El siete no es un número cualquiera, es
condición matemática que ningún número sea un número cualquiera, cierto, pero
el siete marca especialmente algunos hitos de la humanidad. Piensen en los días
de la semana, que caprichosamente resultan ser siete, el mismo número que el de
notas musicales, también siete. ¿Y los colores del arco iris? Efectivamente son
siete, como los pecados capitales, el mismo número que se le asigna a los
inseparables amiguitos de Blancanieves, también ellos aportan su pequeña
contribución para hacer del siete un número con un cierto carácter mítico e
incluso mágico.
Caprichosamente o no, el siete es el
número que eligió Roberto Arlt para titular esta novela que hoy nos ocupa, e
ignoro si hay alguna intención cabalística en su elección, lo cierto es que en
su acepción literal invita a buscar en sus páginas la identidad de los locos
hasta formar el conjunto de siete: Erdosain, el Astrólogo, el hombre que vio a
la partera, el rufián melancólico, etc… En mi cuenta al final siempre me salen
más de siete, en realidad muchos más de siete, Arlt parece decirse: por locos
que no quede, hasta el punto de que no sé si sería muy exagerado asignar esa
categoría clínica a cada personaje que aparece en sus páginas, en las que no
parece salvarse nadie.
De ello se desprende una primera
pregunta, ¿Arlt quiere decirnos que estamos todos locos? Opino que sí, que ese
es parte del mensaje, estamos locos y además no tiene remedio, pero para poder
decir eso sin arrugarse, para poder escribir una obra que una modesta tertulia
psicoanalítica elija casi 90 años después para trabajarla, para conseguir que
sus páginas formen parte de la posteridad, no basta con un argumento por otra
parte tan manido y que ni siquiera le pertenece a este autor. Para hacer de Los
siete locos una referencia en la literatura universal hay que hacer mucho más
que eso, y en ese mucho más ya no encuentran su sitio procedimientos de corta y
pega, collages de ingeniosas reflexiones de los clásicos remozadas y adaptadas
a la modernidad, o incluso haber leído y estudiado mucho, que está muy bien
para convertirse en intelectual, o en sabio, pero solo con el saber tampoco
desembocamos en el lugar hasta el que esta obra nos lleva. Hay que jugarse uno,
es la propia herida la que toma la palabra, hablo del término con el que
comenzamos y que privilegia el título, es la propia locura del autor la que
consigue dar a esta obra un cierto carácter de testimonio, es la vivencia de la
propia angustia que se nos pega mientras leemos y que producirá ese efecto que
tan habitualmente producen las grandes novelas, o nos cautiva o no podemos
seguir leyéndola por el rechazo que nos causa, pero en ningún caso este tipo de
obras dejan al lector indiferente.
A la hora de plantearme transmitirles
lo que ha sido mi lectura me parece que la mejor manera de entrar en una obra
que toca tantos palos tan fundamentales en el sujeto es intentar vertebrar dos
ejes, dos ejes que no resulta muy difícil diferenciar a tenor de lo que la
novela nos presta. Por un lado se hace patente la preocupación del autor por
los dramas de la condición humana considerados en su individualidad, y ahí el
protagonista Erdosain, él será el vehículo que transporte todas estas
reflexiones al lector. Por otro lado y no menos evidente, hay otro grupo de
reflexiones que viran hacia lo que podríamos llamar la civilización, la
inmersión del sujeto en una sociedad, visto así es una obra de un marcado
carácter sociológico, pero no en una sociología al uso. Ignoro si Roberto Arlt
había leído la “Psicología de las masas” de Sigmund Freud, publicada unos pocos
años antes, pero la verdad es que lo parece. Lo que es seguro es que no pudo
leer la otra obra freudiana titulada “El Malestar en la Cultura” ya que es
posterior, aunque tal vez el propio Freud, lector impenitente, pudo echar un
ojo a los locos de Arlt para inspirarse.
Si se dirigen a ambas obras freudianas que
decididamente les recomiendo, entenderán, descubrirán cómo el inventor del
psicoanálisis introduce el único elemento desde el que podemos pensar alguna
sociología que no es otro que el sujeto en su individualidad. Esto está en la
obra de Arlt de forma palmaria, porque ambos ejes, sujeto y sociedad, están en
constante remisión el uno respecto del otro, y el autor va y viene sobre un
fondo existencialista que le sirve como canal de transmisión tanto de ida como
de vuelta, la pregunta por la existencia está formulada insistentemente en el
protagonista así como en clave de sociedad y civilización.
Unas palabras acerca de lo que me
cautivó en cada eje. Trataré de no extenderme demasiado.
Desde el eje que llamé sujeto, desde el
cual Erdosain acapara toda nuestra atención, el núcleo duro, la tesis central
que aislé, insisto que en mi lectura, se resume en una frase: la vida es sinsentido. Creo que estas
cuatro palabras conforman la mejor manera para expresar su drama subjetivo.
Drama que es verdad que merece que nos detengamos por la exquisitez con la que
se ha narrado, ya que esta falta de sentido es expresada con una genial lucidez
en una vida dedicada a esperar, la espera de algo que va a llegar y cambiará
definitivamente las cosas. ¿Puede haber algo más absurdo, más desprovisto de
sentido que la certeza de un cambio del que ignoramos sus claves, su
procedencia, sus implicaciones, y del que solo imaginamos sus efectos? Pero ya
saben que la espera desespera y encontramos un sujeto que es pura angustia,
bueno, angustia y reproche por gastar su vida esperando en lugar de tomar el
volante.
Pues claro que le falta vida, qué bien
nos lo dice, y seguro que percibieron un elemento capital que en cualquier
sujeto da testimonio de su enganche personal con dicha vida. Efectivamente, el
amor, que aparentemente goza de una exaltación sin límite, promovido en aquella
pureza que no manchará deseo alguno, pero que a efectos prácticos es un valor
absolutamente devaluado en su vida como demuestra su matrimonio. A la vez que
defiendo esto reconozco que la marcha de Elsa, harta de un tipo que no la desea
en absoluto, tiene efectos casi inmediatos en la vida de Erdosain, bueno, eso,
y la bofetada de Barsut, esa bofetada que reedita las palizas del padre,
aquellas palizas que siendo niño se limitaba a esperar, de nuevo esperar. ¿A
esperar qué? Ya lo ven en toda la obra, la compasión, que el otro lo
compadezca. ¿Pero en realidad qué se encuentra? Se encuentra con el goce, el
otro goza de pegar, el otro goza de follar, el otro goza en suma, y el goce no
entiende de miserias, lo único que busca es satisfacerse.
Me atrevo a proponerles la siguiente
hipótesis edípica para cerrar el capítulo de nuestro sujeto. La bofetada
seguida de la paliza que le propina Barsut es la señal, es el acontecimiento
que le permitirá reafirmar su existencia, y ¿cómo lo hará? Asesinando a Barsut.
Creo que es inevitable leer ahí que dicho asesinato que provocará romper con
Dios definitivamente, es en realidad el asesinato del padre, es ahí dónde nos
revela la clave de su ansiada liberación. Matando al padre seré libre.
Para el segundo eje, el que llamé eje
social, podemos ensayar también el argumento del sinsentido, que efectivamente
utiliza cuando se mofa de las películas de Hollywood y esos finales felices y
plenos de sentido, pero no fue ésta la cuestión que más me interesó para
comentarles a ustedes desde esta perspectiva sociológica.
En el dibujo de las individualidades
que conforman nuestras sociedades, en el cual se percibe clara una primera
diferenciación del autor, que es ni más ni menos que la diferencia sexual, la
distinción entre hombres y mujeres, con los cuales no le tiembla el pulso a la
hora de cantar las verdades, aunque suene hoy políticamente incorrecto decir
que una mujer es tendente al sacrificio, mientras que en el caso del hombre lo
que hay es más bien la burla de su aparente potencia fálica, que más pronto que
tarde alcanza su límite convirtiéndolo en un ser ridículo y desvalorizando el
estatuto viril.
Lo que me cautivó es más bien lo que
llamaría la capacidad premonitoria del autor para adivinar lo que podía deparar
la evolución de aquella sociedad de hace casi un siglo, en la que ya se
escribían las claves de la sociedad que hoy nos toca vivir. Fíjense los puntos
que va enumerando a lo largo de la novela y díganme que no se reconocen en el
retrato de la actualidad: sujetos perdidos, los dioses y la fé caídos, las
religiones pierden su batalla y el empuje a gozar del sujeto lo ocupa todo, en
su lugar el único Dios es el dinero, una sociedad en la que la Ciencia tendrá
un papel central, siempre al servicio del Capital, y los Gobiernos no serán más
que comerciantes que venden el país al mejor postor. Mención especial merece la
sagacidad de Arlt, hay que ver cómo intuye a su manera los miles de millones
que mueve la pornografía hoy proponiendo los prostíbulos como la base económica
de la nueva sociedad, en la que los ideales y los valores cotizan a la baja.
Esto es extraordinario, señalar tan certeramente el triunfo del goce, que por
cierto me gusta mucho el nombre que encuentra en la novela: lo llama ímpetu
sordo.
Quiero compartir con ustedes una
inquietud para terminar, inquietud que el texto me abrió. Recordarán cuando
habla de las ciudades como cánceres del mundo, en las que el hombre es
aniquilado, dice él: lo moldean cobarde,
astuto, envidioso. Me parece una cuestión muy interesante ésta, se
plantearía que mientras la vida en la naturaleza respetaría la condición
genuina del hombre, la ciudad sin embargo lo somete, lo pervierte, lo civiliza
en suma, y en ese proceso de civilización algo se pierde, él incluso lo extrema
llegando a decir que el hombre es aniquilado, entiendo aquí la aniquilación
como la renuncia pulsional que el sujeto debe hacer para formar parte de una
sociedad. Pero ciertamente dicha renuncia no tiene marcha atrás, el hombre no
se repondrá de ella jamás, y no sé si en ese sujeto que espera y espera, en ese
Erdosain que somos todos, al menos un poco, podemos entender la civilización
como domesticación, afortunadamente para perder parte de la agresividad y el
odio, pero también para acatar mansamente lo que el amo dicta, el hombre
enfermo de cobardía y cristianismo que Arlt nos propone.
¿Será al final la locura nuestra
alternativa? Es maravilloso como la define: la
descostumbre del pensamiento de los otros. Aquí les dejo.
Alberto Estévez
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