos, ante una experiencia que parece un puro trauma. Y en ese ponerse a prueba, sólo la escritura le permite, al menos, “ahogarse con gracia”, “lentamente”. Y es que “Sobrevivir exige, a menudo, sacrificios”, nos dice en la página cuarenta y tres. Y en esa escritura, como forma de soportar la Prueba, encontramos, por un lado, cierta violencia o agresividad,  y también una vertiente poética de difícil relación con el sentido. Es su escritura.  

Dos preguntas: ¿Cómo encuentra Chloé Delaume un Nombre Propio y un Cuerpo Propio? Diría que en la construcción de una ficción creada a partir de lo que ella denomina: “Yo tónico”. En realidad, se trata del anudamiento de dos trinidades. Una trinidad es: “autora, narradora y heroína”, donde alcanza cierto sosiego. Pero también se trata de un mandato que escucha en unas palabras que parecen provenir de una voz áfona, pero que la marcan de una forma indeleble como un mandato. Es la asunción de una voz singular que le entrega la otra trinidad en la que ha de sostenerse: “Escribe entonces lo que has visto, lo que es, y lo que debe suceder después”. La prueba de que es un mandato es que ella misma dice: “Entonces obedezco y asumo el papel de la heroína”. (14). Pero es importante tener en cuenta los tres períodos de la frase. Porque: “Lo que debe suceder después”, es como la decantación de: “lo que has visto”. Es decir, “Lo que debe suceder” no puede ser nunca “sin lo que has visto”. Pero quizá sea fundamental en esta frase secuencial lo que queda en el medio, “lo que es”, porque de toda la frase, ese “lo que es”, es lo único que cae dentro de su propia responsabilidad. Porque, si eso que “debe suceder” depende de “lo que has visto”, no cabe duda de que depende también de “lo que es”. ¿Por qué? Porque es el espacio de la propia responsabilidad. Ese “lo que es” no es igual para Isabelle que para Chloé, porque son diferentes asunciones de lo que has visto. Y “Lo que debe suceder después”, es un tiempo posterior que, quizá, ni la autora ni nadie pueda sentir con una consistencia absoluta, y sólo se puede sustentarse, en el caso de Isabelle en la muerte, o en el devenir continuo de la escritura necesaria, en el caso de Chloé.

Por tanto, el primer capítulo de la novela me parece fundamental para todo el desarrollo posterior. Allí se nos informa de que Isabelle Bordelin está muerta. Nos lo dice la madre. Esta muerte es importante. Hay que decir que Chloé Delaume, dice: “Tenía la impresión de estar ante un espejo deformante” / “Me parecía prácticamente imposible que esa persona pudiese existir... era yo pero retrato clavado en una flema envenenada”. Y la madre la culpa de esa muerte. “Un espejo”, “una  imagen deformante”, “era yo”, no dejan de ser apelaciones a los recuerdos propios, personificados ahora en esa Isabelle Bordelin. Pero también está la presencia de la madre acusándola de haberla matado.

Para mí, gran parte del meollo de la escritura de Chloé Delaume está en este capítulo. Y es que una auténtica heroína, al menos de forma metafórica, ha de matar su nombre, cuando ese nombre es prisionero del deseo familiar. Cuando plantea en la página 100 que “de cada calco hay que hacer un incendio”, nos está diciendo que es necesario matar las identidades. Isabelle se identificaba con la escritura de Chloé en la búsqueda de una identidad propia que la madre no pudo darle. Pero mientras Isabelle fracasó, lo cual se puede traducir en que no encontró el Nombre Propio, o que el cuerpo no era para ella más que un deshecho, por el contrario, nuestra autora encontró un nuevo nombre, Chloé Delaume como sustento de una ficción, de un cuerpo, que el apocalipsis familiar no había podido otorgarle.  

En este sentido, Isabelle Bordelin parece el nombre, no de un suicidio, sino de un asesinato. Es el asesinato paradójico de alguien que ni era un cuerpo ni llegó a sentir que tuviera un cuerpo, alguien que tenía un nombre que ni siquiera era propio, sino una ficción escrita por Otro. Isabelle Bordelin, tengo la impresión, era un puro fantasma que, en un paralelismo con la historia de Chloé Delaume, le viene al recuerdo por el asesinato que ella misma tuvo que hacer de su propio nombre cuando todavía ni sabía que iba a nombrarse como Chloé Delaume, y que obedeció el mandato de escritura para que la historia familiar no cosiera su boca. 

Es decir, ese asesinato parece perpetrado por alguien que, cuando comienza a escribir esta novela, nos narra una escena con la imagen de su propio cuerpo distorsionada como un recuerdo, el de Isabelle Bordelin, desterrada de cualquier anudamiento trinitario del tipo autora, narradora, heroína: “Hay una heroína, soy yo, y ella espera” (19). Y esto es así porque Isabelle era un cabo suelto, sin anudar, porque era producto de un deseo que no reconocía, que no sentía como propio. Ante esa visión, la escritura es un pasaje al acto en el que el nombre familiar, en la misma situación de Isabelle, es asesinado, borrado del texto, por alguien que todavía, insisto, no tiene nombre, que todavía no tiene cuerpo, pero que decide “modificar la ficción familiar que la mantenía prisionera”.

Se deduce, entonces, que desde Isabelle Bordelin hasta Chloé Delaume hay que salvar lo que ella llama un Prueba, así con mayúsculas, nada menos que el desierto de lo real, el destierro, el desamparo, la soledad, la falta de palabras, la falta de garantías, el Silencio Mayúsculo. De lo que se trata, supongo, es de cometer el acto de asesinato a la vista de todos los que construyeron el nombre falso escrito con el deseo y las expectativas del otro familiar, sepultar esa ficción construida por el Otro familiar, y asumir la soledad de todo principio, la decisión sin vuelta atrás de nombrarse autora cuando, tomando el cuaderno infinito de su página blanca, se pone a narrar en ella el acto, siempre heroico, de construirse un cuerpo e inscribir en él un Nombre Propio.

Por eso puede decir, como si fuera una frase dirigida a la madre de Isabelle Bordelin: “No me invista como superficie de transferencias”. Y es que, como dice mi amigo Hugo Savino en la presentación del libro de Zacarías Marco(1), El amor en 32 fugas: “el hogar es una espesura". Quizá Isabelle Bordelin no tuvo la fortaleza de Nathalie Delain, ese nombre con el que la familia de Chloé Delaume la nombró en el escenario familiar. Y no tuvo fortaleza para qué, pues para lo que nos dice en la página ciento tres: “Haber inyectado aventura a una vida tan programada”.

En todo este proceso, la escritura y lo real van cogidos de la mano: “Golpearse contra lo real”. No puede ser de otra manera. La autora, cuando cuenta lo que es, muestra que la autenticidad del autor, de la autora, asume la responsabilidad de ponerse a Prueba ante la soledad, ante el tedio, ante el vacío, en definitiva, ponerse a Prueba ante lo real, un hecho auténticamente heroico:

En la torre, estoy sola. Estoy sola, yo, el autor, la que consigna en este libro más que la verdad” (Delaume, Chloé. 2016:21. Una mujer con nadie adentro. Arena Libros. Madrid)

Miguel Ángel Alonso

(1) https://zacariasmarcopsicoanalista.com/personal/libros/el-amor-en-32-fugas/la-silla-marciana-de-zacarias-marco-por-hugo-savino/

1 comentario:

sara veiras dijo...

Me ha encantado Miguel, es tan intenso tu lenguaje, y esperanzador. Ella es una autora con una lengua más afilada que un Bisturí, y tú has degustado las rodajas con todos los sentidos. Ha valido la pena esperar. Enhorabuena por tu trabajo, y a Chloé mi respeto por haber inyectado escritura en esta peripecia insondable que es vivir.