La novela, además de parecerme una ficción
documental, contiene una mezcla de géneros. Yo había leído hace años Los emigrados, un libro de relatos de
Sebald, y la impresión que me habían dejado era muy parecida a la que me dejó
Austerlitz, una cierta difuminación del borde entre la narrativa y la poesía. Es
como si hubiese leído un poema más que una novela. Esto tendría que ver con el rechazo
de la racionalidad y del orden lógico de las cosas, del tiempo lógico, una
cierta fuga del sentido, todo ello
coherente con esta concatenación de las cosas, de los pensamientos, de
la que se viene hablando en la tertulia. Y todo perfectamente implicado en la historia
que está contando el protagonista.
Otra cuestión hace referencia a la metáfora y la
metonimia. Es verdad que todo el tiempo se advierte la presencia de un
correlato, pero mi sensación, la palabra que venía a la cabeza era la de resonancia
más que metáfora. No me terminaba de parecer una metáfora, sino un orden de resonancia
que me evocaba la poesía, por eso hablaba anteriormente de un texto con un sentido
problemático, pero donde las cosas se van abrochando, no a la manera
tradicional.
A mí también se me hizo duro entrar en el texto, pero
me empezó a ser más fácil cuando comenzó a contar la historia del pastor,
porque era de un orden más histórico. Y se hace complicado entrar en el texto
porque nos lo impide el amor que tenemos por el sentido. Y es que para leer
este libro hace falta un tiempo mental, que no es el que tenemos normalmente.
Hay que leerlo con calma, volver atrás todo el tiempo y releer porque si no,
uno no sabe a dónde agarrarse. Es difícil agarrarse a algo, salvo a la mochila.
Beatriz García
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