Este relato de Nadine Gordimer puntúa perfectamente el recorrido que este año hicimos en el ciclo dedicado al amor. Si en La balada del café triste, y en El rastro de tu sangre en la nieve planteé el tema del amor por el lado de la falta, aquí, en Un hallazgo, lo plantearé por el lado de la degradación de la vida amorosa, tanto en el hombre como en la mujer.
Quizá Un hallazgo no tenga la potencia de otras obras que analizamos en la tertulia en cuanto a la elaboración de una trama. Su valor residiría en la concreción de los hechos que narra y sus referencias, también muy concretas, al cuento clásico La cenicienta. Esto evita la dispersión y nos permite fijar la reflexión en unas pocas vertientes muy concretas de la problemática relación amorosa entre el hombre y la mujer.
Voy a considerar dos planos, uno general que se refiere a la realidad del amor más allá de la fantasía neurótica del amor ideal; y otro plano que muestra la dicotomía hombre-mujer, cada uno a su manera, afrontando el invento de la relación amorosa. El hombre transitando un escenario con ciertos caracteres fetichistas, y la mujer utilizando cierta astucia como posibilidad para inventar el amor. Hablo de invento porque toda la acción que se desarrolla alrededor del anillo pone de relieve esa vertiente en la que el amor aparece como susceptible de ser inventado.
En relación con el primer plano, no se pueden obviar las similitudes que este relato nos ofrece con el clásico La cenicienta. La particularidad de Un hallazgo reside en que el anillo pertenece a una cenicienta para siempre perdida, insabida y, por tanto, inexistente. Dicho en otras palabras, no se va a poder establecer la relación hombre mujer que se adapte como anillo al dedo en el terreno de un amor ideal. Porque si en la versión original de los hermanos Grimm, el zapato de oro se ceñía perfectamente al pie de la mujer deseada por el príncipe, aquí, en el relato de Gordimer, parece no haber príncipe ni mujer capaces de ceñir el anillo, como símbolo del amor, a ningún dedo verdadero. La mujer ideal está perdida, y el hombre confundido entre tantas mujeres.
Es decir, los símbolos muestran su precariedad, su imposibilidad para inscribir la relación amorosa ideal. Es como si Nadine Gordimer viniese a reescribir la historia de la cenicienta y el príncipe en una dimensión “real”, trascendiendo la fantasía neurótica de la felicidad alcanzable a través de un amor ideal. Aquí, como digo, lo que se inscribe es la imposibilidad para la escritura del amor ideal.
Esta imposibilidad no hace sino suscitar otro de los elementos fundamentales del relato: la repetición. Es puesta en juego por el protagonista en un obstinado intento por encontrar lo que está perdido y nunca va a poder encontrar, el ser adecuado que venga a llenar esa pérdida. Una repetición que, por serlo, ilustra la inadaptación que se establece en el terreno del amor.
¿Cómo pasamos del amor a su degradación?
Quizá Un hallazgo no tenga la potencia de otras obras que analizamos en la tertulia en cuanto a la elaboración de una trama. Su valor residiría en la concreción de los hechos que narra y sus referencias, también muy concretas, al cuento clásico La cenicienta. Esto evita la dispersión y nos permite fijar la reflexión en unas pocas vertientes muy concretas de la problemática relación amorosa entre el hombre y la mujer.
Voy a considerar dos planos, uno general que se refiere a la realidad del amor más allá de la fantasía neurótica del amor ideal; y otro plano que muestra la dicotomía hombre-mujer, cada uno a su manera, afrontando el invento de la relación amorosa. El hombre transitando un escenario con ciertos caracteres fetichistas, y la mujer utilizando cierta astucia como posibilidad para inventar el amor. Hablo de invento porque toda la acción que se desarrolla alrededor del anillo pone de relieve esa vertiente en la que el amor aparece como susceptible de ser inventado.
En relación con el primer plano, no se pueden obviar las similitudes que este relato nos ofrece con el clásico La cenicienta. La particularidad de Un hallazgo reside en que el anillo pertenece a una cenicienta para siempre perdida, insabida y, por tanto, inexistente. Dicho en otras palabras, no se va a poder establecer la relación hombre mujer que se adapte como anillo al dedo en el terreno de un amor ideal. Porque si en la versión original de los hermanos Grimm, el zapato de oro se ceñía perfectamente al pie de la mujer deseada por el príncipe, aquí, en el relato de Gordimer, parece no haber príncipe ni mujer capaces de ceñir el anillo, como símbolo del amor, a ningún dedo verdadero. La mujer ideal está perdida, y el hombre confundido entre tantas mujeres.
Es decir, los símbolos muestran su precariedad, su imposibilidad para inscribir la relación amorosa ideal. Es como si Nadine Gordimer viniese a reescribir la historia de la cenicienta y el príncipe en una dimensión “real”, trascendiendo la fantasía neurótica de la felicidad alcanzable a través de un amor ideal. Aquí, como digo, lo que se inscribe es la imposibilidad para la escritura del amor ideal.
Esta imposibilidad no hace sino suscitar otro de los elementos fundamentales del relato: la repetición. Es puesta en juego por el protagonista en un obstinado intento por encontrar lo que está perdido y nunca va a poder encontrar, el ser adecuado que venga a llenar esa pérdida. Una repetición que, por serlo, ilustra la inadaptación que se establece en el terreno del amor.
¿Cómo pasamos del amor a su degradación?
El comienzo es muy sugerente: Que se las lleve el diablo. Es, sin duda, el clamor de una frustración en el terreno del amor. A partir de ahí la cosa da un giro. Podríamos decir que para ese hombre, en el terreno del amor, se produce un cierto estrago. Para evitarlo, ahora se sitúa en el orgullo masculino, y recupera la virilidad perdida en el amor. De esa manera, el protagonista masculino se introduce en un terreno que corresponde más a la degradación de la vida amorosa. Se dirige a las mujeres, ya no desde el amor, sino tomándolas en su dimensión corporal.
Aquí aparece con claridad la dicotomía hombre- mujer.
Por parte del hombre, el relato muestra un cierto carácter que no podemos más que definir como perverso, no en un sentido peyorativo, sino estructural. Primero, pone en juego una mirada aviesa que se confunde entre tantas mujeres, una mirada que se dirige hacia los cuerpos. La narración, que trocea los cuerpos de las mujeres, sugiere que el protagonista está tratando de encontrar el trozo de cuerpo femenino que lo conmueva. Es una mirada que va a realizar una elección, no por la totalidad del cuerpo, como sería típico del amor, sino por ciertos rasgos precisos del mismo –los senos, la voz, los ojos, los pezones, etc. En este sentido, podríamos significar la imposibilidad del hombre para separar el amor de la satisfacción.
El carácter perverso de la búsqueda por parte del hombre, consiste en que para entrar en el amor necesita un paso previo, no por la palabra, sino por el cuerpo de la mujer. Parte del goce para ver si por fin es posible el amor.
Este elemento perverso me parece fundamental. Si nos fijamos bien, todas las mujeres que pasan a ver el anillo ponen en juego la seducción, pero la única que consigue ser objeto del deseo es la última. Y lo es por sus senos, sus ojos, o por su voz. Es la astucia de la mujer, tampoco peyorativa, también estructural. Entra en el juego sabiendo suscitar el deseo del hombre. Dicho con otras palabras, se ofrece como objeto para su deseo. Y para ello necesita trocearse, porque el deseo del hombre se moviliza, no con la totalidad del cuerpo de la mujer que tiene enfrente, sino con algún trozo de su cuerpo
A partir de aquí nos interroga la misma duda. ¿En qué acabará todo? ¿En amor? El primer paso está dado, la entrada por el goce y por la astucia, el segundo es más problemático, al menos para un hombre, como bien muestra la repetición en la que está sumido. Pero como dijimos, esa repetición, anticipadamente, ya es signo de un fracaso.
Lo que vemos en este cuento es que si del lado del hombre no existe cenicienta, del lado de la mujer no existe el príncipe. La mujer tiene que, primero, inventar el príncipe, y para ello ha de emplear su astucia. Y una vez inventado, nada es seguro, sólo es una posibilidad para el amor. Y él tiene que inventar, a partir de un fragmento del cuerpo, una totalidad para el amor.
Ésta sería, a mi modo de ver, la dicotomía, la división de las aguas a la hora del encuentro amoroso entre el hombre y la mujer. El amor no aparece como un sentimiento pasional, sino en su vertiente de degradación. Como vemos, un terreno demasiado complicado para terminar bien, es decir, en el amor ideal.
Miguel Ángel Alonso
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