Voy
a contar una anécdota que me ocurrió, hace tiempo, en uno de mis viajes desde
la estación de Chamartín en Madrid a la de Austerlitz en París. Para mí era una
estación rara, siempre estaba en obras. La anécdota me ocurrió en el primero de
los viajes que hice. Tomé el tren, dormí en uno de esos compartimentos de
cuatro camas, y tuve una pesadilla horrible, espantosa, consistente en que el
tren entraba a la estación de Auschwitz, y cuando bajaba del tren, unos policías distribuían a
hombres y mujeres hacia lugares distintos. Esa
fue la pesadilla. Quiero decir que todos llevamos en la memoria
individual, esa memoria colectiva que ha producido en nosotros un terrible
agujero después del cual ya no se puede hablar igual. Y, desafortunadamente,
escuchamos a nuestros políticos, en la actualidad, utilizar el término “nazismo puro” para hablar de los
escraches. Es no tener la menor noción de lo que ha supuesto ese nefasto
episodio de la humanidad en la vergonzosa historia de Europa. Lo que hace el
sueño es realizar una metáfora, cambiar un significante por otro, Austerlitz
por Auschwitz. Está en la misma
novela. En realidad, todo el tiempo se trata de Auschwitz; la multitud
de estaciones a las que entran los trenes son, finalmente, esa imagen que todos
tenemos de los trenes entrando dentro del campo de concentración. Es la
invisible presencia de los campos de concentración. Se habla de todas las
estaciones, pero justamente, no de Auschwitz.
El protagonista dice que la estación de Austerlitz le resulta de
las más misteriosas y siniestras, y dice que pareciera el escenario de un
crimen no espiado. ¿De qué está hablando?
El
libro acontece entre los años 1967 y 1998. Dos personajes se encuentran, un
alemán que no soporta Alemania y un judío que no sabe ni quién es. Y se encuentran
en “el salón de los pasos perdidos”, porque viajan sin ton ni son. Los dos
estudian mucho, pero no saben qué es lo que les mueve. Pero no lo saben ellos
ni lo sabemos nadie, porque todos estamos embarcados en la vida sin saber quién
lleva el timón. Entre el 67 y el 98 trascurre su relación, y no encontramos
nada relativo a esos treinta años, como por ejemplo en el 68 el mayo francés. Todo
parece una retroacción hacia Auschwitz.
La novela
me parece
impresionante como reconstrucción histórica de un sujeto que vivía en una fortaleza.
Al respecto, resulta hermosa la alegoría de las fortalezas, es muy freudiana. Freud
habla de capas de cebolla, aquí se habla de una ciudad sitiada por murallas
sucesivas. Pero el sujeto está detrás de todo eso, un sujeto que no quiere
saber quién es, o que hace un desplazamiento, pues en lugar de investigar su
historia, investiga la de la arquitectura europea, o bien es profesor, pero se
fija en los divinos, ínfimos y evocadores detalles que lo derivan hacia el
recuerdo de la madre.
Pero
Austerlitz no quiere saber nada. Es un sujeto fortificado hasta que le vienen
los ataques que él denomina histéricos, se siente mal, se marea, se desvanece,
le entran las nauseas. Ahí demuestra, como él dice, que una ciudad fortalecida
puede ser fácilmente atacada si las armas son las adecuadas. Y el retorno de lo
reprimido tiene toda la potencia de las armas adecuadas. Un sujeto puede estar
negando toda su vida, no queriendo saber nada de su historia, no queriendo investigar,
pero de pronto viene un recuerdo, o sale al paso algo, en la vida, que trae la
verdad. Es lo que le ocurre a Austerlitz.
Y para finalizar quiero comentar algo relativo a las
cuestiones que aparecen del lado de los objetos, lo llamaría los divinos
detalles. Contienen mucha verdad los comentarios que hacen referencia a que la
novela, en principio, es abrumadora, pero claro, si hacemos una lectura
retroactiva, de eso que en principio abrumaba, se extrae un gran jugo, porque
empiezan a verse los divinos detalles. Cuando muere la mujer que le acoge, una
mujer que no hace de madre jamás, y por la cual no siente ningún afecto, su
cuerpo está ataviado con el traje de bodas, también encontramos el detalle de
los guantes con las perlitas nacaradas, o de malaquita. Esos detalles le traen
las lágrimas a los ojos, por qué, porque en el fondo son los guantes de Vera, la
chica que le cuidaba. Y así, toda la novela está llena de divinos detalles, es
impresionante en este sentido.
Rosa López
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