En
relación a esa concatenación metonímica, tan abundante en la novela, voy a
tratar un posible lado crítico negativo de esta, evidentemente, genial y
espléndida novela. Estoy de acuerdo en eso. Pero tengo que decir que, por
primera vez en mi vida, he pensado que el síndrome que en psiquiatría se llama
logorrea, esa compulsión inmoderada a hablar profusa y seguidamente, esa
especie de delirio del lenguaje, empecé a pensar si esto podía darse en también
en la escritura literaria. Pues el texto me parecía una especie de logorrea en
la escritura. Empecé la novela con un buen ánimo, iba a leer nada menos que al
más original narrador de nuestro tiempo, como dice en la contraportada. Pero en
la página 30, tras haber pasado por las concatenaciones metonímicas, por las asociaciones
de comentarios sobre estaciones, sobre monumentos, cúpulas, animales nocturnos,
guerras, cuadros, museos, fortificaciones, etc., estaba abrumado. No sabía cómo
organizar todo aquello, descrito con una prosa riquísima, fluida, abigarrada y
sin un solo punto y aparte. De tal manera, tuve la impresión de que todo
aquello me sobrepasaba, me desbordaba. Me he sentido continuamente abrumado por
el peso terrible de aquel discurso de concatenaciones, derivas diversas y a
miles. La novela alcanza unos niveles fantásticos de expresión sin pensar en el
lector. Es decir, reconozco, por supuesto, la enorme facilidad literaria de
Sebald, pero quiero confesar que lo de Austerlitz me obligó a rendirme.
Antonio
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