Me sorprende la diferencia entre lo que a mí me ha provocado este relato, y lo increíblemente benévolos que han sido los que me precedieron en el comentario. Voy a intentar fundamentar por qué considero que no es un relato que merezca gran consideración. Creo que es un relato inclasificable, hasta el punto de pensar que puede ser una de las primeras experiencias de una gran escritora. Hago referencia a ello porque leí muchas entrevistas que le hicieron y, en una de ellas realizada en México, se puede apreciar la inmensa cultura que posee.
Quisiera evocar una conferencia de Miller en Buenos Aires sobre la vida amorosa, donde los estudiantes, al final de la misma, le preguntan para qué sirve el psicoanálisis y como puede, éste, no caer en el vacío, dadas las nuevas maneras de gozar que se instalan en el mundo. Lo que voy a decir lo desgloso de las respuestas que da Miller a las inquietudes de los estudiantes. En una apreciación subjetiva, considero que el psicoanálisis, para muchos escritores que no nacen con el genio de Dostoievsky, Stefan Zweig, etc., es indispensable para que escriban buena literatura.
Desde esta apreciación, insisto, el relato me parece inclasificable e indigno de tanto halago. A partir de esta afirmación, voy a intentar poner a la luz la ignorancia de la escritora en relación al saber del inconsciente.
Y es que en este relato no hay una descripción de la subjetividad femenina, ni de un perfil masculino. De lo que se habla es de ese goce femenino, el engaño, que nombra a la condición femenina. Y la condición del objeto de amor de este hombre, del que realmente sabemos poco, es la mentira femenina. Es lo que funda el “enamoramiento” con su tercera esposa, que es la que hace más evidente la mentira como fundamento de la condición de objeto del amor.
No veo en ese hombre un hombre, veo un gran masturbador, en el sentido que ya se dijo, es un hombre que carece del elemento fálico principal, un hombre sin atributos, un hombre que necesita de un recurso fálico fetiche para provocar el deseo de una mujer. Hay cosas en este relato que no tienen nada que ver con lo que es un hombre. Un hombre viril no va a la playa para tirarse en la arena y ver todo lo que se dice en el relato sobre las mujeres. Eso lo hacen los grandes voyeurs y constituye lo rechazable del hombre. En este sentido, me resultó inquietante.
Por supuesto, el relato carece de toda emoción y es de principiantes, está lleno de lugares comunes y utiliza recursos literarios simples. Lo que se rescata de los dos personajes roza lo innombrable. Por ejemplo, el hombre no puede prescindir del aburrimiento del matrimonio. Y la frase sobre las prostitutas muestra la confusión del protagonista. ¿Qué pretende, que la ramera le sea fiel?
Siempre que leí algún relato de una mujer que pretende hablar de la femineidad, me pareció errado. Es algo que no ocurre con los escritores hombres. Los grandes escritores que hablan de la mujer, saben llegar a ella. Sé que esta afirmación puede generar una gran reacción feminista pero, cada vez que leo literatura femenina encuentro que hay algo que falla.
Quiero decir que este relato habla desde el inconsciente de la escritora. Se habla del goce femenino, pero es imposible saber de qué goza una mujer. Desde este punto de vista quiero decir que este relato es encubridor de otra cosa. Porque la condición femenina se fundamenta en que las mujeres, por estructura, son las únicas que pueden engañar. Jamás se puede saber si una mujer goza en su sexualidad. Y esto, que parece un tópico lacaniano, tiene consecuencias en la posición femenina y en la relación con el Otro que es el hombre.
Este relato habla de eso. El tema central no es el anillo, sino la mentira como condición femenina. Y ese hombre está desesperado porque no sabe de qué gozan las mujeres. Esto es lo que encubre el relato. Y la escritora, que después lo habrá sabido, quiere decir algo que no puede decir. Es lo que quiero hacer ver cuando hago referencia al saber del inconsciente.
Quisiera evocar una conferencia de Miller en Buenos Aires sobre la vida amorosa, donde los estudiantes, al final de la misma, le preguntan para qué sirve el psicoanálisis y como puede, éste, no caer en el vacío, dadas las nuevas maneras de gozar que se instalan en el mundo. Lo que voy a decir lo desgloso de las respuestas que da Miller a las inquietudes de los estudiantes. En una apreciación subjetiva, considero que el psicoanálisis, para muchos escritores que no nacen con el genio de Dostoievsky, Stefan Zweig, etc., es indispensable para que escriban buena literatura.
Desde esta apreciación, insisto, el relato me parece inclasificable e indigno de tanto halago. A partir de esta afirmación, voy a intentar poner a la luz la ignorancia de la escritora en relación al saber del inconsciente.
Y es que en este relato no hay una descripción de la subjetividad femenina, ni de un perfil masculino. De lo que se habla es de ese goce femenino, el engaño, que nombra a la condición femenina. Y la condición del objeto de amor de este hombre, del que realmente sabemos poco, es la mentira femenina. Es lo que funda el “enamoramiento” con su tercera esposa, que es la que hace más evidente la mentira como fundamento de la condición de objeto del amor.
No veo en ese hombre un hombre, veo un gran masturbador, en el sentido que ya se dijo, es un hombre que carece del elemento fálico principal, un hombre sin atributos, un hombre que necesita de un recurso fálico fetiche para provocar el deseo de una mujer. Hay cosas en este relato que no tienen nada que ver con lo que es un hombre. Un hombre viril no va a la playa para tirarse en la arena y ver todo lo que se dice en el relato sobre las mujeres. Eso lo hacen los grandes voyeurs y constituye lo rechazable del hombre. En este sentido, me resultó inquietante.
Por supuesto, el relato carece de toda emoción y es de principiantes, está lleno de lugares comunes y utiliza recursos literarios simples. Lo que se rescata de los dos personajes roza lo innombrable. Por ejemplo, el hombre no puede prescindir del aburrimiento del matrimonio. Y la frase sobre las prostitutas muestra la confusión del protagonista. ¿Qué pretende, que la ramera le sea fiel?
Siempre que leí algún relato de una mujer que pretende hablar de la femineidad, me pareció errado. Es algo que no ocurre con los escritores hombres. Los grandes escritores que hablan de la mujer, saben llegar a ella. Sé que esta afirmación puede generar una gran reacción feminista pero, cada vez que leo literatura femenina encuentro que hay algo que falla.
Quiero decir que este relato habla desde el inconsciente de la escritora. Se habla del goce femenino, pero es imposible saber de qué goza una mujer. Desde este punto de vista quiero decir que este relato es encubridor de otra cosa. Porque la condición femenina se fundamenta en que las mujeres, por estructura, son las únicas que pueden engañar. Jamás se puede saber si una mujer goza en su sexualidad. Y esto, que parece un tópico lacaniano, tiene consecuencias en la posición femenina y en la relación con el Otro que es el hombre.
Este relato habla de eso. El tema central no es el anillo, sino la mentira como condición femenina. Y ese hombre está desesperado porque no sabe de qué gozan las mujeres. Esto es lo que encubre el relato. Y la escritora, que después lo habrá sabido, quiere decir algo que no puede decir. Es lo que quiero hacer ver cuando hago referencia al saber del inconsciente.
Silvia Lagouarde
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