Hay una poesía de Machado muy conocida y parecida
a la de Rosalía de Castro. También en ella se hace presente la soledad de la
que hablábamos anteriormente. Dice así:
YO VOY SOÑANDO CAMINOS
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero...
—La tarde cayendo está—.
En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón.
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se oscurece;
y el camino se serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
Aguda espina dorada,
quién te volviera a sentir
en el corazón clavada.
En relación al relato de Kenzaburo, tengo que decir que me siento un blasfemo, que puedo cometer el sacrilegio mayor, porque en mi lectura sobre el relato he sentido que jamás he leído con tanta dedicación algo que me interesara tan poco. Es algo fantástico. Creo que ahí está todo el mérito de Kenzaburo. Cuenta una historia pequeña, enfermiza, entre un padre y un hijo que no tiene el menor interés, y la cuenta hilvanando las palabras con una magia que prende. Me preguntaba ¿contará algo que me llegue a interesar? Y consideraba, al mismo tiempo, que estaba ante un gran escritor por la magia que prende al lector.
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