sábado, 22 de diciembre de 2012

Una pincelada histórica y la locura en el relato de Kenzaburo Oé. Comentario de Luis Seguí

Kenzaburo Oe, de alguna manera, es la contracara de Yukio Mishima. Éste era un nacionalista militarista y un escritor que se suicidó en un cuartel militar haciéndose el harakiri, porque fracasa un golpe de estado. Kenzaburo es lo contrario.


A partir de la lectura de Oe y de otros textos, también de ciertos episodios en la historia de Japón, pensaba que hay países más psicóticos que otros, o que tienen más propensión a la psicosis. Un cambio cultural de la magnitud del vivido por Japón, no puede resultar gratuito. El paso de la dinastía Meiji, a finales del XIX, y la occidentalización forzada de Japón, forzosamente tiene que dejar una huella. Es parecido a lo que ocurrió en Turquía cuando Mustafá Kemal Atatürk decidió occidentalizar el país, prohibir el velo, utilizar el alfabeto latino en lugar del turco tradicional. Ese tipo de cambios culturales que abarcan, no sólo a un sujeto que lo haga voluntariamente, sino a un país entero, necesariamente ha de dejar huella.

En Japón, esa transformación forzosa ocurrió a finales del XIX y comienzos del XX. Coincide con el surgimiento de Japón como potencia militar imperialista que, primero, invade China, y luego se involucra en la Segunda Guerra Mundial. Adopta una constitución democrática que, en realidad, fue impuesta por McArthur, que mandaba en Japón después de arrasar Hiroshima y Nagasaki. Es decir, la constitución democrática de Japón es impuesta por arriba, como la dinastía Meiji impuso la occidentalización sesenta años antes.


Este cuento de Oe está recorrido por la cuestión de la locura, no en balde está incluida en el título. La locura está presente en todos los personajes de la obra. Probablemente, el único que se salva es el niño deficiente mental. Todos los demás están locos, la madre, el hombre obeso, el padre, que se encierra en un armario después de perder, políticamente hablando, su destino, su futuro, y que se lo nombra como AQUÉL. La locura del hombre gordo es un producto de la forclusión del nombre de ese padre

Una de las mayores paradojas y, al mismo tiempo, demostraciones de la locura, es el nombre que el hombre gordo le pone a ese hijo que no sabe si va a vivir. Le pone el nombre muerte. Luego tiene un estallido hilarante en el retrete, absolutamente inexplicable, que sólo puede venir de una mente enferma. Cuando no sabe si el hijo va a vivir, ya le pone el nombre muerte, aunque luego utilice un apelativo.

La pelea feroz que el protagonista tiene con su madre obedece a que ella le privó del padre, del nombre del padre, de la figura del padre y de los escritos sobre el padre. Porque lo que reprocha a la madre es la apropiación que ha llevado a cabo sobre los escritos, se los ha ocultado, es decir, le ha privado de parte de su historia, de lo fundamental de su historia.

Todos sabemos que cuando una persona dice que se hace el loco, es que está loco. En varias páginas, en diferentes párrafos del relato, se dice que la madre se hace la loca, o él se hace el loco. La simulación de la locura es un fenómeno más común de lo que uno cree – normalmente se simula la locura para eludir una condena judicial, o para salvarse de ir al ejército—y cuando esa simulación se lleva a cabo, es que uno está loco.

Por lo tanto, en este cuento, la locura es el hilo conductor de todos los personajes hasta el final. En ese final es donde encontramos un atisbo de esperanza. Es posible que, paradójicamente, el hijo, deficiente mental, se salve de la locura de toda la saga familiar gracias a que el padre, el hombre gordo, pueda reencontrar, de alguna manera, su nombre.
Luis Seguí

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