Con
carácter general, y atendiendo a circunstancias personales, familiares,
sociales y políticas, pondría de
relieve algunas particularidades que contribuyen a conformar el estilo vital, literario y de crítica social de Roberto Arlt, ser un buen conocedor de la desventura humana, tener una posición decidida para atravesar la cáscara psicológica de los individuos, ser experimentado en la imposibilidad de sentir la naturalidad de un hogar propio, ser enemigo declarado de los estamentos políticos perversos que oprimían a los ciudadanos, y saber de la necesidad de una ficción para sostener el aparato social.
relieve algunas particularidades que contribuyen a conformar el estilo vital, literario y de crítica social de Roberto Arlt, ser un buen conocedor de la desventura humana, tener una posición decidida para atravesar la cáscara psicológica de los individuos, ser experimentado en la imposibilidad de sentir la naturalidad de un hogar propio, ser enemigo declarado de los estamentos políticos perversos que oprimían a los ciudadanos, y saber de la necesidad de una ficción para sostener el aparato social.
Recuerdo
que tuve noticia de Los siete locos,
por primera vez, con motivo de la proyección en Casa América de Madrid de la
película de Leopoldo
Torre Nilsson del mismo nombre. Quedé bastante impresionado por la
convicción que trasmitía la marginalidad de sus personajes y la angustia fría y
el delirio en que se sostenían. Digo angustia fría porque estaba llena de
indiferencia vital –caso de Erdosain, que parecía no poseer ni siquiera un
cuerpo— y delirio porque es imposible encontrar en estos personajes vacíos y
desnudos de referencias simbólicas, algún tipo de consideraciones morales o éticas
que los implicaran con lo social.
Yo
había leído el primer libro que escribió Roberto Arlt, El juguete rabioso. Creo que es un buen ejercicio de lectura para
afrontar Los siete locos. El juguete rabioso, a mi modo de ver, sería
una matriz de Los siete locos, en el
sentido de que desarrolla una curiosidad por experimentar el goce del mal. En Los siete locos encontraríamos lo mismo
con una mayor complejidad en cuanto al tratamiento de la marginalidad, la
miseria, el delirio, así como de los personajes y sus singulares locuras. Me
parece que Roberto Arlt realiza, en ambas, un ensayo literario acerca del mal,
la locura y la perversión: Dice en El
juguete rabioso:
“Yo no soy un perverso, soy un curioso de esa
fuerza enorme que está en mí”. Y en Los
siete locos: La curiosidad de ver
cómo soy a través de un crimen”, (90)
Es
la experimentación de un deleite en las figuras de los fracasados, los marginados
y apartados sociales, de los bandoleros, en los que Arlt veía cierta
autenticidad. ¿Cuál sería esa
autenticidad? La inscrita en la cara más o menos oculta de lo humano, que nos impulsa
a mirar hacia otro lado, que no queremos reconocer pero nos pertenece, a saber,
la faz del odio, del mal, la locura y la perversión, en este caso proyectadas a
través de la conspiración. Si hablábamos de la curiosidad de Arlt, por qué no,
también, de su valentía literaria al afrontar esos elementos problemáticos de
lo humano.
“La miseria
está en nosotros, es la miseria de adentro”
Sabemos
que sus circunstancias familiares fueron rigurosas y severas. Tuvo que sufrir a
un padre sádico que lo sometía a castigos que llegaban, incluso, a una cierta
sofisticación, lo cual no puede, sino, dejar en el autor un rastro insoslayable
de afectos problemáticos. Pese a ello, Roberto Arlt pudo, al contrario que
Erdosain, construir posiciones nobles y apasionadas. Por ejemplo, sus
preocupaciones sociales volcadas como corresponsal del periódico El mundo de Buenos Aires, crónicas muy
leídas a las que llamaba Aguafuertes
porteñas, en las que analizaba, desde una posición ética, tanto la situación
política como las miserias de sus conciudadanos. Quizá en Los siete locos realiza un ensayo de destrucción de un orden
político perverso, pero también podemos pensar que realiza una catarsis
personal en la que, a través de sus personajes, Arlt se desnuda de toda nobleza
para dar rienda suelta, por medio de una ficción política, al acervo de aquellos
afectos que bullían en su interior.
“Darle un giro inesperado a mi vida, destruir
por completo el pasado, revelarme a mí mismo un hombre absolutamente distinto
al que yo era”. (Pág. 128)
En
esa catarsis, si la angustia fría está representada por Erdosain –quien me
parece un trasunto de Arlt sin sus recursos simbólicos— la frialdad del mal
absoluto está representada por el Astrólogo. A éste, incluso, podríamos
aplicarle un cierto maquiavelismo, si tomamos el concepto en un sentido
peyorativo, el uso de la astucia y el asesinato, sostenidos en la máxima de que
el fin justifica los medios, y que procura la subordinación de todos los seres
humanos a unos fines supuestamente más altos, pero perversos. Dice allí el
astrólogo:
“¿Cuántos
asesinatos cuesta el triunfo de Lenin o de Mussolini? Eso no interesa a nadie
porque triunfaron. Eso es lo esencial, lo que justifica toda causa justa o
injusta”
Uno
de los aspectos más considerable de Los
siete locos es su carácter profético. Roberto Arlt supo ver con gran
clarividencia el efecto que tendría en lo social la pérdida de los referentes
ideales, religiosos, institucionales. Sería la conformación de un nuevo ídolo
como sucedáneo de Dios, una Hidra de tres brazos, capitalismo, ciencia, tecnología.
Lo que enseña Los siete locos es que cuando
la ficción se diluye, la verdad científica que se propone como sustituto, el
objeto empírico desnudo de palabras, no consuela de nada, no alcanza a sostener
la vida del ser humano, para quien sólo queda la depresión, la locura, el
suicidio, la miseria, etc. Arlt lo manifiesta de esta manera:
“Usted siente que va cortando, una tras otra,
las amarras que lo ataban a la civilización, que va a entrar en el oscuro mundo
de la barbarie, que perderá el timón”
“La humanidad, las multitudes de las enormes
tierras han perdido la religión... Entonces los hombres van a decir: Para qué
queremos la vida... Nadie tendrá interés en conservar una existencia de
carácter mecánico porque la ciencia ha cercenado toda fe. Y en el momento que
se produzca tal fenómeno, reaparecerá sobre la Tierra una peste incurable... la
peste del suicidio” (149)
En
esta tertulia surgió muchas veces la cuestión de la ficción como estructura de
la verdad. Sin ella, el ser humano no alcanza ni a posicionarse como animal,
solo le queda el vacío como sustento:
“La felicidad del hombre solo puede apoyarse
en la mentira metafísica... Privándole de esa mentira recae en las ilusiones de
carácter económico” (150).
En
definitiva, pienso que los siete locos presentan al hombre desnudo de
ficciones. Es como si sus personajes fuesen heterónimos que morasen en el mismo
vacío de Roberto Arlt, desdichados sin remedio, locos angustiados,
conspiradores viles y rastreros sin cáscara psicológica alguna y, por ello,
profundamente humanos.
Miguel Ángel Alonso
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