Se
podrían hacer diversos planteamientos en relación a este relato. El primero es
paradójico. Me suscita uno de los grandes temas, de espanto y horror, de la
condición masculina; ser amado excesivamente por la madre. Esto aviva el tema de
la culpa, lo cual puede conducir a una vida totalmente insatisfecha, o bien
adviene la cuestión relativa al objeto de amor. Es la figura del cocodrilo, ese
pánico que tienen los hombres a las mujeres por el exceso de amor que nace en
la estructura edípica.
Lo
paradójico del relato es que, si nos dejamos llevar por alguna de sus frases,
podríamos pensar que la madre no amó a ese hijo. Es decir, no padecería ese
peso tremendo de haber sido excesivamente amado. Pero tiene otra frase en la
que dice:
“Si ella se rindiese se volvería definitivamente despreciable, lo que
supondría un descenso definitivo en la estima de mi odio. Si acaso fuese yo el
rendido, ella me devoraría con su amor, que mata más lejos que todo mi
resentimiento”.
Para ilustrar el pensamiento de
que este hijo no fue amado, evoco un comentario de María José en el texto que
está publicado en el Blog. Dice allí:
“Desde la mitología griega, la Madre-Tierra es un símil muy usado en
Literatura. Gea es la madre primordial y también pavorosa, principio y fin.
Principio porque da vida, y fin porque la entierra. Y es muy curioso observar,
según decían los griegos, que se trata de la Madre-Tierra, la que nació del
Caos sin haber tenido padres”
Esta aportación nos permite
salir del relato en sí e ir un poco más allá. Pienso en ese odio que también
genera, en determinadas subjetividades, la gran madre tierra cuando no cumple
las expectativas de sus ciudadanos. En la claustrofobia que genera este relato
veo el odio dirigido a la propia tierra cuando no hay ningún tipo de esperanza
porque ella no te da nada.
Silvia Lagouarde
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