En la tertulia se habló de Arlt y de Borges. Borges
recordaba a menudo –pero siendo Borges es imposible saber si recordaba o
inventaba— una declaración de Arlt en la que decía que había sido proletario y
no había tenido tiempo de aprender lunfardo, que como saben era el argot
porteño. Borges lo citaba para subrayar que el lunfardo era una creación
intelectual más que un habla popular. Arlt no escribe en lunfardo, escribe en
el idioma de los argentinos, el habla popular de Buenos Aires.
Una frase me dejó muy impresionado, no recuerdo ya si
pertenece a Los siete locos o a Los lanzallamas:
“Dios se aburre, igual que el diablo”.
Leí Los siete locos en mi adolescencia, y hay que
decir que es una novela inconclusa que continúa en Los lanzallamas. Dos
libros separados por un punto y aparte que bien podría ser un punto y seguido.
Recomiendo a los que no hayan leído Los
lanzallamas que la lean, pues es una continuación que incluso me parece
superior a Los siete locos.
En aquellos años –cuando era adolescente— yo tenía un amigo
cuyo padre era un gran poeta argentino: Raúl González Tuñón. Raúl me
preguntaba, con aquella humildad que lo caracterizaba, si no me parecía que
Arlt estaba sobrevalorado. Con toda mi prepotencia adolescente, yo le
contestaba que no.
Con todos mis respetos hacia González Tuñón, me sigue
pareciendo que Arlt no está sobrevalorado. Es un lugar común decir que Arlt
escribe mal. No sé qué quiere decir eso, porque lo importante es lo que
trasmite una obra. Y lo que Arlt quería hacer, según sus propias palabras, era
escribir novelas que fueran como un cross
a la mandíbula. Y lo cierto es que, después de tantos años sin leer esta
novela, tengo que decir que no recordaba la trama, pero recordaba perfectamente
a los personajes, de nombres sonoros: Erdosain, Barsut, Ergueta, o
representados por imágenes impactantes: el Astrólogo, la Coja –que no es coja—,
el Rufián Melancólico, El hombre que vio a la partera, etc.
Sobre este problema de lo que está bien o está mal escrito,
Nabokov, cuando hizo su antología de la literatura rusa, no puso ninguna cita
de Dostoievski. Cuando le preguntaron, dijo que no había encontrado ninguna
página de Dostoievski que mereciera ser citada. Y Borges le contestó que
debería haber leído alguna novela entera. Creo que algo parecido se puede decir
de Arlt, no son páginas citables por su preciosismo en la escritura, sin
embargo, son páginas de imágenes violentas y de un conjunto impactante de
personajes.
Imposible resulta no recordar el sadismo del padre de Arlt,
reflejado directamente en los recuerdos del personaje de Erdosain, tanto en una
novela como en la otra. Es un padre humillación y del castigo postergado: el
padre avisándole de que al día siguiente le pegaría, haciendo de la espera del
castigo una tortura. Erdosain es objeto del goce horroroso del padre, lo cual
lo conduce a la zona de la angustia y el horror de la vida.
Se habló de la influencia de la literatura de Dostoievski
en la novela de Arlt. El personaje del gran pecador de Dostoievski es aquí
emulado por Erdosain. El Rufián Melancólico le dice que ha cometido un crimen
imperdonable, inimaginable, no se sabe qué crimen es, sólo que no tiene perdón.
El mismo Erdosain dice que ha cometido un pecado sin nombre, el pecado sin
nombre que está en la Biblia. Precisamente, es importante que sea sin nombre.
Hace pensar, aunque no fuese la intención consciente de Arlt, en el
inconsciente, un lugar habitado por crímenes imperdonables y pecados
innombrables. Quizá si el pecado de Arlt pudiera nombrarse no hablaríamos de
goce del mal como ya se hizo en la tertulia, y si no tuviésemos en cuenta la
cuestión del inconsciente, no podríamos hablar de la compulsión a la propia
humillación buscada por Erdosain de forma permanente. Hay un goce en la
humillación, la propia y aquella a la que Erdosain somete a las mujeres con las
que se relaciona en la novela, que es una repetición del goce del padre. En
definitiva, hay un crimen y un pecado que no se pueden nombrar. Esto es lo que
me parece más significativo.
Para terminar, es una novela que nos habla de la muerte de
Dios y del horror de la ciencia y del capitalismo, que vienen a reemplazar a
Dios. El horror de la ciencia ha encontrado su culminación en la Primera Guerra
Mundial. De tal manera, el tema de los gases va a ser fundamental en Los
lanzallamas como realización de la ciencia y del horror de la ciencia.
Lacan decía que los campos de concentración eran la culminación del discurso de
la ciencia, no de la ciencia en sí misma sino del discurso de la ciencia.
Y encontramos también la vacuidad del superhombre en esta
novela. Para estos personajes la única salida es la
destrucción ante el horror capitalista, el propio horror de una revolución que
no se sabe en qué consiste, cuya finalidad se desconoce más allá de la
destrucción y el horror mismo que conlleva. Es la afirmación en el mal como
afirmación de la propia existencia ante una sociedad que anula a todos los
sujetos. Es otro de los horrores que encontramos en las páginas de Los
siete locos, el de la vida capitalista, un horror sin paliativos, también
ilustrado en ambas novelas.
Luis Teskiewicz
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