Como
todos los grandes libros, Austerlitz dispara nuestras asociaciones y
evocaciones de manera impresionante. Una de las primeras evocaciones fue el
arqueólogo de las siete ciudades de Troya, Schliemann, porque la memoria de Europa y la de
Austerlitz son como siete ciudades de Troya, una debajo de otra.
También
me recordó un documental, pasado por Canal +,
sobre Roman Polanski. En él, por primera vez, habla de su historia a raíz del
juicio en Suiza. Un periodista, amigo suyo, le propone una entrevista en la que
cuente lo que sucedió realmente en su vida. Y cuenta algo que me pareció
increíble. Y es que de pequeño tuvo que ir a vivir al gueto, del cual se van
llevando a la gente de forma aleatoria, sin saber por qué. Su hermana se había
fugado y se marchó a París.
Roman
Polanski había nacido en París, y sus padres tuvieron la mala idea de volver a
Cracovia justo antes de que empezara la guerra. En el gueto, el padre se da
cuenta de que en cualquier momento pueden desaparecer todos. Como digo, la
hermana logra escapar a París, mientras que a la madre la prenden, la llevan, y
nunca más aparece. Y el padre da dinero a unos campesinos para que, si alguna
vez es hecho prisionero, se hagan cargo de su hijo. De esta manera logra que
éste se salve, pues efectivamente al padre lo hacen prisionero.
Un
día, Roman Polanski, se da cuenta de que han cogido al padre, se va a vivir con
los campesinos, y cuenta que todos esos años, de forma permanente, estuvo
esperando que llegara su familia. Cada persona que veía a lo lejos, cada sombra
que veía, pensaba que podría ser su padre. En cuanto a su madre, él ya sabía
que no iba a volver. Pero lo increíble es que, por razones que no vienen a
cuento, su padre sobrevive al campo de concentración. Sin embargo, no lo vuelve
a ver durante mucho tiempo.
Y
cuando va a la fiesta de un amigo, éste le dice que pase a saludar a su padre,
que hace mucho que no lo ve. Sube a verlo y, en ese momento, la mujer con la
que el padre se había casado, le dice que el padre lleva varios días sin comer,
encerrado en su habitación llorando, que nadie sabe qué le pasa. Polanski llama
a la puerta, se presenta, pide que lo deje entrar, y el padre lo deja entrar.
Cuando le pregunta qué le ha pasado, por qué todo ese llanto, el padre responde
que cuando estaba en el campo de concentración, un día que se llevaron a todos
los niños del campo. Toda la gente alrededor de él lloraba, se tiraba al suelo,
se mesaban los cabellos, daban gritos espantosos. Y él fue el único que se
quedó de pie, sin llorar, sin decir nada, porque sabía que su hijo estaba
salvado con los campesinos.
Pero,
qué fue lo que despertó el recuerdo en este hombre que no había llorado nunca, que
nunca había hablado del campo de concentración. Ocurrió que había encendido la
radio y escuchado una canción que los argentinos de nuestra edad recordamos: Oh
mi papá. Resulta que es la canción que habían puesto en el campo de
concentración ese día en que se llevaron a los niños para gasearlos.
Contaba
este ejemplo porque la novela, efectivamente, dispara una gran cantidad de
asociaciones. Otra cosa de la cual me acordé es que el historiador Tony Judt, un
historiador de la última parte del siglo XX, dice que está fascinado por
las estaciones de ferrocarril. Le parecen la obra arquitectónica mejor diseñada,
porque han sobrevivido un siglo. Es decir, las mismas estaciones que se
hicieron a finales del XIX, o principios del XX, siguen funcionando hasta ahora.
Dice que no muchas construcciones arquitectónicas logran mantenerse de esta
manera. Esta asociación me vino, precisamente, por la importancia que tienen
las estaciones para Austerlitz.
Quiero
decir, para finalizar, que el libro está escrito en el 2001. Si mal no
recuerdo, en ese año surge el Euro. La sensación que me deja la novela es la de
una gran crítica, o una actitud muy alerta de Sebald en relación a la historia
europea. Es otra de las cuestiones que me sugiere el libro.
Silvia
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