Me ha gustado mucho la presentación de Miriam Chorne,
realmente la comparto. Tengo la impresión de que la novela está dividida
claramente en dos partes. La técnica de escritura, que en este caso se apoya
fundamentalmente en la metonimia, es decir, ese deslizamiento de una cosa a
otra, en realidad va transportando, sin que nos demos cuenta, una metáfora
sublime. Escribe sobre algo, pero está tratando de otra cosa. Esa técnica, si
la tuviéramos que transportar al terreno fundamental de la subjetividad, la definiría
como la relación que los seres humanos tenemos con los recuerdos.
Las
personas que no pertenecen al campo del psicoanálisis podrán entender
perfectamente la siguiente cuestión. Freud consideraba que el recuerdo es
siempre encubridor, que todo lo que recordamos conscientemente está al servicio
de ocultar otra cosa. Y cuando una persona evoca sus recuerdos, éstos intentan,
efectivamente, decir algo que está olvidado y que no puede ser traído a la
memoria consciente.
En un momento de la novela se produce un giro
inesperado. Entonces nos damos cuenta, retroactivamente, que toda esa
multiplicidad de recuerdos, efectivamente, está destinada, en primer lugar, a
que Austerlitz pueda sostener una historia. Él es un hombre que se ha quedado
sin historia, y se construye una rodeándose de una multiplicidad de evocaciones
y recuerdos que ocultan lo que, en determinado momento, va a emerger, algo que
lo golpea y nos produce un efecto sorprendente.
En la segunda parte,
cuando comenzamos a percibir la metáfora escondida en aquello que se presentó
en la primera parte, es cuando la lectura cobra un sentido fuerte. Me tomé el
trabajo de hacer un ejercicio, aunque necesitaría mucho tiempo para hacerlo
bien. Pero me atrevería a afirmar lo siguiente: casi todas las frases de la
primera parte encuentran en la segunda el desarrollo de lo que en un comienzo
era tan solo una anunciación, una alusión, un índice.
Voy a poner un
ejemplo. En la primera parte hay una escena en la que aparece un funcionario al
que Austerlitz le hace una pregunta, un funcionario que se presenta "con
la puntualidad de un tren alemán". Esa frase sobre la puntualidad de un
tren alemán parece un simple detalle descriptivo, pero tiene una potencia
narrativa impresionante. Porque en esas pocas palabras está contenida la
cuestión de los trenes, el papel de Alemania, la burocracia, etc.
También he pensado
sobre la cuestión de la subjetividad y la memoria de Europa, presentes a lo
largo de toda la novela. Por ejemplo, en el momento en que se produce el
reencuentro en Praga con la señora que lo había cuidado de pequeño, ella pronuncia
unas palabras en las que se pregunta sobre qué cimientos está construido
nuestro mundo. Y hacia el final del libro nos cuenta que la biblioteca, la
nueva Biblioteca Nacional, se construye sobre un terreno en el cual había un
depósito donde se guardaban, clasificados minuciosamente, alemanamente, todos
los objetos que se habían robado a los judíos franceses. Es decir, otra vez la
cuestión de los cimientos. En la página 33 habla de la estación de Amberes, y
el libro acaba con el incendio de la estación de Lucerna.
Es decir, todo se va
articulando de una manera impresionante. Y al mismo tiempo, la primera parte es
toda una extraña descripción. Las cosas ocupan un lugar importantísimo en la
novela, así como los animales. Ninguna descripción es azarosa. Despliega la
gran racionalidad clasificatoria que caracteriza a la Ilustración.
Es la descripción de los distintos tipos de polillas, de florecillas, los
distintos tipos de pajarillos que existen. Es decir, todo, efectivamente, sigue
la lógica de ese estallido clasificatorio que constituye el proyecto de la
racionalidad clasificatoria de la Ilustración. Y ese proyecto desemboca en el
surgimiento de algo que no es un accidente en el proceso de racionalización,
sino todo lo contrario, el proyecto de racionalidad
científico-técnico-burocrático.
Un detalle muy
logrado. Los objetos, insisto, tienen un papel importante en la manera de
construir la novela. Y hay uno en particular, fundamental: la mochila. Es lo
que al protagonista le da una cierta continuidad en la existencia. La lleva
consigo en el tren y se abrazaba a ella. Lo primero que destaca el narrador es
que cuando conoce al personaje, esa mochila es inseparable, una parte casi del
cuerpo, una prolongación, un apéndice de Austerlitz. No sabemos lo que lleva dentro,
pero le da continuidad en el relato, en su existencia.
Gustavo Dessal
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